Por Guillermo Altares
*
Enviado
especial a Kabul
El camarógrafo sueco
Ulf Stroemberg, de 42 años y con tres hijos, se convirtió
en la madrugada del lunes al martes en el octavo periodista muerto en
Afganistán en menos de un mes. Según relataron en Kabul
sus compañeros de la cadena sueca TV-4, Johan Fredrihson y Martin
Gostafson, Stroemberg fue asesinado cuando dos hombres armados y enmascarados
entraron en la casa en que vivía en Taloqan, una importante ciudad
del norte de Afganistán que fue tomada hace 15 días por
las fuerzas de la Alianza del Norte y en la que, hasta ahora, no se habían
producido incidentes. Asimismo, según una versión no confirmada,
las fuerzas talibanes habrían secuestrado al periodista canadiense
Ken Hetchman en la ciudad de Spin Boldak, cerca de Kandahar.
Los asesinos primero desvalijaron a un grupo de periodistas del diario
sueco Aftonbladet, que ocupaban la habitación contigua. A punta
de kalashnikov les robaron el dinero, las computadoras, los teléfonos
satelitales y otras pertenencias. Rolf Porseryd, el reportero con el que
el camarógrafo fallecido compartía la habitación,
aseguró que los dos hombres jóvenes y con el rostro cubierto
dispararon contra Stroemberg apenas abrieron la puerta y luego huyeron.
La Alianza ha anunciado la evacuación hacia Tajikistán de
todos los periodistas que se encuentran en Taloqan, desde donde se cubrían
los combates en Kunduz, al no poder garantizar su seguridad. En Taloqan,
como en otros lugares de Afganistán, las casas alquiladas a los
periodistas tienen que estar controladas por el Ministerio de Exteriores
de la Alianza del Norte y, casi siempre, tienen hombres armados en la
puerta. Dado que los talibanes habían huido precipitadamente de
esta ciudad, la Alianza insistía especialmente en el control sobre
las casas de alquiler, tanto por la seguridad de los periodistas como
para cobrar su parte correspondiente del alquiler.
Los franceses Pierre Billaud y Jeanne Sutton y el alemán Volker
Handloik fallecieron el domingo 11 de noviembre durante una ofensiva de
la Alianza sobre las posiciones talibanas en Dashti Khala, a unos 30 kilómetros
de Taloqan. El español Julio Fuentes, enviado especial del diario
El Mundo, el camarógrafo australiano Harry Burton y el fotógrafo
afgano Azizullah Hardar, ambos de la agencia británica Reuters,
y la redactora italiana Maria Grazia Cutuli, del Corriere della Sera,
fueron asesinados por bandoleros o por talibanes renegados el lunes 19
cuando se dirigían por carretera desde Jalalabad hasta Kabul.
Lo que ocurrido en Taloqan demuestra hasta qué punto esa zona del
norte de Afganistán se ha convertido en una jungla, con talibanes,
en muchos casos mercenarios chechenos, paquistaníes o árabes,
descontrolados y con ladrones cada día más osados y violentos.
El portavoz de la ONU Khaled Mansour declaró ayer en Kabul que
la seguridad en amplias zonas de Afganistán era muy escasa
tanto por los combates como por los bandidos y citó como
ejemplos concretos a Mazar-i-Sharif, la más importante ciudad del
norte del país, en manos del general uzbeko Abdul Rashid Dostum,
y la región de Kunduz, último bastión en manos de
los talibanes en el norte y que acaba de ser tomado. Taloqan, en manos
del general tayiko Mohamed Daud, se encuentra a sólo 50 kilómetros
de Kunduz. Stroemberg ha pagado con su vida las crecientes dificultades
que tiene el gobierno provisional de este país para mantener el
orden en las zonas que, en teoría, controla.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.
HABLA
JACOBO GARCIA, PERIODISTA ESPAÑOL EN AFGANISTAN
Es una Alianza de bandidos
Por Carolina Bilder
Desde
Madrid
Afganistán era un agujero
en el mapa hasta que un día Bush y sus aliados marchan sobre el
territorio. Al siguiente día el país entero se convierte
en el centro de observación de todo el mundo. Llegan las tropas
americanas, las legiones extranjeras, las organizaciones humanitarias...
Y los periodistas. Un zoológico de gente, en el que cada grupo
intenta traspasar su propia carrera de obstáculos. En uno de ellos
se encontró Jacobo García, un periodista free lance de 25
años. Por su cuenta y riesgo realizó un viaje iniciático
como corresponsal de guerra español en Afganistán, en el
que resultó el benjamín entre un pelotón de veteranos
periodistas mudados a las trincheras. Durante 30 días intentó
que sus ojos fueran los de esa guerra. Desde el frente norte trasmitió
150 boletines para la segunda cadena de radio española, la COPE,
y retrató centenares de rostros en más de 400 fotografías.
Lo más difícil es aterrizar y volver a adaptarse a
la ciudad, anuncia, y la frase adquiere sentido en el momento en
que empieza a reconstruir una radiografía de la zona de la que
regresó hace unos días. Su relato son trozos de primera
mano de historias vivas, crueles, tan despiadadas como absurdas. Hay varios
modos de cubrir el conflicto y él lo hizo como free lance contratado
por una radio española para esa misión. Sin adelantos de
dinero. Sin productores asistiéndolo alrededor. A la hora de trabajar,
sus únicos aliados fueron un teléfono satelital y una Nikon
F-60. ¿Por qué decidió poner en juego el pellejo?
