Por Raúl
Kollmann
La avalancha de retiros de
fondos de los bancos tiene una explicación: la desconfianza está
en el centro del espíritu de los argentinos. Sólo uno de
cada tres ciudadanos de este país tendría como socio a un
compatriota: el resto preferiría juntarse con españoles,
norteamericanos, suizos o quien fuera, antes de asociarse con un argentino.
La gran mayoría cree que al país lo que le hace falta para
salir de la crisis es, sobre todo, honestidad, lo que tácitamente
significa que los argentinos ven deshonestos a sus propios connacionales.
No sólo eso, más de la mitad de la gente cree que la declinación
de nuestros valores es la base de la decadencia argentina. En ese marco,
ante los primeros rumores, parecía cantado que la gente, desconfiada,
correría a sacar sus ahorros de los bancos. No es la única
característica de los argentinos de hoy. El país solidario
aparece como casi un mito: la mayoría de los ciudadanos sostienen
que no se meten cuando ven que otras personas hacen algo contrario a sus
valores. Por último, hay un dato asombroso: la gente está
de acuerdo en que se permita la educación religiosa en los colegios,
tal vez como una forma de recuperar la moral.
Las conclusiones surgen de una amplia encuesta realizada por la consultora
Graciela Römer y Asociados. El trabajo se hizo en todo el país
y fueron entrevistadas 1278 personas, respetándose las proporciones
por edad, sexo, nivel económico-social y distribución en
el país.
La honestidad es, por excelencia, el valor más demandado
por los argentinos sostiene Römer. Esto se vincula con
la creencia extendida de que la gran mayoría de las instituciones
se encuentran involucradas en casos de corrupción. Llama la atención
que hayan quedado algo relegados lo sentimientos de pertenencia, como
el patriotismo y el sentido nacional, y se ratifican como valores el esfuerzo,
el trabajo, el sacrificio y la educación.
En una evaluación que los propios argentinos hacen de la Argentina,
éstas son las calificaciones promedio, surgidas de la opinión
de los encuestados.
En cuanto a democracia, el
promedio que le ponen los encuestados a la Argentina es de 6. Significa
que está bastante bien, o sea que no hay grandes objeciones al
carácter democrático del país.
En el terreno de la justicia-injusticia,
los encuestados le pusieron un 3.3, lo que equivale a decir que la Argentina
es un país injusto.
En cuanto al futuro, el promedio
da 5.2, que indica un punto intermedio: la mitad sugiere que la Argentina
es un país con futuro y la otra mitad dice que no hay perspectivas.
Esto habla de una autoestima bastante golpeada.
Algo similar aparece en el
terreno de la educación, donde los encuestados evaluaron al país
con un 4.9, o sea poco educado.
Por último, en el campo
de la igualdad de oportunidades, la gente se pronuncia con un 3.6 de promedio,
lo que significa que consideran que en la Argentina las oportunidades
no son parejas para todos. Aquí seguramente se evalúa que
la distancia entre ricos y pobres es sideral, que existe la ventaja del
acomodado políticamente e incluso la diferencia entre Buenos Aires
y el interior.
Lo que más resalta de los valores argentinos es la desconfianza.
Römer decidió medir la confiabilidad que los argentinos tienen
para con los argentinos. Ejemplificó la idea preguntándole
a los encuestados a qué amigo elegiría como socio, y sólo
un 36 por ciento preferiría a un argentino a una persona de otro
origen. Si a esto se suma la consideración de que la honestidad
es un bien escaso, se entiende que la gente esté tan desconfiada
y vacíe los bancos ante las primeras versiones. Los sindicados,
el gobierno nacional y la clase política en general son los grupos
más alejados de los valores propuestos, como la honestidad. Lagente
ve que no tienen coherencia entre los principios y las conductas,
resume Römer.
