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Sin cirugía, sin medicinas, sin geriatras, y hasta sin pañales

El PAMI está paralizado, con servicios suspendidos. La mejor manera de conseguir medicamentos es con un recurso de amparo. Los gremios sospechan una maniobra para vaciar y privatizar.

El PAMI debe 450 millones y sufre suspensiones sistemáticas de sus servicios en clínicas.

Por Laura Vales

Los médicos de cabecera no atienden. Pacientes preparados para la cirugía fueron devueltos a su casa. Los psiquiátricos cortaron la atención ambulatoria. Geriatría no recibe más gente. Si se quiere conseguir un medicamento oncológico, lo más práctico es presentar un amparo a la Justicia, porque con el trámite ordinario ni siquiera se consiguen pañales. Este es el diagnóstico –el de un mapa de prestaciones desierto– que hacen sobre el PAMI en la Defensoría del Pueblo porteña.
¿Qué es lo que funciona con normalidad en la obra social de los jubilados? “Prácticamente nada”, dice Eugenio Semino, ombudsman de la Tercera Edad.
El Instituto le debe a los prestadores unos 450 millones de pesos. Con un atraso acumulado de hasta cinco meses en los pagos, las clínicas y sanatorios vienen suspendiendo uno tras otro sus servicios; el panorama se agravó especialmente a partir de octubre, pero cada semana hay novedades. En esta que terminó, quienes necesiten un tratamiento de diálisis pasaron a estar en serios problemas, porque los prestadores advirtieron que no tomarán nuevos casos.
Aunque en lo formal sea un ente autárquico y no estatal, el PAMI fue el primer organismo donde se comenzó aplicar el principio del déficit cero. Previa ley del Congreso, en enero del 2001 dejó de contar con el fondo de garantía del Estado, para pasar a depender exclusivamente de su recaudación, es decir de un ingreso que se compone del aporte de empleadores y trabajadores. El problema es que cada vez se recauda menos y la brecha entre lo que necesita el PAMI para mantener sus servicios y lo que efectivamente recibe ya parece imposible de salvar. En septiembre, apunta Semino, al Instituto ingresaron 150 millones cuando la previsión para su funcionamiento es de 200.
“Mi situación no es de las más graves, pero refleja lo que vivimos los jubilados todos los días”, cuenta Pedro Meyer. Beneficiario del PAMI, Meyer debía atenderse con el neumonólogo el 7 de noviembre. Le suspendieron el turno unas horas antes de salir para la clínica y desde entonces llama todas las semanas: todavía no consiguió que le dieran una nueva cita. Le pasó lo mismo con el urólogo y el reumatólogo. “¿Cuáles son mis posibilidades?”, preguntó la última vez que le avisaron que no fuera al consultorio. “Perspectivas siempre hay”, le contestó una secretaria, “pero por ahora acá sólo atienden urgencias”.
En los últimos tres meses, en la Defensoría se acumularon 1600 reclamos de este tipo, de gravedad diversa, motivados por la falta de atención o por la no entrega de medicamentos. Por cada caso que solucionan, calculan en el ente, hay otros 100 esperando.
Los gremios, como otras veces, adivinan detrás del desfinanciamiento intenciones privatizadoras. Para los sindicalistas, el PAMI es considerado el último gran negocio en pie después de las privatizaciones de la era menemista y aún en crisis sigue siendo el mayor financiador de servicios médicos del país. Con un mercado cautivo de cuatro millones de beneficiarios, cada año paga 25 millones de consultas y 350 transplantes, a la vez que compra medicamentos por 65 millones de dólares.
“Creemos que existe la voluntad de vaciar la obra social, de hacerla estallar para vencer las resistencias a que se privatice”, dice Margarita Todesca, de la Asociación de Trabajadores del Estado. “La intervención de Raúl Pistorio está tomando decisiones concretas en ese sentido. Mientras las clínicas suspenden sus servicios, por ejemplo, nuestra Guardia Médica –uno de los escasos sectores no tercerizados del PAMI– es la única que garantiza a los jubilados que tengan un lugar donde ir. Sin embargo, ahora quieren reducir costos achicando el presupuesto del área”. Los temores también están en sintonía con la vuelta al ruedo de proyectos con aires de desregulación, privatización e incluso provincialización del Instituto, que con cada crisis retoman nuevas fuerzas. Las propuestas que circulan en estos días son dos: la impulsada por el llamado grupo Bauen –donde revistan los prestadores más fuertes del sistema, que algunos vinculan con Luis Barrionuevo– que ofrece hacerse cargo de la deuda de la obra social a cambio de un control más directo sobre los fondos destinados al PAMI. Un segundo proyecto plantea la desregulación del sector, en un esquema según el cual cada jubilado dispondría de su cápita para afiliarse a la obra social que prefiera.
Como paso previo para que cualquier forma de traspaso a manos privada fuera verdaderamente rentable, el Instituto debería sacarse de encima las prestaciones sociales, es decir la asistencia a los jubilados más desprotegidos a través de alimentos y subsidios. En los últimos tres años hubo un par de intentos de traspasar ese paquete a Desarrollo Social, pero las protestas de los beneficiarios y la oposición de los legisladores que trabajan en el tema de la tercera edad lo impidió.
En el Congreso, precisamente, se acaba de aprobar una partida de asistencia especial de 160 millones para socorrer la finanzas del PAMI. La sanción fue recibida con alivio, pero como hasta ahora es huérfana del aval de Economía, el auxilio no pudo hacerse efectivo.

 

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