Yo tenía la idea de que podría desenvolverme mejor
haciendo el tipo de periodismo que me gusta. Si realmente tienes alguna
misión como periodista es la de contar la sinrazón de unos
bombardeos en donde viven millones de refugiados, gente enferma de malaria
o heridos de una guerra que lleva más de un siglo. El desafío
es intentar contar esas pequeñas historias cotidianas que ocurren
en un territorio fragmentado por odios viscerales, donde lo primero que
toma entre sus manos un chaval es un Kalashnikov, por más que le
falte la comida y la educación. Jacobo cuenta que la
mitad de la población no había visto los atentados en las
Torres Gemelas y no se sorprendían si les mostrabas su foto en
algún diario del día anterior sino con la modelo que, en
la página de al lado, posaba en el capó de un coche último
modelo.
Entró a Afganistán el 9 de octubre por la frontera norte,
en un convoy escoltado por combatientes de la Alianza del Norte desde
Tajikistán. En ese momento era la única zona que tenían
bajo su control. A lo largo de las 14 horas que le llevó recorrer
esos 200 kilómetros desde la capital de la ex república
soviética, Jacobo se sometió la primera de las reglas no
escritas del lugar: Pagar precios prohibitivos para acreditarte
como corresponsal, recibir visados, conseguir permisos de circulación
y estar supuestamente protegido. Así comienzas a funcionar.
Sean pashtunes, tajikos, uzbecos o hazaras, los comandantes de la Alianza
del Norte ven en los periodistas extranjeros a una especie de General
Marshall en un país en el que un fajo gordo de billetes de 10.000
afganis la moneda oficial es el equivalente de dos o tres
dólares. Tras el despojo inicial, su billetera se desarmó.
Jacobo aprendió entonces a moverse con lo mínimo regateando
los precios con los mercaderes de la Alianza. Al lado de las casas de
adobe y cemento que hacían de cuartel general de la Alianza vio
la precaria pero suculenta mesa de recaudación de dinero montada
en un tinglado por los generales y oficiales afganos. Llegaban a
acuerdos con traductores y conductores y se quedaban con comisiones del
20 por ciento. La tarifa para dormir en el hueco deuno de los barracones
fue 30 dólares, incluida una ración diaria de te y arroz.
El contraste con el despliegue que las grandes cadenas de televisión
realizan en la región es enorme, asegura. El equipo de la
NBC, por ejemplo, montó su bunker en el cuartel general en el que
semanas atrás había sido asesinado el líder aliancista
Ahmed Massud. Ocupó una parte de esa casa pagando un alquiler de
7000 dólares a la semana y se quedó con los mejores traductores,
a 300 dólares por día de compañía. El de Jacobo
le costó dos veces menos, pero al hacerle el descuento se olvidaron
de avisarle que tendría dificultades para comunicarse. Era un tartamudo.
El botín de la guerra se repartía a conveniencia entre pocas
manos, que siempre resultan las de los generalillos y los comandantes,
a quienes su propia gente llama la Alianza de los Bandidos del Norte.
Los anuncios desde Washington del envío de ayuda humanitaria prometían
otra fuente de recursos. Los aviones americanos lanzaban las bolsas de
alimentos de madrugada, y a la gente se le avisaba en qué sitios
caerían. Me acerqué a una familia afgana buscada al
azar porque quería contar cómo era su día a día.
Casualmente, el padre de la familia se había levantado ese día
a las 2 para llegar al pueblo en el que tirarían los paquetes de
alimentos. Lo consiguió tres horas después. Cuando llegó
a la ayuda humanitaria, la Alianza tenía rodeada toda la zona y
con los kalashnikov en las manos se dedicaron a echarlos para que no recogieran
las bolsas. La explicación era que se las llevarían
al frente, pero en realidad las vendían, dice Jacobo.
¿Tuvo miedo? En un momento dado no eres consciente de los
riesgos que se corren. Simplemente funcionas, trabajas y tienes en claro
lo que has ido a buscar. Aunque te encuentras con una tensión permanente,
tampoco llegas a sentir miedo. Pero la semana pasada la guerra pasó
su factura cobrándose la vida de cuatro periodistas occidentales.
El número de bajas entre los corresponsales destinados en Afganistán
se elevó a 7 (y ayer ya eran 8), superando el registro oficial
de los caídos entre las tropas aliadas. Del lado de los muertos
estaba el español Julio Fuentes, un experimentado corresponsal
de guerra del diario El Mundo al que asesinaron junto a otros compañeros
mientras se dirigían en un convoy hacia Kandahar. Por su
forma de escribir, de moverse, de encontrar la noticia, Julio era una
referencia para cualquiera que le guste un poco este tipo de periodismo,
dice Jacobo, y reconoce que es imposible seguir trabajando igual de fresco
al día siguiente. Sobre todo porque es gente especial, que
lleva una coraza muy fuerte para aguantar tanto tiempo fuera de su casa
viendo miseria, comiendo porquería, oliendo mal, durmiendo peor,
pero que, al mismo tiempo, tiene una sensibilidad particular. Yo podía
llegar reventado a la noche y sin embargo con ellos podía echarme
las únicas risas del día, de lo que fuera (...). Es cierto
que cuando vas a cubrir un conflicto sabes que puede ocurrirte de todo,
pero recién ahí empiezas a pensar que también te
puede pasar a ti. Yo he sentido más miedo aquí después
de la muerte de Julio.
|