Por Susana Viau
e Irina Hauser
El funcionario, de espaldas
al ventanal desde el que se observa el río, sonrió, estiró
la mano y sacó un libro de entre los papeles acumulados sobre su
escritorio. Buscando con el cuerpo un haz de luz, se puso las gafas y
leyó:
He tenido mis momentos de debilidad. Pero jamás he permitido
que un niño juzgara a sus padres. Los niños son inútiles
y viven con nuestro consentimiento. ¿Le queda claro cómo
funciona esto?
El funcionario volvió a dejar Omertà, la novela de Mario
Puzo que mantiene allí, en su despacho, como la biblia de la construcción
de poder. El funcionario era uno más de la docena de consultados,
coincidentes en señalar que el fallo de la Corte Suprema debe leerse
por sobre todo como el fruto de una necesidad estratégica: la
preservación de la corporación política. Para
que el texto no permitiera abrigar dudas respecto de su sentido unívoco,
los encargados de ejercer pressing se fijaron un objetivo
máximo: alcanzar al menos siete votos de respaldo para que no pudiera
achacarse la decisión al color de la llamada mayoría
automática. El esfuerzo sólo redundó en una
cooptación, la de Augusto Belluscio, un hombre considerado vecino
del radicalismo.
El impacto de una resolución que exageró el tono crispado
y admonitorio, lo recibieron de lleno los integrantes de la familia judicial
quienes, tras tomar nota, echan suertes acerca de si el futuro los hallará
unidos o dominados. Más allá de sus efectos,
el proceso que condujo al pronunciamiento mixto, reveló
que la coincidencia bipartidaria se manifestaba en la composición
de todos sus actores; desde los ministros de la Corte, los jueces, los
lobbystas y hasta la procedencia de los defensores.
Falta y Resto
Hace rato que la Corte Suprema tenía garantizados los cinco votos
mínimos necesarios para liberar a Menem y a Yoma. Pero desde que
la Alianza asumió el Gobierno, en diciembre de 1999, al presidente
del máximo tribunal, Julio Nazareno, lo obsesiona una idea: no
quiere que se hable de que el bloque menemista, que integra junto con
Eduardo Moliné OConnor, Guillermo López, Adolfo Vázquez
y Antonio Boggiano, continúa en operaciones. El riojano pretende
que, al momento de resolver casos resonantes, se sume alguno de los ministros
de la vieja Corte nacida del gobierno de Raúl Alfonsín.
Augusto Belluscio no sólo se ha acoplado sino que es él
quien en los últimos tiempos redacta los votos que, al final, prosperan.
En la causa sobre la venta ilegal de armas, los cuatro capitaneados por
Nazareno aunque en realidad hay quienes sostienen que el auténtico
ideólogo es Moliné, cuñado de Anzorreguy y dotado
de más sutilezas que el presidente del cuerpo esperaban que,
al menos esta vez, la mayoría fuera de siete. Las esperanzas se
cifraban en Carlos Fayt, pero no lograron sumarlo para la emergencia.
Belluscio fue la pluma liberadora del ex presidente Carlos Menem y su
cuñado Emir Yoma. También fue su texto el que se pronunció
en el caso del ex titular del PAMI, Víctor Alderete. En ambos,
Belluscio usó una fórmula similar: fustigar con dureza inusitada
las resoluciones de los jueces que investigaron, procesaron y mandaron
a la cárcel a los ex funcionarios, acusados de delitos múltiples.
Con estas amenazas de la Corte, ¿quién va a ser el
guapo que se anime a procesar a nadie?, han repetido, palabras más
palabras menos, a este diario una decena de funcionarios judiciales que
se preguntan, con igual unanimidad, si la asociación ilícita
quedará confinada al Gordo Valor y a Sopapita. ¿Acaso
no se le aplicó a un juzgado, como en el caso de Hernán
Bernasconi?, recuerdan.
La tendencia que comenzó a vislumbrarse cuando la Corte tuvo entre
manos la causa de Alderete, cristalizó con el expediente de Yoma.
Todo parece indicar que los operadores menemistas que se acercaban a las
vocalías del alto tribunal lo hicieron casi por cumplido o para
monitorear ciertosdetalles del fallo que involucraban la prisión
del Jefe. Como parte de ese staff circularon algunos conocidos
de siempre, con los abogados Ricardo Klass y Rodolfo Barra a la cabeza.
Pero la gran sorpresa, que aparece en el relato tanto de abogados, funcionarios
de la Corte y empleados de los tribunales federales, fue el trabajo fino
de un puñado de radicales.
