Por Julián
Gorodischer
Los labios de Alicia son enormes,
carnosos y se resecan fácilmente. Ella se pasa la lengua una y
otra vez, sugestiva, sobre todo cuando las preguntas de Juan Castro suben
el voltaje. ¿Ustedes le metieron el dedo en la cola a su
pareja?, pregunta el conductor, y Alicia se chupa el labio superior
como si pidiera turno, urgente, para dar una respuesta. ¡Sí!,
grita, primero que las otras, porque de eso se trata este juego. Hay que
ser osadas y reaccionar rápido a los estímulos que les brindan
en la isla portuguesa. Un seductor, en Confianza ciega, mira
siempre profundo, busca el roce de los cuerpos y exagera el ardor a toda
hora. Nacieron como actores secundarios de este extraño reality
que propone una estadía de 16 días en el paraíso,
bajo tentación, para probar la fidelidad de tres parejas,
y se convirtieron en los protagonistas de una pornosoft con tufillo a
comedia.
Alicia se tira al borde de la pileta y propone a un participante, no importa
cuál: Si yo te lo permito, ¿qué me harías?.
Empieza, entonces, la ronda de propuestas indecentes que nunca se verán.
A lo sumo, en el programa, el sexo se escucha. Cuando las parejas todavía
no se habían reencontrado (como lo hicieron esta semana), se escuchó
un momento sexual entre muchos, registrado por micrófonos escondidos
en las habitaciones. Alicia estuvo allí, pero ahora lo reconstruye
con reservas, y mediante un vocero, el único modo en
el cual el programa permite contestar, cual marionetas, a sus seductores.
Estuve esa vez con Rubén y Rodrigo en la pieza dice,
pero no todo lo que se ve es real. Creer o no creer, en Confianza...,
es un problema de los participantes. Yo tendría mis dudas sobre
si es cierto lo que pasa.
En la pantalla, la seductora siempre dice que sí al intento de
conquista y, si no llega, se anticipa. Dale, aprovechame,
insistió Alicia (o la conejita de Playboy, o la maestra
jardinera). Fui la más atrevida -cuenta, la de lengua
suelta, la que no reprime lo que dice. Defender la incontinencia
verbal es una marca entre las seductoras. En el comentario desubicado
se juegan su status como bombas sexies, la diferencia que les dará
más minutos en el aire. Y esa visibilidad, claro está, es
una ventaja fuera de toda discusión para una aspirante a actriz,
una como Alicia que se imagina en una tira del mediodía. O en una
probable continuación de la saga de Confianza ciega,
por qué no, que bien podría volver a convocarla.
Patricia, más callada, duró poco en el staff, pero encabeza
el ranking de las seductoras conocidas. Lo suyo con Rubén, un romance
de días no consumado, tuvo carácter de profundidad, un paso
más allá del mero histeriqueo de sus compañeras.
Las reglas eran claras, los límites no, cuenta Patricia
(o Pato), parafraseando el slogan del programa, y se presenta como una
mujer enamorada. Yo no traicioné a Valeria (la mujer
de Rubén), responde a las acusaciones que le disparan en
la calle por estos días. Yo hice un juego limpio. A
Patricia (he allí el motivo de su status diferencial) le estuvo
reservado el lugar superior que Confianza... dio a la aparición
de los sentimientos.
Como buen reality, Confianza... tiene un interés especial
en que la experiencia no se frivolice. Desde que lo vi aparecieron
sentimientos muy fuertes entre nosotros, explica la seductora. Un
miembro de la producción que prefiere mantener su nombre en reserva
insiste sobre el punto: Esto no es la frivolidad que muchos suponen.
Esto es, también, un lugar para aprender, relacionarse y quererse.
El negro y Charlie, entre los varones, son las máscaras
más reconocibles. Charlie, un patovica rubio lleno de tatuajes,
es experto en desnudismo, y puso el foco desde el principio en una de
las participantes. Consiguió el primer beso y dio un paso hacia
la meta más preciada entre los seductores, que no es el sexo o
la pasión sino una relación romántica.El negro
apuntó a lo mismo con Valeria, y no le salió tan bien. Apenas
llegó a un par de conversaciones íntimas y una salida exclusiva
para dos personas. Bastó, sin embargo, para que Rubén -.novio
de Valeria lanzara un exabrupto y pateara el almohadón. El
negro, como los otros seductores, se esfuerza por demostrar su estatuto
de persona común, sin ningún tipo de idea fija o misión
predeterminada. Desayunábamos, teníamos clases de
tenis, gimnasia y taebo, dice. Y todas las noches había
una fiesta. Los fiesteros eligieron, por las noches, hacer un strip
tease o meterse en grupo en el yacuzzi. El negro se diferencia
de la euforia permanente de los demás: Yo era callado y auténtico,
dice.
Por estos días, ya de regreso, los seductores recorren los estudios
de Azul, más cerca de la confesión que de la vida loca.
Juan Castro pregunta: ¿Fue verdad?. O confronta a la
mujer engañada con la otra. En esos casos, las chicas
gritan, y los seductores ponen cara de nada, como si se hablara de otros
y no de ellos, patovicas que deambularon, con el torso desnudo, pidiendo
besos y caricias. No seas mala, provocaron a las díscolas,
y apuntaron a otra presa. Así hasta el regreso, en un estudio de
tele, donde las caricias se transforman en gritos, y el imán es
renovado: ya no la tentación para infieles sino el reproche, el
reclamo de cónyuges engañados. Un insulto, un pase de facturas,
una mirada perdida y a otra cosa. Que pase la pareja que sigue.
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