Por Juan Sasturain
Desde Tokio
Han pasado las horas suficientes
como para que las emociones decanten. Como un líquido agitado y
con partículas en suspensión, el espíritu machucado
o simplemente el molido cuerpo del desviado especial dan señales
inequívocas de que pasada la resaca de la tristeza, que eso
existe todo definitivamente acabó. Fue bueno mientras duró;
es decir, lo que fue el viaje, Tokio, los japoneses esos petizos
que cabecean tan bien y todo lo demás que pediría
un par de semanas sin ansiedades para conocer o recorrer lo que sobra.
Y fue pésimo mientras duró y se prolongó: la final
misma, la mediocre exhibición de carencias técnicas y tácticas
que mostraron Bayern Munich y Boca, en un partido que fue feo no sólo
por su triste desenlace. Fue feo porque se jugó mal.
En principio, el desviado no piensa ni cree necesario contar un partido
que todos re-vieron por televisión probablemente mejor que él,
sin repeticiones. Coherente con esta condición irregular de su
estadía japonesa, no estuvo en el estadio como periodista de acreditación
en ristre y acceso a los lugares sagrados; estuvo entre la multitud. Más
precisamente, se entreveró entre habituales frecuentadores de las
segunda bandeja de la Bombonera, trasplantados tan lejos en su versión
bonsai pero convertidos en uno de los dos bolsones de aliento de que dispuso
Boca en las tribunas.
Y en ese contexto, con la mano en el corazón desgarrado, debe confesar
que en semejante microclima no escuchó ni durante ni al final juicios
estéticos sobre lo visto. En la popular bostera tan lejos de casa,
la ecuación era simple y pasaba por otros lados: la derrota fue
regalo y afano por partes iguales.
Hubo regalo propio en la increíble actuación del pobre Chelo
Delgado, que acumuló en media hora fatal boludeces de un año
largo y convertirá el tema de los tres dedos uno y medio
o menos anoche: tanto de frente como a la hora de pegarle al arco
en maldición sobre su señalada cabecita. Y hubo afano en
la actuación del árbitro y sus secuaces de línea.
Midiendo con una vara europea elástica extensible y mentirosa,
el hombre de la tercera camiseta juzgó sin ecuanimidad, persiguió
a los sudacas y amnistió a los germanos. Tal el juicio de la desencantada
pero no desmoralizada popular que, munida de una vara similar a la del
referí pero con resultados inversos, nunca dejó de alentar
al equipo, nunca dejó de putear al del silbato. Lo que se dice
una lectura en blanco y negro del partido. Que no es exacta
pero que tiene como siempre algo de verdad.
Porque es cierto que la final tensa y mal jugada comenzó a definirse
a partir de la expulsión de Delgado, suma de ciego rigor judicial
más tontería incalificable. El Chelo se fue por dos faltas
no contra el rival sino contra la (supuesta) autoridad del árbitro:
seguir cuando dice que pare, tratar de engañarlo. Pero el proceso
de decantación del trámite hacia el equipo alemán
había comenzado antes y el hilo del partido se cortó realista
y lógicamente, sin ironía, por lo más delgado, por
lo más débil, por lo menos consolidado y sólido.
El Bayern llegó casi sobre la hora tras jugar partidos durísimos
en los días previos; llegó sin Effenberg su conductor
y tres figuras más. Boca llegó con tiempo y puso lo mejor
que tuvo hasta último momento. Los falsos alemanes, que jugaron
feo, aburrido y largos ratos mal, parecieron no sentir las faltas de jugadores
y de sueño y de piernas. A Boca, cada ausencia lo de Gaitán
pudo ser importante pues su presencia cambiaba el esquema de juego, pero
no garantizaba nada era un evidente agujero en la media. Ni hablar
de que se desarmara Martínez al ratito o que Delgado entrara en
la leyenda negra.
Demasiado para un equipo que frente al otro, parecía ejemplificar
el cuento de los tres chanchitos. Es que la pobreza resultante de los
sucesivos ajustes ha hecho del último Boca de Bianchi un equipo
precario, sin jerarquía, con titulares promovidos sin madurar,
con suplentes que por algo lo son aunque titularicen. Falta talento y
experiencia. Y tiempo para que los de veinte años alcancen su techo.
