Por Mariana Carbajal
Mónica Plaut fue acosada
sexualmente por el jefe de seguridad del hotel Alvear, de quien ella dependía.
Denunció la situación ante las autoridades del hotel, convencida
de que echarían al agresor o, al menos, la cambiarían a
ella de sector. Pero no sólo el acosador siguió en su puesto
y Mónica a sus órdenes, sino que a ella le iniciaron una
“persecución laboral” que terminó perturbándola
psíquicamente y la obligó a iniciar un tratamiento psiquiátrico
–que hoy continúa– y a dejar de trabajar. “Entré
sana y me enfermaron”, dice, con los ojos llorosos. Sin salud y sin
empleo, decidió buscar un resarcimiento económico en la
Justicia. Después de una lucha de seis años y aunque todavía
no existe en el país una legislación que ampare a las víctimas
de acoso sexual en el ámbito privado, Mónica consiguió
un fallo sin precedentes: la Cámara Civil porteña condenó
a su jefe y al hotel Alvear a pagarle una indemnización de 18.600
pesos más intereses por el daño que sufrió. Ahora,
Mónica va por más: está batallando por la sanción
de una ley en el Congreso. Aquí, por primera vez cuenta a un diario
su odisea.
Mónica vive en el barrio de Almagro con su esposo. Cuando empieza
a recordar, el cuerpo le transpira como cada vez que habla del tema. Antes,
se toma un tranquilizante. Ahora le redujeron la medicación y le
bajaron la dosis porque está embarazada. “Si por estas pastillas
que no puedo dejar de tomar mi bebé nace con algún problema,
voy a abrir la boca y contar todo lo que vi en el Alvear”, amenaza.
Es que Mónica, de 39 años, estuvo a cargo del control del
circuito cerrado de televisión del hotel durante el apogeo del
menemismo, cuando el Alvear funcionaba como centro de reunión del
ex presidente y sus amigos. Mónica tenía asignada la tarea
de observar entre las 23 y las 6 de la mañana –su horario
laboral– cien pantallas correspondientes a otras tantas cámaras
ocultas distribuidas en el hotel. Precisamente, en la habitación
donde estaban los monitores empezó a sufrir el acoso sexual de
parte del jefe de Seguridad, Carlos Romero, según quedó
probado en el fallo de los jueces Hernán Daray y Gladys Alvarez,
de la Sala M de la Cámara Civil. La sentencia, inédita en
el país porque corresponsabiliza al acosador y a la empresa –por
no haber hecho nada para evitar el hostigamiento–, fue firmada el
5 de junio último. El Alvear apeló, pero la Cámara
le rechazó el recurso. El hotel, entonces, presentó un recurso
de queja ante la Corte Suprema, que todavía no se expidió.
Al sótano
Romero comenzó a acosar a Mónica en julio de 1995, casi
un año después de que ella ingresara en el Alvear. “Yo
tenía diez vigiladores a cargo y por encima mío estaba el
encargado de seguridad, que a su vez respondía a Romero. Durante
un año jamás tuve problemas con ellos. Pero un día
Romero empezó a venir al cuarto donde yo trabajaba para invitarme
a salir. Ni siquiera era su horario laboral, porque él entraba
a la mañana y se iba a la tarde temprano y yo estaba a la noche.
Pero igual se aparecía. Otras veces me llamaba por teléfono
y me decía que se estaba masturbando: ‘Mirá lo que
tengo que hacer porque no querés salir conmigo’, me decía.
Una vez, incluso, me llamó y se escuchaban risas de mujer y me
dijo que acababa de hacer el amor, que tenía que recurrir a otras
mujeres porque yo me negaba a sus invitaciones. Otro día me empezó
a acariciar el pelo y a presionarme la cabeza hacia abajo como para que
le hiciera sexo oral. Ese fue mi límite”, recordó Mónica.
Esa misma madrugada, cuando terminó su turno, le dejó una
carta al gerente de Seguridad del hotel –de apellido Domínguez,
de quien dependía Romero–, en la que le pidió una entrevista.
“Al día siguiente, Domínguez me atendió –siguió
Mónica–. Le expliqué la situación y me dijo
que en un par de semanas la resolvería porque se estaba yendo de
viaje. Yo estaba nerviosa, pero segura de que iba a poder conservar el
trabajo. Suponía que me iban a cambiar de sector. Pero esa misma
noche, cuando me presento, mi superior inmediato me dice que por orden
de Romero mi puesto ya no era mío: ‘Tenés que ir al
sótano’, me anunció.” La tarea en el sótano
consistía en controlar la salida de las bolsas de basura que se
llevaba Manliba. “Tenía que revisar los tachos para ver que
ningún empleado se hubiera guardado algún objeto de valor
para llevárselo”, detalló. El sótano fue el
primer destino que le asignaron en el marco de una persecución
laboral que quedó probada en el juicio por daños y perjuicios
que le inició al Alvear. En la causa, el imputado nunca se presentó
a declarar y el hotel buscó ensuciar la figura de la denunciante
mostrándola, a través de la declaración de testigos
–la mayoría personal jerárquico de la empresa–,
como “provocadora”.
