Por Luke Harding
*
Desde
Mazar-i-Sharif
La espectacular rebelión
de los prisioneros talibanes en la fortaleza de Mazar-i-Sharif terminó
finalmente anoche cuando las tropas de la Alianza del Norte usaron un
tanque para destruir los restos de los combatientes de línea dura
que quedaban resistiendo en el lugar, y que además habrían
tenido pocas posibilidades de sobrevivir luego de los reiterados bombardeos
norteamericanos contra su escondite en los sótanos. Ayer por la
mañana, los aviones norteamericanos destruyeron la mini-ciudadela
dentro de la fortaleza donde los combatientes extranjeros de los talibanes
estuvieron escondidos durante los dos últimos días. Increíblemente,
algunos sobrevivieron al bombardeo. A las 8 de la mañana, llegaron
incluso a lanzar un contraataque, matando a muchos soldados que habían
estado tirando contra ellos desde sus escondites.
Las tropas del gobierno de la Alianza del Norte atacaron a los talibanes
con morteros, cohetes y un poder de fuego en proceso de disminución.
Ya avanzada la tarde, quedaban con vida sólo tres de los 400 prisioneros
extranjeros que habían tomado el castillo el domingo pasado. Ellos
rechazaron todas las ofertas para rendirse, gritando: Ustedes son
norteamericanos. No nos vamos a rendir ante ustedes. Los soldados,
asesorados por oficiales de las fuerzas especiales norteamericanas y las
SAS británicas, desparramaron nafta sobre las gruesas paredes del
refugio talibán y las prendieron fuego. Los últimos tres
combatientes, armados sólo con una ametralladora y un rifle Kalashnikov,
fueron forzados a subir a la superficie. A las tres y media de la tarde,
entró un tanque en la ciudadela, aplastando los cuerpos de muchos
voluntarios talibanes paquistaníes y árabes que estaban
en el piso. El tanque disparó en cuatro rondas sucesivas de proyectiles
contra el escondite talibán desde una distancia de veinte metros.
Los proyectiles destrozaron el edificio; después sobrevino el silencio.
Anteanoche, un comandante del gobierno, Kalaji, confirmó que los
talibanes habían sido aniquilados: Chequeamos todas las habitaciones
y no quedó ninguno. Estamos revisando nuevamente en caso de que
uno o dos hayan logrado sobrevivir, pero es muy improbable. Los
testigos que vieron el interior del arbolado complejo describieron las
imágenes de la masacre; contaron que eran cientos los cuerpos que
yacían en el patio, que estaba lleno de polvo, de los vestigios
de los cohetes que habían bombardeado el lugar y partes de automóviles
baleadas. Una bomba norteamericana que se desvió de trayectoria
provocó un enorme agujero en la pared externa del castillo, de
seis metros de altura, volcando un tanque del gobierno. La bomba, lanzada
el lunes por la mañana, perdió su objetivo por completo,
explotando justo donde estaban asentados los soldados del gobierno. Finalmente,
murieron seis y muchos oficiales norteamericanos fueron gravemente heridos.
Un soldado, Shafiq, dijo ayer que los mejores combatientes extranjeros
talibanes eran chechenos: Los chechenos peleaban mejor que los paquistaníes.
Pueden luchar con cualquier tipo de arma, señaló.
El lunes por la noche, hubo varias fugas: tres talibanes paquistaníes
escaparon del fuerte del siglo XIX, arrastrándose por un canal.
Dos fueron baleados enseguida, pero el tercero llegó al cercano
pueblo de Sar-i-Pool. Los habitantes del lugar lo descubrieron y lo mataron.
Las fuerzas especiales estadounidenses y británicas que comandaron
la operación llegaron al castillo Qala-i-Jang poco después
del desayuno. Las SAS usando jeans, mamelucos y turbantes al estilo
afgano ingresaron al complejo en dos Land Rovers blancas. Sin embargo,
los norteamericanos eran aún más fáciles de detectar:
usaban uniformes color caqui y gorras de lana negras.
Anoche, fuentes de la operación dijeron que las fuerzas especiales
no se habían integrado al ataque contra la posición talibana,
pero habían solicitado ataques aéreos. No estaba claro si
el cuerpo de un agente de la CIA, asesinado el domingo por los prisioneros,
había sido recuperado del complejo. Según declararon los
testigos, la revuelta estalló cuando los prisioneros detectaron
al agente de la CIA y a un colega suyo de nombre Dave, quien aparentemente
mató a tres talibanes antes de escapar.
Ayer por la mañana, los ataques aéreos desde baja altura
por un bombardero AC-130 jugaron un rol decisivo para poner fin a la situación
al destruir la armería de la ciudadela. Las llamas crecían
en la oscuridad al mismo tiempo que estallaba un depósito repleto
de minas, misiles y explosivos. Una vez que los talibanes se quedaron
sin morteros, fue posible enviar los tanques para destruirlos. Pero el
costo humano de lo que puede calificarse como un fiasco evitable se hizo
claro ayer con la cantidad de cuerpos que, envueltos en frazadas y apilados
en camillas de madera, eran sacados de la fortaleza. También se
evacuaron los cadáveres de por lo menos 10 soldados uzbekos que
pertenecían a las tropas del ocupante del castillo: el señor
de la guerra de la Alianza del Norte, general Rashid Dostum. Varios murieron
ayer por la mañana cuando se alzaron los prisioneros talibanes.