Anoche, Clemente, Burdisso y hasta el inexpresivo Calvo hicieron lo suyo
sin temblar. Nada que endilgarles.
Pero en ese contexto devastado, los que quedan de pasados esplendores
sobresalen demasiado, son referencias en la penumbra. Córdoba,
Serna, Riquelme y el Mellizo Guillermo jugaron en serio una final mundial
y con algunas salvedades en el caso del Diez siempre estuvieron
a la altura del desafío.
El resto hizo lo que pudo y algunos pueden se sabe y se admite-
bastante poco. Y con eso casi alcanza para llegar a los penales,
una aspiración que nunca tan fue patética como la penosa
final del equipo de Bilardo en Italia 90. Eso sí: el partido
fue tan decepcionante como aquel pues los alemanes tienen la paciencia
y la torpeza irritante de un verdugo operando con una cuchara.
Algunas puntas, a cuenta de una aproximación más fina. Riquelme
para los que lo ven seguido, incluido este desviado no jugó
del todo bien. Tardó en entrar en el partido, cuando se calentó
quedó con un solo receptor y terminó agotado un rato antes
del final y lejos del arco. La imagen última fue de dolorosa impotencia.
Para el comentarista inglés Daily Yomiuri, que le puso un ocho,
fue figura junto a Kahn y uno que se confirmó muy buen jugador
el francés Willy Sagnol. Es que Román fue, como siempre,
el tipo diferente. Pero no hizo diferencia con eso. Lo marcó el
inglesito Hargreaves sin soltarlo nunca y había dos más
que hacían fila para rodearlo y pegarle cautelosamente por turnos.
¿Los compañeros? Mal, gracias. No tuvo nunca con quién
jugar pues Traverso y Villarreal no tienen esa costumbre y los laterales
no subían (no había permiso) para mostrarse. Sólo
el Mellizo, enchufado y combativo, estuvo en sintonía. Figura junto
a los dos colombianos de atrás, Guillermo cambió el tono
y el eje del partido en un momento del primer tiempo cuando, con un planchazo
descalificador, una avivada argentina y un par de jugadas de potrero le
dio a Boca tres minutos de ilusión.
Pero se cortó. La esperanza no es lo último que se pierde
sino algo más: es todo lo que se pierde. Así que este desviado
que acompañó a Boca en su desvío a vía muerta
mira el solcito del miércoles ya incipiente en la ventana, piensa
en la noche simultánea de Buenos Aires y se pone un título
personal: Tokio y me voy.
La otra cara de la
derrota
La victoria del Bayern Munich se celebró tanto en la embajada
de Alemania, en la que corrió champán, como en el
Hindú Club, en el que se entrenó River. Los jugadores
gritaron el gol de Kuffour y eligieron no hacer declaraciones, pero
las sonrisas de Astrada y Cardetti (foto) simbolizan el estado de
ánimo riverplatense. Si el domingo no le ganamos a
Racing se terminó el campeonato, dijo Celso Ayala,
el único que habló. Ramón Díaz no vio
el partido, pero se confirmó que, ante Racing, jugarán
los mismo once que vencieron a Chacarita. Pese a la derrota, algunas
decenas de hinchas de Boca se reunieron en el Obelisco para mostrar
su adhesión con el equipo. Hubo un par de incidentes aislados
con hinchas de River, que no pasaron a mayores. También hubo
concentración de hinchas en el Museo de la Pasión
Xeneixe, en la Bombonera.
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Qué se dijo
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Diego Maradona: Lo que le hicieron a Boca fue una
vergüenza. El árbitro hizo todo para que Boca no atacara
y le dio carta blanca a los alemanes para que le pegaran a todo el
mundo, y por eso a Riquelme lo mataron a patadas. Al hincha de Boca
le queda el orgullo más grande, que es verlo llorar a Riquelme,
por el sentimiento que demostró, porque no pudo hacernos felices.
