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“TRES BUENAS MUJERES” UNA NUEVA
Y POLEMICA OBRA TEATRAL DEL “CICLO DE LA MEMORIA”
“Las mujeres no queremos que se destruya la vida”

La pieza, basada en un texto de la integrante de Madres Laura Bonaparte, presenta a tres mujeres que debaten sobre su experiencia durante la dictadura, y organizan una resistencia ante la impunidad... desde la cocina. �Quizás alguna vez lo femenino sea reconocido como un valor�, dicen.

Por Hilda Cabrera

Convertir al teatro en un acto de militancia sin dejar de ser teatro es uno de los propósitos de los creadores del Ciclo de la Memoria, que se realiza desde julio en el Teatro del Pueblo (Diagonal Norte 943). Organizado por la Fundación de Dramaturgos Carlos Somigliana (SOMI), lleva presentados tres montajes: Sesión de gimnasia, de Jorge Savoia, y Tema: La muerte, adaptación de un texto de Antonio Dal Masetto (dos trabajos dirigidos por Ana María Casó), y Soledad Tango, de Carlos Pais, sobre puesta de Leonor Manso. A estas piezas se sumará hoy una obra de título doméstico, polémico desarrollo y final inquietante: Tres buenas mujeres (o cómo asar un pavo a la pimienta). Se basa en el relato Dos buenas mujeres, de Laura Bonaparte, de Madres de Plaza de Mayo. La idea de escenificación partió de SOMI y de la periodista Ana Bianco. “Graciela Holfeltz le dio forma dramática al cuento, junto con Laura”, cuenta la directora Georgina Parpagnoli. Adela Gleiger (Berta), Ana María Castel (Angela), y Dora Baret (Josefina) son las señoras de clase media que hablan sin tapujos en el ámbito de una cocina. La obra, todos los jueves a las 21, se desarrolla en tiempo real, entre amigas que 25 años atrás padecieron situaciones horrorosas y “preparan una cena especial, especie de ceremonial previo a una gran decisión”, anticipan la directora y las actrices a Página/12.
–¿Qué relaciona a las mujeres?
Ana María Castel: –Son entrerrianas, vivieron experiencias muy fuertes y se sienten verdaderamente amigas. Mi personaje es el de una mujer sencilla que trabajó como sirvienta en la casa de Josefina.
Adela Gleiger: –Mi papel es el de Berta, una de estas tres mujeres que hacen una y hacen ciento, porque pasaron por situaciones muy parecidas a las de otras madres. Lo interesante es la intimidad que logran para expresar su bronca ante la impunidad y la injusticia, ante la falta de respuestas sobre la no aparición de personas. No son mujeres militantes sino señoras comunes que se animan a concretar una decisión grave.
–¿Cómo creen que reaccionará el público?
A. G.: –La obra es atrevida. Se dicen cosas fuertes, y ante oyentes como las madres que están en organismos de derechos humanos, que pueden sensibilizar mucho, porque aparece todo lo bueno y lo malo que pueden llegar a sentir. Es probable que otras madres hayan pensado cosas semejantes pero no lo digan, creyendo que no está bien hacerlo público.
–¿Quiere decir que se aparta de un discurso “esperable” en trabajos sobre derechos humanos?
A. G.: –Es posible. Pero todo lo que se haga en este sentido es bienvenido. Lo importante es que la gente se junte y hable con sinceridad.
–¿También Josefina es una mujer decidida como Berta?
Dora Baret: –Que Angela haya sido sirvienta en la casa de Josefina no significa que se hagan diferencias en esta reunión. Esto por afuera, porque a nivel interno trabajamos mucho con esas diferencias en los ensayos. Por eso no aparecen en el texto pero sí en las acciones.
Georgina Parpagnoli: –Las relaciones entre ellas fueron esenciales en mi idea. Traté de basar mi trabajo en la verdad emocional y las relaciones entre las actrices y sus respectivos personajes. Si no existiera calidez ni deseo de humanidad, no hubiéramos podido concretar la obra.
A. G.: –Pero una humanidad que no deja de lado las contradicciones.
–¿Cómo elaboran intelectualmente personajes a los que se les infligieron heridas aún abiertas?
D. B.: –Esa pregunta la responde muy bien Bonaparte, porque ella, a pesar de la terrible vivencia de tener siete desaparecidos en su familia, manejó su dolor y escribir este relato excepcional. Las reflexiones le pertenecen. Es una mujer admirable.
A. G.: –Nosotras no perdimos hijos, pero vivimos las desapariciones y muertes de amigos y de hijos de amigos. Somos madres entrañables de otros hijos.
–¿Que la obra transcurra en una cocina facilita el uso del humor?
A. M. C.: –La cocina es para las mujeres un espacio donde caben muchas cosas. Se puede llorar o reír. Históricamente es nuestro lugar. Podría decir que soy feminista, pero sería tonto negar una realidad. Hasta ahora, la mayoría de las mujeres, incluidas aquellas que trabajan fuera de casa, cuando regresan, cocinan. No sé si el lugar hace más fácil el humor, pero es un espacio nuestro, del que quizás alguna vez despeguemos.
–¿Creen que existe en la sociedad una real conciencia de los abusos y crímenes de la dictadura?
A. M. C.: –A veces no sé si hablo desde mi deseo de que haya una concientización, pero creo que posibilidades como ésta demuestra que alguna pared derribamos. Paredes que aún están en pie, ocultando cosas, y que me llevaron a preguntarme por qué hubo épocas en las que toda Latinoamérica vivió bajo dictaduras.
G. P.: –Por eso tenemos que seguir debatiendo, y me parece maravilloso que se haga a través del teatro, porque todavía hay gente que, cuando nos ponemos a hablar de estas cosas, nos dice ¡Ya basta de eso!.
A. M. C.: –Cuando se empezó a debatir la anulación de la Obediencia Debida, algunos decían ¿para qué?.
A. G.: –Pero tenemos que admitir que hubo cambios. Las madres de los chicos atropellados por automovilistas, o las de torturados o asesinados en las comisarías, salieron a protestar. Ellas no tienen nada que ver con asuntos políticos; sin embargo adoptaron el formato de pancartas y marchas con que se expresan las Madres desde la dictadura. Incluso algunas comenzaron a participar de los actos de las Madres. Y eso es algo que nos permite atar cabos y decir que la población está despierta y se moviliza de una manera nueva.
A. M. C.: –Esas marchas surgen de formas de expresión muy femeninas, de resistencia ante el dolor, y enfrentamiento de la impunidad y la injusticia sin apelar a la violencia física. Esta manera puede parecer loca a algunos. El hecho de exigir la aparición con vida de las víctimas de la dictadura militar es considerada producto de una locura.
–La intención es descalificar...
D. B.: –Descalificar a todo pedido por la verdad, que a veces se lo asocia a lo que destruye.
G. P.: –Como hoy a cualquier pedido de justicia que se haga en la Argentina.
A. G.: –Lo esencial no es tanto el planteo ideológico como la urgencia en la toma de decisiones, y desde un lugar diferente, porque estas mujeres parten de un espacio doméstico, donde la manera de socializar la resistencia es nueva y concreta.
A. M. C.: –Pienso en que los desaparecidos eran ciudadanos que querían una sociedad distinta, más justa, y que nosotras, como personas y actrices, debemos trabajar también para modificar nuestra sociedad.
D. B.: –Exigir justicia, también por lo que pasa hoy en nuestro país.
A. G.: –Por los treinta mil desaparecidos y los marginados. Por los que no encuentran una salida a sus vidas, mientras otros disfrutan de lo que nos quitaron. Las mujeres estamos por un mundo de paz, pero con justicia. Damos vida y no queremos que se la destruya.
A. M. C.: –Lo difícil es instalarnos como mujeres, con nuestra sensibilidad, y no como mujeres que se parecen a hombres. Quizás alguna vez lo femenino sea reconocido como un valor, así como fue reconocido el valor, la tenacidad y la lucha sin violencia de las Madres.

