A riesgo de romper un código
básico de comunicación, se anticipa que esta columna no
responderá las preguntas que, muy presumiblemente, se formula hoy
el atribulado lector de Página 12. Qué ocurrirá en
los próximos días, cuáles serán las reacciones
de una sociedad descreída y en depresión económica
ante una serie de medidas que acentuarán la recesión, qué
harán o dejarán de hacer millones de trabajadores
en negro cuando se le explique que no pueden cobrar sus salarios, qué
será del Gobierno, qué pasará con el PAMI en diciembre,
a cuánto cotizará el Patacón en Navidad, qué
escenas se verán en los bancos cuando abran y no estén en
condiciones de dar respuesta a sus asustados clientes (muchos de ellos
clientes cautivos por añadidura). Qué fábula urdirán
Fernando de la Rúa y Domingo Cavallo si, como todo lo sugiere,
el desesperado paquete creado en estos días como viene ocurriendo
con todas y cada una de las medidas de la dupla agrava los problemas
preexistentes sin resolver el incendio focalizado que intenta aplacar.
Pero el planteo sugiere la respuesta. Todo induce a imaginar escenarios
ominosos, más graves aún que el negro presente. La economía
argentina termina, sin gloria y con mucha pena, un ciclo perverso. Y la
política da lástima desde hace rato.
Nada sorprende ya, si es malo. No sorprende, por caso, que el anuncio
de la espectacular acogida que tuvo el tramo local del canje de la deuda
haya sido desleída por suceder en uno de los días más
desdichados de un gobierno que ya cosecha muchos. Al fin y al cabo, al
blindaje 2001 (sí, 2001) se lo comieron los piojos y al megacanje
la langosta. Siempre hay una plaga que pulveriza seudo hazañas
económicas que jamás llegan a impactar en el bolsillo, en
la esperanza o en el humor de la gente de a pie.
La política en la
Puerta 12
En la semana en que el PAMI casi quiebra y el sistema financiero quedó
al borde del KO, la corporación política añadió
una mancha más a su lomo atigrado. La designación de Ramón
Puerta como presidente del Senado no es un golpe institucional como dramatizó
la UCR pero sí un nuevo desgaste. Eso ante quienes se interesan
por esos tópicos, una minoría que se encoge día a
día. Para la mayoría, las idas y vueltas de sus dirigentes
carecen de interés y nótese que se trata de legisladores
votados hace mes y medio.
Es difícil exagerar los errores del oficialismo que preludiaron
la decisión. De hecho, es difícil hasta enumerarlos en su
totalidad. A riesgo de omitir alguno recordemos los más salientes.
Antes de los comicios, el Gobierno
decidió una interpretación del resultado, capciosa a carta
cabal. En la Rosada y en Villa Rosa se explicó que De la Rúa
no participaba y que, por ende, no sería derrotado.
En vísperas del diluvio, resolvieron negarlo. Cuando aconteció
estaban sin paraguas.
Con la chapa a la vista, imaginaron
que el peronismo no atacaría las posiciones del Gobierno. Que el
voto bronca y sus internas lo paralizarían.
Ni siquiera se dieron por aludidos
cuando los justicialistas comenzaron a extrovertir su intención
de presidir la Cámara. Puerta mismo lo anunció en un reportaje
en este diario contados días después de la elección.
Para peor, el oficialismo no actuó unido. Los senadores de la UCR
se movieron (es una forma de decir) por su lado, el Ejecutivo por otro.
Mario Losada nos dijo que era apenas una interna misionera rezongaba
un alto funcionario político que Puerta quería desbancarlo
a él. Estaba convencido de que proponiendo otro presidente
radical el problema se zanjaba. Otros nos decían
que habían hablado con Duhalde, con Corach y con Eduardo Menem
que objetaban la jugada. Yo les decía: nosotros también
hablamos con ellos y sabemos cómo piensan. Pero Corach termina
su mandatoy los otros son minoría. Nos aseguraban que no le bajaban
el precio al tema.
Tarde y mal salió Ramón
Mestre a mediar y fracasó. En el camino, sugirió que, si
no le daban bolilla, De la Rúa mismo se haría cargo del
entuerto. Una forma de minimizarse desde el vamos y de mandar al frente
al Presidente. Otros dos ministros cuestionaron, ante periodistas de este
diario, la invocación al Presidente de Mestre y sus groseros errores
de manejo.
Una vez derrotado, el oficialismo
propuso una interpretación autoindulgente, en la que nadie creyó:
la presencia de Puerta compromete al peronismo con la gobernabilidad.
Para redondear, algún ministro alegó que De la Rúa
siempre saca tajada de sus derrotas, que capitaliza simbólicamente
hacer de víctima. Una sandez si se advierte que la
imagen presidencial linda con el segundo subsuelo.
El Gobierno cae en un error propio de ciertos émulos menores de
Goebbels: cree que las mentiras se imponen por su mera repetición,
si se las empaqueta bien. Imaginan que proponer un punto de vista es imponerlo.