La necesidad
En el marco de la persecución laboral, a Mónica le fueron
encomendando distintas tareas que nunca antes había desempeñado.
Tuvo que vigilar el lobby del hotel de pie durante siete horas –con
zapatos de tacos altos–, sin poder abandonar su puesto ni siquiera
para ir al baño, cuando el reglamento establece 15 minutos de descanso
cada dos horas y una hora para el refrigerio, según contó
a este diario. “Para ese entonces, Domínguez, el gerente de
Seguridad, ya había regresado de su viaje y no hacía nada.”
La impotencia de Mónica crecía a la par de sus nervios.
Un gerente de otro sector, confidencialmente, le advirtió: “Mirá
que el hilo se corta por lo más delgado”, y le reveló
que otra empleada del mismo sector que de un día para otro había
dejado de trabajar, había sufrido el mismo problema que ella. Esa
otra mujer, también víctima del acoso sexual, declaró
como testigo de Mónica en el juicio.
“El acoso sexual te perturba psicológicamente, pero la persecución
laboral te afecta físicamente. Empecé a tener trastornos
digestivos, dolores musculares, en la columna. Estaba cada vez más
nerviosa. Necesitaba el trabajo y no sabía qué hacer”,
recordó Mónica. Por momentos, durante el relato, se quiebra
y los ojos se le enrojecen. Toma aire y continúa. A esa altura
había puesto al tanto de sus padecimientos a la delegada gremial,
Clelia Macedo –que hoy continúa desempeñando la misma
función–, que trató de interceder por ella ante la
gerenta general del Alvear para que se ocuparan de la situación.
Macedo también declaró en el juicio y su testimonio fue
fundamental para probar que el hotel estaba al tanto del sufrimiento de
Mónica y no sólo no hizo nada para ponerle fin, sino que
le iniciaron la persecución laboral.
“El acoso me destruyó”
Mientras duró esa persecución, Mónica tuvo una crisis
de nervios y se desmayó en dos oportunidades. La enviaron a atenderse
a una clínica psiquiátrica de la obra social, donde le mandaron
diez días de licencia y le prescribieron medicación. Después
de esa licencia no volvió más a trabajar. “Cada vez
que tenía que reincorporarme me descomponía y pedía
médico. Lloraba y no quería ir. El sentir que no tenía
el apoyo de las autoridades jerárquicas del hotel me destruyó.
Es terrible ir a trabajar y no saber cómo te van a amedrentar,
adónde te van a destinar. Es una situación intolerable”,
continuó Mónica. Le diagnostican depresión. “La
medicación que tomaba me tumbaba y me pasaba todo el día
tirada en la cama. Me agarró fobia y no podía salir a la
calle.” Así pasaron varios meses hasta que pidió un
año de licencia sin goce de sueldo. Cuando se le terminó,
se encontró en la siguiente situación: “No me daban
el alta. No me echaban. Yo no renunciaba y estaba enferma, con la impotencia
de que Romero seguía trabajando”. El acosador recién
fue desvinculado del hotel hace pocos meses, después que salió
el fallo de la Cámara Civil, cuando Mónica fue a un programa
de TV y denunció que el hotel todavía no le había
pagado la indemnización y Romero seguía como jefe de Seguridad.
El acoso y la persecución laboral afectaron a Mónica psíquicamente,
al punto de que intentó suicidarse cuando en primera instancia
su reclamo indemnizatorio fue rechazado. El informe del Cuerpo Médico
Forense determinó que Mónica desarrolló un cuadro
depresivo “con manifestación fóbica que acentúa
los rasgos de su personalidad previa”, como reacción ante
“la pérdida laboral y la eventual discriminación”.
Su reacción no fue excepcional. En el fallo, los camaristas citan
a Martínez Vivot, autor del libro Acoso sexual en las relaciones
laborales. Según menciona Martínez Vivot, “estudios
realizados en mujeres que han sufrido un acoso sexual acreditan que éste
ha dejado secuelas en muchas de ellas. En general, se advierte que padecen
formas graves de tensión, ansiedad, cansancio y depresión,
debiendo someterse a tratamientos, particularmente psicológicos,
para superar tales males”.
A Mónica los médicos le dijeron que necesita un par de años
de tratamiento para recuperarse. “El acoso a mí me destruyó
–dice–. Si prorrateo el dinero que me pagaron por los seis años
de lucha y la medicación que tuve que comprar, salgo perdiendo.
Espero que mi enfermedad sirva para algo. Que los diputados y senadores
se den cuenta de que es necesaria una ley para que ninguna otra mujer
se enferme.”
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