Ahí vuelven a coincidir las fuentes y se detienen en dos nombres
que se interesaron por la cuestión en los tribunales
inferiores, en especial la Sala II de la Cámara: Arnoldo Kleiner,
apoderado de la UCR y uno de los interlocutores con el Poder Judicial,
y Carlos Becerra, titular de la SIDE. Becerra trasladaba las inquietudes
de Eduardo Menem, de De La Rúa y de Alfonsín, dijeron
a Página/12 desde la secretaría y el radicalismo. La atención
que Alfonsín prestó al tema se habría traducido,
de acuerdo a ciertas versiones, en la puesta en acción de la línea
que tiene tendida con Belluscio. Los valedores de esta hipótesis
llaman en su auxilio las reiteradas opiniones del ex presidente respecto
lo que consideró una incorrecta aplicación de la figura
de asociación ilícita.
Los voceros de Alfonsín negaron su involucramiento en la causa.
De todas formas, tanto Kleiner como Becerra no estaban lejos de su radio
de influencia. El Gobierno no tiene ningún interés
en que Menem siga preso había sido, incluso, la frase que
con matices de descargo usó el ex ministro de Justicia Ricardo
Gil Lavedra, el jurista al que aún en círculos alfonsinistas
se considera autor de los argumentos del ex jefe de la UCR en torno a
la asociación ilícita. Se cuenta, asimismo,
que en el gobierno y antes de conocerse el fallo, la eventual libertad
de Menem era visualizada como un alivio. Un ex presidente preso
nos da una pésima imagen a nivel internacional.
Esas valoraciones habrían sido escuchadas en el entorno de Jorge
de la Rúa. En línea con tales expectativas, el ministerio
de Justicia evitó expedirse acerca de la solicitud de recusación
a Nazareno y a Adolfo Vázquez que reclamaron las diputadas Elisa
Carrió y Graciela Ocaña. Un dictamen interno concordante
con la postura de las legisladoras sufrió un intento de modificación
para, finalmente, trasladar la responsabilidad al procurador Ernesto Marcer,
cuya respuesta nunca llegaría a tiempo. En cuanto a la amistad
manifiesta de Nazareno y Vázquez, los expertos en temas de
Corte no se cansan de advertir que Nazareno nunca se excusó
con Carlos, sí siempre se excusó con Eduardo. Agregan,
a modo de justificación, que el riojano es Eduardo, Eduardo,
como si ese padrinazgo pudiera establecer alguna diferencia sobre el punto
en discusión. Como quiera que sea, la narración del nombramiento
de Nazareno en el tribunal ofrece aristas que hubieran hecho las delicias
de Carrió: (Carlos) Corach y (Eduardo) Bauzá no lo
querían como presidente. Es que el negro cuando lo
llamaban para tocarlo contestaba:
¿Vos estás seguro de que eso lo pide Carlos?
Y si algo no le cuadraba, levantaba el teléfono y lo aclaraba directamente:
Che, Carlos ¿Vos mandaste a pedir...?
Qué me importa tu
pasado
La impresión de quienes de uno u otro modo están vinculados
a las causas que se desarrollan en ese tribunal y en el fuero federal
es que las elecciones de octubre marcaron el punto de inflexión.
El recurso de Emir Yoma había llegado a la Corte y esta pidió
copia del expediente. La lenta y trabajosa duplicación de los 140
cuerpos no se correspondía con la urgencia del Supremo, que envió
una fotocopiadora ad hoc al juzgado federal de Jorge Urso. Como tampoco
ese ritmo satisfacía su premura, puso a disposición dos
funcionarios más. En Penal Económico, que había recibido
la orden impartida por los camaristas de la Sala B de indagar a los cuñados,
fijó fecha para el 16 y 17 de octubre y entre tanto se abocó,
para sorpresa de todos, a la cuestión de competencia. Las declaraciones
indicadas por la cámara configuraban una lista apreciable. Entre
ellas estaba Esteban Caselli. Speroni olvidó a Caselli y volvió
a postergar para el 7 de noviembre la indagatoria a las dos estrellas
de la causa. La nube de abogados que asiste a los detenidos VIP comenzó
a presentir que la tormenta se alejaba. Y esa nube de abogados tampoco
era monocolor: Emir, adjuntaba a Mariano Cúneo Libarona un abogado
de confianza del delarruismo, Zenón Ceballos, un letrado a quien
algunos funcionarios del fuero federal describen como de poca prédica
mientras que en otro extremo varios colegas suyos hablan de él
como uno de los mejores lobbystas. No sólo eso: señalan
que se trata de un hombre históricamente ligado a los radicales,
en especial a Juan Octavio Yuyo Gauna, que llevó las
defensas del ex legislador Juan Trilla, en la causa de los ñoquis
del viejo Concejo Deliberante porteño, y hasta la de los hijos
del presidente, Antonio y Aíto, acusados de arreglar los exámenes
con sus profesores de la facultad de Derecho. Ceballos es una persona
que tiene diálogo directo con el presidente, completan sus
conocidos, que también lo pintan cercano a Alfonsín. Es
cierto que, con igual fuerza se anota que la inclusión de Ceballos
buscó darle un perfil más serio a la defensa porque
Mariano está un poco quemado.
