Página/12
en Japón
Por Juan Sasturain
Desde Tokio
Ya es tarde para hablar de la previa al partido. Los azares diarios y los husos horarios a contramano del sol han querido que el desviado especial esté escribiendo este texto en la medianoche japonesa del lunes al martes, mientras en Buenos Aires ese mismo lunes se pone la servilleta para almorzar. Además, el desviado sabe que prácticamente nadie leerá este texto antes de que el partido se juegue, pues mañana �piensa hoy y el lector debe leer �hoy�� es de esos días en que se ve el partido o la pelea antes de leer los diarios, y si es posible en la cama. Al menos el primer tiempo. Después hay que desayunar mientras uno se viste en el descanso, muchas veces, el segundo tiempo se termina viendo en la calle asomándose en los bares. Luego, si el resultado no duele, se lo mira entero en diferido por la noche.
Esta noche aquí, la previa, ha sido la oportunidad elegida por el benigno otoño de Tokio para desarreglarse, avisar que además de ofrecer las hojitas de los más sutiles colores en los parques y jardines alevosamente japoneses, también tiene entre sus obligaciones dar de comer y de vivir a los prolíficos fabricantes de paraguas. Llovió. Poquito, un amague corto que coincidió exactamente con el comienzo del picado -parecieron más que un siete contra siete� con que el entrenador Hitzfeld llenó de corridas y toques sin llegar al gol la mitad exacta del estadio Nacional de Tokio limpio y bien iluminado. De lo que el desviado alcanzó a ver, instalado por necesidades climáticas en un lugar en el que jamás incurriría �el banco de suplentes�, lo que más se destacaban eran las risotadas del ropero Jancker y la velocidad del inglesito Hargreaves, además de Oliver Kahn, claro, imponente dueño del arco, un cara y un lomo de personaje de historieta inolvidable. Al ratito nomás se fueron. En el camino, Paulo Sergio y Elber, Lizarazu y el peruano Pizarro fueron los obvios elegidos por el idioma accesible. Dijeron que llegan bien, que no importa que hayan caído a Tokio sólo 36 horas antes, que los compromisos, que las ojeras no significan nada. Los reconocimientos de campo con jugadores en tránsito tienen esa cosa: son reconocidos, no tienen nada que decir.
Precisamente, para no decir nada y mostrar los escuditos y la marca del organizador, se inventaron las conferencias de prensa posteriores al reconocimiento y previas al partido. Es una obligación y se nota. Por lo menos en las de boxeo los morochos usuales amagan pegarse, se muestran los dientes y el puño, tratan de parecerse a Alí al menos en algo y nadie les cree. En las futboleras tampoco nadie les cree, pero los evasivos lugares comunes son más evasivos e inútiles.
Ni Effenberg, ni Tarnat ni Zickler, que se quedaron en Europa, y sólo lo justo para ahorrarse boletos, cumplir con el reglamento y no excederse de equipaje trajo el anguloso Ottmar Hitzfeld. Al desviado le hubiera gustado tenerlo a Ariel Greco o algún (raro) colega que hablase un poco o mucho alemán para entender algo más que lo que la traducción simultánea de una simpática señora japonesa adosada al trío germano (Hitzfeld, Kahn y uno de traje que ordenaba) sentado de frente a un par de centenares de periodistas, que ofrecían versión libre. Cuando un inglés le preguntó qué sabía de Boca, Hitzfeld habló tres minutos, nombró a Riquelme, a Barros Schelotto, a Delgado, a Córdoba. La japonesa eligió a Riquelme y sólo a él, en el diseño de su elegante y sucinto bagaje verbal. Pero seguro que dijo que lo respetaba. Esa es la palabra: respetar los contratos, respetar al rival, respetar al público. Los alemanes agradecieron estar ahí y respetuosamente se fueron. Les tiraron unos aplausitos.
A Bianchi ni eso. Estuvo sentado antes y solo, pues Boca hizo el reconocimiento de campo de mañana, contra los deseos de la organizaciónque los quería tener a todos juntos, sucesivos a la noche. Sonriente pero no distendido, correcto pero un poco a la defensiva, no se cuidó en ningún momento de demostrar que si estaba ahí era por obligación. Que dentro de sus márgenes hacía lo que quería y lo mejor con su tiempo y sus jugadores (los dejó descansando en el hotel) y que podía ser evasivo casi mentir sin disimulo. Mano a mano con una traductora joven, precisa y veloz, optó por el humor en la elusión de las preguntas directas y el resultado fue casi surrealista. Le preguntaron de salida por qué �nunca� quería entrenar de noche y dijo que porque no era �vampiro�. El viejo Bram Stoker se revolvió sin estaca en la tumba ante semejante mención y ni qué decir de Lugosi. Aunque luego aclaró que era una opción ocasional ��prefiero que hoy mis jugadores descansen�� y una reafirmación personal ��porque hago lo que creo y supongo mejor��, su relación con los espíritus de la noche no será de las mejores cuando lleguen las sombras a la hora del partido.
Pero lo absurdo arrancó cuando Julio Chiappetta, de Clarín, le pidió la formación y Bianchi dijo que no podía dar ni los nombres ni la disposición táctica del equipo porque Gaitán había sufrido una molestia en la última práctica. Ante el requerimiento de precisiones, dijo que era �el aductor� y las sonrisas del grupo indicaron que, más allá de la realidad del percance, la respuesta era casi un cartel de neón sobre su cabeza que decía �no jodan más, no voy a decir nada�. El periodista español que no lo entendió, vio así que le quedaba un casillero vacío y quiso �ingenua o incisivamente� llenarlo: �No ha dicho en qué aductor...�. Y Bianchi inauguró en el fútbol y en la noche de Tokio una variante del humor zen: �El nombre del aductor me lo reservo�. Qué bárbaro.
En lo que siguió hubo un par de cositas más. Un chiste sobre el increíble emigrado Aníbal Matellán y la memoria de la traductora que lo confundió con Marchant; una benigna caracterización de Takahara presente y futuro (�es un jugador bastante �bueno�, completo en lo técnico, que se encontró con un fútbol muy duro�) y un puñadito de ideas-fuerza en su visión del Bayern. Bianchi dijo que su rival era un equipo que no respondía al modelo tradicional del fútbol alemán �que no describió� sino que era �cosmopolita� por la extracción diversa de los nueve extranjeros, de brasileños y croatas a franceses y africanos. Eso lo hacía atípico en su juego con mayor habilidad y control de pelota. Y por otra parte usó una palabra clave también aplicada posteriormente a su equipo: �realista�. Consideró que el de Hitzfeld, contra toda una tradición filosófica hegeliana, es �realista� en defensa y también en ataque. No lo explicó ni se lo pidieron, pero se puede leer el pensamiento de un pragmático que, sin exagerar la cautela, acepta lo que es, no hace locuras: siempre le sobra uno al defender, nunca se desguarnece al atacar. Pero juega con la pelota, en lo posible.
El desviado preferiría un fútbol más fantástico que realista, más en el estilo surreal de la respuesta de Bianchi al colega español. Ojalá Gaitán se reponga del aducido aductor fantasma y mañana, hoy, hace un rato, cuando sea que eso pase y esto se lea, se encuentre con Riquelme y hagan lo que tengan que hacer, un par de pases �de pelota y de magia� para que, además de ser un buen negocio, la fiesta termine bien.
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