Por Julián
Gorosdicher
Ninguno como ellos, en ningún
otro reality, se aburrió tanto, y durante tanto tiempo. Por si
fuera poco, por si no hubieran bastado las horas muertas y la falta de
afinidad, la producción les extendió el calvario por una
semana más, hasta esta noche, cuando sólo uno se quede con
los 200 mil, y los otros tres se lleven un premio tal vez mejor: el fin
del encierro. En su cuenta regresiva, el Gran Hermano 2 dejó
naufragar a sus rehenes en el tedio de varios días en los cuales
no pasaba nada, apenas el ping pong de preguntas del tucán Alejo,
un muñeco parlante. Tan fuerte fue el sopor, que lo terminaron
reclamando. Que vuelva Alejo dijo Silvina Luna, la favorita
en el ranking de popularidad en Internet, que estamos aburridos.
El tucán Alejo es la prueba de que Gran Hermano es
capaz de cualquier cosa. Los cuatro lo rodearon y el bicho se ensañó
con el Negro (o Roberto) o hizo chistes malos o se quedó en silencio
mientras los cuatro sobrevivientes miraban. El resto del tiempo, esta
semana, fue dedicado a la especulación en el pasillo, el living
y el borde de la pileta, sobre el nombre del ganador. Fue un reordenamiento
sin fin de una lista de cuatro personas: ¿quién se va primero?,
¿quién se queda con la plata? Probado tópico televisivo,
el interrogante sobre el destino del dinero consiguió milagros
y mantuvo la audiencia estable, aun cuando ya no hubo nada de qué
hablar, nadie con quién pelear, ninguno de quién enamorarse...
Entonces, lo que quedó es esperar noticias sobre un nuevo millonario,
lo cual no parece poco a juzgar por el interés que manifiestan
los llamados. En El debate conducido por Juan Alberto
Badía y otros ciclos parásitos, el público
arriesga compulsivamente y se apasiona por un favorito. Como si se jugaran
algo muy importante en la adhesión por un finalista, las señoras
mayores y las adolescentes la mayoría entre quienes se comunican
levantan la voz, exaltan a su defendido y tiran a matar a
alguno de los panelistas, con preferencia por los cínicos (Maxi,
Lucho o Carolina). Qué se habrán creído...,
dijo María Esther, de Lugano, en un capítulo reciente, para
tomárselo todo tan livianamente, y no como lo que en verdad sería:
una intensa experiencia de vida que merece (necesita) otro tratamiento.
Esto es una escuela por la que sólo pasaron 18 personas en
toda la historia, afirmó Gustavo, a tono con lo que se espera
de un buen participante de Gran Hermano 2.
Gustavo y El Negro reúnen los requisitos que este reality exalta:
el amor por el barrio, un lenguaje limitado, bromas corporales y cierto
fondo de seducción. Nunca se confunden, nunca dudan y tienen bien
en claro el objetivo: llegar hasta el final, demostrarse que pueden sin
referencia a la plata o a la competencia. Como si impartiera algo de justicia
televisiva, el televidente argentino promedio del Gran Hermano 2
elige salvar a Gustavo, a Roberto o a Marcelo Corazza, en anterior oportunidad,
para reparar una orfandad, una falta de posibilidades, un ensañamiento
del resto de los habitantes de la casa.
Silvina y Alejandra darían una sorpresa: las mujeres no son favoritas
en la competencia (nunca lo fueron), y tienen manchas. Un participante
manchado hizo o dijo alguna vez, en los cuatro meses, algo que no debía.
Estoy enamorada de vos, fue la frase-error de Silvina Luna,
dedicada a Pablo (o El Locio). El paso en falso de Alejandra (o Córdoba)
fue hacer correr ese chisme. Ahora sólo les queda suplicar un perdón
o una mirada para otro lado, cómplice, del votante en una de las
experiencias cívicas más extrañas, de inusitado fervor,
y les cumpla el sueño que al decir de la cordobesa
estaban esperando durante toda una vida.
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