Por Luke Harding,
Rory McCarthy y Ewen MacAskill *
Desde
Mazar-i-Sharif, Kabul y Londres
La Alianza del Norte y los
bombarderos de Estados Unidos montaron ayer lo que ellos esperan sea el
último ataque sobre la ciudad de Kunduz en manos de los talibanes
después que fracasara una rendición negociada casi inmediatamente
después de haberse firmado. La intensidad de la lucha y la perspectiva
de la caída inminente de la ciudad provocaron temores de que todo
derivara en un gigantesco baño de sangre. Los gobiernos británico
y paquistaní se unieron a la Cruz Roja Internacional y a las Naciones
Unidas llamando a la moderación a las fuerzas que avanzan.
En medio de la confusión más generalizada sobre si ambos
lados estaban comprometidos con el principio de una salida pacífica,
el comandante talibán en Kunduz insistió anoche en que sus
tropas, incluyendo los combatientes árabes, se rendirán
mañana. El mulá Faizal, la figura talibana más importante
que queda en el norte de Afganistán, dijo que confiaba que los
12.000 talibanes afganos y 2000 combatientes extranjeros que
están atrapados en Kunduz desde la caída de Mazari-Sharif
hace dos semanas, estuvieran dispuestos a entregar sus armas. Estados
Unidos, que tiene fuerzas especiales adjuntas a la Alianza del Norte para
actuar como moderadoras, está tratando desesperadamente de evitar
una masacre de árabes, paquistaníes y otros extranjeros
que se unieron a las fuerzas talibanas en Kunduz a manos de la Alianza
del Norte frente a los medios internacionales.
Pero Washington está igualmente determinado a que a estos combatientes
extranjeros, algunos de los cuales se sospecha que pertenecen a AlQaeda,
no se les permita escapar como parte de la rendición negociada.
La intención es encarcelarlos, interrogarlos y luego decidir su
destino. Los estrategas militares de Estados Unidos observan de cerca
a Kunduz, ya que su caída liberaría recursos para la cacería
final de Osama bin Laden en el sur. También abriría el camino
para el corredor humanitario desde el norte.
Como parte de las operaciones de limpieza en otros lados de Afganistán,
la Alianza del Norte lanzó un pesado ataque de artillería
cerca de Kabul ayer para hacer salir a por lo menos 1200 combatientes
talibanes, árabes y paquistaníes que están escondidos
en las montañas. Durante varios días los comandantes de
la alianza en Maidan Shah, unos 40 kilómetros al oeste de Kabul,
han tratado de negociar su rendición. Pero cientos de tropas de
la Alianza ayer dispararon misiles, morteros y fuego de artillería
sobre las posiciones talibanas. A pesar de la ferocidad de la lucha, el
ataque parece haber hecho poco impacto. En Kunduz, la Alianza del Norte
envió tanques y tropas desde otros frentes para unirse al ataque
a la ciudad. Los bombarderos B-52 volaron sobre la línea del frente
pero lanzaron sus cargas cerca de Kunduz y no dentro. Y refugiados aterrados
huyeron de la ciudad.
Antes, dos líderes talibanes firmaron un acuerdo con el señor
de la guerra de la Alianza de Norte, general Abdul Rashid Dostam, en su
fortaleza cerca de MazariSharif. Fuerzas especiales de Estados
Unidos estaban presentes. Al salir de sus conversaciones, el general Dostam
dijo ayer que enviaría 5000 de sus soldados para desarmar a los
combatientes talibanes y hacerse cargo de la seguridad en Kunduz. Una
entrega de armas y jeeps se llevaría a cabo mañana en el
pueblo de Chardara, en las afueras de Kunduz, según añadieron
los asistentes. El general Dostam dijo que los afganos talibanes serían
desarmados y luego se les permitiría regresar a sus hogares. Pero
agregó que los combatientes extranjeros, incluyendo a árabes,
chechenos, paquistaníes, uzbecos y chinos uighurs, serían
llevados a su fortaleza donde serían separados entre terroristas
y no terroristas.
El caos comenzó cuando la noticia del acuerdo no llegó a
Kunduz, a más de 160 kilómetros de distancia. Los combatientes
talibanes atacaron con morteros por primera vez en una semana y los fuerzas
de la Alianza delNorte enviaron oleadas de tanques y tropas como respuesta.
Para sumar a la confusión, Yunus Qanuni, que está surgiendo
como una de las figuras clave de la Alianza del Norte, dijo: Hemos
tratado que arreglar el tema de Kunduz a través de negociaciones
pero nos hemos visto obligados a optar por la solución militar.
El líder paquistaní, general Pervez Musharraf, expresó
su preocupación sobre la suerte de los paquistaníes que
luchan junto a los talibanes. También instó a la Cruz Roja
a que hiciera todo lo posible para evitar masacres de combatientes extranjeros
a manos de los afganos.
