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OPINION
Psicoanálisis de la cotorrita
Por Augusto Boal

La cotorrita es un animal más chico que el papagayo y con menor capacidad oratoria. Aún hoy, hombres andan por las calles, en ciudades del interior brasileño, con un organito y una cotorrita en las manos; la gente viene y, pagando dos centavos o tres bananas, gana el derecho de descubrir su destino: la cotorrita, con su pico, saca, de una caja, un papelito donde está escrita la interpretación de un sueño, la promesa de la felicidad eterna y con muchos hijos, o la explicación de la vida. Se usa la expresión �psicoanálisis de la cotorrita� cuando una persona, por oír decir, ofrece una interpretación cabal de hechos que desconoce. Por ejemplo, cuando se me acusa de haber organizado una reunión de teatristas brasileros en Río de Janeiro para agradecer al FMI y a la Fundación Ford lo que ellos hicieron por el teatro brasilero, esa es una mentira cruel, grosera y perversa. Yo niego, por supuesto. Entonces, la cotorrita hace su rápido diagnóstico prêt-à-porter y determina que yo sufro de una crisis moral, o que tengo un problema arterial. Como prueba de sus calumnias, habla ya ahora, no más de un encuentro que habría organizado yo mismo, sino que de una conferencia tricontinental, idealizada por un ex alumno mío, el profesor Paul Heritage de la London University, y organizada por el British Council, con el apoyo de la Fundación Ford, bajo el título �Mudanza de escena: teatro y desarrollo�. La acusación y la prueba no tienen nada en común. Nada que ver. 
Esta conferencia se hizo en tres años consecutivos: en el Barbican Theatre de Londres, en Recife y en Río de Janeiro. Yo �como centenas de otros invitados, y no como organizador del evento, como se ha falsamente escrito� participé de los tres, en compañía de gente de teatro de Africa y del Reino Unido, donde muchos grupos de teatro trabajan con los Sin Techo (Cardboard Citizen), los handicapped (Mind the Gap), las mujeres violentadas (Them Wifies), etc., utilizando las técnicas del Teatro del Oprimido. Durante días, hicimos reuniones de trabajo intenso, y no sesiones laudatorias. En el evento de Río, en 1999, me encontré con grupos brasileños y con trabajadores de teatro de Burkina Faso, Kenia, Uganda, Mozambique y del Reino Unido. Yo no abrí ni cerré ningún encuentro, como se ha proclamado, pero me acuerdo de mi violento diálogo con representantes del gobierno brasileño a quienes acusé de, con sus leyes de privatización,asesinar el arte brasileño. Transformar este debate de rara violencia en agradecimiento, no es una actitud digna. Además de gratuita.
Es lamentable y triste que Argentina y Brasil, tan cercanos en geografía, estén tan alejados en el teatro. Casi nada se conoce en un país sobre lo que se hace en el otro. Yo, afortunadamente, entre los artistas brasileros, soy uno de los que más conocen los argentinos. En 1966, estuve en Buenos Aires, invitado por el IFT, donde puse en escena Lope de Vega y Maquiavelo. Volviendo a Brasil, traje conmigo Los próximos de Gorostiza y La granada de Rodolfo Walsh, que hice montar en mi Teatro de Arena de San Pablo. Textos de Dragún y Cossa fueron también muy útiles en nuestro Laboratorio de Interpretación.
Volví a Buenos Aires en el 1971 con Zumbi y con el Teatro Periodístico. Regresando a Brasil, fui preso, torturado y, por decreto militar, expulsado de mi país. Elegí la Argentina como mi segunda patria. Hice Tío Patilludo, en el cual ya denunciaba el FMI y su canibalismo económico. Dirigí una obra que escribí en la prisión, Torquemada, en la cual denunciaba los asesinatos en las cárceles políticas brasileñas. Vinieron los militares y tuve que irme a Europa, pero sin olvidarme de los autores argentinos: en el Schauspielhaus de Nuremberg puse en escena La Malasangre. Griselda Gambaro la escribió pensando en una dictadura argentina pero, por metáfora, hablaba también del nazismo alemán. En el Schauspielhaus de Graz, Austria, puse en escena Nada a Pehuajó, de Cortázar, que tuvo que cambiar su título porque los austríacos eran incapaces de pronunciar Pehuajó. Julio me dio a elegir y, aunque me guste el vino de Cafayate, preferí Calingasta, por razones fonéticas. Todos esos montajes fueron hechos en teatros frecuentados por burgueses y subvencionados por el Estado burgués: en Europa, en países imperialistas; en Brasil, como la Argentina, país sometido a ese imperialismo. ¿Debería yo rehusarme a hacer esos montajes? Estoy seguro de que los espectadores que llenaron nuestros teatros estarán de acuerdo conmigo y con esos autores argentinos �no hay que olvidarse de que ellos me permitieron montar sus obras en tales condiciones profesionales, en tales teatros y para tales públicos�.
Sé que los sueños sueños son, pero me gustaría invitar a mis colegas argentinos a venir a Porto Alegre, del 31 de enero al 5 febrero, y participar del Forum Social Mundial, en donde todos los días vamos a mostrar espectáculos que estamos preparando con siete grupos de campesinos del Movimento dos Trabalhadores Sem Terra-MST. Este amplio trabajo no es subvencionado por nadie y, por supuesto, nadie recibe ningún sueldo, militantes que somos del movimiento antiglobalización. San Pablo queda lejos, yo sé, pero sueño con invitar a los argentinos a venir el 12 de diciembre al Monumento de América latina asistir al cierre del trabajo que hicimos este año en 32 presidios, con más de 4000 presidiarios. Este proyecto fue subvencionado por el People�s Palace Projects de Londres.
Me gustaría seguir hablando con los lectores de Página/12, pero me encuentro esta semana en París, trabajando intensamente con el Centre du Théâtre de l�Opprimé, que es financiado (¡muy poco, debo decirlo!) por el gobierno francés, que tiene un presidente de derecha y un primer ministro de izquierda. ¿Puedo?


 

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