Por Pablo Plotkin
El de Emir Kusturica &
The No Smoking Orchestra es un espectáculo poderosamente visual.
Lo que se verá hoy a las 23 por I-Sat (una de sus cinco asombrosas
presentaciones en La Trastienda) es, además del acercamiento al
pequeño fenómeno suscitado por la patota balcánica
en Buenos Aires, la oportunidad de ver en acción a un grupo que
no termina de encajar en ningún parámetro preconcebido.
Conducta rockera, desenfreno etílico gitano y estructuras musicales
licuadas por once espíritus libres que acarrean la tradición
de los pueblos itinerantes y la memoria de una región del mundo
atravesada por el fuego.
El primer desengaño: Kusturica es un guitarrista eléctrico
bastante malo. Ningún virtuosismo, poco swing y mucha onda para
mostrarse como el muchachote de cine arty fascinado con la cultura rock.
Usa un sombrero, se pone la camiseta que le regalan y le cae simpática
(en este caso fue una de Excursionistas) y repite al micrófono
con voz gutural algo así como esto es música peligrosa.
El verdadero protagonista del show es Nelle Karajilic, cantante y maestro
de ceremonias fuera de control, punk rocker de Sarajevo lascivo y movedizo
como un conejo. Junto con el histriónico Alexander Balaban (tuba),
Déjan Sparavalo (violín) y Her Draugentaler (teclados) forman
la primera línea visual de la pandilla, los payasos de un circo
que tendría poco sentido de no ser por la calidad de su banda de
sonido.
Traductores de la historia cultural balcánica, los No Smoking (otro
engaño: varios fuman sobre el escenario) se valen de la música
árabe, el rock duro, los spaghetti western, las melodías
circenses, griegas, el klezmer para encontrar su forma híbrida.
Todo eso que se resume de manera contundente en Unza Unza Time, el último
y más difundido disco del grupo. Djindji Rindji Bubamara,
Imao Sam Bjelog, Pitbull Terrier... Todas canciones
antagónicas y a la vez parecidas. Por momentos disparatadas, a
veces agridulces, capaces de subir al oyente a una montaña rusa
derruida por las bombas y bajarlo a una celebración de feria en
la que la única prohibición es el silencio. Las imágenes
de la orquesta libre de humo, emparentadas a la exuberancia de las películas
de su guitarrista, son un soporte visual perfecto para la redada musical
de fondo. Todo es parte del mismo propósito: provocar emociones
extremas, evitar los términos medios y aplanar el dolor de la guerra,
los exilios, la destrucción. Como emergentes de los escombros de
la ex Yugoslavia, la No Smoking saben cómo deshacerse de las piedras
en los zapatos.
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