Por Julio Nudler
Hay una razón elemental
que explica (o al menos ayuda a explicar) la quiebra de la Argentina:
se trata de la diferencia entre la tasa de interés que el país
o sus residentes cobran cuando invierten sus saldos líquidos afuera,
y la que pagan cuando se endeudan en el exterior. Esa brecha fue ahondándose
velozmente en los últimos años porque los dos términos
de la relación marcharon en direcciones opuestas. La tasa que los
argentinos pagan cuando toman un crédito, u obtienen financiación
colocando títulos, ha venido creciendo vertiginosamente, como muestra
la explosión del riesgo país. Esta sobretasa ronda hoy el
30 por ciento anual. Mientras tanto, la reducción de los tipos
de interés por Estados Unidos, hasta su actual nivel de 2 por ciento,
minimizó la renta de los fondos colocados afuera.
Sobre el volumen de los fondos que residentes argentinos mantienen en
el exterior sólo existen estimaciones, que además divergen
entre sí. Lo indudable es que esos capitales fugados crecieron
significativamente en los últimos doce meses, y que normalmente
están en negro. Según el cálculo oficial del balance
de pagos, en 1997 los argentinos ganaron intereses por 4600 millones de
dólares y pagaron 8800 millones. Pero esa relación se deterioró
rápidamente, y en el 2000 los intereses ganados fueron 6367 millones,
mientras que se pagaron 12.338 millones. En el primer semestre de 2001,
se obtuvieron 2877 millones, pero se pagaron 6163 millones.
La diferencia esencial que existe entre las dos hojas de esta tijera es
que los servicios de la deuda pública y privada se traducen en
remesas concretas de divisas, pero los intereses que devengan las colocaciones
de argentinos en el extranjero no son, salvo excepciones, ingresados al
país. La cuenta servicios del balance de pagos registra de la misma
manera intereses activos y pasivos, pero la renta financiera devengada
y no traída al país aparece en la cuenta capital como una
salida, ya que implica la acumulación de activos en el exterior.
De acuerdo a las normas impositivas, la renta financiera de fuente extranjera
(es decir, obtenida fuera del país) tributa Ganancias, a diferencia
de la interna, que está exenta. Pero eso si los dueños de
esos capitales salidos al exterior los tienen declarados, lo cual raramente
ocurre.
Supóngase por un momento que la Argentina adeuda U$S 150 mil millones
y que los argentinos poseen más allá de las fronteras una
cifra similar, presunciones que no se alejan demasiado de la realidad.
Si toda la plata que los residentes se llevaron del país estuviera
colocada en plazos fijos en la banca offshore, recibiendo hoy una tasa
del 2 por ciento, la renta ganada sumaría 3000 millones de dólares.
Por otra parte, si los argentinos debiesen renovar toda su deuda a las
tasas de mercado deberían hoy pagar un 35 por ciento, o 52.500
millones anuales. La potencial diferencia entre intereses ganados y pagados
es de unos 50 mil millones al año, a pesar de que el capital poseído
y el adeudado están igualados en monto.
La obvia imposibilidad de afrontar semejante abismo entre intereses activos
y pasivos explica el desalojo argentino del mercado de crédito
voluntario y la situación de default nacional. Se trata de la misma
cantidad de plata, pero con precios absolutamente diferentes según
pertenezca o sea adeudada por residentes argentinos. A esa brecha, cada
vez más ancha, se la llama riesgo. Hasta el dinero del Banco Central
se depreció tanto como activo financiero, por culpa de las sucesivas
decisiones bajistas de Alan Greenspan, que los opositores a la dolarización
han visto licuarse uno de sus argumentos: el denominado señoreaje.
Es decir, los intereses que gana Roque Maccarone invirtiendo las (declinantes)
reservas en el exterior. Como la dolarización implicaría
la desaparición de esas reservas, que serían entregadas
a los poseedores de pesos, el Central ya no podría extraerles jugo
alguno. Pero ya ahora sólo se les consigue exprimir unas gotas.
Hay quienes se preguntan por qué está el país en
bancarrota si los argentinos tienen allende los límites tantos
dólares como los que deben. Para esta paradoja hay dos respuestas.
Una es que los argentinos son una cosa y la Argentina otra. La segunda
es la mencionada arriba. Si el precio de mercado del dinero que está
en el haber coincidiera con el del que está en el debe, otro gallo
cantaría. Pero hoy la diferencia es de 17 a 1.
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