Pisa pisuela
Los bancos tuvieron como interlocutor privilegiado al jefe de Gabinete,
Chrystian Colombo. Al fin y al cabo, antes de estar en el Gobierno
era uno de sus pares, al trabajar en el Banco Macro. Colombo, a
la vez, mantiene excelente relación con el nuevo presidente
provisional del Senado, el justicialista Ramón Puerta, y
virtual vicepresidente de Fernando de la Rúa. Cuando fue
gobernador de Misiones, Puerta fue el que privatizó el banco
provincial. El comprador de la entidad fue el Banco Macro. Uno,
Colombo, y el otro, Puerta, lideraron en los dos últimos
días de la semana los acontecimientos más explosivos.
El primero siendo el interlocutor del Gobierno de la desesperación
de los bancos ante la fuga y proponiendo en consecuencia una de
las D malditas: Depósitos congelados. El segundo, quedando
en la línea de sucesión presidencial, instalando otra
D inquietante, pero en este caso política: Débil De
la Rúa. Domingo Cavallo mantiene la ilusión de que
presentando una serie de buenas noticias, como el canje de más
de 50 mil millones, puede frenar la corrida, que ayer se llevó
1000 millones, según estimaciones de los propios banqueros.
Y esa es la interna que mantuvo ayer a lo largo de la jornada para
esquivar la presión de los bancos por pisar los depósitos.
La amenaza de los banqueros fue contundente: algunas entidades,
incluso extranjeras, adelantaron que no abrirían las puertas
el lunes. Como era de esperar, los bancos ganaron esa partida.
Entre los banqueros existe esa percepción de fin de juego;
de agotamiento de una etapa, sin tener en claro qué parirá
el nuevo ciclo. Con esa incertidumbre, muchos se abrazan a la alternativa
de la dolarización como la última balsa en medio del
naufragio. Algunos, en cambio, saben que esa opción ya no
sirve, que podría haber tenido alguno efecto en otro momento,
pero no ahora con una fuga de capitales incontrolable. El sistema
financiero está crujiendo, al borde del colapso, proceso
que la dolarización unilateral, sin el apoyo de Estados Unidos,
no detendría, sino que se correría el riesgo de acelerar
ese deterioro, como explicó didácticamente Roberto
Frenkel en un reciente artículo. En un escenario de fuga,
los ahorristas quieren verificar y encontrarle buen resguardo a
sus fondos, prevención que se potenciaría al desaparecer
las reservas del Banco Central ante la sustitución por dólares
de los pesos en circulación. Proceso que tendrá la
velocidad de la dinámica que asuman ahora los restringidos
movimientos bancarios. Pero lo cierto es que las reservas alcanzan
para el dinero en manos del público, pero son insuficientes
para cubrir la totalidad de los depósitos en pesos. La persistente
huida del dinero de los bancos está desmoronando una estructura
que en los 90 se extranjerizó y concentró con
la cándida creencia que así se evitarían las
periódicas corridas.
Esta fuga, que ayer se aceleró porque incluyó al pequeño
ahorrista que se zambulló sobre los cajeros automáticos
para sacar lo que podían, deja al descubierto la ¿ingenuidad?
de aquellos que pensaban que con bancos extranjeros dominando el
sistema no habría corrida. La idea era que esas entidades
contaban con un prestamista de última instancia mucho más
poderoso que el propio Banco Central. Y que acudirían a auxiliar
a sus filiales cuando éstas lo necesitaran, como en este
caso. En estos días de crisis, las casas matrices de esos
bancos informaron que no girarán ni un dólar a la
Argentina para atender los depósitos de sus clientes. Así,
los bancos quedaron sin red de contención y, por lo tanto,
vulnerables a una intensificación de una corrida, como sucedió
ayer.
Este manotazo de ahogado de pisar parcialmente los depósitos,
como mucho de lo que hace este Gobierno, generará más
confusión que tranquilidad. Esa dolarización de créditos
y depósitos a plazo fijo sólo traerá más
incertidumbre. Se busca un evento contundente para recuperar la
confianza de los depositantes. Pero así sólo se esquiva
encarar decididamente la crisis. Y por lo tanto, su superación
se demorará. El objetivo, en realidad, es salvar a los bancos,
del mismo modo que lo fue el canje de deuda.
El trueque de 50 mil millones de dólares de bonos desvalorizados
por préstamos garantizados tomados al ciento por ciento ha
sido un acto de servicio de Domingo Cavallo para salvar al sistema
de la quiebra. Lo más probable es que los bonos que queden
se declaren en default y sean trocados por otros con quita de capital
y a una tasa más baja del Canje Fase I. Aunque no se sabe
si esa operación de maquillaje contable alcanzará
para eludir el crac. Al ritmo de salida de capitales de esta semana,
uno de los abogados más importante de la city apuntó
que seguir con la puertas abiertas para los depósitos iguala
a la sociedad argentina a una de esas sectas que se suicidan colectivamente
ante la promesa de un paraíso venturoso. Al final de esa
historia, el país se queda sin reservas con bancos que se
convierten en cáscaras vacías y un aparato productivo
paralizado. En ese contexto, la salida de la crisis no pueden ser
de otra forma que descontrolada y con mayor costos si no se toman
medidas, que también son costosas pero que buscan minimizar
daños, que a esta altura no se puede evitar. Esas medidas
no son otras que la reprogramación de los vencimientos, la
autorización a pequeños retiros parciales y a las
posibilidad de hacer todos los giros que se quiera pero dentro del
sistema, sin sacar el dinero de los bancos. Este es el camino que
el Gobierno va a transitar pero no por convicción, sino por
exigencia de los bancos. Y medidas parciales tomadas a la desesperada
terminan generando más daño.
Del mismo modo que los tenedores de bonos aprovecharon tasas astronómicas
pagadas por el Estado y se enfrentan ahora a un virtual default,
los ahorristas que dejaron su dinero tentados también por
tasas elevadísimas se encontrarán con que no pueden
recuperar inmediatamente su capital. Nadie podrá sorprenderse:
esta crisis bancaria es una de las más anunciadas de la historia.
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