Por Horacio Bernades
Harry tiene anteojos, mirada
de chico sensible y la consabida marca de fábrica sobre la frente.
Como él, cada uno de los personajes que lo rodean (familia adoptiva,
magos de luengas barbas, compañeros de escuela y profesores) parecen
salidos directamente de la pluma de J.K. Rowling, hipermillonaria autora
de la saga original, y otro tanto puede decirse de todos los ambientes
e incidentes de esta película fenómeno, llamada a ser la
que destrone a Titanic del sitial del film más recaudador de la
historia. La propia autora aprueba la versión cinematográfica
(algo que tiene escasos precedentes en la tumultuosa historia entre escritores
y películas), los fans la celebran, las boleterías exhiben
desde antes del estreno el cartel de No hay más entradas,
nadie tiene reparos y las secuelas están aseguradas. Misión
cumplida.
Ese es justamente el problema de base de Harry Potter y la piedra filosofal:
es tan, pero tan fiel al libro, que, más que una película,
parecería un parque temático, donde los visitantes encontrarán
la reproducción exacta de lo que fueron a buscar. Quienes ambicionen
alguna sorpresa o margen de libertad, algo que le dé a la película
entidad propia, más vale que se queden en casa leyendo el libro.
Pero no hace falta haberlo leído para percibir el carácter
sucedáneo de Harry Potter, the movie: todo está tan en su
lugar, que se hace palpable que todo aquí fue sometido a un férreo
control. Siguiendo la línea de puntos del guión escrito
por el reputado Steve Kloves (Los fabulosos Baker Boys, Fin de semana
de locos), Chris Columbus se confirma como realizador obediente por antonomasia,
algo que había demostrado sobradamente en películas como
Mi pobre angelito, Mrs. Doubtfire y El hombre bicentenario.
Las dos horas y media de Harry Potter y la piedra filosofal dan comienzo
cuando el gigantón Hagrid (Robbie Coltrane), la profesora McGonagall
(Maggie Smith) y el profesor Dumbledore (Sir Richard Harris) depositan
un bebé en un hogar cualquiera, como si se tratara de Moisés
o del mismísimo Jesucristo. En verdad y en esto también
la película sigue el libro al pie de la letra el pequeño
Harry es un predestinado, y la saga que sigue no hará otra cosa
que confirmar su carácter de superdotado. ¿Superdotado para
qué? Todo el mundo lo sabe ya: para la magia. Arrancado a los 11
años del gris mundo de los muggles esa gente que no cree
en sortilegios ni los ejerce, Harry será recogido por Hagrid,
robusto ángel guardián que lo deposita a las puertas de
Hogwarth, la más prestigiosa academia de magia de toda Inglaterra.
Y por lo tanto, del mundo: como ninguna otra creación reciente,
Harry Potter es casi una celebración oficial de la tradición
británica.
Allí está el venerable college, con sus profesores-ogros,
pero en el fondo buenos, sus ritos de iniciación, las rivalidades
internas y la importancia dada al deporte (el quidditch, especie de cricket
volador en el que, como en el rugby, puede tacklearse al rival). No falta
elrepresentante del everyman o hombre común, en este caso Ronald,
el mejor amigo de Harry. Una escena culminante tiene lugar en el tablero
de un ajedrez a escala humana, todo un hobby británico, y el desenlace
sigue puntualmente las reglas del whodunit o policial a la inglesa,
en la línea de Agatha Christie o Ellery Queen. El peor whodunit
posible, valga la aclaración: en la culminación, se establece
que el malo es el malo porque al guión así se le antoja,
aunque no se haya dado ni media pista en ese sentido.
Por si faltaba algo para convertir a Harry Potter en poco menos que un
evento patriótico, allí está esa escena del comienzo
en la que los búhos llenan el plano, que parecería extirpada
de Los pájaros, de Sir Alfred Hitchcock. Ni qué hablar del
elenco, verdadero panteón viviente del cine inglés. Sólo
falta Sir Richard Attenborough, que debe haber estar ocupado filmando
alguna otra película. No hay duda de que Daniel Radcliffe, el niño
que carga con la pesada carga de ser Potter, es un gran hallazgo, así
como Alan Rickman luce tanto o más disfrutable que de costumbre,
lleno de miradas torcidas, pelo de paje y fraseos olímpicos. Tratándose
más de un mesías que de un héroe en el sentido clásico,
es lógico que, en lugar de atravesar pruebas de formación,
Harry se limite a confirmar, ante cada nuevo obstáculo, que es
el Maradona de la magia. Paradójicamente, a Harry le falta lo que
le sobra al Diego: magia. Es que sus habilidades para el embrujo han sido
prolijamente provistas por el superpoblado departamento de efectos especiales.