Y eso va más allá de cualquier arbitraje malo o de una
expulsión. Se veía, desde el punto de vista del jugador
de fútbol, ya que alguna vez jugué una final, que esto
no era para Boca porque estaba decidido por el árbitro. Boca
pudo haber perdido tranquilamente porque no fue el mismo equipo que
presentó ante el Real Madrid. La camiseta de Boca está
intacta y el que la vista sabe lo que quiere la gente y nada más.
Ellos la defendieron a morir, por eso Boca es Boca y murió
de pie
Ulrich Spohm, embajador alemán en la Argentina:
Mi equipo en Alemania es el Stuttgart, pero igualmente simpaticé
por el Bayern porque es de mi país y además soy consciente
de que con este triunfo gran parte del pueblo al que represento
está muy feliz
Juan Simón, ex jugador de Boca: Esta final
era más fácil que la del año pasado. Bayern
no tiene jugadores desequilibrantes y es un equipo previsible, creo
que diez veces menos que el Real Madrid. Boca depende mucho de Román
y cuando él no está en su mejor día todo se
complica. Lo marcaron muy bien, jamás le dieron la posibilidad
de enganchar y salir para su mejor perfil. Creo que once contra
once Boca lo ganaba fácil, pero la expulsión de Delgado
complicó todo. En este tipo de partidos tener un jugador
menos te mata, porque es dar una ventaja enorme. Ahora que se va
Bianchi sería bueno que el entrenador que lo suceda le dé
continuidad a chicos como Calvo, Pinto, Ariel Carreño y Christian
Giménez. Boca tiene jugadores importantes que conforman una
base y creo que la salida de Bianchi será dura. El ya era
parte de la familia boquense, pero ahora deberá demostrar
su capacidad la comisión directiva para buscar un sustituto
ideal que permita seguir ganando
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OPINION
Por Juan José Panno
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Juicio sumario
El primer impulso es muy fuerte: hay que señalarlo con
el dedo, atarle los tres dedos del pie derecho, declararlo culpable
en juicio sumario y mencionar su apodo como si se estuviera dictando
sentencia: Lín-Chelo. Los cargos que se le imputan al jugador
de Boca son abrumadores:
1) Ganarse ingenuamente la tarjeta amarilla pateando al arco después
de un claro off-side correctamente marcado por el línea y
sonorizado por el árbitro.
2) Perderse un gol cantado, tras un pase perfecto de Guillermo Barros
Schelotto, por querer pegarle con tres dedos, sin usar los dos dedos
de frente que sugerían darle a la pelota de lleno, para asegurar.
Pregunta adicional: cuando se le pega con tres dedos, ¿no
conviene que sean de la misma pierna?
3) Perderse otro gol cantado, al adelantar demasiado la pelota cuando
le salía el arquero alemán, tras un pase magistral
de Riquelme.
4) Tirarse absurdamente al piso, en la misma jugada, simulando un
penal que le dio la excusa perfecta al árbitro para sacarle
la segunda amarilla y sacarlo de la cancha, cambiando el curso del
partido y de la historia.
Todo esto, más la yapa de un fallido pase con tres dedos
que provocó un contraataque que casi termina en gol del peruano
Pizarro, quedará registrado para siempre en su prontuario.
El segundo impulso es de piedad e indulgencia, sintetizado en estos
atenuantes:
1) Un día terrible lo tiene cualquiera.
2) Delgado siempre le pega con tres dedos salvo cuando le sale otra
cosa, por error. No lo hizo de canchero ni nada que se le parezca.
El cree que la cosa debe ser así. Y con eso, convengamos,
no le ha ido tan mal después de todo. De hecho, había
llegado mejor a la final del año pasado y por eso a Palermo
lo acompañó él y no Guillermo Barros Schelotto.
Y fue en ese partido, debe recordarse, que metió el excelente
pase del primer gol y jugó muy bien.
3) No sería justo cargar sobre las espaldas de Delgado la
responsabilidad de la derrota. Ni en él, ni en Córdoba
porque se equivocó en el centro del gol, ni en Bianchi porque
tardó en hacer un cambio, ni en el referí porque dejó
que le pegaran demasiado a Riquelme, ni en ninguna persona en particular.
Lo primero que deberá reconocerse antes de buscar una cabeza
para cortar es que Bayern Munich fue superior y punto.
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