Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


“Interpretar es poder mirar de
manera distinta algunas obras”

La pianista Haydée Schvartz
es una de las intérpretes más destacadas de Argentina. El próximo domingo tocará en el Teatro Argentino.

Haydée Schvartz interpretará
obras de Cage, Berg y Debussy.
Grabó en Estados Unidos tangos
de compositores contemporáneos.

Por Diego Fischerman

Para algunos, ella es la pianista –esa suerte de Clara Schumann– de la ópera Liederkreis, de Gerardo Gandini. O la intregante y fundadora del Quinteto CEAMC (uno de los mejores grupos de cámara argentinos del momento). O la que grabó en Estados Unidos parte de una de la colecciones de obras más curiosas que existen: los tangos que Yvar Mikhashov encargó a una multitud de compositores contemporáneos, incluyendo nombres como John Cage o Conlon Nancarrow. Haydée Schvartz es, por supuesto, todas ellas. Y la aparente multiplicidad no es otra cosa que el resultado de un gusto musical incapaz de contentarse con las barricadas. Por eso en sus conciertos pueden coexistir la obra pianística de Alban Berg (incluyendo las piezas anteriores a su Opus 1) con Schubert o, como sucederá este domingo, con Debussy y Cage.
Capaz de un manejo exquisito del sonido y de un fraseo que une espíritu analítico y fluidez, Schvartz cree que la interpretación tiene que ver con “aportar una mirada nueva sobre ciertas obras”. Algo de eso sucede, en efecto, cuando toca a Debussy. El próximo 25, a las 17.30 y en la Sala Astor Piazzola del Teatro Argentino de La Plata (Calle 51 entre 9 y 10), hará los Preludios del Primer Libro junto a la Sonata Op. 1 de Alban Berg, In a Landscape, de Cage, y For Cornelius, de Alvin Curran. “Hace mucho que quería tocar la Sonata de Berg”, cuenta a Página/12. “Siempre sentí que era una obra de la que yo podía hacer otra lectura, diferente de las que había escuchado. Tenía necesidad de investigar alrededor de esa composición. Y como siempre me ocurre cuando algo se me pone en la mira, se convirtió en obsesión. Creo que llegué a la versión que a mí me gustaría tocar.” Esa versión, según la pianista, “se asienta en tomar ese tejido denso, permanentemente desbordante, que constituye la obra, y tratar de contenerlo. Hay que lograr que todo eso se escuche. La idea fue tomar esta composición como si se tratara de una gran obra de Bach. Abordarla como algo intemporal y absoluto”. En la conformación del programa, Schvartz tuvo en cuenta, además de su deseo de tocar también música de Debussy, el hecho de que los Preludios son casi contemporáneos de la Sonata de Berg. “Son dos mundos virtualmente opuestos –explica–, pero ambos reflejan un mismo espíritu de época y, aunque propongan soluciones muy distintas entre sí, responden a una misma serie de problemas estéticos.”

 


 

LA FILARMONICA INTERPRETO TRES OBRAS ARGENTINAS
La poesía, los sonidos y la furia

Por D. F.

Un programa armado sobre la base de tres composiciones argentinas es algo bastante inusual. Si de las tres dos corresponden a estrenos, ya es una verdadera rareza. La Filarmónica de Buenos Aires, cerrando un ciclo en el que se buscó dar un lugar de importancia a los repertorios menos transitados y a compositores y solistas locales, brindó un concierto excepcional. Las notables Variaciones concertantes de Alberto Ginastera, estrenadas en 1953 –en cuya interpretación se lucieron varios de los solistas de la orquesta, en particular las maderas y el clarinetista Mariano Rey–, abrieron el juego. Después vino el Concierto para violín y orquesta de Gerardo Gandini, dedicado a la solista que lo estrenó en esta ocasión, Haydée Seibert Francia (habitual concertino de la orquesta), y el Réquiem de Salvador Ranieri.
La composición de Gandini –con detalles de instrumentación de belleza sobrecogedora, un primer movimiento de genial melancolía y extraordinaria sutileza y un segundo en donde el eje se articula a partir del movimiento perpetuo– fue interpretada por la solista con compromiso y musicalidad. La orquesta, ajustada y precisa, respondió bien a las demandas dinámicas del director. La obra de Ranieri es, en realidad, una especie de Réquiem de guerra. No hay en esta obra, que cita en algunos momentos la Marcha Fúnebre que Chopin incluyó en una de sus sonatas para piano, nada de resignación. Más bien, el clima es de pelea, de auténtica violencia. Dedicado a su madre, este Réquiem abre con una grabación realizada 20 años antes de su muerte, en la que ella canta en dialecto calabrés. Otro texto en dialecto, cantado por el barítono (también grabado), desemboca en una vorágine en que las multitudinarias fuerzas requeridas son utilizadas con buen criterio. En el final, el coro de niños otorga a la obra, por primera vez, un cierto clima de paz.

 

PRINCIPAL