Para la consultora, la declinación de los valores argentinos
también se traduce en un quiebre del mito de la Argentina solidaria,
que ya no se verifica en la realidad. Se profundizó la fragmentación
del tejido social en la última década y a partir del desempleo,
la pobreza y la exclusión, parecen estar funcionando como soporte
del no te metás. Sólo un 33 por ciento de los encuestados
asumiría una actitud de comportamiento activo en caso de que haya
una situación injusta, inaceptable, opuesta a sus principios y
valores .
La encuesta de Römer exhibe una Argentina dramática, desconfiada,
convencida de la deshonestidad de sus pares y gobernantes, poco dispuesta
a una lucha solidaria, sin autoestima y sin fe en el futuro. Una Argentina
que encaja con los días que estamos viviendo.
Fortunato Mallimaci *
Decadencia, ética,
religión
Una conclusión se hace cada día más masiva,
sólida y hegemónica: la decadencia se agrava y profundiza.
Aumentan la pobreza y la desocupación, sube la inequidad
producto de una brecha cada vez más amplia entre sectores
sociales acomodados y empobrecidos, se respira un sentimiento de
impunidad ante tanta injusticia sin límites y
descreimiento generalizado hacia los sectores dirigentes. Un hartazgo
existencial crece como clamor ante tanta indiferencia, inoperancia
y ajuste sin fin. Las búsquedas de salidas comienzan a germinar
en la sociedad, pero como en todo comienzo son balbuceantes y traen
algo de lo viejo a fin de recrear memorias e historias y miran hacia
delante para sumar. Hoy aparece la fotografía
sobre los valores. ¿Cómo analizarla? Tengamos en cuenta
dos hechos:
u La importancia de la dimensión religiosa en la sociedad
argentina (pero atención, las investigaciones indican un
crecimiento de las demandas religiosas, especialmente aquellas hechas
por cuenta propia, tomando algo de cada grupo, con poco apego a
lo institucional y dando relevancia a lo emocional y brindando certezas
frente a angustias e incertidumbres varias).
u La concepción de sentido común sobre
el impacto positivo de lo religioso en la configuración de
pautas valorativas en los ciudadanos.
No debemos olvidar tampoco la relación intensa y conflictiva
entre religión, sociedad y política que caracteriza
a todos los países de América latina. Pero, a diferencia
de los 70, donde el compromiso religioso de sectores juveniles llevaba
a la acción política, hoy la crisis de representación
política partidaria pareciera buscar compensación,
sustitución, negación vía lo religioso. En
nuestro país esta situación no es nueva pero el contexto
es diferente. La dictadura militar de 1943, al mismo tiempo que
implantó la enseñanza religiosa en las escuelas públicas,
prohibió la actividad política partidaria. Es cierto
que dicha ley fue impulsada por grupos católicos integristas
y nacionalistas con el amplio apoyo de la institución católica
y las FF.AA. Hoy serían pocos los dirigentes que intentarían
tal osadía, dado el carácter pluralista, complejo
y fragmentado de la sociedad argentina. Aunque es posible que algún
oportunista busque sacar rédito corporativo...
Por otro lado es necesario develar el sentido común
que supone que a mayor presencia religiosa hay mayores valores éticos,
solidarios o de honestidad. Estudios realizados en establecimientos
religiosos muestran que los ex alumnos no tienen comportamientos
valorativos diferenciados respecto de aquellos que fueron a establecimientos
públicos. Más aún, con respecto a la relación
con el Estado, hubo históricamente una afinidad entre ciertos
colegios y universidades privadas católicas con ideologías
autoritarias, militaristas y antidemocráticas.
Sólo los espacios de socialización innovadores, inclusivos
y valorativos de las diferencias, sean en colegios públicos
o religiosos u otras instituciones dadoras de sentido, pueden modificar
en el largo plazo los comportamientos de los individuos. Aún
en esta situación de decadencia en que se quiebran lazos
sociales y la desconfianza lleva a la pérdida de credibilidad,
una gran mayoría de maestros, funcionarios, trabajadores,
empleados, cuentapropistas e individuos y familias siguen apostando
a otros valores, a extender los límites de la solidaridad,
de la democracia, de los derechos ciudadanos y el respeto al otro
y a la otra.
