Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


UNA MUJER ACOSADA SEXUALMENTE EN
SU TRABAJO CUENTA EL INFIERNO QUE VIVIO
“Entré sana y zme enfermaron”

Hoy se conmemora el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer. Aquí, el relato de una mujer que sufrió el acoso sexual, una de las formas de violencia más común contra la mujer. Un caso que derivó en un fallo inédito de la Justicia.

Reclamo: “Espero que mi
enfermedad sirva para algo. Que diputados y senadores se den cuenta
de que es necesaria una ley para que ninguna otra mujer se enferme”.

Mónica Plaut logró una sentencia sin precedentes: debe pagar tanto el acosador como la empresa.

Por Mariana Carbajal

Mónica Plaut fue acosada sexualmente por el jefe de seguridad del hotel Alvear, de quien ella dependía. Denunció la situación ante las autoridades del hotel, convencida de que echarían al agresor o, al menos, la cambiarían a ella de sector. Pero no sólo el acosador siguió en su puesto y Mónica a sus órdenes, sino que a ella le iniciaron una “persecución laboral” que terminó perturbándola psíquicamente y la obligó a iniciar un tratamiento psiquiátrico –que hoy continúa– y a dejar de trabajar. “Entré sana y me enfermaron”, dice, con los ojos llorosos. Sin salud y sin empleo, decidió buscar un resarcimiento económico en la Justicia. Después de una lucha de seis años y aunque todavía no existe en el país una legislación que ampare a las víctimas de acoso sexual en el ámbito privado, Mónica consiguió un fallo sin precedentes: la Cámara Civil porteña condenó a su jefe y al hotel Alvear a pagarle una indemnización de 18.600 pesos más intereses por el daño que sufrió. Ahora, Mónica va por más: está batallando por la sanción de una ley en el Congreso. Aquí, por primera vez cuenta a un diario su odisea.
Mónica vive en el barrio de Almagro con su esposo. Cuando empieza a recordar, el cuerpo le transpira como cada vez que habla del tema. Antes, se toma un tranquilizante. Ahora le redujeron la medicación y le bajaron la dosis porque está embarazada. “Si por estas pastillas que no puedo dejar de tomar mi bebé nace con algún problema, voy a abrir la boca y contar todo lo que vi en el Alvear”, amenaza.
Es que Mónica, de 39 años, estuvo a cargo del control del circuito cerrado de televisión del hotel durante el apogeo del menemismo, cuando el Alvear funcionaba como centro de reunión del ex presidente y sus amigos. Mónica tenía asignada la tarea de observar entre las 23 y las 6 de la mañana –su horario laboral– cien pantallas correspondientes a otras tantas cámaras ocultas distribuidas en el hotel. Precisamente, en la habitación donde estaban los monitores empezó a sufrir el acoso sexual de parte del jefe de Seguridad, Carlos Romero, según quedó probado en el fallo de los jueces Hernán Daray y Gladys Alvarez, de la Sala M de la Cámara Civil. La sentencia, inédita en el país porque corresponsabiliza al acosador y a la empresa –por no haber hecho nada para evitar el hostigamiento–, fue firmada el 5 de junio último. El Alvear apeló, pero la Cámara le rechazó el recurso. El hotel, entonces, presentó un recurso de queja ante la Corte Suprema, que todavía no se expidió.

Al sótano

Romero comenzó a acosar a Mónica en julio de 1995, casi un año después de que ella ingresara en el Alvear. “Yo tenía diez vigiladores a cargo y por encima mío estaba el encargado de seguridad, que a su vez respondía a Romero. Durante un año jamás tuve problemas con ellos. Pero un día Romero empezó a venir al cuarto donde yo trabajaba para invitarme a salir. Ni siquiera era su horario laboral, porque él entraba a la mañana y se iba a la tarde temprano y yo estaba a la noche. Pero igual se aparecía. Otras veces me llamaba por teléfono y me decía que se estaba masturbando: ‘Mirá lo que tengo que hacer porque no querés salir conmigo’, me decía. Una vez, incluso, me llamó y se escuchaban risas de mujer y me dijo que acababa de hacer el amor, que tenía que recurrir a otras mujeres porque yo me negaba a sus invitaciones. Otro día me empezó a acariciar el pelo y a presionarme la cabeza hacia abajo como para que le hiciera sexo oral. Ese fue mi límite”, recordó Mónica. Esa misma madrugada, cuando terminó su turno, le dejó una carta al gerente de Seguridad del hotel –de apellido Domínguez, de quien dependía Romero–, en la que le pidió una entrevista.
“Al día siguiente, Domínguez me atendió –siguió Mónica–. Le expliqué la situación y me dijo que en un par de semanas la resolvería porque se estaba yendo de viaje. Yo estaba nerviosa, pero segura de que iba a poder conservar el trabajo. Suponía que me iban a cambiar de sector. Pero esa misma noche, cuando me presento, mi superior inmediato me dice que por orden de Romero mi puesto ya no era mío: ‘Tenés que ir al sótano’, me anunció.” La tarea en el sótano consistía en controlar la salida de las bolsas de basura que se llevaba Manliba. “Tenía que revisar los tachos para ver que ningún empleado se hubiera guardado algún objeto de valor para llevárselo”, detalló. El sótano fue el primer destino que le asignaron en el marco de una persecución laboral que quedó probada en el juicio por daños y perjuicios que le inició al Alvear. En la causa, el imputado nunca se presentó a declarar y el hotel buscó ensuciar la figura de la denunciante mostrándola, a través de la declaración de testigos –la mayoría personal jerárquico de la empresa–, como “provocadora”.