En una conferencia de prensa en Downing Street, el vocero británico
Alastair Campbell dijo: No queremos un baño de sangre en
Kunduz, pero tampoco queremos que alquno escape para poder reagruparse
y formar una red terrorista en otro lugar.
* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère
Kandahar,
o la ciudad invisible
Por Francisco Peregil
Desde
Quetta, Pakistán
El pasado lunes, el portavoz
del mulá Omar aseguró a los más de 70 periodistas
congregados en la ciudad afgana de Spin Boldak que su gobierno estaba
preparando una visita de los reporteros a la ciudad de Kandahar. Así
podrían ver con sus propios ojos que el feudo de los talibanes
seguía bajo control de ellos y que eran falsas las informaciones
difundidas por la propaganda de Estados Unidos. Por la noche
se nos dijo que para el día siguiente estuviésemos preparados
a las 9 de la mañana. Y lo mismo que sucedió durante los
dos días anteriores, a la hora fijada no ocurrió nada. Hay
que esperar, decía uno de los mandos locales. Es mucho
más difícil esperar que matar, sentenció.
Tres horas después, el responsable de Asuntos Fronterizos, Nayibulá,
decía que había cambio de planes: Hemos preparado
un convoy para quien quiera volverse a Pakistán. Los que no quieran,
visitarán los campos de refugiados de la zona y podrán quedarse
dos días más. ¿Hay posibilidades entonces de
visitar Kandahar? Nayibulá dijo que sí, que podría
haberlas. Y fue decir eso y nadie quería irse. Todos a esperar
de nuevo bajo el sol a que llegara la protección necesaria que
permitiera visitar a los refugiados. Otras tres horas después,
y nuevo cambio de planes: Las autoridades de Kandahar explicó
Nayibulá han decidido que no se visite Kandahar y que toda
la expedición regrese hoy mismo a Pakistán. La pregunta
más repetida fue: ¿pero no dicen ustedes que lo tienen todo
bajo control? ¿Es que no pueden garantizarnos la seguridad? ¿Para
qué nos dan un visado de una semana si nos devuelven a casa a los
dos días? Y ahí empezó el abanico de respuestas vacías
que el talibán encargado de Asuntos Fronterizos despliega en estas
ocasiones: No se trata de seguridad; es simplemente que, como ya
se celebró la conferencia de prensa, autoridades por encima de
mí han decidido que vuelvan a ustedes a Quetta.
Y llegaron las especulaciones. Unos compañeros decían que
era evidente que los jefes pashtunes rivales tenían cercada la
ciudad y otros sostenían que la causa era simplemente que no podían
manejar un grupo de más de 80 personas, todo un circo de satélites
y pantallas en lo que queda de un régimen donde están prohibidas
las televisiones y donde es imposible mantener alejados a los curiosos.
Bandadas de jóvenes seguían posándose como los dos
días anteriores en la pared del cercado donde nos hallábamos
y ahora se atrevían a saltar adentro. A dos que saltaron, los soldados
talibanes los molieron a palos. Otros talibanes intentaban con la ayuda
de algunos intérpretes coquetear con las mujeres. ¿Por
qué no me llevas contigo a Estados Unidos?, le preguntaba
uno bien armado a una reportera americana. Otro le preguntaba a la periodista
de TVE española Almudena Ariza que cómo andaba ella ahí
al lado de un hombre (el reportero gráfico de TVE), que si no tenía
marido o qué. Cuando se le decía que en España es
normal que un hombre y una mujer trabajen juntos, el hombre negaba con
la cabeza. A todo esto, los talibanes posaban orgullosos con sus armas
ante las cámaras, algunos limpiándose los dientes con la
resina de ramas de árboles, muchos cogidos de la mano, y todos
con las pestañas pintadas de negro. Algunos decían que eran
para proteger la vista de la luz del sol y otros que era para resaltar
los ojos.
Los periodistas intentaron entrevistar a varios guardianes talibanes,
pero los más jóvenes, unos muchachos de apenas 18 años,
lo prohibían. Aun así, otros talibanes accedían.
De repente surgió un talibán con un palo en la mano, agarró
del cuello al intérprete que traducía una entrevista, y
quería llevárselo aparte, cuando el que estaba siendo entrevistado
le dijo que no pasaba nada, que lo soltara. Entonces el talibán
del palo también tomó a éste del cuello, se enzarzaron
más talibanes y tuvieron que venir otros a separarlos. Así
que entre peleas y una nube de curiosos, la expedición de los periodistas
se despidió del territorio talibán. Espero volver
a verlos pronto por aquí, decía Nayibulá a
sus huéspedes.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.
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