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Por Martín
Piqué Ahí viene papá,
exclamaba Isabel (40), una vecina de La Rioja que no podía contener
sus nervios, el miércoles a la tarde. El sol caía por el
oeste, a la izquierda del hangar de la gobernación, y una multitud
esperaba detrás del alambre tejido que rodea al aeropuerto provincial.
El avión que traía a Carlos Menem estacionaba de costado.
Y un grupo de mujeres no paraba de gritar. Entre ellas Isabel, que repetía
una y otra vez la palabra papá. La escena, presenciada
por Página/12, resume con precisión el fenómeno que
desencadenó el regreso de Menem a la provincia. Papá volvió de viaje de negocios La frase de Isabel Ahí viene papá
adquiere más sentido cuando se recorre la ciudad. En los kioscos,
los diarios locales lo repiten en sus portadas: el servicio de salud está
virtualmente paralizado. Hace cuatro días que los hospitales no
atienden ni las guardias. Y muchos comercios no aceptan los bonos Lecop
que están recibiendo como pago los 33.000 empleados públicos
de la provincia. La crisis económica también se ve por los
televisores de los bares. En los canales de La Rioja un aviso aparece
en cada tanda. Explica que los bonos deben ser considerados como efectivo.
Por lo visto, hasta ahora no ha tenido mucho resultado. Te queremos, Carlos; te queremos En medio de esta situación, los riojanos le brindaron una multitudinaria recepción al ex presidente que dejó el gobierno con una tasa de desocupación de casi 18 por ciento. Pero el recibimiento parece expresar algo más que una adhesión política. Como si sintetizara toda una cuestión histórica y cultural. Carlos Menem es lo máximo que tiene la Argentina, sostiene Amparo (36), que tiene pegada en la remera una foto del susodicho junto a toda su familia. Nunca ha discriminado. De él no sale la soberbia. Lo que dice Amparo aparece a cada rato. En la relación entre Menem y sus comprovincianos se expresa una cuestión de orgullo local frente al centralismo porteño. Hay un vínculo afectivo muy fuerte, una cuestión cultural de caudillismos, caciquismos y paternalismo afirma la psicopedagoga Susana Goyochea. Además, Carlitos lo ejerce en una de sus modalidades, que es la identificación con el hombre común: comer un asadito, esa cosa espontánea que usa como herramienta demagógica. Como muestra basta un ejemplo: el jueves a la noche, en la cena de la Hostería Los Amigos, Menem saludó uno por uno a los 40 bonaerenses del Aguante que lo acompañaron durante más de cinco meses en la quinta de Don Torcuato. Y le sostenía el micrófono a los que querían dedicarle algunas palabras. La solución soy yo Pero mientras los riojanos se esperanzan con una mejoría económica en la provincia, Menem está puramente dedicado a su lanzamiento como candidato a presidente. A sus allegados ya les ha anticipado que la primera etapa consiste en recuperar el poder dentro del PJ: el próximo miércoles tratará de reasumir la presidencia del partido en un acto que tendrá muchas ausencias y no contará con un consenso mayoritario, ni mucho menos. Porque la pelea con Eduardo Duhalde está en su punto más álgido, y los gobernadores no quieren debilitarse con una confrontación que sienten ajena. Algunos, además, como confesaba un diputado menemista a Página/12, están apuntando al desgaste de Menem-Duhalde para después quedarse más fácil con todo. Según este legislador, si quiere volver a la Presidencia, el riojano tendrá que hacer una autocrítica y presentarse a través de sus propuestas. En esta nueva etapa hay que ubicarse. La gente no quiere de nuevo a los talibanes de Menem, explica, enigmático. Se refería, sin duda, a lo que llama la revisión del entorno. Sin embargo, los que conocen bien al ex presidente no creen que se pueda diferenciar mucho entre el Jefe y quienes lo rodean. |
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