La necesidad

En el marco de la persecución laboral, a Mónica le fueron encomendando distintas tareas que nunca antes había desempeñado. Tuvo que vigilar el lobby del hotel de pie durante siete horas –con zapatos de tacos altos–, sin poder abandonar su puesto ni siquiera para ir al baño, cuando el reglamento establece 15 minutos de descanso cada dos horas y una hora para el refrigerio, según contó a este diario. “Para ese entonces, Domínguez, el gerente de Seguridad, ya había regresado de su viaje y no hacía nada.” La impotencia de Mónica crecía a la par de sus nervios. Un gerente de otro sector, confidencialmente, le advirtió: “Mirá que el hilo se corta por lo más delgado”, y le reveló que otra empleada del mismo sector que de un día para otro había dejado de trabajar, había sufrido el mismo problema que ella. Esa otra mujer, también víctima del acoso sexual, declaró como testigo de Mónica en el juicio.
“El acoso sexual te perturba psicológicamente, pero la persecución laboral te afecta físicamente. Empecé a tener trastornos digestivos, dolores musculares, en la columna. Estaba cada vez más nerviosa. Necesitaba el trabajo y no sabía qué hacer”, recordó Mónica. Por momentos, durante el relato, se quiebra y los ojos se le enrojecen. Toma aire y continúa. A esa altura había puesto al tanto de sus padecimientos a la delegada gremial, Clelia Macedo –que hoy continúa desempeñando la misma función–, que trató de interceder por ella ante la gerenta general del Alvear para que se ocuparan de la situación. Macedo también declaró en el juicio y su testimonio fue fundamental para probar que el hotel estaba al tanto del sufrimiento de Mónica y no sólo no hizo nada para ponerle fin, sino que le iniciaron la persecución laboral.

“El acoso me destruyó”

Mientras duró esa persecución, Mónica tuvo una crisis de nervios y se desmayó en dos oportunidades. La enviaron a atenderse a una clínica psiquiátrica de la obra social, donde le mandaron diez días de licencia y le prescribieron medicación. Después de esa licencia no volvió más a trabajar. “Cada vez que tenía que reincorporarme me descomponía y pedía médico. Lloraba y no quería ir. El sentir que no tenía el apoyo de las autoridades jerárquicas del hotel me destruyó. Es terrible ir a trabajar y no saber cómo te van a amedrentar, adónde te van a destinar. Es una situación intolerable”, continuó Mónica. Le diagnostican depresión. “La medicación que tomaba me tumbaba y me pasaba todo el día tirada en la cama. Me agarró fobia y no podía salir a la calle.” Así pasaron varios meses hasta que pidió un año de licencia sin goce de sueldo. Cuando se le terminó, se encontró en la siguiente situación: “No me daban el alta. No me echaban. Yo no renunciaba y estaba enferma, con la impotencia de que Romero seguía trabajando”. El acosador recién fue desvinculado del hotel hace pocos meses, después que salió el fallo de la Cámara Civil, cuando Mónica fue a un programa de TV y denunció que el hotel todavía no le había pagado la indemnización y Romero seguía como jefe de Seguridad.
El acoso y la persecución laboral afectaron a Mónica psíquicamente, al punto de que intentó suicidarse cuando en primera instancia su reclamo indemnizatorio fue rechazado. El informe del Cuerpo Médico Forense determinó que Mónica desarrolló un cuadro depresivo “con manifestación fóbica que acentúa los rasgos de su personalidad previa”, como reacción ante “la pérdida laboral y la eventual discriminación”. Su reacción no fue excepcional. En el fallo, los camaristas citan a Martínez Vivot, autor del libro Acoso sexual en las relaciones laborales. Según menciona Martínez Vivot, “estudios realizados en mujeres que han sufrido un acoso sexual acreditan que éste ha dejado secuelas en muchas de ellas. En general, se advierte que padecen formas graves de tensión, ansiedad, cansancio y depresión, debiendo someterse a tratamientos, particularmente psicológicos, para superar tales males”.
A Mónica los médicos le dijeron que necesita un par de años de tratamiento para recuperarse. “El acoso a mí me destruyó –dice–. Si prorrateo el dinero que me pagaron por los seis años de lucha y la medicación que tuve que comprar, salgo perdiendo. Espero que mi enfermedad sirva para algo. Que los diputados y senadores se den cuenta de que es necesaria una ley para que ninguna otra mujer se enferme.”

 

PRINCIPAL