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“VERONICA CONDOMI”, UN DISCO PARA RECOMENDAR
La adultez de una intérprete

La ex integrante de
MIA y MPA se luce en un trabajo, mayormente grabado en vivo, en que tal vez siguió un consejo de Liliana Herrero.

Verónica Condomí está cantando como nunca antes había cantado.
Es inmejorable su versión de la híper grabada “Recuerdos de Ypacaraí”.

Por Carlos Polimeni

En los años ‘70 formó parte de los hoy míticos Músicos Independientes Asociados (MIA), que inventaron el negocio de la autogestión en la escena progresiva argentina. En los ‘80, fue convocada para ser la voz femenina del grupo de Músicos Populares Argentinos (MPA) con que Chango Farías Gómez consiguió renovar la renovación folklórica. Antes, durante y después de estos pasos formó un dúo más experimental de lo deseable con Liliana Vitale, que fue su amiga y cuñada. Podría decirse que a Verónica Condomí le costó lustros de cantar llegar a pensarse como solista, y que al respecto estaba en deuda, ante todo con ella misma. Acaso por eso, el disco que acaba de editar se llama sencillamente Verónica Condomí. Acaso por lo otro, de inmediato se destaca que la acompañan Ernesto Snajer y Facundo Guevara. El disco es uno de los mejores que se hallan publicado en el 2001 en el terreno de la música popular.
Hay una decisión muy clara de que el trabajo respete el clima de los recitales de la Condomí, quizá para huir de cierta frialdad que implican los estudios, de cierta tendencia a la sobregrabación que suele conspirar contra la autenticidad de los discos de cantantes. De las 13 tomas del disco, sólo tres fueron registradas en un estudio, hace dos años largos, y las restantes pertenecen a shows de este año en Notorius y a sesiones en la propia casa de la vocalista. No es por los aplausos del público que emocionan más los temas en vivo, sino más bien por la emoción y el sentimiento de Liliana. Hasta aquí, podía decirse que a veces la fineza de su técnica parecía, a veces, apartarla de los sentimientos. No siempre, por otra parte.
Liliana Herrero le planteó una vez a Fito Páez que en música hay que aprender a leer a los que saben leer. Esto significa que un intérprete, además de acertar en la elección de un repertorio, debe preocuparse por escuchar y decodificar a los grandes intérpretes. Que en las grabaciones y actuaciones en vivo de artistas de la talla de Frank Sinatra, Roberto Goyeneche, Mercedes Sosa, The Beatles, Caetano Veloso, Luis Alberto Spinetta, por citar algunos, hay un verdadero manual de instrucción para acceder a la canción popular, siempre que bien se sepa escuchar. El concepto no invita a la copia, sino más bien a aprender y aprehender de aquellos que por algo son los grandes. Este aprendizaje flota de modo ostensible en este, que bien podría ser considerado el primer disco del resto de la vida de intérprete de Condomí.
El trabajo tiene, entre otros logros, una pequeña hazaña: una especie de versión definitiva de un tema híper reiterado, el paraguayo “Recuerdos de Ypacaraí”, como si todos los años de cantar de Condomí hubiesen decantado a la hora de interpretarlo. La versión, de verdad, puede competir con la del propio Caetano. Hay algo del modo de plantear los arreglos, en varios temas, en que resuenan los ecos de la obra de Herrero, por lejos la más osada de las intérpretes del folklore durante las dos últimas décadas. en “Te voy a contar un sueño”, del malogrado Jacinto Piedra, “Zamba de Lozano” y “Chacarera de las piedras”, ese efecto es por demás benéfico. Hay algo de desgaste, dolor y experiencia en la voz de Condomí que le permite una expresividad por momentos nueva para su garganta. Es posible que haya allí una “lectura” inteligente de otras gargantas con arena.
El disco tiene, aún, un momento doblemente estremecedor: se trata de la versión de “Zamba para la guagüita”, un tema escrito para la autora por su propio padre, cuando era una niña, para que aprendiese a cantar. El primer estremecimiento deviene de un dato cronológico: impresiona que una hija llegue a cantar con tanta clase un tema que le compuso su padre a la niña que era, cuando tenía todo el mundo por delante, como si la composición le hubiese determinado su destino. “Quise hacerte una zambita/pa que aprendas a soñar/ con esa patria grandota guagüita/ con que sueña tu papá /patria sin pobres ni tristes/ que algún día llegará”, escribió aquel padre soñador. El otro dato es bien argentino: el autor está desaparecido desde 1976.

 

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