Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12
 
Continuidades
Por José Pablo Feinmann

A partir de 1965 empiezan a llegar a nuestro país los textos de Louis Althusser y quienes eran entonces sus discípulos; sobre todo, acaso los más brillantes, Jacques Ranciére y Etienne Balibar. Althusser se empeñaba en mostrar que, a partir de Marx, se establecía una ruptura epistemológica en la filosofía y que esa ruptura era la que Marx establecía con Hegel. Uno de los aspectos centrales de ésta se relacionaba con la concepción de la historia. Para Marx, decía Althusser, la historia ya no era, como en Hegel, expresión de una “continuidad sustancial”. Este quiebre de la linealidad de la historia fue fundamental en las filosofías posestructuralistas y también en las posmodernas, que fragmentaron lo histórico, lo hicieron estallar en innumerables fragmentos en los que se expresaba un sentido que era, de este modo, la negación del sentido único. En suma, la “continuidad sustancial” hegeliana (un tiempo lineal y un sentido único que se desplegaba inmanente en la historia) fue negada por todas las filosofías post y esa negación fue uno de sus logros más ricos. También en el arte y en la literatura.
Esto viene a raíz de la siguiente certeza, de la siguiente verificación: en la historia argentina (desde 1976 en adelante) hay una linealidad, un sentido único, una continuidad sustancial. Este hecho es verificable empíricamente. Este hecho es la derrota actual de la sociedad argentina. Esa “continuidad” no quebrada explica el abismo al que se asoma el país durante los días que corren. Esa “continuidad”, ese “sentido único” fue establecido por la dictadura militar por medio del terror y no ha sido quebrado ni alterado ni fragmentado aún. Impera sobre nuestra sociedad. ¿Cuál es?
En la “Carta de un escritor a la Junta Militar” del 24 de marzo de 1977 (a un año de establecido el poder militar), Walsh establece dos instancias: 1) el terror, la represión absoluta, racional, planificada; 2) el “plan económico” para cuyo sustento, para cuya posibilitación y despliegue ese terror se ha implantado. Bien, digámoslo ya: ese “plan económico” es la continuidad sustancial de la historia argentina a través de estos veinticinco años y su figura más emblemática es nuestro actual ministro de Economía, que fue funcionario de la dictadura, del menemismo y del actual radicalismo.
Walsh dice (luego de describir con una precisión escalofriante los horrores de la junta) que esos horrores no son los peores a que el poder militar ha sometido al pueblo sino que el peor es el horror de la “miseria planificada”, que se cobra más víctimas que la represión. O sea, el horror represivo se ha desencadenado sobre la sociedad para posibilitar un horror aún peor: el horror que se establece desde la esfera económica, el horror de la economía, el horror de la “miseria planificada”. Cito: “En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”. La “miseria” que describe Walsh bajo la junta encuentra su cifra perfecta en la tasa de desocupación, la cual, dice Walsh, se ha elevado “al record del 9 por ciento”. Como vemos, la “continuidad sustancial” de nuestra historia ha consistido en ahondar algunas de sus características. Ya que no se ha tratado de la continuidad del 9 por ciento. Esa continuidad nos mantendría hoy en el mismo porcentaje y no en el abominable cuasi 20 por ciento en que estamos. En suma, la “continuidad” es la de la miseria planificada, pero esa “continuidad” se ha dado en el modo del acrecentamiento. La “miseria planificada” es expansiva: cada vez abarca a más argentinos. La miseria hace metástasis. Walsh señala luego (abre con este tema el punto sexto de su Carta) quiénes son los que imponen esa política económica: “Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o a Indonesia, la política económica de esa junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales”. Algo ha cambiado aquí para nosotros: la “oligarquía especuladora” ya no es “nueva”. Podríamos decir que es