Por Julián
Gorodischer
Chivi (o Silvina, o Rosario)
es una de las cinco sobrevivientes que todavía padecen el encierro
en la casa del Gran Hermano 2 y es, también, un curioso
caso televisivo. Encarnó, en medio del tumulto de personas comunes
sin el carisma de Tamara o Gastón de Gran Hermano,
una provocación al género del reality. Seleccionada como
modelo, anunciada como la bomba sexy del programa, engordó y parodió
su exceso de peso cuantas veces pudo. De objeto de deseo a clown, sin
escalas; de gancho para mirones a rareza en la pantalla. Chivi sacude
la panza (en un gag que se repite) y canta El Meneaíto.
Los otros cuatro Roberto, Córdoba, Gustavo y
el Paisa se divierten. Chivi se mira al espejo y murmura: Soy
un chancho. Ella vive allí sus últimos días
antes de que el público llame ya y elija al ganador de los 200
mil. Según el ranking de los más populares en Internet,
es la candidata al podio con más chances: fue echada una vez y
volvió fortalecida. La calladita se convirtió
en una chica de barrio, mal hablada y varonera, y mejoró su performance.
Entre los finalistas, solamente Chivi (ahora también la gordi
para algunos varones) logró tematizarse. La suya es una de esas
pocas veces en las cuales el reality habla del mundo. La nueva gorda se
queja del destino que se le viene encima a la salida: el desempleo. ¿Así,
quién me contrata?, se preguntó, a solas, imaginándose
panzona en un desfile.
Una vez, hace muy poco, la cámara la siguió durante media
hora mientras forzaba un jean hasta calzárselo. No desistía.
Las chicas aconsejaron: ¡Tendrías que estar cómoda!.
Su desesperación ante al pantalón fue uno de los picos emotivos
del último Gran Hermano, que por cierto
no abunda en escenas de dramatismo. Chivi se entrega a la euforia maníaca
del Meneaíto, pero siempre sobrevuela una melancolía.
Eras una mentira, le dijo Gustavo, recordando su ingreso a
la casa como modelito. Corte de escena, y mirada perdida.
Están a punto de cumplir un sueño (Córdoba,
en el confesionario).
El reality debería mantener hasta su final a un participante tipo.
Córdoba o Alejandra o la novia de la Argentina
tiene un sueño o misión que cumplir. Su estadía en
la casa es una epopeya que, a medida que acerca su culminación,
la vuelve más mística y agradecida. Se le llenan los ojos
de lágrimas y dice: Ni lo hubiera soñado. Córdoba
miró por televisión la salida de la casa de Tamara y Gastón
(nunca nombra al ganador, ella quiere llegar hasta el final, sólo
eso) y hoy se siente mejorada en su status social. ¿Por
qué yo?, se preguntó ante los otros esta semana, ya
conocida su condición de finalista, como si por primera vez se
sintiera señalada positivamente. De lo otro, de la estigmatización,
conoce demasiado: en una sesión de conversación en el living
confesó su karma de niñez: En la escuela me decían
negra africana. Y mostró la muñeca, una negrita, que
le regaló su mamá para darle fuerzas.
Córdoba fue persona totalmente exclusiva de su novio
dentro de la casa, Pablo (o muñeco o el loco),
hasta que a éste lo forzaron a una salida preventiva tras un delirio
místico. Ella custodia, todavía, sus pertenencias, convencida
de su fidelidad sin dudas. La buena novia no transgrede ni provoca (el
tono dominante en la final del Gran Hermano 1), sino que sintetiza
el espíritu de esta segunda parte: elogiar a las personas comunes,
que nunca cuestionan ni ejercen una crítica sobre sus propias vidas,
que perdonan y se enamoran fácilmente, y sobre todo
que convierten la experiencia televisiva en un sueño
o una aventura. Dirá, al salir, lo que otros ya convirtieron
antes en un lugar común del ex participante: Aprendí
a ser, Esto no es un juego, Ya no soy la misma.
