Por Verónica
Abdala
Es increíble cómo
ciertas influencias pueden torcer tu destino, dice el uruguayo Jorge
Drexler conteniendo la risa. No está pensando en la noche montevideana
en que Joaquín Sabina lo animó a probar suerte en España,
ni en el envión profesional que le significaron los encargos que
recibió a poco de llegar a Madrid, de figuras como Miguel Ríos,
Víctor Manuel, Ana Belén, Luis Eduardo Aute o Rosario Flores.
No. Jorge Drexler, la aparición más interesante en el terreno
de la canción uruguaya de la última década, está
recordando la tarde en que decidió, allá por los tempranos
70, que abandonaría definitivamente la música por culpa
de uno de los personajes de la telenovela Jacinta Pichimahuida.
Por entonces, era un chico de diez años que, como buena parte de
sus compañeros de escuela, no se perdía los episodios de
la tira escrita por Alberto Migré, que protagonizaba Evangelina
Salazar. Ocurrió que un día me puse a pensar que me
parecía demasiado a la chica mala de la clase, relata divertido,
en el marco de la entrevista con Página/12. Yo, como Etelvina,
tocaba el piano, tenía un padre que era médico, pertenecía
a la clase media pero tenía compañeritos que no alcanzaban
mi nivel social. Me angustié al punto que decidía abandonar
mis clases, con la esperanza de quebrar esa simetría que me hacía
tanto daño. Y lo hice: abandoné las clases de composición
y armonía, que tomaba desde los cinco años.
Sus padres ella, una asturiana y militante comunista, él,
hijo de una pareja de judíos alemanes que había huido de
Berlín intuyendo el horror que traería aparejada la segunda
guerra nunca comprendieron por qué su hijo se negaba tan
tozudamente a formarse musicalmente, cuando era evidente que tenía
cualidades para eso. Por suerte para quienes hoy pueden disfrutar de sus
discos, la vocación de este uruguayo de 37 años fue más
fuerte, y Drexler retomó sus estudios unos meses más tarde.
Aunque esta vez prefirió cambiar el piano por una guitarra. Y
nunca más pude separarme de ella: desde entonces fue como una amiga
que venía conmigo a todas partes, como una parte del cuerpo.
Después de terminar el secundario, continuó con sus estudios
en la Facultad de Medicina, y llegó a ejercer como médico
otorrinolaringólogo en el Hospital de Clínicas de Montevideo.
Mientras, seguía tocando...
Sí, con una espantosa culpa: los enfermos sufriendo, muriendo,
y yo siempre con mi guitarrita a cuestas. Hoy no me importa tanto la mirada
de los demás o la opinión que puedan tener sobre mí.
Pero pasé años sufriendo la culpa de tener ganas de cantar,
o tener un rato libre para escuchar a Los Beatles, Joao Gilberto, Luis
Alberto Spinetta y los uruguayos Eduardo Mateo, Jaime Roos o Alfredo Zitarrosa.
La lista de los que verdaderamente tuvieron algo que ver con mi formación,
y a la que después se sumaría Beck, Bjork, Manu Chao. Mi
vocación y mi vida, por entonces, parecían una gran contradicción,
una disociación que me hacía sufrir mucho.
Esa contradicción fue la que empezó a resolverse
la noche de su encuentro con Sabina, que significaría, nada menos
que el inicio de una nueva vida. Vente pa España si
aquí no te ata ninguna mujer, propuso el español después
de presenciar un show del uruguayo, en la intimidad del camarín.
Drexler pensó que tenía poco por perder. Tres días
después de haber pisado Madrid conoció a Ana, la madre de
su hijo Pablo. Dos meses más tarde componía para algunos
de los más importantes referentes de la canción española.
A los siete meses firmaba un contrato con una de las más importantes
discográficas a nivel internacional.
¿Cuál es el sentimiento que quedó en su recuerdo
asociado a aquel momento?
Fue el momento más grosso, el momento en que hice reset,
y me decidí a empezar todo de cero, sin equipaje a cuestas. Y en
consecuencia la sensación era de alegría y de miedo. Sabía
que el riesgo era inmenso, pero también intuí de alguna
manera lo que sucedió: los resultados superaron todas las expectativas.
