Por Alejandra Dandan
Desde
General Las Heras
Desde hacía horas venían
anunciándolo. El graffiti aún no aparecía. Faltaban
kilómetros para llegar al pueblo. La combi todavía debía
cruzar buena parte de esta meseta desértica que se va abriendo
en la punta más norte de Santa Cruz. Durante el viaje, el recuerdo
del graffiti que varios habían visto en el pueblo comenzó
a mezclarse con relatos de los suicidios. Las historias aparecían
como flashes, interrumpidos una y otra vez por el lazo tenso de una horca.
Los chicos del pueblo donde se detendría el viaje habían
usado sogas o un cinturón para matarse. En un año y medio
se suicidaron 22. Tenían entre 14 y 32 años. Al comienzo
se pensaron como decisiones personales. Cuando aumentaron se hicieron
parte de un fenómeno colectivo. Por eso aquella pintada donde se
leía Las Heras pueblo fantasma produjo tanto impacto.
Cuando Unicef conoció el lugar consideró la situación
alarmante. Fue convocada por el gobierno municipal para encontrar alguna
salida a ese pueblo rodeado sólo por pozos de petróleo.
La ola de suicidios terminó en enero de 2000, pero los intentos
no se detuvieron. Los 7400 habitantes viven con índices brutales
de desocupación, problemas extremos de violencia, deserción
escolar y alcoholismo. Unicef lleva un año trabajando ahí.
Convocó a Poder Ciudadano para llevar adelante un programa de resolución
de conflictos sin violencia desarrollado por la Universidad de Harvard.
La primera etapa de este plan ahora terminó. La combi viajaba para
cerrar el ciclo. El graffiti finalmente apareció cuando la camioneta
entró al pueblo. Estaba pintado de rojo sobre el frente de una
casa. Seguía intacto.
Son las once de la noche. No hay casas abiertas y las pocas luces parecen
luciérnagas dentro de un gran pozo. El pueblo es una gran mancha
plana que corta la meseta desértica. Nunca entendí
para qué se había hecho Las Heras comenta alguien
de aquí: nada de mar, nada de montañas. El único
accidente natural es un cerro seco. Es el punto más alto del pueblo,
el único punto donde el horizonte se detiene. El cerro impone un
límite, tal vez un fin: aquí lo llaman cerro Guacho.
Aunque el invierno ya pasó, la calle está vacía.
No hay nada abierto y los cigarrillos sólo se consiguen en dos
kioscos.
¿Vos querés saber dónde están los pibes
ahora? pregunta un hombre: en los cabarets, por no decirte
los night.
No es difícil dar con esos bares. Los hay a montones. La luz roja
sobre el frente sirve para identificarlos. En el registro oficial figuran
doce. Los otros están camuflados como salones de billar o pubs.
Son los únicos lugares abiertos y son los sitios donde una parte
de las mujeres del pueblo atiende a los que llegan cada año con
el petróleo.
El petróleo hizo aquí una historia propia. El pueblo se
fundó durante la Primera Guerra Mundial, pero se desarrolló
a fines de los 60 con la explotación de yacimientos en los Perales,
un paraje vecino donde YPF instaló su base operativa. La primera
fundación fue puro azar. Cuando comenzó la guerra en este
lugar de la Patagonia se construía el tendido para el tren que
enlazaría Puerto Deseado con Perito Moreno. La vía cruzaría
en línea recta la provincia, pero se detuvo acá: Inglaterra
había suspendido el envío de materiales y durante años
los obreros esperaron la reanudación de las obras. La vía
nunca se terminó: ellos se convirtieron en los primeros habitantes
de un pueblo paralizado durante los siguientes cuarenta años. El
cambio se notó más tarde: con YPF apareció el petróleo,
el trabajo y los hombres que llegaban y más tarde abandonaban el
paraje. Las Heras creció a partir de entonces y las consecuencias
fueron brutales.
Hoy hay más hombres que mujeres. Según el padrón,
ellos son 1500 más. En mayo la municipalidad hizo un censo. De
acuerdo con esos números, los pobladores transitorios son unos
1200. Son empleados, ingenieros y obreros del petróleo. Llegan
contratados por las empresas de servicios ligadas a Repsol. Permanecen
aquí por temporadas cortas. Algunos están de lunes a viernes,
otros durante tres o seis meses hasta que mantienen los contratos. Este
vaivén de pobladores es tan viejo como el petróleo, sin
embargo ahora las consecuencias son distintas. La privatización
de YPF funcionó como bisagra. Desde el 91, Repsol se hizo
cargo de la compañía y monitoreó a las contratistas.
La reducción de costos impuesta y el desarrollo de nueva tecnología
dejó afuera mano de obra local. Por algún motivo se contratan
más obreros de Comodoro Rivadavia, una ciudad ubicada a unos 220
kilómetros y donde Repsol tiene su sede administrativa.