De nuestro grupo, dos fueron heridos y hay dos desaparecidos,
dijo Kabil, un soldado hazara de 24 años. Y un anciano añadió:
Uno de mis sobrinos murió. Estoy muy triste. Me gustaría
encontrar su cuerpo. Otros varios soldados heridos, chorreando sangre
sobre la tierra, fueron apilados en taxis y sacados de allí. Mientras
las balas les pasaban por encima de sus cabezas, otras tropas mascaban
imperturbables los paquetes de raciones norteamericanas de
manteca de maní y galletas.
* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Verónica Gago.
INESPERADO
DESPLIEGUE DE 100 HOMBRES EN KABUL
Eramos pocos y llegan los rusos
Por Angeles Espinosa*
Enviada
especial a Kabul
Los habitantes de Kabul miran
con incredulidad más que con odio. Los rusos han vuelto a Afganistán.
Doce años después de su derrota frente a los mujaidines
afganos, han regresado con la consigna de ayudar a la reconstrucción
de un país que hoy controlan sus antiguos enemigos. La asistencia
humanitaria con la que dicen querer apoyar al gobierno provisional de
Burhanuddin Rabbani trae, sin embargo, recuerdos dolorosos a muchos afganos.
No, no hay ningún portavoz, ¿qué quieren saber?
El soldado del ministerio ruso de Situaciones de Emergencia intenta ser
correcto, pero mantiene las distancias. Junto con otra media docena de
uniformados vigila el perímetro del campamento que han instalado
en el centro de Kabul, justo detrás de lo que fue la embajada de
Alemania. Nuestro objetivo es ayudar a la reconstrucción
de las infraestructuras y establecer un hospital de emergencia,
explica Sergei Ivanov a preguntas de los periodistas. De momento una tela
metálica rodea la veintena de camiones y otros vehículos
con los que han venido desde la base aérea de Bagram, adonde fueron
llegando la pasada madrugada procedentes de Dushambé (Tayikistán).
Su despliegue coincide con las noticias de que Moscú va a reabrir
su legación diplomática en la capital afgana. En el edificio
abandonado no hay aún señales en ese sentido. Los refugiados
que tomaron el recinto hace cinco años siguen acampados allí.
Somos 60 técnicos, 20 sanitarios y 19 vigilantes, pero esperamos
que lleguen más en los próximos días, en especial,
personal médico, prosigue Ivanov midiendo cada una de sus
palabras. No puede facilitar más información sobre el campamento
o el número de fuerzas que faltan por llegar. El joven, que no
aparenta más de 20 años, no se acuerda de la guerra que
se convirtió en el Vietnam de Moscú.
No, no tengo miedo de los afganos; no somos una fuerza armada, sólo
hemos venido a traer ayuda y cooperación, responde cuando
se le pregunta si le preocupa cómo pueda recibirlos la población
local. Éstas son las únicas armas que hemos traído
dice mostrando un Kalashnikov mucho más nuevo que los que
circulan por Kabul, sólo para nuestra protección personal.
Las tropas soviéticas invadieron Afganistán a finales de
1979 para apoyar un régimen comunista. Durante los 10 años
siguientes, su presencia se convirtió en una pesadilla. Islamistas
y nacionalistas afganos unieron fuerzas contra ellos y lanzaron una guerra
de guerrillas que calificaron de yihad (guerra santa). La
Guerra Fría la transformó en un enfrentamiento entre las
dos superpotencias y enquistó el conflicto que se ha prolongado
hasta hoy.
Pregúnteles por qué han vuelto, pide un viandante
cuando se percata de que alguien traduce al ruso. Su indignación
es compartida por muchos de los curiosos que desde primeras horas de la
mañana se amontonan en la acera para verlos. Hubiera preferido
que fuera norteamericanos o británicos, asegura uno los presentes.
Al final, vence la indiferencia. Si ayudan a traer la paz...,
concede otro.
Mohamed Amin se educó, como muchos jóvenes afganos, en Moscú
y guarda un grato recuerdo de aquellos años. Sin embargo, encuentra
extraño que el gobierno de la Alianza del Norte haya permitido
la presencia de los rusos en un lugar tan visible de la capital. Debieran
haberles instalado en las afueras, afirma recordando las terribles
consecuencias de su presencia aquí durante los ochenta.
La presencia de estas peculiares fuerzas rusas, no son en principio soldados
del Ejército, resulta tan irregular como la del resto de las tropas
internacionales desplegadas en Afganistán. No están
bajo mandato de la ONU, aseguró el martes el portavoz de
la ONU en Kabul, el egipcioJaled Mansur. Soldados norteamericanos, británicos,
franceses, turcos y hasta jordanos se encuentran en diferentes puntos
del país, la mayoría en Mazar-i-Sharif y Bagram. Y desde
la madrugada del lunes, hay también estadounidenses en Kandahar.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.
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