el grupo que más creció desde su instalación con la política económica de la junta. Hoy –y Walsh desde luego lo vería tan bien o mejor que nosotros– estamos en manos de esa “oligarquía especuladora”. Es esa “oligarquía especuladora” la que rige los destinos del país democrático que se ha puesto a sus pies. Debemos, en consecuencia, ver cómo los gobiernos democráticos (luego de diecisiete años de desarrollo) han sometido el país al arbitrio de esa oligarquía que gobierna a través del dinero. No es difícil. En semana santa del ‘87 el pueblo sale a la calle a respaldar a un gobierno contra unos militares pintarrajeados que desafiaban al poder civil. En esa jornada –y esto es decisivo– el terror que instaló la junta fue superado. Pero el Presidente decide asumir (en él, en su persona) la representatividad de todos y va a negociar con los sublevados. Negocia, regresa, sale al balcón de la Casa de Gobierno y dice que la casa está en orden y dice Felices Pascuas y manda a todo el mundo a su casa. En suma, la más grande movilización (la que venció al terror) de la democracia es manipulada, negociada entre sombras y el “orden” de la casa reconoce a los sublevados como parte de sí. El alfonsinismo le entrega al plan de la “miseria planificada” la desmovilización y el marco democrático. Es notable este paralelo entre Alfonsín y Perón: cuando el político de Chascomús dice Felices Pascuas manda a todos a sus casas, ya que, asegura, la casa está en orden; lo mismo que hacía Perón cuando aconsejaba ese inocuo recorrido entre la casa y el trabajo a sus obreros quienes, así dirigidos, mal podían defenderlo cuando lo atacaron seriamente. Esa democracia desmovilizada que entrega el alfonsinismo es fundamental dentro del esquema victorioso del poder económico. Luego, Menem.
El caudillo de La Rioja somete el populismo peronista al poder de la “oligarquía financiera”. Al cabo, los sindicatos molestaban mucho a los radicales de los ochenta: había que frenarlos. ¿Qué mejor que un peronista? Menem implanta lo que Alsogaray llama la “reforma Menem” y la “miseria planificada” se afirma con plenitud. La “visibilidad” del dirigente cervecero Ubaldini durante Alfonsín y su “invisibilidad” durante Menem marcan la presencia y ausencia del sindicalismo en la vida democrática. Es Menem quien le entrega esa presa al poder económico. Menem exhibe también la flexibilidad política de ese poder: ya no hay peronismo ni antiperonismo. No les importa ser “peronistas”, no les importa el “mal gusto” típico de ese partido, ese “mal gusto” que tanto les disgustó siempre. El ideólogo miitarista Jorge Luis García Venturini inventó, durante 1975 y desde el diario La Prensa, el concepto de “kakistocracia”, gobierno “de los peores”. Y el 29 de marzo de ese año escribía: “Porque la ‘kakistocracia’ no sólo es un atentado contra la ética sino también contra la estética, una falta de buen gusto”. Así, casi en favor del “buen gusto”, reclamaba el golpe militar de 1976. ¡Qué poco le importó el “buen gusto” a la oligarquía financiera que respaldó al menemismo! Se dijeron: si hacen lo que nos conviene, que hagan lo que quieran. Que se vistan à la Versace. Que lo traigan a Rosas. Que hagan el festival infinito de la turquerie noveau riche. Y Menem hizo y deshizo. Y nadie le dijo “kakistócrata”. No, si el “mal gusto” viene acompañado por los buenos negocios, la oligarquía lo acepta. Y Menem fue el que dio en el clavo del terror siempre latente en la sociedad: fue durante las manifestaciones de docentes. Eran numerosas hasta que el “kakistócrata obediente” dijo: “Ahí están los futuros desaparecidos”. Y ya no fueron numerosas. Temerosos, muchos, demasiados regresaron a sus casas, ahí, donde solían mandarlos Alfonsín y el viejo Perón. Porque hay una “continuidad” que instaló la junta y es la que fundamenta a todas las demás: la continuidad del miedo, del terror. Esa continuidad aún late en la sociedad argentina y es ésa la primera ruptura que habrá que producir para que las otras sean posibles.

 

PRINCIPAL