Esta mano de obra que llega y se va resuena en todos los indicadores del
pueblo. Aún hoy el 70 por ciento vive del petróleo o vinculado
con esa actividad. Pero así viven sólo los activos: una
de cada cuatro personas de Las Heras no tiene trabajo.
Los suicidios comenzaron a mediados del 98. La crisis del petróleo
había empezado.
Los nombres de los muertos aparecen como recuerdos de familia. Cristina
Moreira tenía veinte años cuando se ahorcó. Se colgó
de la cucheta de su cuarto. El hijo de Carmen Carrizo tocaba en una bailanta.
Una noche cortó el cable de un poste de luz. Lo encontraron al
día siguiente, colgado del poste. También Claudio se suicidó,
en el galpón de la chacra. A las ocho y cinco del 12 de agosto
del 1999 una vecina corrió hasta la casa de los Williams para avisarles
que habían encontrado el cuerpo. Claudio no quería cumplir
más de 26, así se lo decía a su mamá. Murió
dos años antes. Pocos días antes de entrar al galpón
para atarse a una soga, se acercó a la cocina donde estaba su mamá
para hacerle una pregunta. Alba pelaba unas papas. Claudio quería
saber sobre el fin del mundo. Mirá dejate de pavadas se
rió Alba: ¿sabés cuándo llega el fin
del mundo?: cuando vos estás muerto.
Su familia vive en el barrio 2 de Abril. La calle no tiene nombre. Todo
aquí es demasiado chico para eso. Los barrios bastan para dar con
la casa de cualquiera. Los Williams llevan más de veinte años
en Las Heras: llegaron atraídos por el boom del petróleo.
El padre de Claudio consiguió trabajo en el campo donde los pozos
generan más empleos. Al año tenían casa y más
tarde algunas tierras. En la chacra ahora está el petiso que Claudio
le había regalado a su hermano más chico. Era un experto:
había aprendido a andar sin montura sobre el pelo de los caballos
más salvajes. Había aprendido a domarlos instruido por su
padre. Nunca quiso quedarse en el pueblo, por eso se escapaba todo el
tiempo. Las huidas eran los fines de semana, pero también cualquier
día. Las excusas siempre eran torneos, competencias de las que
volvía con todos esos premios que ahora ahogan la casa de su mamá.
Nadie sabe si proyectó el día del suicidio, pero es probable.
Claudio conocía a cada uno de los últimos muertos del pueblo.
No tenía un interés particular: aquí era imposible
no saberlo. Su amigo Choppe vivía en la casa de al lado. Cuando
Claudio habló del fin del mundo, hacía un mes que el Choppe
se había matado.
La casa del Choppe Méndez es la número 96. Su familia está
ahí desde hace 25 años; él tenía dos cuando
dejaron Pico Truncado. No había grandes planes para Las Heras.
Su padre ya era policía y lo destinaron a la única comisaría
del pueblo. Después del secundario, el Choppe empezó a dar
clases de natación. También le gustaba escaparse del pueblo.
Cada tanto lo hacía subido a su camioneta y en un viaje hacia la
cordillera. Algunas veces llevaba a su hermano más chico, otras
iba su novia, una vez, el último verano, fue con la familia completa.
Elsa sostiene una foto de ese verano. En el cuadro están todos,
también él.
¿Qué pasaba con los chicos
en ese momento?
La culpa la tenemos los papás: antes de ser de la policía,
yo fui portera y uno no le prestaba tanta atención. Yo veo ahora
a los chicos que buscan cosas para escaparse de la vida triste que llevan.
¿Por qué, no tienen proyectos?
No hay muchas cosas acá y cuando se rompe la calefacción
cierran la pileta por el frío.
Choppe murió meses después del viaje. Se pegó un
tiro con la pistola de su papá. La noticia llegó rápido
hasta la casa de al lado. Sabés una cosa má dijo
el domador de caballos salvajes: el Choppe está bien, de
verdad te digo: se fue al lugar donde quería irse.
Ninguna de las familias abandonó Las Heras. Algunas madres comenzaron
a reunirse poco tiempo después de los suicidios en un grupo llamado
Familias en duelo. La municipalidad activó una línea
telefónica para emergencias. El servicio funciona desde entonces,
durante todo el día, con voluntarios del pueblo. Hace unos días,
llamó la hermana de Claudio. Su madre no lo sabía. Se enteró
después, cuando alguien entró corriendo a su casa con la
noticia. Esta vez los datos eran distintos. Valeria estaba internada en
Comodoro.
No me di cuenta que tenía un cuadro depresivo.
¿Cómo sabe que el cuadro es depresivo?
Porque ya tuvo dos intentos de suicidio.