Hace siete años que Drexler vive en Madrid, aunque ahora tiene
bastante más claro que entonces los alcances de su proyección
profesional. Sabe que su apuesta musical de cruzar los ritmos folklóricos
de su país natal con modernos tratamientos electrónicos,
a combinar la herencia de Mateo o Roos con las nuevas concepciones sonoras
del rock y el pop está abriéndole, como él
dice, todas las puertas. Su desembarco en el mercado argentino
se produjo el año pasado, con el que, en rigor, era su quinto disco,
Fronteras. El que presentará hoy y mañana en Buenos Aires
(22 Teatro Astral), se llama Sea, parece haberlo consagrado en este mercado.
El público argentino parece haber aceptado desde un primer
momento los códigos implícitos en su propuesta. Eso se nota,
por ejemplo, en la manera en que en sus recitales, como en los de Joao
Gilberto o Caetano, quedan excluidos los gritos, los aplausos y las demostraciones
de afecto más efusivas, para dar lugar a acompañamientos
corales más parecidas a un susurro.
Creo que con el público argentino podemos manejar bien esa
sensualidad necesaria en cualquier espectáculo. Ellos saben hasta
dónde pueden avanzar, y que no me interesan los gritos. Estoy seguro
de que esta vez me van a acompañar nuevamente, como ya sucedió
dos veces (en La Trastienda el año pasado, y en un unplugged para
FM Supernova). Valoro doblemente el esfuerzo que hacen en este sentido,
porque conozco la pasión tan característica de este pueblo.
¿Sigue interesándole más las melodías
que las letras de sus canciones, como declaró en una oportunidad?
No, las letras me importan cada vez más. Eso tiene que ver
claramente con la música que se hace en España, en donde
lo que se dice importa más que la música que acompaña
las palabras, cosa que no ocurre, por ejemplo, en Brasil y en Uruguay.
Eso me llevó a leer más, más novela, más poesía.
A prestar atención a lo que tengo para decir. Supongo que esta
búsqueda será la que orientará a partir de ahora
mi evolución. Hubo también un cambio en mi escucha musical:
ahora me interesan más los textos que los acordes, aspiro a aprender
orientando la mirada en dirección a Bob Dylan, a Leonard Cohen.
Hay un mundo más denso, en el que importa muchísimo lo que
decís, y pretendo consolidar allí mi presencia. Lo que también
tengo claro es que no tengo un mensaje para dar: pediría encarecidamente
que me liberaran de ese peso.
Uno de los temas más emotivos del disco es El pianista
del Guetto de Varsovia, que compuso a partir de la lectura de la
autobiografía de Wlady Szpilman (que Roman Polanski está
filmando en Polonia). ¿La literatura es en su caso un disparador
habitual para la creación?
No directamente, exceptuando el caso de esta canción, inspirada
en una historia con la que me identifiqué profundamente: como ser
humano, como músico, como judío. A él le tocó
conocer la convulsión del horror, a mí, salvando las distancias,
el de la dictadura. Como lector, adoro a Bioy Casares, a Borges, a Onetti,
a Horacio Quiroga. Tuve mi romance con Milan Kundera pero ya pasó,
por suerte. Soy bastante desordenado, pero disfruto mucho de los libros.
¿En qué se diferencia este disco de los anteriores?
De Fronteras, se diferencia poco. Son parientes muy cercanos. Pero
creo que, si aquel fue un disco de experimentación, con Sea se
afianza mi decisión de contar mi tiempo y mi espacio, que es y
será siempre mi país. Quise, esta vez, hablar de mí.
E incorporé para eso los sonidos que en Europa están flotando
en el aire: Beck, Bjork, Massive Atack, Tricky, Portishead. Lo que yo
escuché siempre en mi casa, pero no había sido capaz de
llevar a un disco. Ahora sí puedo decir que tengo una pata en la
música popular uruguaya y otra en donde están las grandes
cabezas de la música europea de este siglo: en el terreno de la
electrónica.
¿El denominador común de sus discos es el tema de
la identidad?
Sí. La identidad en todas sus facetas. Hay preguntas que
me persiguen y que tienen que ver con quién soy, con mi relación
con ese país del que me fui pero al que sigo perteneciendo, con
el hecho de haber tenido un hijo en España, fruto de misteriosos
cruces y de una serie de casualidades. Es el tema de El pianista..., de
Un país con el nombre de un río. Creo, en definitiva, que
mi tema preferido son los conflictos de las personas con sus propios destinos.
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