Quizá por pura coincidencia, el ex defensor de Menem Mariano Cavagna
Martínez es otra figuras de excelente llegada al radicalismo. Quienes
conocen su debut en la justicia indican que ocurrió cuando el peronista
Federico Robledo fue designado asesor de Alfonsín. Cavagna
era secretario de la corriente que lideraba Robledo en el PJ y cuando
se produjo una vacante en la Corte bonaerense sugirió su nombre.
En otros círculos prefieren pensar que Cavagna se enrola en la
defensa de Menem porque ya había incorporado a su estudio a Adolfo
Bagnasco y a Gustavo Literas, sindicados como cerebros del envenenado
pedido de autorización de Menem para salir del país. Una
triquiñuela, sospechan, para que Urso diera el paso en falso, denegando
la solicitud. Sobre el ex presidente no pesaba todavía ningún
procesamiento, si bien tomaba cuerpo la versión de que Cavagna
y Oscar Roger debieron convencerlo de no abordar un helicóptero
que lo sacaría del país. Urso se limitó a adelantar
la indagatoria.
La defensa del ex ministro Erman González, vista como una de las
mejores desde el punto de vista técnico y porque él
se preocupó mucho, estudió y la siguió de cerca,
incorporó al ex juez Fernando Archimbal, hoy muy cercano, dicen,
a Ricardo Gil Lavedra. La refutación de esas especulaciones se
basa en que Archimbal fue contabilizado desde siempre como propia
tropa de los hermanos Hugo y Jorge Anzorreguy. Nadie ignora, sin
embargo, que entre los Anzorreguy y Gil Lavedra hay antiguos y sólidos
puentes. Todos, ahora relajados, preparan las vacaciones de enero. La
feria también servirá para que jueces y fiscales federales
intenten cicatrizar las heridas. Y, por qué no, traten de ahuyentar
la pregunta del millón: ¿dónde está la treintena
de cañones desaparecidos del inventario?
Genio
y figura de uno de los ideólogos del fallo
En la Sala II de la Cámara
Federal se respira la sensación de que Raúl Alfonsín
no ha podido digerir todavía su decisión de dictar la nulidad
de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, sancionadas durante su
gobierno. El fallo dejaba entrever el proceso que llevó al ex presidente
a ceder espacios y claudicar ante la presión de los cuarteles.
A raíz de eso, en parte, se dio la combinación Alfonsín-Belluscio,
presumen allegados a la sala. Y agregan que nadie podrá sacarles
de la cabeza a Martín Irurzun, Horacio Cattani y Eduardo Luraschi
que hay varios mensajes concretos dirigidos a ellos en la resolución
de la Corte. Especialmente en el punto que compara las investigaciones
de jueces y fiscales contra funcionarios y ex funcionarios con la represión
ilegal. No es cuestión de satisfacer a la opinión
pública presentándose como adalides de la lucha contra la
corrupción administrativa sino de aplicar rigurosamente el ordenamiento
jurídico, cuestiona el fallo escrito por el juez Belluscio
y firmado por la mayoría de los supremos.
El paralelismo con la dictadura militar (demasiados problemas han
ocasionado a la República las represiones ilegales del pasado para
que ahora se intente la represión de los delitos contra la administración
o que perjudiquen el erario público por caminos aparentemente revestidos
de legalidad pero en definitiva ilegales) fue muy usado por Alberto
Kohan, Jorge Domínguez, y los hermanos Carlos y Eduardo Menem para
responder a quienes los investigan. Probablemente no sorprenda al que
recuerde lo que en 1987 Belluscio escribió en un memorándum
relacionado con una causa judicial, donde estaba en juego la restitución
de una hija de desaparecidos a su familia. Afirmó entonces que
los padres de la niña habían sido chupados y liquidados
y la devolución de las criaturas apropiadas era un prurito
teñido por un ánimo indeterminado de venganza. Acusaba,
además, al entonces juez federal de La Plata, Vicente Luis Bretal,
y al ex secretario de la Corte actual camarista platense Leopoldo
Schiffrin, de haber sometido a la chica a un lavado de cerebro
digno de un establecimiento psiquiátrico moscovita.
A mediados de este año, Belluscio apoyó con su firma y junto
a Julio Nazareno un borrador que impulsaba la liberación de Jorge
Rafael Videla declarando cosa juzgada la apropiación
de menores durante la dictadura. El proyecto tendía a favorecer
también a otros acusados por el mismo delito como Emilio Massera,
Jorge Tigre Acosta y Reynaldo Benito Bignone. Eduardo Moliné
se unió al binomio y se convirtió en la tercera rúbrica
del proyecto. Cuando el papel se hizo público los ministros postergaron
el tratamiento del caso, que aún sigue en suspenso.
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