Bailan solas
Nadie ha construido un registro con los suicidios. Los chicos, los casos,
aparecen en boca de todos como historias sueltas. Existe cierta fruición
en los relatos. La lista de muertos, desordenada, va pintando lugares,
calles y la historia repetida de padres que no están o familias
disueltas. Entre esos murmullos aparece la historia del chico Vázquez,
así lo llaman, nadie ha recordado su nombre completo. El chico
Vázquez era portero de uno de los cabarets de esa zona roja extendida
por todo el pueblo. Vivía con otros hermanos, hijos de su mamá.
Se ahorcó un día cuando salía del cabaret. Murió
entre las cuatro y las cinco de la mañana. Lo encontraron colgado:
había armado una horca con una soga en la escalera de la casa.
En el 95 por ciento de los casos los suicidas usaron la horca como método.
El dato aparentemente sólo responde a una cuestión de contagio.
Una especialista asegura que si el primero hubiese usado un arma, probablemente
el resto la hubiese usado también. El primer muerto en esta ola
de suicidios fue Cristina Moreira, aquella chica que se ahorcó
colgada de un cinturón en su cama. Cristina tenía una característica
que aparece como constante en las historias del pueblo. Tenía veinte
años y era mamá soltera. Esta situación se repite
en el 45 por ciento de las mujeres y también en las más
chicas: entre ellas, un 15 por ciento son menores de 17 años.
La mayoría de mis amigos de treinta y pico ya son abuelos,
dice Jorge Díaz, uno de los arquitectos del pueblo. Pamela podría
ser su nieta. Camina con una amiga en el patio del recreo, en la escuela
64. Van tomadas del brazo pero alguien desde adelante les dan un empujón.
Como en el Gran Hermano dice: acá hay que divertirse
haciendo peleas.
Nunca han ido al cine porque en el pueblo no hay. Su familia es de General
Sarmiento y Río Mayo, llegaron al pueblo cuando ella nació.
Desde hace algunos meses, el padre de Pamela no tiene trabajo. La mamá
es portera en la escuela.
¿Y vos qué querés ser cuando seas grande?
Profesora de gimnasia dice: eso si puedo.
Ninguna de sus amigas preguntan por qué lo ha dicho así.
En el pueblo hay un solo secundario y otro colegio de adultos: Calculá
propone ahora José Luis Martinelli, el intendente del lugar,
de 80 chicos si 10 estudian es mucho. Para estudiar hay que dejar
Las Heras. El traslado no sólo se hace difícil por la crisis
económica. La mayor parte de los compañeros de escuela de
Pamela tienen dificultades serias de aprendizaje. Y esto es por
el medio social: hay desintegración de la familia. Por una miniencuesta
supimos que el 52 por ciento de los padres estaba desocupado o subocupado,
asegura Cristina, directora del colegio donde ahora mismo un recreo repentino
alborota todo el patio.
Pamela sigue con las amigas pero ahora buscan hablarle al grabador. Nadie
se los ha pedido. Pero algo de ese mecanismo parece seducirlas.
Pamela: Acá no hay nada. No hay ningún lado para ir: el
parque está más aburrido...
Jessica: O sea que acá no hay lo que puede haber en Buenos Aires,
donde te podés ir a divertir a los parques más grandes.
P.: Los domingos es más aburrido. No hay ni cines.
J.: Hay matinée ahora. Bailes. Para los chicos.
P.: Pero es para el que le gusta bailar, para el que no le gusta no. Hay
una plaza nada más.
¿Pero una digresión por curiosidad...
qué tiene la plaza?
Nada, solamente un regadero: te puede mojar cuando hace calor, lo
único que hay.
Los edificios más populares son las iglesias. Las Heras tiene la
misma cantidad de iglesias que de escuelas. Antes de terminar el mes de
mayo, la municipalidad hizo su censo. Entre las diez escuelas hay cuatro
primarias, un solo secundario y un colegio de adultos. Entre las diez
iglesias hay una católica. El resto son evangélicas atendidas
por los 45 pastores del pueblo. En el pueblo no hay comisario. La comisaría
está sin su jefe desde que fue designado. Algunos cuentan que ha
rechazado el puesto: el pueblo tiene demasiados problemas para un solo
comisario.
EL
ROL QUE CUMPLE PODER CIUDADANO
Entrenando negociadores
Poder Ciudadano
fue convocado por Unicef para trabajar en Las Heras. Era necesario generar
alguna alternativa de participación entre los grupos más
golpeados por situación de apatía y ausencia de proyectos.
En marzo, las coordinadoras del Programa Jóvenes Negociadores (PIN)
empezaron a trabajar con un grupo de maestros y referentes barriales para
capacitar a 500 chicos a lo largo del año. Ellos se entrenarían
para resolver conflictos sin violencia.