No lo entiendo al negro, no confío (el Paisa, en la
cocina, hablando sobre Roberto).
El Paisa y Roberto, los nominados de esta semana, consiguen hacer un ingreso
de la periferia urbana al reality. El Paisa viene del campo; Roberto,
de una brutalidad iletrada que desconoce los pasos de la educación
formal. La casa los recibe porque ellos también son parte de la
Argentina, una parte ampliada que necesita su representación en
la vida en directo. Parecidos en el sentimiento de extranjería,
los dos se llevan muy mal, y revisitan una de las claves del género:
la riña. Uno dijo que, y el otro contesta con una crisis
depresiva. Los demás toman partido, y la casa se divide: los dos
van al banquillo, y que la gente decida.
Sin la polarización, todo sería demasiado estático
en esta final de pocos concursantes y, entonces, Gran Hermano
agradece el chusmerío. Para el Paisa, Roberto miente. Roberto cree
que el Paisa, por suplente, hablador y recién llegado, es un desubicado.
En el encierro, el enemigo se trivializa y concentra máximos repudios.
Ya no será lo mismo, dijo Roberto, enterado de la desconfianza.
Desde entonces, le cuesta levantarse por las mañanas.
Yo no voy a irte por atrás, vos me conocés, yo no
soy de ésos (Gustavo, en el jardín).
Dicen que en el gimnasio al que va el fierrero o Gustavo miran
el programa con una bandera gigante con su nombre inscripto, y le festejan
cada comentario. Esa gente del barrio de Caballito valora a su chico fiel,
el que nunca cambiaría ni por un millón. La virtud, en Gran
Hermano, implica una tríada de cualidades positivas: algún
tipo de orfandad (Gustavo no tiene madre), loas a las raíces (Gustavo
ama a su gente), un respeto por la vida sana (Gustavo es fiel a su gimnasio).
Como resultado de la combinatoria, Gustavo nunca fue nominado por sus
compañeros, y se acerca, confiado, a la revelación. Tenés
todo para ganar, le dijo La Negra (su novia durante
la estadía), y el fierrero puso cara de nada. Ostentar
no quedaría bien.
Gran Hermano, que una vez construyó la ejemplariedad
de Marcelo Corazza (ganador de la primera parte), ahora elige otro modelo
que observa las mismas variables tranquilizadoras: fidelidad a sus amores,
poca noche y mucho día, valoración de la familia como institución
fundamental y desprecio por el vividor y el reventado. Eso no lo
entiendo, dijo una vez Gustavo, en referencia a un conocido trasnochador,
y antes lo había dicho Marcelo, cuando vio a sus compañeros
toqueteándose debajo de la mesa. El editorial del canal familiero
se hace carne, y Solita dignifica: Así da gusto, mis valientes.
Más salidas
voluntarias
La producción insiste con recursos como decirles a los
participantes que el ciclo es un éxito o que acaba de morir
Robert De Niro y que le digan a la cámara sus impresiones,
pero Reality Reality sigue con su curso Titanic:
a los magros 2,6 puntos de rating que cosecha en Azul, el reality
de los actores debe sumar ahora el dudoso honor de ser el
primer exponente de su género en el que los participantes
no esperan a que el público decida, sino que se van solos.
Tras el nunca bien aclarado escándalo de Gisela Barreto (hubo
rumores que deslizaron que la famosa carta en la que tildaba de
villeros a sus compañeros fue también
sugerida por la producción), la semana pasada Fabián
Mazzei decidió armar sus valijas, abriendo un éxodo
que siguió con Alejandra Majluf, Pía Galiano y Gonzalo
Heredia. En El bar 2 (que promedia 6 puntos por América),
en tanto, también se acerca el tiempo de definiciones: anoche
se decidía quién acompañaría en el banquillo
a la psicóloga Viviana (quien últimamente, por sugerencias
externas o no, no pierde oportunidad de ponerse a bailar ligera
de ropas sobre las mesas), y con la expulsión de hoy solo
quedarán siete participantes de los catorce originales.
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