Por Carlos Rodríguez
A Damián Maximiliano
Mamolite nadie le da los 20 años que cumplió, el 17 de setiembre,
cuando todavía estaba preso. Pasó dos años,
un mes y una semana detenido, la mayoría del tiempo en la
cárcel de Olmos, porque el juez de menores Rodolfo Brizuela, que
alguna vez fue chico de la calle (ver aparte), lo trató como adulto,
cuando todavía no lo era. De la cárcel, no solo tomó
la costumbre de contar el tiempo con puntualidad de días y horas,
sino que conserva un gesto típico del maltrato: siempre está
cruzado de brazos y sus manos le quedan sobre la espalda, como dos pequeñas
alas. Parece un pollito mojado. Damián fue acusado de homicidio
simple, aunque las evidencias de la causa lo señalaban como un
chico tranquilo que había reaccionado ante los ataques de uno de
los miembros de una patota que lo había golpeado varias veces.
Pasaron más de dos años hasta que un tribunal le reconoció
la legítima defensa y lo absolvió. Ahora está
libre, pero la prisión también le dejó un estigma
físico que llevará de por vida: se le pegó el virus
del sida.
La odisea comenzó a las 22 del 17 de setiembre de 1999, el día
en que Mamolite cumplía sus 18 años. Su abogado Eduardo
Brude le recuerda a Página/12 que Fabián vivía con
sus padres, y sus cinco hermanos, en Los Altos de Gregorio de Laferrère,
en el partido de La Matanza. Le llamaban Pucheta y por su
carácter introvertido era el centro de las burlas de un grupo de
jóvenes integrado, entre otros, por Nelson Cardozo y Cristian Herrera.
Esa noche, Nelson y Cristian, acompañados por dos chicas, Gisela
y Noelia, persiguieron a Mamolite varias cuadras e intercambiaron insultos
y piedras. Cristian Herrera cortó la rama de un árbol de
15 centímetros de diámetro y un largo de 40 centímetros
y estaba dispuesto a pegarle. Por el miedo que tenía, Fabián
había salido esa noche con un cuchillo. Se lo arrojó a Cristian
desde unos 15 metros para golpearlo, pero lo hirió
en el pecho y el chico murió.
Después del incidente, ignorante del resultado final, Mamolite
se fue a bailar. Cuando regresó a su casa, cerca de las 5 del 18
de setiembre, su madre, Mirta Vera, le dijo que Cristian había
muerto y Fabián se presentó detenido, él solo, sin
ninguna compañía, en la comisaría 18 de Laferrère.
Allí estuvo dos meses compartiendo la celda con presos enfermos
de sida. Fabián y su abogado, sin dar detalle, dicen que fue allí
donde se produjo el contagio. Durante cinco meses, Damián fue considerado
legalmente mayor, hasta que la Cámara de Apelaciones de La Matanza,
con el voto de los jueces Margarita Troppiano y Ezio Radaelli, recordó
que los artículos 24, 26 y 27 del Código Civil establecen
que la mayoría de edad se adquiere a las 24 horas del día
del cumpleaños. Esto dejó en claro que Fabián era
menor. Por dos horas, pero menor. Para el juez Brizuela que tomó
la causa porque es del fuero de menores, valga recordarlo, siguió
siendo mayor y lo mantuvo en Olmos, una cárcel exclusiva para adultos.
En la comisaría 18 nos tenían a palo y palo,
recuerda Damián en la charla con este diario. Cuando habla parece
todavía más chico, porque convierte las eses en zetas. Después
de estar un tiempo en otras dos comisarías, en junio de 2000 lo
llevaron a Olmos. Fueron vanos los pedidos de la defensa para que lo trasladaran
a un instituto de menores. A poco de llegar a Olmos, el joven Mamolite
comenzó a sentir dolores en el bajo vientre. La demora en atenderlo
lo puso al borde de la muerte, ya que tuvo que ser operado de urgencia,
de una peritonitis, en el hospital de la Unidad 22 de La Plata. Lo asistieron
porque sus compañeros de celda hicieron mucho despelote y
tuvieron que venir a verme. Estuvo casi seis meses internado, primero
en terapia intensiva y luego en intermedia.
Recuerda que muchas veces lo llevaron al juzgado de menores, pero muy
pocas lo atendieron. Me tenían varias horas esposado, sin
comer, sin tomar agua, pero Brizuela ni siquiera me recibía.
