Acostumbramientos
Por Antonio Dal Masetto |
La conversación de esta noche gira alrededor de las costumbres, la posibilidad o la imposibilidad de acostumbrarse a ciertos cambios.
�La verdad que cuando el médico me prohibió el azúcar, pensé que nunca me acostumbraría al sabor metálico del edulcorante. Y sin embargo acá estoy, recontra acostumbrado, contento y feliz tomando mi cafecito con sacarina.
�A mí me prohibieron la sal, por la presión, y no sólo me acostumbré sino que empecé a descubrirles nuevos sabores a los alimentos.
�A mi mujer se le ocurrió comprar un colchón nuevo, de resortes; las primeras noches creí que me moría, no pegué un ojo, después me fui acostumbrando y ahora no lo cambio por nada. El hombre es un animalito de costumbre.
�¿Hay límites para el acostumbramiento? �dice un parroquiano que hasta el momento había escuchado atentamente y sin decir palabra�. Lo que yo me pregunto es hasta dónde se puede llegar con el acostumbramiento.
�¿Qué quiere decir con límites? No es una cuestión de límites. Uno se acostumbra y chau. ¿A qué viene esa duda?
�El tema es que yo vivo con seis mujeres, mi esposa, mi suegra y mis cuatro hijas. Más las estadías esporádicas de mis dos hijas del matrimonio anterior. En esos períodos el género femenino asciende a ocho representantes. Y, con cierta licencia, se podrían agregar la perra y la gata. Así que tuve que ir acostumbrándome a algunas variantes. A lo primero que me acostumbré es a hacer pis sentado. Cada vez que iba al baño tenía que levantar la tabla del inodoro. Me cansé. Así que ahora me bajo los pantalones y me siento. Un día, la perra, jugando, me destrozó las pantuflas y como había varias dando vueltas empecé a usar unas rosadas con pompón; nadie las reclamó, quedaron para mí y me acostumbré. Me engripé, fiebre alta, transpiración, tanto dar vueltas en la cama el pijama quedó hecho hilachas, con mi mujer tenemos más o menos la misma talla, me dio uno de los de ella, me acostumbré y lo seguí usando. Nunca le había dado bola a las plantas, los únicos vegetales que me interesaban eran los que sirven para hacer las ensaladas, ahora ando cuidando los potus, los helechos y los geranios. En casa todas hacen dieta, todo diet, yogur y quesos descremados, galletitas sin grasa, gaseosas bajas calorías, tallarines de gluten, milanesa de soja, pan de salvado, nada de manteca, nada de fritos. Yo soy flaco, toda la vida morfé como un león, pero de tanto encontrarme con esas cosas en la heladera al final me acostumbré a la dieta. Antes iba a cortarme el pelo a una peluquería que me quedaba un poco lejos, un sábado vino la peluquera que atiende a todas las mujeres y me dijo: �¿No quiere que le corte a usted también?�. Métale, le dije. Y me acostumbré.
�Debo decirle que lo que contó hasta ahora es bastante normal. Somos bichos de costumbre.
�Cuando me baño, uso una gorra de plástico, mientras tanto me lavo la ropa interior y después la cuelgo de la canilla, lo mismo que hacen ellas.
�Está bien, se acostumbró a la prolijidad femenina.
�El otro día apareció una laucha en el living, yo normalmente en una situación así agarro un zapato y la reviento. ¿Saben qué hice? Me subí a una silla igual que las mujeres. Y ahí nos quedamos hasta que la laucha se cansó y se fue.
�Es comprensible, actuó como todo el mundo, acuérdese del viejo dicho: �Si estás en Roma, haz como los romanos�.
�Tienen razón, creo que está todo bien, no me quejo, cuestión de costumbres, como dicen ustedes, sin embargo hay algo que me está empezando a preocupar un poco, y es el cambio de voz, tengo la impresión de que cuando estoy en casa se me aflauta la voz, se me afina, no sé, cada vez más aguda, algo así. Es lo único que no me convence en este asunto del acostumbramiento.
�Ese es un detalle menor, deje de pitar esos mentolados de porquería que está fumando, largue ese guindado asqueroso que está tomando, fúmese unos buenos toscanos, déle tupido al aguardiente, empiece a insultar como un colectivero, no se olvide de desayunar todos los días con un par de cabezas de ajo, y el problemita de la voz no lo va a joder más.
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