Bienvenida la actual crisis de valores porque es también
la crisis de un modelo de acumulación económica que
produce injusticia, de un sistema judicial que criminaliza a los
pobres, de leyes que no castigan a los que más tienen y de
un Estado social que cada día se va transformando en un estado
penal y ausente. La creación de otros valores supone una
nueva puesta en común entre vastos actores sociales que rehagan
una ética para resignificar nuestras memorias (las laicas
y las religiosas) y apostar a nuevas utopías más universalistas
y donde todos entren.
* Decano de la Facultad de Ciencias Sociales-UBA
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Por Atilio A. BorOn.
Neoliberalismo a sangre
fría
Los datos de la encuesta demuestran con claridad los efectos corrosivos
y disolventes de la hegemonía política e ideológica
del neoliberalismo sobre la democracia. Como sabemos, la Argentina
sobresale entre el conjunto de países latinoamericanos por
haber sido la que aplicó las recetas del Consenso de
Washington con mayor radicalidad e inescrupulosidad. Las consecuencias
negativas del brutal sometimiento de la democracia al mercado saltan
a la vista: los valores, creencias y actitudes requeridos para que
una democracia pueda funcionar han sido corroídos hasta la
médula por largos años de irresponsabilidad estatal,
el continuo ataque a los valores de la solidaridad y la igualdad,
el desenfrenado culto al egoísmo y a la riqueza, y el desprecio
cultivado desde las más altas esferas oficiales hacia todo
lo que nos aparte de la lógica mercantil.
Cuando el neoliberalismo asesina a sangre fría al zoon politikon
de Aristóteles, personaje social y político que es
el fundamento imprescindible de todo orden democrático y
lo sustituye por la sórdida figura del homo economicus de
la economía neoclásica, el resultado no puede ser
otro que el que ilustra la encuesta. Por eso más de la mitad
de la muestra consultada opta por el clásico no te
metás ante una situación que ofende a sus principios
puesto que en el fragor de los mercados lo que cuenta no son los
valores sino los precios. Por eso también la categórica
condena a quienes han gestionado el ajuste: la clase política,
el gobierno, el sindicalismo cegetista, los militares y las grandes
empresas, cómplices todos del fenomenal saqueo sufrido por
la sociedad argentina. Tampoco es sorprendente la existencia de
un elevado porcentaje (58 por ciento) que sostenga que la
declinación de nuestros valores es la base de la decadencia
argentina. Se trata de una afirmación que nos remite
al universo ominoso del ser nacional, tan exaltado en
los exorcismos que en contra de las ideologías foráneas
practicaban los déspotas de uniforme durante los años
setenta y parte de los ochenta. Y que casi las dos terceras partes
de quienes resienten la declinación de los valores autóctonos
piensen que debería permitirse la introducción de
la educación religiosa en las escuelas públicas, haciendo
tabla rasa con el pluralismo de la sociedad civil y avalando con
esta iniciativa fundamentalista la recristianización forzosa
de la vida social. No hace falta ser un pesimista para percatarse
de la gravedad de este síndrome actitudinal, cuya importancia
se agiganta cuando la encuesta nos dice que comparten esta creencia
un 40 por ciento de los encuestados en la ciudad de Buenos Aires,
baluarte tradicional del progresismo argentino. En fin, se trata
de un conjunto de datos que, cual el huevo de la serpiente, permiten
ver al trasluz la acelerada maduración del monstruo autoritario
engendrado por las políticas neoliberales. Al revés
de lo que aseguran sus bien pagados publicistas, su resultado no
es el florecimiento de todas las libertades sino que parecería
ser la creación de las bases para la instauración
de un orden despótico asentado sobre la desesperación
y la desesperanza de la estafada ciudadanía democrática.
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CUADROS
EL NO TE METÁS
CUESTIÓN DE VALORES
PARA
SOCIO, UN EXTRANJERO
LO
QUE NOS FALTA
DIOS
EN EL AULA
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