Así, cualquiera hace y deshace con su varita.
PUNTOS
Cómo
ser adolescente y no morir en el intento
Por Luciano Monteagudo
Agnes está por cumplir
16 años. Desde hace dos vive en una pequeña localidad llamada
Amal (la maldita Amal del título original del film)
y todavía no ha hecho amigos. Como muchas adolescentes, se siente
fea, sola, y le parece que la vida apesta. No quiero una fiesta
de cumpleaños, es una de las primeras cosas que apunta en
su computadora, como si estuviera escribiendo su diario personal. Sus
padres, sin embargo, se empeñan en que Agnes tenga su fiesta, en
que invite a sus compañeros de colegio, para ver si logran sacarla
de su encierro. Lo segundo que teclea Agnes en su computadora es Amo
a Elin. Elin es la chica linda del curso. A diferencia de Agnes,
Elin puede parecer muy segura de sí misma (Soy hermosa, seré
Miss Suecia, afirma con soberbia), pero a su manera sufre tanto
como todos los de su edad. De eso trata Descubriendo el amor: con una
total empatía con sus personajes, acompañándolos
siempre de cerca, sin moralizar ni prejuzgar, el director y guionista
sueco Lukas Moodysoon hace de su primer largo un retrato sensible y sincero
de los infinitos padecimientos de la adolescencia.
Para Moodysoon, sin embargo, no es cuestión de cargar exageradamente
las tintas, como lo hacía aquella película alemana Christiane
F. Tampoco de banalizar el despertar sexual a la manera de Porkys,
o de solazarse en la crueldad de la edad, como lo entendía Mi vida
es mi vida, la opera prima de Todd Solondz. Se diría que el suyo,
más que un camino intermedio, es un acercamiento distinto al tema,
quizás más simple pero también más justo,
en el cual la película evita los dramatismos extremos pero también
la condescendencia y la superficialidad. No es que la vida de Agnes, por
ejemplo, sea fácil: la atracción que siente por Elin (y
el rechazo inicial de su compañera) contribuye a su aislamiento
y es un motivo más de discriminación. Pero Fucking Amal
se las ingenia siempre para equilibrar el tono y no permitir que la película
se oscurezca en exceso, como cuando Agnes piensa en suicidarse y para
entrar en clima pone una fuga de Bach.
Otro tanto sucede con Elin. Estoy tan aburrida, odio la vida,
grita, mientras se queja de que en Amal todo lo que está in
nunca llega, o llega tarde, cuando ya está out, como
las raves. Drogarse un poco también parece difícil en Amal.
Lo único que Elin y su hermana encuentran a mano es mezclar Alka
Seltzer con Coca Cola. Los chicos tampoco ayudan. Se la pasan hablando
de autos o de teléfonos celulares, comparándolos entre ellos
como si se estuvieran midiendo los falos. ¿Sexo? Ni mucho, ni bueno.
Pffff... y ya está, se quejan las chicas de los varones.
En medio de su desconcierto, Elin sabe algo, en todo caso: que no quiere
tener por delante una típica vida de suburbio, ya completamente
prefijada. No quiere como le pasó a su madre casarse
por rutina, tener hijos, dedicarse sólo a cuidarlos y que un día
cualquiera su marido la abandone por una mujer más joven, mientras
ella se queda mirando la TV.
Hay una permanente capacidad de observación que le da a Descubriendo
el amor su carácter distintivo, más allá de la espontaneidad
de su elenco y de su imagen sin artificios, tan habitual en el cine independiente.
Hacia el final, el film parece olvidarse de esos méritos y amenaza
peligrosamente con terminar en un destemplado alegato en favor de ladiversidad
sexual (Los mensajes hay que dejárselos al correo,
decía Hitchcock). Pero el epílogo viene a mitigar ese desliz.
Cuando Agnes y Elin se sientan a compartir un Nesquik y a discutir sobre
si es mejor diluirlo en más o menos leche, vuelve a quedar claro
que, a su manera, todavía son nenas y que tienen una eternidad
por delante para decidir qué hacer con sus vidas.
PUNTOS
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