De la cárcel habla poco y prefiere recordar a los más
amigos, que siempre trataron de ayudarme, aunque también
aclara que hay gente buena y hay gente mala. Su tía,
Mary Vera, lo fue a visitar muchas veces, turnándose con su hermana
Mirta, lamamá de Fabián. Lloraba, nos pedía
por favor que lo sacáramos de allí y a nosotros nos partía
el alma, sobre todo porque sabíamos que era inocente, que nunca
había tenido intenciones de matar a nadie. Mirta está
acurrucada, tanto como su hijo, y todavía no ha podido recuperar
su peso habitual. No llega a los 40 kilos.
Los vecinos del barrio Los Altos, testigos de la causa, dejaron en claro
desde el principio que Fabián era un chico bueno, trabajador,
mientras que la víctima, Cristian Herrera, tenía fama de
violento. Además, Cristian medía 1,80 y Fabián apenas
1,60. Gisela, amiga de Cristian y testigo presencial de los hechos, admitió
que la agresión había partido del joven que finalmente murió
y que Fabián sólo se defendió. El otro
chico presente, Nelson Cardozo, es también de provocar muchos
problemas, admitió la testigo. La barra le había pegado
varias palizas a Fabián y en una ocasión lo
habían levantado y arrojado al piso, haciendo ostentación
de las diferencias físicas, ya que Mamolite era más
pequeño.
El 25 de octubre pasado, después de más de dos años,
la misma Cámara que había determinado la condición
de menor de Mamolite lo absolvió de la acusación de homicidio
que se había fundamentado en primera instancia. El fallo decidió
la nulidad de la resolución en estudio y sobreseer definitivamente
a Mamolite por haber obrado en defensa propia. El fiscal general,
previamente, lo había acusado sólo por exceso en la
legítima defensa, un delito menor que tiene una pena máxima
de tres años, que ya fue cumplida, de hecho, por Mamolite.
Lo que duele es la morosidad de la Justicia, además de los
disparates cometidos por el juez Brizuela, quien antes de esta causa era
bastante amigo mío, dijo el abogado defensor Eduardo Brude.
A todos les sigue preocupando la salud, mental y física, de Fabián:
No sale de casa, no va a bailar, los amigos que tenía en
Laferrère lo vienen a visitar (ahora vive lejos de su barrio natal),
pero él no es el mismo, dice la mamá. En su habitación,
Fabián tiene ositos de peluche que lo acompañaron en prisión
y un escudo de Boca que deja constancia de algunas alegrías.
Un juez cuestionado
En su fallo absolutorio respecto de la situación procesal
de Damián Maximiliano Mamolite, la Cámara de Apelación
y Garantías de La Matanza cuestionó la actuación
del juez que intervino en el caso. Se impone observar el proceder
del señor juez titular del Juzgado de Menores número
tres departamental, doctor Rodolfo Brizuela, teniendo en cuenta
los motivos por los que propongo se declare la nulidad de la resolución
en estudio, expresó el juez Ezio Daniel Radaelli, expositor
de los fundamentos del tribunal. Por ese motivo se le aplicó
a Brizuela un apercibimiento acompañado luego
por un dictamen muy duro del procurador general de la
Suprema Corte bonaerense, Matías de la Cruz, dijo a este
diario el abogado Eduardo Brude, defensor de Mamolite.
Fuentes de la Procuración confirmaron que el dictamen existe
y que es muy posible que la causa tenga consecuencias posteriores
para el juez Brizuela, quien ya ha sido muy cuestionado en otros
expedientes que tramitaron en su juzgado. Por tal motivo no
se descartaba la posibilidad de que esto pudiera derivar en un pedido
de jury contra el juez de menores Brizuela, quien en su niñez
vaya paradoja vivió algún tiempo en la
calle y pasó por institutos de menores.
Esa faceta simpática de Brizuela salió mucho
en la prensa, pero también es cierto que trabaja poco las
causas y comete errores que en algunos casos son graves, como ocurrió
con el chico Mamolite, afirmaron las fuentes de la Procuración
consultadas por este diario. En enero de 2000, cuando Mamolite ya
estaba preso, Brizuela fue entrevistado por Página/12, para
recordar aquella época en la que él fue un chico de
la calle.
