Por Juan Sasturain
Desde Tokio
Los trenes, los rieles, tienen
algo de poco pudorosos, de sonda que se introduce en intimidades y posibilita
perspectivas al fisgón interesado, accesos a las trastiendas de
las casas desprevenidas, de las sociedades enteras vistas por la retaguardia.
Desde el tren se suelen ver los patios traseros, se suele pasar veloz
y furtivo por ventanas abiertas, por costumbres privadas. Cuando está
de visita, uno no sólo ve sino mira, mira todo el tiempo; como
en el maravilloso, sorprendente Japón no se puede hacer otra extraña
cosa que jugar y vivir de visitante, el mirador privilegiado del tren
que da a la vida cotidiana, permite el ejercicio impune, la tentación
de espiar. Y a diferencia de lo que sucede en otras circunstancias, espiar
en Japón ellos lo hacen todo el tiempo, entre párpados
es casi una forma de la reticente cortesía que impregna todo, pule
todo como una lija fina.
Así como este desviado especial que va a ver el entrenamiento de
Boca en las instalaciones del Yokohama Marinos no se priva de mirarlo
todo desde el tren. Está saturado de signos, repletos de imágenes
callejeras en que los textos garabateados, impresos, enmarcados en las
paredes o en los papeles de los diarios o en las pantallas reventadas
de colores son un dibujo más, pero igual mira, como un vicio oriental
más difícil de erradicar que el opio del maestro De Quincey.
Y a cierta altura del viaje que supone es una crítica coyuntural
de hallazgo o extravío, el desviado especial y sus compañeros
verifican asomados y con alivio, que por una vez no deberán encarar
la ímproba e inútil tarea de preguntar algo: el estadio
que será mundialista finalista dentro de poco más de medio
año, el del Yokohama Marinos, está ahí.
Lo difícil, lo imposible, sería no verlo. Inmenso, desproporcionado
plato volador de una película de ciencia ficción de los
cincuenta, depositado, aterrizado en medio de las casitas bajas de ese
suburbio al sur de Tokio que es como un Adrogué para Buenos Aires.
Y eso ahí no tiene nada que ver. Durante todo el amable viaje bajo
el sol y el cielo transparente de una mañana de otoño, el
desviado no ha visto un solo baldío, un solo espacio vacío
pese a correr hacia suburbios en que la saturación poblacional
va bajando en densidad de estación en estación. No ha visto
picar una pelota ni la ha visto abandonada en un rincón del patio
de una casa ni en el ángulo de una plaza. No ha visto a chicos
jugando a la pelota, ni arcos precarios dibujados en una pared, esbozados
con dos palos mal clavados en el piso. La primera cancha de fútbol
que ve desde el tren es un estadio para casi 70 mil personas: y es como
si hubiera encontrado un teatro, una ópera, el Colón, digamos.
Y no debería extrañarle que no haya visto, a lo largo del
viaje, a gente representando o intentando pas de deux o cantando arias
en la calle...
El fútbol, en Japón, tiene ese tipo de relación con
la vida de la (mayoría) de la gente: algo, un espectáculo
que se va a ver a veces a lugares específicos y que
está a cargo de intérpretes especializados. No es un juego
que motive a la emulación infantil ni a la pasión del hincha,
aunque el desviado ha visto algunas camisetas callejeras en adultos y
ningún niño uniformado de ilusión e identidad futbolera.
Estos pibes a diferencia del despierto dormilón Valdano,
de millones de pibes en el mundo no tienen sueños de fútbol.
Otras pelotitas y otras destrezas les copan el imaginario, les roban las
ilusiones.
El desviado y sus compañeros que caminan hacia el Yokohama que
asoma por todas partes y hace fondo imprevisto como el monte Fuji en una
de las cien visiones del inspirado Okusai descubren por fin un espacio
libre entre casitas de juguete (no electrónico) japonés.
