Por Silvina Friera
Hay personajes cinematográficos
que perduran en la memoria y en el corazón de sus espectadores.
El film brasileño Estación Central introdujo en el imaginario
de sus espectadores en todo el mundo uno de esos seres ficcionales inolvidables,
Dora, esa mujer que en la entrada del ferrocarril escribe cartas que le
dictan un puñado de analfabetos acechados por una estremecedora
miseria. Es difícil imaginarse a la actriz brasileña Fernanda
Montenegro sin pensar en Dora, por cuya interpretación fue candidata
al Oscar como mejor actriz y logró una impresionante repercusión
mundial. Sin embargo, Dora fue resultado de una carrera larguísima
en el cine, el teatro y la televisión y del esfuerzo personal de
la actriz por superar las limitaciones, las prohibiciones, los problemas
sociales por los que debió atravesar durante su carrera. Si
los artistas valiéramos por las cosas que representamos como fuerza
creadora, estaríamos salvados, subraya la actriz, personaje
elegido para el programa del ciclo Perfiles, que Canal á
emite hoy desde las 23.
La actriz, que empezó su carrera por los márgenes, recorrió
un largo camino antes de convertirse en famosa. En su repertorio figuran
más de 50 obras teatrales que van desde Samuel Beckett, Luigi Pirandello
y Arthur Miller hasta Bernard Shaw y Eugene ONeill, pasando por
toda clase de autores brasileños entre ellos Dias Gomes, Millor
Fernandes y Nelson Rodrigues. En cine protagonizó películas
memorables para el cine brasileño como La fallecida, Tudo bem y
Ellos no usan smoking. Además, participó en 170 telenovelas,
entre las más conocidas Cambalache, La reina
de la chatarra, Renacer y Zaza. Mujer de
ojos grandísimos que destilan entusiasmo y pasión, Montenegro
recuerda cómo reaccionó su familia frente a la actriz que
se asomaba con cierta timidez, como pidiendo permiso, en los primeros
montajes teatrales. Al principio estaban un poco asustados porque
trabajaba en un horario nocturno, los fines de semana. Se sentían
muy espantados con este mundo desconocido: creían que ser actriz
iba a convertirme en prostituta, suponían que era mi perdición
en el campo de la sexualidad, narra.
La mirada de Montenegro se nubla y el tono de su voz se agrava al rememorar
los períodos de censura por los que atravesó, en distintos
momentos, la escena artística brasileña, en los años
de oscuridad y plomo en América latina. Fueron años
de mucho juego de cintura. Teníamos que pensar de qué manera
sobrevivir para salir de la ruina económica porque el teatro sufría
dos tipos de censura: la del texto y la del espectáculo en sí
mismo. Mis hijos crecieron en ese período de crisis política,
social y económica. Montenegro considera que la excepcionalidad
política creó una raza de actores propia de Latinoamérica.
No tenemos técnicas pulidas, apenas un sentimiento incontrolable
de sacar para afuera, una pujanza cultural. Ese esplendor de cultura que
somos es lo que nos pone de pie, precisa.
En las antípodas de esa Dora mezquina y apática, Montenegro
defiende con elocuencia sus posiciones ideológicas. No hay
nada más errado que cuando los norteamericanos nos dan a los latinos
participación en sus películas. Nos ven de una manera tan
estereotipada y grosera, siempre exagerada. Algún día los
invadiremos por la cocina. Ya lo estamos haciendo porque somos más
de 30 millones de latinos en Estados Unidos. Si Estación
Central muestra un Brasil pobre y atrasado, la actriz intenta bosquejar
algunas explicaciones, muy familiares para la Argentina de la hiperdesocupación
y los piquetes. Los Sin Tierra no tienen otra salida porque estamos
en un mundo que proclama la eficiencia y la tecnología. Según
la actual administración hay que ajustarse el cinturón para
pagar la deuda, para pagar los intereses, para tener una imagen de no
deudores hacia el exterior. Y todo tiene un notable costo interno. Si
no presionande alguna forma que no sea la radicalización sin vueltas,
no tienen con qué arreglárselas porque el desempleo acá
es un agujero inmenso.
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