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SEÑALES DE UN DESVIADO ESPECIAL a LA FINAL INTERCONTINENTAL EN TOKIO
Lógico: Boca se cortó por lo más Delgado

Bayern Munich venció 1-0 al equipo argentino en la final de Tokio y se quedó con la Copa.
La expulsión del delantero, terminando el primer tiempo, cambió el partido. Discutida actuación del árbitro.

Kuffour acaba de convertir el único gol del partido, a poco del final, para el Bayern Munich.

Por Juan Sasturain
Desde Tokio

Han pasado las horas suficientes como para que las emociones decanten. Como un líquido agitado y con partículas en suspensión, el espíritu machucado o simplemente el molido cuerpo del desviado especial dan señales inequívocas de que –pasada la resaca de la tristeza, que eso existe– todo definitivamente acabó. Fue bueno mientras duró; es decir, lo que fue el viaje, Tokio, los japoneses –esos petizos que cabecean tan bien– y todo lo demás que pediría un par de semanas sin ansiedades para conocer o recorrer lo que sobra. Y fue pésimo mientras duró y se prolongó: la final misma, la mediocre exhibición de carencias técnicas y tácticas que mostraron Bayern Munich y Boca, en un partido que fue feo no sólo por su triste desenlace. Fue feo porque se jugó mal.
En principio, el desviado no piensa ni cree necesario contar un partido que todos re-vieron por televisión probablemente mejor que él, sin repeticiones. Coherente con esta condición irregular de su estadía japonesa, no estuvo en el estadio como periodista de acreditación en ristre y acceso a los lugares sagrados; estuvo entre la multitud. Más precisamente, se entreveró entre habituales frecuentadores de las segunda bandeja de la Bombonera, trasplantados tan lejos en su versión bonsai pero convertidos en uno de los dos bolsones de aliento de que dispuso Boca en las tribunas.
Y en ese contexto, con la mano en el corazón desgarrado, debe confesar que en semejante microclima no escuchó ni durante ni al final juicios estéticos sobre lo visto. En la popular bostera tan lejos de casa, la ecuación era simple y pasaba por otros lados: la derrota fue regalo y afano por partes iguales.
Hubo regalo propio en la increíble actuación del pobre Chelo Delgado, que acumuló en media hora fatal boludeces de un año largo y convertirá el tema de los tres dedos –uno y medio o menos anoche: tanto de frente como a la hora de pegarle al arco– en maldición sobre su señalada cabecita. Y hubo afano en la actuación del árbitro y sus secuaces de línea. Midiendo con una vara europea elástica extensible y mentirosa, el hombre de la tercera camiseta juzgó sin ecuanimidad, persiguió a los sudacas y amnistió a los germanos. Tal el juicio de la desencantada pero no desmoralizada popular que, munida de una vara similar a la del referí pero con resultados inversos, nunca dejó de alentar al equipo, nunca dejó de putear al del silbato. Lo que se dice una “lectura” en blanco y negro del partido. Que no es exacta pero que tiene como siempre algo de verdad.
Porque es cierto que la final tensa y mal jugada comenzó a definirse a partir de la expulsión de Delgado, suma de ciego rigor judicial más tontería incalificable. El Chelo se fue por dos faltas no contra el rival sino contra la (supuesta) autoridad del árbitro: seguir cuando dice que pare, tratar de engañarlo. Pero el proceso de decantación del trámite hacia el equipo alemán había comenzado antes y el hilo del partido se cortó realista y lógicamente, sin ironía, por lo más delgado, por lo más débil, por lo menos consolidado y sólido.