 

Mercedes Sosa en el Colón

La cantante Mercedes Sosa será hoy la figura central de un concierto en el Teatro Colón, organizado por la Fundación Memoria del Holocausto-Museo de la Shoá, en homenaje a Ana Frank y los sobrevivientes del Holocausto. El espectáculo, ideado para recaudar fondos para la Fundación, comenzará a las 20.30 y contará también con aportes artísticos de Alejandra Da Passano y Alfredo Alcón, que interpretarán textos y poemas referidos. Mercedes ofrecerá, junto a su grupo, un recital basado en un repertorio de música popular argentina y latinoamericana. La excepcional intérprete tucumana viene de presentarse el pasado fin de semana en el teatro Gran Rex, con un espectáculo acústico en el que repasó viejas perlas de su carrera.

 

OPINION
Por Laura Bonaparte

Mostrar el infierno

Es probable que el segundo paso de la pesadilla, de lo monstruoso que es el secuestro genocida de hijas e hijos, sea la negación a entregarnos sus cuerpos, como forma enloquecedora de borrar la realidad de la parición, de la inscripción de sus nombres en los diferentes documentos, laicos y religiosos, presentados, reproducidos hasta el cansancio en los testimonios y remarcados por el borramiento genocida en la palabra “des-aparición”, “desparidos”. La palabra que se hace imagen, y ambas invocan. Imagen multiplicada, símbolo que limita y a la vez universaliza.
Poner en el teatro estos episodios es poner en una relación especular desdoblamientos de sentires profundos, y pocas veces reconocidos.
Qué es el teatro sino un largo monólogo hablado por diferentes voces. Esa relación especular, que sólo el arte produce, donde las actrices juegan a ser cada una la imagen callada de las personas que formamos el público, en una intimidad privadísima, personal y colectiva al mismo tiempo. Las tres actrices se transforman en modelo de relación pasional. Despojadas de pudores muestran la realidad del deseo del ser humano. Muestran el infierno.
Y es por esto, y por ser el arte una expresión sobrenatural, impredecible, todo creatividad y espíritu libre, aquello que es creado y animado por el arte, pacifica. El arte aminora los odios, los extremos, civiliza.

* Madre de Plaza de Mayo y autora del cuento Dos buenas mujeres, que
inspiró la puesta de Tres buenas mujeres, o cómo asar un pavo a la pimienta.

 

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