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COMO FUE LA BRUTAL RECONQUISTA DE LA FORTALEZA TOMADA AL NORTE
De 400, al final no quedó ninguno vivo

Desde bombardeos norteamericanos hasta disparos de un tanque fueron necesarios para sofocar la rebelión iniciada por la �Legión Extranjera� el domingo en una cárcel fortaleza de los talibanes. Este es el grupo más duro y contra ellos es ahora la guerra.

Combatientes de la Alianza
del Norte corren a buscar refugio mientras estalla una bomba.

Por Luke Harding *
Desde Mazar-i-Sharif

La espectacular rebelión de los prisioneros talibanes en la fortaleza de Mazar-i-Sharif terminó finalmente anoche cuando las tropas de la Alianza del Norte usaron un tanque para destruir los restos de los combatientes de línea dura que quedaban resistiendo en el lugar, y que además habrían tenido pocas posibilidades de sobrevivir luego de los reiterados bombardeos norteamericanos contra su escondite en los sótanos. Ayer por la mañana, los aviones norteamericanos destruyeron la mini-ciudadela dentro de la fortaleza donde los combatientes extranjeros de los talibanes estuvieron escondidos durante los dos últimos días. Increíblemente, algunos sobrevivieron al bombardeo. A las 8 de la mañana, llegaron incluso a lanzar un contraataque, matando a muchos soldados que habían estado tirando contra ellos desde sus escondites.
Las tropas del gobierno de la Alianza del Norte atacaron a los talibanes con morteros, cohetes y un poder de fuego en proceso de disminución. Ya avanzada la tarde, quedaban con vida sólo tres de los 400 prisioneros extranjeros que habían tomado el castillo el domingo pasado. Ellos rechazaron todas las ofertas para rendirse, gritando: “Ustedes son norteamericanos. No nos vamos a rendir ante ustedes”. Los soldados, asesorados por oficiales de las fuerzas especiales norteamericanas y las SAS británicas, desparramaron nafta sobre las gruesas paredes del refugio talibán y las prendieron fuego. Los últimos tres combatientes, armados sólo con una ametralladora y un rifle Kalashnikov, fueron forzados a subir a la superficie. A las tres y media de la tarde, entró un tanque en la ciudadela, aplastando los cuerpos de muchos voluntarios talibanes paquistaníes y árabes que estaban en el piso. El tanque disparó en cuatro rondas sucesivas de proyectiles contra el escondite talibán desde una distancia de veinte metros. Los proyectiles destrozaron el edificio; después sobrevino el silencio.
Anteanoche, un comandante del gobierno, Kalaji, confirmó que los talibanes habían sido aniquilados: “Chequeamos todas las habitaciones y no quedó ninguno. Estamos revisando nuevamente en caso de que uno o dos hayan logrado sobrevivir, pero es muy improbable”. Los testigos que vieron el interior del arbolado complejo describieron las imágenes de la masacre; contaron que eran cientos los cuerpos que yacían en el patio, que estaba lleno de polvo, de los vestigios de los cohetes que habían bombardeado el lugar y partes de automóviles baleadas. Una bomba norteamericana que se desvió de trayectoria provocó un enorme agujero en la pared externa del castillo, de seis metros de altura, volcando un tanque del gobierno. La bomba, lanzada el lunes por la mañana, perdió su objetivo por completo, explotando justo donde estaban asentados los soldados del gobierno. Finalmente, murieron seis y muchos oficiales norteamericanos fueron gravemente heridos. Un soldado, Shafiq, dijo ayer que los mejores combatientes extranjeros talibanes eran chechenos: “Los chechenos peleaban mejor que los paquistaníes. Pueden luchar con cualquier tipo de arma”, señaló.
El lunes por la noche, hubo varias fugas: tres talibanes paquistaníes escaparon del fuerte del siglo XIX, arrastrándose por un canal. Dos fueron baleados enseguida, pero el tercero llegó al cercano pueblo de Sar-i-Pool. Los habitantes del lugar lo descubrieron y lo mataron. Las fuerzas especiales estadounidenses y británicas que comandaron la operación llegaron al castillo Qala-i-Jang poco después del desayuno. Las SAS –usando jeans, mamelucos y turbantes al estilo afgano– ingresaron al complejo en dos Land Rovers blancas. Sin embargo, los norteamericanos eran aún más fáciles de detectar: usaban uniformes color caqui y gorras de lana negras.
Anoche, fuentes de la operación dijeron que las fuerzas especiales no se habían integrado al ataque contra la posición talibana, pero habían solicitado ataques aéreos. No estaba claro si el cuerpo de un agente de la CIA, asesinado el domingo por los prisioneros, había sido recuperado del complejo. Según declararon los testigos, la revuelta estalló cuando los prisioneros detectaron al agente de la CIA y a un colega suyo de nombre Dave, quien aparentemente mató a tres talibanes antes de escapar.
Ayer por la mañana, los ataques aéreos desde baja altura por un bombardero AC-130 jugaron un rol decisivo para poner fin a la situación al destruir la armería de la ciudadela. Las llamas crecían en la oscuridad al mismo tiempo que estallaba un depósito repleto de minas, misiles y explosivos. Una vez que los talibanes se quedaron sin morteros, fue posible enviar los tanques para destruirlos. Pero el costo humano de lo que puede calificarse como un fiasco evitable se hizo claro ayer con la cantidad de cuerpos que, envueltos en frazadas y apilados en camillas de madera, eran sacados de la fortaleza. También se evacuaron los cadáveres de por lo menos 10 soldados uzbekos que pertenecían a las tropas del ocupante del castillo: el señor de la guerra de la Alianza del Norte, general Rashid Dostum. Varios murieron ayer por la mañana cuando se alzaron los prisioneros talibanes. “De nuestro grupo, dos fueron heridos y hay dos desaparecidos”, dijo Kabil, un soldado hazara de 24 años. Y un anciano añadió: “Uno de mis sobrinos murió. Estoy muy triste. Me gustaría encontrar su cuerpo”. Otros varios soldados heridos, chorreando sangre sobre la tierra, fueron apilados en taxis y sacados de allí. Mientras las balas les pasaban por encima de sus cabezas, otras tropas mascaban –imperturbables– los paquetes de raciones norteamericanas de manteca de maní y galletas.

* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Verónica Gago.

 

Claves

Ayer siguieron desplegándose unidades de marines para combatir a la red Al-Qaeda de Osama bin Laden en el sur de Afganistán.
Una muestra de la peligrosidad de este grupo es la revuelta que esa misma “legión extranjera” –compuesta por chechenos, árabes y paquistaníes– protagonizó en la fortaleza de Qala-e-Jang en el norte del país, y que sólo logró ser contenida ayer mediante una combinación de fuego aéreo y de tanques. En el sur, estas fuerzas juegan su última carta.
El Pentágono informó anoche que había bombardeado un complejo en el sudeste de Kandahar (la única ciudad que resiste, también en el sur) donde se cree que están los líderes talibanes y de Al-Qaeda. “Los que estaban allí habrían deseado no estar”, dijo el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld.
En medio de todo esto, Rusia intervino sorpresivamente enviando un centenar de “técnicos” a Kabul.

 

INESPERADO DESPLIEGUE DE 100 HOMBRES EN KABUL
Eramos pocos y llegan los rusos

Por Angeles Espinosa*
Enviada especial a Kabul

Los habitantes de Kabul miran con incredulidad más que con odio. Los rusos han vuelto a Afganistán. Doce años después de su derrota frente a los “mujaidines” afganos, han regresado con la consigna de ayudar a la reconstrucción de un país que hoy controlan sus antiguos enemigos. La asistencia humanitaria con la que dicen querer apoyar al gobierno provisional de Burhanuddin Rabbani trae, sin embargo, recuerdos dolorosos a muchos afganos.
“No, no hay ningún portavoz, ¿qué quieren saber?” El soldado del ministerio ruso de Situaciones de Emergencia intenta ser correcto, pero mantiene las distancias. Junto con otra media docena de uniformados vigila el perímetro del campamento que han instalado en el centro de Kabul, justo detrás de lo que fue la embajada de Alemania. “Nuestro objetivo es ayudar a la reconstrucción de las infraestructuras y establecer un hospital de emergencia”, explica Sergei Ivanov a preguntas de los periodistas. De momento una tela metálica rodea la veintena de camiones y otros vehículos con los que han venido desde la base aérea de Bagram, adonde fueron llegando la pasada madrugada procedentes de Dushambé (Tayikistán).
Su despliegue coincide con las noticias de que Moscú va a reabrir su legación diplomática en la capital afgana. En el edificio abandonado no hay aún señales en ese sentido. Los refugiados que tomaron el recinto hace cinco años siguen acampados allí. “Somos 60 técnicos, 20 sanitarios y 19 vigilantes, pero esperamos que lleguen más en los próximos días, en especial, personal médico”, prosigue Ivanov midiendo cada una de sus palabras. No puede facilitar más información sobre el campamento o el número de fuerzas que faltan por llegar. El joven, que no aparenta más de 20 años, no se acuerda de la guerra que se convirtió en el Vietnam de Moscú.
“No, no tengo miedo de los afganos; no somos una fuerza armada, sólo hemos venido a traer ayuda y cooperación”, responde cuando se le pregunta si le preocupa cómo pueda recibirlos la población local. “Éstas son las únicas armas que hemos traído –dice mostrando un Kalashnikov mucho más nuevo que los que circulan por Kabul–, sólo para nuestra protección personal”.
Las tropas soviéticas invadieron Afganistán a finales de 1979 para apoyar un régimen comunista. Durante los 10 años siguientes, su presencia se convirtió en una pesadilla. Islamistas y nacionalistas afganos unieron fuerzas contra ellos y lanzaron una guerra de guerrillas que calificaron de “yihad” (guerra santa). La Guerra Fría la transformó en un enfrentamiento entre las dos superpotencias y enquistó el conflicto que se ha prolongado hasta hoy.
“Pregúnteles por qué han vuelto”, pide un viandante cuando se percata de que alguien traduce al ruso. Su indignación es compartida por muchos de los curiosos que desde primeras horas de la mañana se amontonan en la acera para verlos. “Hubiera preferido que fuera norteamericanos o británicos”, asegura uno los presentes. Al final, vence la indiferencia. “Si ayudan a traer la paz...”, concede otro.
Mohamed Amin se educó, como muchos jóvenes afganos, en Moscú y guarda un grato recuerdo de aquellos años. Sin embargo, encuentra extraño que el gobierno de la Alianza del Norte haya permitido la presencia de los rusos en un lugar tan visible de la capital. “Debieran haberles instalado en las afueras”, afirma recordando las terribles consecuencias de su presencia aquí durante los ochenta.
La presencia de estas peculiares fuerzas rusas, no son en principio soldados del Ejército, resulta tan irregular como la del resto de las tropas internacionales desplegadas en Afganistán. “No están bajo mandato de la ONU”, aseguró el martes el portavoz de la ONU en Kabul, el egipcioJaled Mansur. Soldados norteamericanos, británicos, franceses, turcos y hasta jordanos se encuentran en diferentes puntos del país, la mayoría en Mazar-i-Sharif y Bagram. Y desde la madrugada del lunes, hay también estadounidenses en Kandahar.

* De El País de Madrid, especial para Página/12.

 

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