El Bayern llegó casi sobre la hora tras jugar partidos durísimos en los días previos; llegó sin Effenberg –su conductor– y tres figuras más. Boca llegó con tiempo y puso lo mejor que tuvo hasta último momento. Los falsos alemanes, que jugaron feo, aburrido y largos ratos mal, parecieron no sentir las faltas de jugadores y de sueño y de piernas. A Boca, cada ausencia –lo de Gaitán pudo ser importante pues su presencia cambiaba el esquema de juego, pero no garantizaba nada– era un evidente agujero en la media. Ni hablar de que se desarmara Martínez al ratito o que Delgado entrara en la leyenda negra.
Demasiado para un equipo que frente al otro, parecía ejemplificar el cuento de los tres chanchitos. Es que la pobreza resultante de los sucesivos ajustes ha hecho del último Boca de Bianchi un equipo precario, sin jerarquía, con titulares promovidos sin madurar, con suplentes que por algo lo son aunque titularicen. Falta talento y experiencia. Y tiempo para que los de veinte años alcancen su techo. Anoche, Clemente, Burdisso y hasta el inexpresivo Calvo hicieron lo suyo sin temblar. Nada que endilgarles.
Pero en ese contexto devastado, los que quedan de pasados esplendores sobresalen demasiado, son referencias en la penumbra. Córdoba, Serna, Riquelme y el Mellizo Guillermo jugaron en serio una final mundial y –con algunas salvedades en el caso del Diez– siempre estuvieron a la altura del desafío.
El resto hizo lo que pudo y algunos pueden –se sabe y se admite- bastante poco. Y con eso casi alcanza para “llegar a los penales”, una aspiración que nunca tan fue patética como la penosa final del equipo de Bilardo en Italia ‘90. Eso sí: el partido fue tan decepcionante como aquel pues los alemanes tienen la paciencia y la torpeza irritante de un verdugo operando con una cuchara.
Algunas puntas, a cuenta de una aproximación más fina. Riquelme –para los que lo ven seguido, incluido este desviado– no jugó del todo bien. Tardó en entrar en el partido, cuando se calentó quedó con un solo receptor y terminó agotado un rato antes del final y lejos del arco. La imagen última fue de dolorosa impotencia. Para el comentarista inglés Daily Yomiuri, que le puso un ocho, fue figura junto a Kahn y –uno que se confirmó muy buen jugador– el francés Willy Sagnol. Es que Román fue, como siempre, el tipo diferente. Pero no hizo diferencia con eso. Lo marcó el inglesito Hargreaves sin soltarlo nunca y había dos más que hacían fila para rodearlo y pegarle cautelosamente por turnos.
¿Los compañeros? Mal, gracias. No tuvo nunca con quién jugar pues Traverso y Villarreal no tienen esa costumbre y los laterales no subían (no había permiso) para mostrarse. Sólo el Mellizo, enchufado y combativo, estuvo en sintonía. Figura junto a los dos colombianos de atrás, Guillermo cambió el tono y el eje del partido en un momento del primer tiempo cuando, con un planchazo descalificador, una avivada argentina y un par de jugadas de potrero le dio a Boca tres minutos de ilusión.
Pero se cortó. La esperanza no es lo último que se pierde sino algo más: es todo lo que se pierde. Así que este desviado que acompañó a Boca en su desvío a vía muerta mira el solcito del miércoles ya incipiente en la ventana, piensa en la noche simultánea de Buenos Aires y se pone un título personal: Tokio y me voy.