El programa había sido implementado en algunas escuelas del conurbano
y por esos resultados Unicef los convocó en Las Heras. El trabajo
se hizo en base a un programa hecho por la Universidad de Harvard pero
con un monitoreo más profundo que consiguió en el país
multiplicar los resultados que dio en los Estados Unidos. Parte de esos
resultados se vieron el lunes pasado. El presidente de Poder Ciudadano,
el ex fiscal Luis Moreno Ocampo, fue hasta Las Heras porque aquellos 500
chicos acaban de recibirse como Negociadores.
El resultado del PIN quedó demostrado el día del acto cuando
los chicos mostraron los resultados de los casos que fueron
resolviendo durante estos meses en los que se prepararon como negociadores.
En la sala, dos de ellos recrearon la escena vivida entre uno de los alumnos
y su papá que había decidido no mandarlo más a la
escuela. El motivo, cuentan, era demasiado cotidiano: lo necesitaban en
el negocio familiar. Provisto con las herramientas y técnicas aprendidas
en el curso el joven llevó adelante una negociación
con su padre y al cabo de una charla consiguió el permiso para
volver a la escuela. A los chicos se les está cambiando la
vida, dijo Moreno Ocampo cuando escuchó esta historia. Ni
siquiera él supo el final de todo esto. Entre los que recrearon
aquella situación no estaba aquel joven. La decisión fue
tomada para protegerlo. Sin embargo, ahí estaba Quique Méndez.
Hacía de hijo en la obra. Quique es el hermano de uno de los chicos
que se mató durante la ola de suicidios. Ahora también es
uno de los entrenados no sólo como negociadores sino para darle
al menos algo más de movimiento al pueblo
LA
EVALUACION DE UNICEF SOBRE LA SITUACION
Los índices eran alarmantes
Hace dos años
ya, José Luis Martinelli preparba su campaña como intendente
por la Alianza. Le encargó a una consultora de Chubut un estudio
en Las Heras. Empezaban a repetirse los casos de suicidios en el pueblo.
Con esos resultados, un año después llegó hasta Unicef.
El organismo conoció así una de las situaciones más
críticas del país.
Tres consultores se trasladaron a Las Heras y llevaron adelante talleres
de trabajo con referentes barriales de todos los sectores. Todos estaban
dispuestos a encarar un proyecto de salida para la sensación de
sin sentido que aparecía entre los jóvenes. Esos frentes
estaban fragmentados. Unicef convocó entonces a Poder Ciudadano
para trabajar ahí. Elena Duro fue una de las que estuvo a cargo
de la evaluación. Es consultora de Unicef para Educación
y Erradicación del Trabajo Infantil. Regresó varias veces
a Las Heras. Leyó esa realidad en el contexto local pero también
como un síntoma de la crisis social de país que cruza la
educación, las familias, la economía. Encontró índices
alarmantes. Aquí intenta explicar causas y modos para
desactivar este volcán patagónico.
¿Cuál fue el diagnóstico de Unicef en el pueblo?
Los índices eran alarmantes por la cantidad de población:
tenían problemas de deserción escolar, repitencia, alcoholismo,
drogadicción, violencia familiar y embarazo adolescente. El tipo
de conflictos tiene que ver con el petróleo: es muy arduo para
el grupo familiar, y no sólo para el jefe de familia. Durante meses
no cuentan con el padre y en el vínculo se observa la generación
de situaciones de violencia. Esto desde las empresas no se trata con ninguna
contención.
La falta de proyectos entre los adolescentes es hasta ahora uno
de los datos más fuertes del pueblo.
Y en esto la educación juega un rol fundamental. Esto es
un problema en todo el país: el 30 por ciento no está dentro
del sistema educativo y un 35 por ciento tiene más edad que la
de su nivel. Los indicadores son importantes porque la relación
de ingreso, escolarización, rendimiento escolar y situación
laboral del adolescente es directamente proporcional: a menor ingresos
familiar, mayor trabajo adolescente, mayor historia de repitencia o deserción.
A nivel provincial es similar: las provincias con mayor presupuesto destinado
al sistema educativo y por lo tanto mayor costo de alumno obtienen mejores
resultados.
Todo hace pensar que nada de esto funcionó bien Las Heras.
Acá la precarización laboral, con padres sin trabajo
y subsidiados, el clima inhóspito y la ausencia de actividades
culturales inciden en la oferta educativa al convertirse en sin sentido
para la adolescencia; es alarmante. Por eso se necesitaban líneas
de trabajo para movilizar a toda la comunidad y como los chicos se socializan
en las escuelas el trabajo ahí es fundamental para lograr inclusión
social a través de distintos canales de participación. Al
no haber participación hay un déficit de sentido del adolescente
con la escuela y el sistema educativo.
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