De la Rúa y sus huestes son impotentes para conducir la realidad
y luego explican que ésta se acomoda a sus deseos.
Lo cierto es que el oficialismo, distraído en su propia retórica,
no armó su frente interno para negociar el punto con el PJ. Había
un término posible de acuerdo a explorar: conceder al PJ el manejo
de los fondos y la administración de la Cámara. Un bocado
deseable, si se piensa mal, pues ahí están la plata, los
contratos, las ollas en que pueden cocinarse surtidos ñoquis. Una
concesión lógica, si se es piadoso, pues el manejo interno
de la Cámara que por costumbre atañe a su presidente
bien puede otorgarse a su mayoría. Cuando Carlos Alvarez presidió
el Senado, llevó para esos menesteres a un viejo amigo de su total
confianza, Ricardo Mitre. Pues bien, si la UCR quería conservar
el lugar de Chacho tenía que disponerse a ceder el de Mitre. Pero
faltó astucia, voluntad y muñeca en la Rosada y en el Congreso.
Todos unidos contra Duhalde
Claro que pulsear con el peronismo es duro. Su fragmentación,
contra lo que fantaseó el Gobierno, añade complejidad a
esa tarea de por sí insalubre. La emergencia de Puerta nació
como subproducto del crecimiento poselectoral de Eduardo Duhalde y su
pronta hiperquinesis nacional. Sus compañeros senadores de otras
provincias (que lo quieren menos que poco) le marcaron prestos la cancha.
Le impusieron el peso del número, un menester que los peronistas
acostumbran acometer con bríos, desparpajo y hasta cierta alegría.
Bastó que el bonaerense hablara en nombre del peronismo, para que
lo desmintieran con bríos.
La jugada tampoco fascinaba a José Manuel de la Sota, Carlos Reutemann
y Carlos Menem, pero ninguno podía imponer su criterio al conjunto.
Ni estaba dispuesto a pagar un ápice de costo simbólico
defendiendo una posición del oficialismo que, para colmo, no se
movía. Es que todos son presidenciables pero no pueden imponer
decisiones al conjunto de la dirigencia. Por lo cual optan por no quedar
en descubierto.
Los presidenciables Menem el que más pero no el único
atisban una situación peculiar: la interna partidaria es mucho
más dura de ganar que la eventual elección nacional futura.
Por lo tanto, nadie puede ceder un tranco de pollo adentro. Un escenario
de empate entre los poderosos, del que buscan sacar partido
integrantes de la segunda línea: Adolfo Rodríguez Saá,
Néstor Kirchner han crecido en estos tiempos. Y ahora Puerta tiene
un lugarcito bajo el sol.
Dicen que es cavallista. Que es amigo de Chrystian Colombo. Que
es de Menem. Que ya habló con Ruckauf. Todo eso es verdad. Pero
no se engañe: desde hoy Puerta es de Puerta, describía
un astuto dirigente peronista que, como todos sus compañeros, disfruta
haciendo de peronólogo. Esa ciencia de la que Mestre y Losada parecen
ignorar hasta la bolilla uno.
A no exagerar se consolaba ante Página/12 un pilar
de la Rosada si estamos haciendo un canje de deuda de 50.000 millones
tras modificar el Código Civil mediante un decreto de necesidad
y urgencia. Si existen facultades especiales, esto no es tan grave.
El punto es que todos esos defectos se van adicionando. Apenas ayer fue
la parodia de votación de déficit cero donde los oficialistas
se trasvestían de opositores y viceversa. Luego el voto bronca.
Luego la liberación de Menem. Cada semana la dirigencia del sistema
democrático hace lo suyo para desacreditarse.
Este columnista cree que hubo desprolijidad institucional, agravada por
la puesta en escena de la jura, con Luis Barrionuevo patoteando y Angel
Pardo haciendo ostentación de su impunidad. Pero esa crítica
sistémica es la menor. Lo más grave es que los senadores
elegidos el 14 de octubre nada hicieron desde entonces sino rolar en derredor
de esas roscas mínimas. Lo peor no es que Puerta presida el Senado,
sino que la mayoría electoral haya dedicado todos sus afanes a
ese cometido que sólo les importa a los propios senadores.
Algo habrá que reconocer. Nadie añorará en el Senado
ni la aptitud política de Losada ni la ejemplaridad de José
Genoud, las dos figuras que el radicalismo catapultó a la banca
que hoy ocupa el misionero.
El primo del Bonex
Teníamos en carpeta estas medidas, pero era un plan
B. No creíamos que fuera a haber fuga de depósitos hoy.
Pensábamos que el canje iba a obrar un efecto confianza.
Fue el viernes, cuando los rumores iban y venían y miles de ciudadanos
hacían cola en los cajeros automáticos. Lo decía
sin ponerse colorado un funcionario de Economía, desnudando la
asombrosa ceguera de un gobierno que se sorprende ante hechos largamente
anunciados.