Yo no tenía nombre, tenía un número,
el 28, recordó Brizuela en aquella entrevista. También
dijo que los chicos son como los gorriones: si yo golpeo a
un gorrión y lo meto en una jaula, se golpea y se muere.
Brizuela recordó con dolor los institutos de menores por
los que pasó en su niñez y admitió que ahora
todo sigue igual. Claro que es mucho peor ser llevado
a la cárcel de Olmos, una de las más duras del país.
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DENUNCIARON
GOLPES PERO VUELVEN A MELCHOR ROMERO
El regreso de los apóstoles
Por Horacio Cecchi
La polémica por el traslado
de Marcelo Brandán Juárez, Víctor Esquivel Barrionuevo
y otros 14 internos de la cárcel de máxima seguridad de
Melchor Romero a la Unidad 9 de La Plata sumó un nuevo capítulo.
Ayer, la Suprema Corte bonaerense ordenó que fueran los jueces
naturales en cada caso quienes decidieran sobre los hábeas corpus
presentados por los internos. En pocas palabras, el tribunal apartó
a la Cámara de San Isidro que había dado lugar a los traslados
de urgencia, tras constatar marcas de golpes en los cuerpos de los denunciantes.
La primera derivación de la acordada fue que el ministro de Justicia
bonaerense, Antonio Arcuri, ordenó que Popó, Esquivel y
el resto fueran urgentemente retornados, con sus hábeas bajo el
corpus, a pasar la noche custodiados por los expertos de Melchor Romero.
El 16 de noviembre pasado, Popó Brandán Juárez denunció
torturas, junto a otro interno de 20 años. El caso fue presentado
ante la Sala 3 de la Cámara de San Isidro. Los camaristas Raúl
Borrino y Margarita Vázquez hicieron lugar al hábeas corpus,
constataron las marcas de una paliza y dispusieron el urgente traslado
de los detenidos a la U9 de La Plata, de alta seguridad, pero con menor
rigor de parte de sus expertos. A ellos se sumó otro de los doce
apóstoles, Esquivel Barrionuevo y nueve presos. La medida
desató un escándalo entre el Ministerio de Justicia, un
fiscal platense que solicitó la intervención de la Corte
y los camaristas.
El viernes pasado, Melchor Romero registró el inédito caso
de que no uno, ni doce, sino sus 170 internos denunciaran malos tratos.
El hábeas corpus fue presentado ante la misma sala sanisidrense
que repitió la resolución de acoger el recurso, tomando
intervención sobre la totalidad de los internos. En grupos, comenzaron
a ser enviados a San Isidro, donde los peritos comprobaban lo denunciado,
y los jueces disponían el traslado como medida urgente, hasta tanto
un fiscal investigara la denuncia.
Ayer, la Corte zanjó en la cuestión con un fallo con formato
salomónico, pero de consecuencias oscuras sobre la figura del hábeas
corpus: ordenó a la Cámara que remitiera en forma inmediata
la causa 16.675 iniciada por Popó Brandán y todas las que
se fueron acumulando. Dejó además sin efecto las medidas
de urgencia dispuestas por la misma Cámara hasta tanto se expidieran
los jueces naturales. En el caso de los apóstoles,
la decisión corresponderá al Tribunal Oral de Azul, donde
fueron juzgados por el sangriento motín de Sierra Chica. Además,
ordenó a Arcuri garantizar una redundancia: la seguridad de los
internos en la cárcel de máxima seguridad.
Los jueces naturales van a decidir sobre hábeas corpus con
toda la presión de la Corte confesó a este diario
un funcionario judicial. Deberán decidir si disponen traslados
de urgencia, que la Corte anuló previamente, a causa de denuncias
de torturas que ya fueron comprobadas y que la Corte está ordenando
que se vuelvan a comprobar. En la jerga judicial, esto es casi como decir
que no las hubo.
Pese a todo, mientras el alto tribunal firmaba su acordada, otro preso
llegaba a San Isidro. Ante la fiscalía 5 denunció que lo
habían golpeado por no cumplir una orden: ponerse en contacto con
su compañero de causa, ya libre, para encomendarle asesinar a un
funcionario judicial. El caso no fue tomado por la Cámara sino,
como indicaría más tarde la Corte, por su juez natural,
el Tribunal Oral 5, que ordenó como medida urgente trasladar de
unidad al detenido.
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