 

La otra cara de la derrota

La victoria del Bayern Munich se celebró tanto en la embajada de Alemania, en la que corrió champán, como en el Hindú Club, en el que se entrenó River. Los jugadores gritaron el gol de Kuffour y eligieron no hacer declaraciones, pero las sonrisas de Astrada y Cardetti (foto) simbolizan el estado de ánimo riverplatense. “Si el domingo no le ganamos a Racing se terminó el campeonato”, dijo Celso Ayala, el único que habló. Ramón Díaz no vio el partido, pero se confirmó que, ante Racing, jugarán los mismo once que vencieron a Chacarita. Pese a la derrota, algunas decenas de hinchas de Boca se reunieron en el Obelisco para mostrar su adhesión con el equipo. Hubo un par de incidentes aislados con hinchas de River, que no pasaron a mayores. También hubo concentración de hinchas en el Museo de la Pasión Xeneixe, en la Bombonera.

 

Qué se dijo
Diego Maradona: “Lo que le hicieron a Boca fue una vergüenza. El árbitro hizo todo para que Boca no atacara y le dio carta blanca a los alemanes para que le pegaran a todo el mundo, y por eso a Riquelme lo mataron a patadas. Al hincha de Boca le queda el orgullo más grande, que es verlo llorar a Riquelme, por el sentimiento que demostró, porque no pudo hacernos felices. Y eso va más allá de cualquier arbitraje malo o de una expulsión. Se veía, desde el punto de vista del jugador de fútbol, ya que alguna vez jugué una final, que esto no era para Boca porque estaba decidido por el árbitro. Boca pudo haber perdido tranquilamente porque no fue el mismo equipo que presentó ante el Real Madrid. La camiseta de Boca está intacta y el que la vista sabe lo que quiere la gente y nada más. Ellos la defendieron a morir, por eso Boca es Boca y murió de pie”

Ulrich Spohm, embajador alemán en la Argentina: “Mi equipo en Alemania es el Stuttgart, pero igualmente simpaticé por el Bayern porque es de mi país y además soy consciente de que con este triunfo gran parte del pueblo al que represento está muy feliz”

Juan Simón, ex jugador de Boca: “Esta final era más fácil que la del año pasado. Bayern no tiene jugadores desequilibrantes y es un equipo previsible, creo que diez veces menos que el Real Madrid. Boca depende mucho de Román y cuando él no está en su mejor día todo se complica. Lo marcaron muy bien, jamás le dieron la posibilidad de enganchar y salir para su mejor perfil. Creo que once contra once Boca lo ganaba fácil, pero la expulsión de Delgado complicó todo. En este tipo de partidos tener un jugador menos te mata, porque es dar una ventaja enorme. Ahora que se va Bianchi sería bueno que el entrenador que lo suceda le dé continuidad a chicos como Calvo, Pinto, Ariel Carreño y Christian Giménez. Boca tiene jugadores importantes que conforman una base y creo que la salida de Bianchi será dura. El ya era parte de la familia boquense, pero ahora deberá demostrar su capacidad la comisión directiva para buscar un sustituto ideal que permita seguir ganando”

 

OPINION
Por Juan José Panno

Juicio sumario

El primer impulso es muy fuerte: hay que señalarlo con el dedo, atarle los tres dedos del pie derecho, declararlo culpable en juicio sumario y mencionar su apodo como si se estuviera dictando sentencia: Lín-Chelo. Los cargos que se le imputan al jugador de Boca son abrumadores:
1) Ganarse ingenuamente la tarjeta amarilla pateando al arco después de un claro off-side correctamente marcado por el línea y sonorizado por el árbitro.
2) Perderse un gol cantado, tras un pase perfecto de Guillermo Barros Schelotto, por querer pegarle con tres dedos, sin usar los dos dedos de frente que sugerían darle a la pelota de lleno, para asegurar. Pregunta adicional: cuando se le pega con tres dedos, ¿no conviene que sean de la misma pierna?
3) Perderse otro gol cantado, al adelantar demasiado la pelota cuando le salía el arquero alemán, tras un pase magistral de Riquelme.
4) Tirarse absurdamente al piso, en la misma jugada, simulando un penal que le dio la excusa perfecta al árbitro para sacarle la segunda amarilla y sacarlo de la cancha, cambiando el curso del partido y de la historia.
Todo esto, más la yapa de un fallido pase con tres dedos que provocó un contraataque que casi termina en gol del peruano Pizarro, quedará registrado para siempre en su prontuario.
El segundo impulso es de piedad e indulgencia, sintetizado en estos atenuantes:
1) Un día terrible lo tiene cualquiera.
2) Delgado siempre le pega con tres dedos salvo cuando le sale otra cosa, por error. No lo hizo de canchero ni nada que se le parezca. El cree que la cosa debe ser así. Y con eso, convengamos, no le ha ido tan mal después de todo. De hecho, había llegado mejor a la final del año pasado y por eso a Palermo lo acompañó él y no Guillermo Barros Schelotto. Y fue en ese partido, debe recordarse, que metió el excelente pase del primer gol y jugó muy bien.
3) No sería justo cargar sobre las espaldas de Delgado la responsabilidad de la derrota. Ni en él, ni en Córdoba porque se equivocó en el centro del gol, ni en Bianchi porque tardó en hacer un cambio, ni en el referí porque dejó que le pegaran demasiado a Riquelme, ni en ninguna persona en particular. Lo primero que deberá reconocerse antes de buscar una cabeza para cortar es que Bayern Munich fue superior y punto.

 

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