Por Alejandra Dandan
Todo tiene que ir despacio porque la pronunciación se complica: la mujer acaba de presentarse como especialista en mu-ñe-que-ría. Y no sólo eso, Cristina Lucchetti es además instructora en la materia para toda Sudamérica. Sus muñecas forman parte ahora de una de las exposiciones más originales que han aparecido en Buenos Aires. La muestra tiene 40 stands como parte de un recorrido por la memoria histórica de la ciudad. A lo largo de la calle Balcarce, los expositores presentan un paseo por el túnel del tiempo: hay artesanos dedicados al trabajo con vitrales, luthiers, restauradores de cúpulas o encuadernadores antiguos. Estarán ahí los domingos hasta el 12 de diciembre, cuando finalice ese espacio que el gobierno porteño ha llamado de Artes y Oficios.
No fue fácil reunirlos, pero tampoco encontrarlos: los conocedores de estos oficios antiguos suelen estar escondidos en sus talleres. Las técnicas se preservan y custodian aún como secreto de familia. En algunos casos, unos pocos maestros eligen a los discípulos que irán formando durante años. Por eso, las cosas que se muestran huelen a un tiempo pasado: siguen latentes pero están ocultas en algunos rincones de la ciudad.
�Muchas actividades de estas agonizan por la falta de demanda. Pero lo que se necesita es la conexión entre la oferta y la demanda.� Esta es una de las hipótesis centrales con las que Silvia Fajre, a cargo de la Subsecretaría de Patrimonio Histórico, decidió llevar adelante esta muestra que no tiene características de feria sino de exposición.
Algunos de los cuarenta artesanos que estuvieron ayer inaugurando la muestra estarán también el próximo domingo. Otros no porque irán dejando espacio a quienes han quedado afuera. A lo largo del mes habrán pasado 100 artesanos y restauradores que guardan la historia cultural de la ciudad. El espacio permanecerá en el circuito Balcarce-Chile, uno de los cuatro que componen el casco histórico de Buenos Aires donde hasta hace muy poco estuvo metiendo manos Roberto Passanisi, un arquitecto parecido a Gepeto que muestra algunas fotos de sus trabajos.
Las imágenes de la restauración de la fachada del edificio de La Prensa, en Avda. de Mayo al 500. Ahora muestra a quienes lo rodean un herraje idéntico a los que tenía ese edificio cuando se construyó, en 1880. Esa sola pieza basta para conocer las manías de los viejos porteños, que también les temían a los ladrones.
�¿Y ahora quién se interesa por estas cosas?
�En realidad, desde hace unos diez o quince años, la pequeña burguesía y la nueva burguesía que ha hecho viajes al exterior es la más interesada en estos trabajos.
En el recorrido aparecen un fabricante de cientos de barriletes o restauradores de maderas. Y luego la dueña de las muñecas. Allí conocerán a Estela, a Celeste y durante un rato podrán entretenerse con Peter y Heidi. Son parte del mundo de los muñecos de Cristina Lucchetti.
�Ay sí, mirala �propone un visitante frente a la pequeña Celeste�: ¡¡si parece que está viva!!
Sin saberlo han dado con la clave: Celeste es una muñeca moderna y por eso se hace con �el máximo de realidad�, dice la experta. Cristina hace muñecas de porcelana antiguas y modernas. �Las antiguas se hacen respetando las técnicas de fabricación del momento y las modernas se hacen lo más reales posibles�, termina de explicar diferenciando las nuevas de aquellas otras alemanas de fines del siglo XIX. Las alemanas eran las preferidas de la alta sociedad porteña durante aquellos años. �No había producción nacional: las importadas se usaban para demostrar el status de las familias.�
Ahora ni siquiera por status este mercado tiene salida. Como varios de los artesanos de la muestra, Cristina se sostiene dando clases y haciendo cursos, y no con las venta. Las muñecas antiguas cuestan de 500 pesos paraarriba. Para muchos la opción es hacerlas: bastan 150 dólares para tener una.
�El problema acá siempre fue el mismo �considera la especialista�: en Argentina siempre se asoció muñeca con juguetes.
Los juguetes ahora han quedado por ahí.
Los libros de la AMIA
�Mis maestros se llevaron los secretos a la tumba.� En el `42, Luisa Cues de Meilich fue discípula de los últimos maestros franceses y rumanos de encuadernación y restauración de libros antiguos. Los conoció cuando sólo era ama de casa y buscaba algún antídoto contra el aburrimiento. No suponía entonces que muchos años más tarde trabajaría recuperando cientos de miles de páginas que habían quedado aprisionadas en la biblioteca de la AMIA.
Durante dos años, Meilinch estuvo mano a mano con los rastros del atentado. Cuando concluyó, había logrado salvar el 70 por ciento de la biblioteca. En esos meses de trabajo siguió los mandatos de un legado que había aprendido hacía años: �Restaurar no es arreglar �explica�, ni hacer de cuenta que no pasó nada. Conservar un libro es mantener también viva su historia.� Durante toda la tarde, Meilich no pudo guardase nada. Contrariando a sus maestros, habló con cada visitante de sus secretos: dónde ubicar las bibliotecas, cómo ventilarlas e iluminarlas para evitar �enfermedades� a esos libros que ella no puede dejar de ver como cuerpos perpetuamente vivos. |
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