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El arte de programar jazz en el medio de un tambo

Entre el 10 y el 13 de enero tendrá lugar la séptima edición del Festival Internacional de Jazz de Lapataia. Estarán, entre otros, Lovano, Thielemans, Kenny Werner, Adrián Iaies y Paquito D�Rivera.

Joe Lovano es uno de los
mejores saxofonistas actuales.
Se presentará en trío, junto a Idris Muhammad y Cameron Brown.

Por Diego Fischerman

Al principio parecía una locura. Una de esas cosas que sólo podrían ocurrírsele a un aventurero con más sueños que contactos con la realidad. ¿Un festival de jazz en Uruguay? Difícil. ¿En un tambo, en el medio del campo y a varios kilómetros de Punta del Este? Imposible. Por lo menos eso opinaron los que cultivaban el pesimismo desde la más pura aplicación de la lógica. A veces, sin embargo, ocurren cosas inesperadas: la vida sobre la tierra, por ejemplo. O un festival internacional de jazz en un paraje llamado Lapataia que en enero comenzará su séptima edición consecutiva y que se ha dado el lujo de contar con músicos como Benny Golson, Phil Woods, Johnny Griffin, Kenny Barron y Kenny Garrett, por nombrar sólo unos pocos.
A partir del jueves 10 de enero estarán en esa especie de paraíso bucólico que maravilla a los extranjeros (Michael Brecker, en una de las ediciones anteriores, ensayaba fascinado frente a las vacas que lo miraban) varias figuras de importancia en el panorama actual del género. Y la cabeza de serie es, desde ya, el notable saxofonista Joe Lovano al frente de un trío excepcional, con Idris Muhammad en batería y Cameron Brown en contrabajo. Este intérprete que desarrolló su estilo a partir de los legados del John Coltrane de finales de los ‘50 y del Sonny Rollins de los ‘60, ya había estado en el festival como invitado fugaz del quinteto de Pablo Ziegler, con quien había grabado en Estados Unidos. Esta vez llegará con jazz en un estado de mayor pureza y en el formato más crudo imaginable: el del trío sin instrumento armónico.
Otra de las presencias significativas será el pianista español Chano Domínguez (que llegó por primera vez a Buenos Aires como acompañante de la cantante Martirio), quien actuará con un grupo de jazz-flamenco que incluye a Guillermo McGill en batería, Javier Colina en contrabajo, el cantaor Blas Cordoba (Kejío), Tomas Moreno (Tomasito), en baile y palmas
e Israel Suárez (El Piraña), en percusión. De la Argentina estará el pianista Adrián Iaies, junto al contrabajista Horacio Fumero (durante años compañero de ruta de Teté Montoliú) y el baterista Facundo Martínez. El gran armoniquista belga Toots Thielemans actuará en dúo con Kenny Werner, un pianista exquisito y también actuarán el trío de Benny Green en piano, Quincy Davis en batería y Barak Mori en contrabajo, el cuarteto del saxofonista Donald Harrison (un ex integrante de los Jazz Messengers de Art Blakey que ya estuvo en una edición anterior del festival) con John Lefcoski en piano, Vicente Archer en contrabajo y John Lampkin en batería y el cuarteto del guitarrista Russell Malone (habitual acompañante de Diana Krall) con el pianista Richard Johnson, Richie Goods en contrabajo y E.J. Strickland en batería.
El asesor artístico del festival, Paquito D’Rivera, tendrá, como siempre, un papel protagónico. Con un grupo que incluye a los argentinos Diego Urcola (trompeta) y Dario Eskenazi (piano), Mark Walker (batería) y Oscar Stagnaro (bajo), tendrá como invitado a Andy Narell, uno de los pocos virtuosos que hay en la interpretación de Steel Drum (esa especie de gigantesca palangana de metal con abolladuras, que produce diferentes notas según dónde se la golpee). El trío de José Reinoso (piano) con Aldo Caviglia (batería) y Horacio Fumero (contrabajo) y la cantante brasileña Rosa Passos (que estará acompañada por Marcos Teixeira en guitarra, Eskenazi en piano, Stagnaro en bajo y Walker en batería) completarán la oferta de este desfile de músicos y estilos que se desarrollará hasta el 13 de enero.

 


 

SE CONCURSAN 101 VACANTES EN EL TEATRO COLON
El fin de tantos desencuentros

Funciones suspendidas, abrazos al teatro y hasta el cierre temporario propulsado por la propia dirección. La historia reciente del Colón estuvo signada por mutuas desconfianzas, pactos incumplidos (o incumplibles), resistencia al abandono de prebendas y ventajas adquiridas con la fórmula de los “usos y costumbres” y, en el centro de la escena, los intentos de las autoridades actuales de la Secretaría de Cultura de la Ciudad por normalizar la situación. El tema álgido del conflicto pasaba por dos cuestiones: la situación de los contratados que en muchos casos venían desempeñando tareas de planta desde hacía un largo tiempo y la falta de un reglamento de trabajo acorde con la realidad actual del teatro (y del país). En la primera de las cuestiones la discusión se centraba en la manera en que esos cargos serían efectivizados. La postura original de los representantes de los trabajadores del Colón era intransigente: todos los contratados debían ser efectivizados. La Secretaría de Cultura aseguraba que la única forma de cubrir legalmente los puestos era por concurso. Los delegados, entonces, plantearon que los concursos debían ser cerrados. Es decir, que sólo pudieran presentarse los que ya desempeñaban las tareas que serían concursadas. El punto no fue aceptado por la Secretaría de Cultura y, finalmente, se llegó a un acuerdo acerca de que habría concursos abiertos (y legales) en que a la antigüedad en el Colón se le asignaría un puntaje importante. El domingo pasado se llevó a cabo, a través de una solicitada, el llamamiento a concurso para cubrir 101 vacantes correspondientes al Coro Estable (21), la Orquesta Estable (29), la Filarmónica (23) y el Ballet (23), además de 5 cargos de maestro interno.

 

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