A dos cuadras apenas de la mole de cemento gracias,
Zavatarelli camino del estadio como puede ser el acceso entre callecitas
barriales de San Martín llegando a Chacarita, aparece el proverbial,
el mítico, el esperado baldío. No más decincuenta
por setenta parejitos, con los límites de la calle y un talud,
es el espacio privilegiado para la expansión futbolera elemental:
como aquellos terrenos de la Casa Amarilla (a.M.: antes de Macri) que
permitían patear entre cascotes y con arcos de bolsos y pulóveres
a la sombra motivadora de una próxima, accesible, soñadora
Bombonera.
Y sin embargo... En ese espacio señalado para la práctica
salvaje del picado formador, la mano japonesa ha sido más rápida
que el pie. La industriosa y ecológica salud primereó en
el pique a la pelota que no llegó a picar: hay una huerta. Una
huerta prolija, encarrilada de repollos de un verde tan parejito, aunque
un poco más oscuro que el del césped impecable en el que
Boca, apenas detrás de ese talud y a la sombra del empinado cemento
gracias Pedro Valdez del Yokohama, se prepara para parar a
los por ahora invisibles alemanes. Repollos. Repollos enfilados ocupando
el único lugar disponible para cultivar otro tipos de cosas, un
semillero metafórico, no tan literal pero más creativo a
la hora de producir reproducir, en el caso japonés
eso que se llama fútbol.
El desviado especial bordea la huerta, se asoma al entrenamiento y a las
obras que no cesan en los alrededores del estadio que será ámbito
de la final del mundo y se convence de que el diestro, admirable Nakata,
es un caso excepcional, nacido ése sí literalmente
de un repollo. De uno de esos, probablemente. Porque para que crezca el
fútbol no se trata de una cuestión de climas o de regadíos
ni de ponerle una guía al tronquito. Hace falta algo de descontrol,
espontaneidad, espacio y tiempo libre abandono a las sensaciones del juego
y una pelota.
Y repentinamente el desviado especial se da cuenta de que en Tokio, que
usa la calle hasta la saturación de los espacios, sólo faltan
dos cosas sueltas, circulantes por naturaleza: no se ven ni un perro ni
una pelota.
EFFENBERG,
LESIONADO, NO JUEGA
Xeneizes con más ventaja
Boca recibió ayer otra
buena noticia que le permite aguardar con mucha tranquilidad la final
Intercontinental. En el encuentro que el Bayern Munich igualó 0-0
con el Nuremberg por la Bundesliga, el capitán Stefan Effenberg
sufrió una lesión en los aductores que le impedirá
viajar a Japón con el resto de sus compañeros. Además,
el delantero Alexander Zickler padece un fuerte cuadro gripal, por lo
que su presencia también está en duda. Mientras tanto, Carlos
Bianchi continúa probando el esquema tradicional con cuatro defensores,
lo que le aseguraría un lugar entre los titulares a Walter Gaitán.
En un encuentro que según el técnico Ottmar Hitzfeld le
iba a servir para ganar ritmo de juego debido a su larga inactividad,
Effenberg sufrió una nueva lesión que le demandará
diez días de recuperación. El conductor del Bayern apenas
pudo jugar 45 minutos y luego fue reemplazado por el croata Nico Kovac.
La baja de Effenberg se suma a la del bosnio Hasan Salihamidzic, que se
rompió los ligamentos el martes pasado, y a la del paraguayo Roque
Santa Cruz, que ya estaba descartado con la misma lesión. Además,
los volantes Jens Jeremies y Mehmet Scholl siguen con su proceso de rehabilitación,
por lo que tampoco estarán disponibles.
Pero más allá de las bajas, la confianza de Boca también
se ve reforzada por el nivel que mostró el Bayern en sus últimos
compromisos. Ayer, si bien utilizó algunos suplentes, apenas igualó
en Munich 0-0 con el recién ascendido Nuremberg, que marcha penúltimo
en la Bundesliga, y quedó a cuatro puntos del Bayer Leverkusen,
el único líder. Para colmo, el goleador peruano Claudio
Pizarro desperdició un penal en la primera etapa.
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