Todo era de cajón. Al déficit cero lo siguen como la sombra
al cuerpo la acentuación de la recesión, la caída
de la recaudación fiscal y la fuga de los depósitos. El
sistema bancario argentino resistió bastante pero alguna vez tenía
que tocar fondo.
Los bancos de origen nacional perdieron posiciones frente a los extranjeros
radicados acá. Pero éstos fueron desamparados por sus casas
matrices: tal como ocurre con las privatizadas de servicios, desde el
Primer Mundo no se remesan más fondos a los toneles sin fondo de
este confín del Sur. A su modo, las filiales locales de multinacionales
deben vivir con lo nuestro. Y lo nuestro, inclusive para ellos,
es caro y poco.
En el Gobierno se quejan amargamente de ataques especulativos contra la
Argentina. Ese reproche, que jamás termina siendo denuncia cabal,
suele brotar de boca de Colombo, Adalberto Rodríguez Giavarini
y Nicolás Gallo. El diagnóstico tiene su cuota de verdad,
pero omite evaluar que ése es el capitalismo global al que la Argentina
se montó (o viceversa) sin beneficio de inventario. Se apostó
a los capitales golondrina, se desamparó a los sectores productivos
y favoreció a los financieros, se mimó y ensalzó
a los dueños de la City.
Cavallo mismo, en el decurso de su actual emirato, se cansó de
dar bocados al sector financiero. Bancarización creciente, rebajas
impositivas a los poseedores de bonos (¿quién puede ser
el beneficiario sino los bancos?), comisiones fastuosas por el megacanje.
Como toda hechura de los Cavallo boys, las medidas que se anunciaron ayer
tienen su astucia y hasta cierta sutileza técnica pero son nítidas
en sus objetivos. Su objetivo primordial, si no único, es evitar
la salida de dinero de los bancos.
El plan es un primo cercano del Bonex y abreva en la experiencia de Ecuador,
país que tuvo su default y su devaluación y que sirvió
deconejillo de Indias para varios hombres del hiperministro, entre ellos
Guillermo Mondino y Horacio Liendo, que metieron buena baza en las medidas.
Según el discurso de Economía, se quiere evitar el efecto
recesivo de un congelamiento total de depósitos, como lo hubo en
Ecuador y cuando el Bonex. Digan lo que digan, es obvio que habrá
un enorme parate porque cesarán prácticamente todos los
pagos en negro una proporción importante de la actividad
del país.
Entre los asalariados bancarizados, muchos no disponen de chequera y resulta
chocante creer que los bancos que suelen ser tan caros como ineficientes
subsanen esa carencia (que los favorece) en un lapso breve.
Hace diez años que, acudiendo a una parafernalia de recursos, Cavallo
viene motorizando la más regresiva transferencia de ingresos que
recuerden estas pampas. Tiene su lógica que la complete haciendo
un salvataje a la banca sin parar mientes en el destino de kiosqueros,
trabajadores temporarios, pymes, migrantes ilegales, laburantes en negro.
Con eso ganamos 90 días, dicen los operadores políticos
del Gobierno cuyas dos funciones más palmarias son quejarse de
los malos que son los peronistas y glosar las decisiones de Cavallo, de
las que suelen enterarse por los medios.
Seguramente se equivocan:
a) Como siempre, el oficialismo cree que la sociedad es inerte y que sus
medidas no tienen contraindicaciones. Añadir sequía a la
depresión económica, dejar a la gente sin plata a principios
de mes puede detonar reacciones impredecibles y poner en jaque la zozobrante
gobernabilidad. Habrá que ver si este plan es viable.
b) Si lo fuera, su operatoria insumirá mucho más que los
90 días que propone el respectivo decreto.
¿Y el día después?
pregunta Página a un cavallo man.
Va a ser muy duro. La gente va tener desconfianza. Bien puede que
cuando abran los bancos todos se abalancen a retirar sus depósitos.
¿Sabe el lector cómo llaman en la City a esa conducta, remedo
de las películas de Far West en que los ahorristas se agolpan en
la vereda esperando para sacar su dinero?
Efecto puerta. De veras.
¿Y el resto del mundo?
¿Qué más hay, aparte del salvataje? Vayan a cuenta
tres frases textuales oídas en la Rosada o en Hacienda.
La recaudación
de noviembre será por lo menos 11 por ciento menor a la del año
anterior.
Los 60 millones de dólares
en Lecop que le dimos al PAMI nos zafan del problema hasta el miércoles
3 o jueves 4.
El peronismo no será
el principal obstáculo al presupuesto 2002. Al final, lo aprobarán,
como siempre hicieron con nuestras leyes económicas. Veo mayores
dificultades en dos frentes. El primero es la reacción gremial
y social por la derogación del Fondo de Incentivo Docente. La segunda,
temo, serán los organismos internacionales de crédito que
no van a bancar así como así un presupuesto que es insustentable.
Valga una pregunta casi metafísica para pensar la política.
¿De qué sirve postergar lo inevitable? Vaya a usted a saber,
pero es la única conducta constante de un gobierno que ha transformado
el día a día en una continua pesadilla.
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