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UNA NUEVA RAZA TELEVISIVA: LOS SEDUCTORES DE “CONFIANZA CIEGA”
“Si yo te permito, ¿qué me harías?”

Fueron contratados para probar la fidelidad de las parejas en juego, con métodos a veces osados para
la televisión, otros al borde del ridículo. Cómo son y qué piensan algunos de los personajes más osados de la pantalla 2001.

Los seductores, lanzados a la tarea de tentar permanentemente a los participantes del juego.

Por Julián Gorodischer

Los labios de Alicia son enormes, carnosos y se resecan fácilmente. Ella se pasa la lengua una y otra vez, sugestiva, sobre todo cuando las preguntas de Juan Castro suben el voltaje. “¿Ustedes le metieron el dedo en la cola a su pareja?”, pregunta el conductor, y Alicia se chupa el labio superior como si pidiera turno, urgente, para dar una respuesta. “¡Sí!”, grita, primero que las otras, porque de eso se trata este juego. Hay que ser osadas y reaccionar rápido a los estímulos que les brindan en la isla portuguesa. Un seductor, en “Confianza ciega”, mira siempre profundo, busca el roce de los cuerpos y exagera el ardor a toda hora. Nacieron como actores secundarios de este extraño reality –que propone una estadía de 16 días en el paraíso, bajo tentación, para probar la fidelidad de tres parejas–, y se convirtieron en los protagonistas de una pornosoft con tufillo a comedia.
Alicia se tira al borde de la pileta y propone a un participante, no importa cuál: “Si yo te lo permito, ¿qué me harías?”. Empieza, entonces, la ronda de propuestas indecentes que nunca se verán. A lo sumo, en el programa, el sexo se escucha. Cuando las parejas todavía no se habían reencontrado (como lo hicieron esta semana), se escuchó un momento sexual entre muchos, registrado por micrófonos escondidos en las habitaciones. Alicia estuvo allí, pero ahora lo reconstruye con reservas, y mediante un “vocero”, el único modo en el cual el programa permite contestar, cual marionetas, a sus seductores. “Estuve esa vez con Rubén y Rodrigo en la pieza –dice–, pero no todo lo que se ve es real. Creer o no creer, en ‘Confianza...’, es un problema de los participantes. Yo tendría mis dudas sobre si es cierto lo que pasa.”
En la pantalla, la seductora siempre dice que sí al intento de conquista y, si no llega, se anticipa. “Dale, aprovechame”, insistió Alicia (o “la conejita de Playboy”, o la maestra jardinera). “Fui la más atrevida -cuenta–, la de lengua suelta, la que no reprime lo que dice.” Defender la incontinencia verbal es una marca entre las seductoras. En el “comentario desubicado” se juegan su status como bombas sexies, la diferencia que les dará más minutos en el aire. Y esa visibilidad, claro está, es una ventaja fuera de toda discusión para una aspirante a actriz, una como Alicia que se imagina en una tira del mediodía. O en una probable continuación de la saga de “Confianza ciega”, por qué no, que bien podría volver a convocarla.
Patricia, más callada, duró poco en el staff, pero encabeza el ranking de las seductoras conocidas. Lo suyo con Rubén, un romance de días no consumado, tuvo carácter de profundidad, un paso más allá del mero histeriqueo de sus compañeras. “Las reglas eran claras, los límites no”, cuenta Patricia (o Pato), parafraseando el slogan del programa, y se presenta como “una mujer enamorada”. “Yo no traicioné a Valeria (la mujer de Rubén)”, responde a las acusaciones que le disparan en la calle por estos días. “Yo hice un juego limpio.” A Patricia (he allí el motivo de su status diferencial) le estuvo reservado el lugar superior que “Confianza...” dio a la aparición de los sentimientos.
Como buen reality, “Confianza...” tiene un interés especial en que la experiencia no se frivolice. “Desde que lo vi aparecieron sentimientos muy fuertes entre nosotros”, explica la seductora. Un miembro de la producción que prefiere mantener su nombre en reserva insiste sobre el punto: “Esto no es la frivolidad que muchos suponen. Esto es, también, un lugar para aprender, relacionarse y quererse”.
“El negro” y Charlie, entre los varones, son las máscaras más reconocibles. Charlie, un patovica rubio lleno de tatuajes, es experto en desnudismo, y puso el foco desde el principio en una de las participantes. Consiguió el primer beso y dio un paso hacia la meta más preciada entre los seductores, que no es el sexo o la pasión sino una relación romántica.”El negro” apuntó a lo mismo con Valeria, y no le salió tan bien. Apenas llegó a un par de conversaciones íntimas y una salida exclusiva para dos personas. Bastó, sin embargo, para que Rubén -.novio de Valeria– lanzara un exabrupto y pateara el almohadón. “El negro”, como los otros seductores, se esfuerza por demostrar su estatuto de persona común, sin ningún tipo de idea fija o misión predeterminada. “Desayunábamos, teníamos clases de tenis, gimnasia y taebo”, dice. “Y todas las noches había una fiesta.” Los fiesteros eligieron, por las noches, hacer un strip tease o meterse en grupo en el yacuzzi. “El negro” se diferencia de la euforia permanente de los demás: “Yo era callado y auténtico”, dice.
Por estos días, ya de regreso, los seductores recorren los estudios de Azul, más cerca de la confesión que de la vida loca. Juan Castro pregunta: “¿Fue verdad?”. O confronta a la mujer engañada con “la otra”. En esos casos, las chicas gritan, y los seductores ponen cara de nada, como si se hablara de otros y no de ellos, patovicas que deambularon, con el torso desnudo, pidiendo besos y caricias. “No seas mala”, provocaron a las díscolas, y apuntaron a otra presa. Así hasta el regreso, en un estudio de tele, donde las caricias se transforman en gritos, y el imán es renovado: ya no la tentación para infieles sino el reproche, el reclamo de cónyuges engañados. Un insulto, un pase de facturas, una mirada perdida y a otra cosa. Que pase la pareja que sigue.

 

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