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LOS INSOLITOS OBJETOS QUE DEBEN ANALIZAR LOS EXPERTOS DEL MALBRAN
Lo que el ántrax nos dejó

Peines para piojos, un
buzón completo, el uniforme
de un policía con calzoncillos incluidos: son apenas algunos de los cientos de objetos que junto con las cartas siguen llegando al Malbrán.

Un teclado de computadora, para ser analizado.

Por Mariana Carbajal

Aunque el temor por un ataque con ántrax se disipó, la psicosis continúa. Diariamente siguen llegando al Instituto Malbrán más de un centenar de cartas y los objetos más desopilantes para ser analizados. Entre ellos, un pote con helado (obviamente derretido y con hongos), una zapatilla derecha, destornilladores, peines para piojos, un cajón de mesita de luz con todo lo que tenía adentro, un buzón con una factura de teléfono en su interior y hasta el uniforme completo de un policía (incluidos los calzoncillos, las botas y la gorra).“Esto nos está saliendo mucha plata”, se lamenta el director del Malbrán, Andrés Ruiz, abrumado por la montaña de sobres que no dejan de llegar y ya suman más de once mil. El instituto se encuentra en un callejón sin salida: a pesar de que no hay ni rastros del bacilo, no puede dejar de testear la correspondencia ni los elementos sospechosos, porque todos vienen con una orden judicial. “Cuando me vaya voy a escribir un libro sobre el Malbrán en tiempos de ántrax. Es una locura”, ironizó Ruiz. Y no exagera. Las historias en torno del bacilo son realmente increíbles y lo más curioso es que ahora la gente está llamando porque quiere leer las cartas que mandó.
Los cultivos bacteriológicos son realizados por 40 microbiólogos que desde el 19 de octubre, cuando se dio el alerta sanitario por el supuesto desembarco del ántrax en un departamento del barrio de Parque Patricios, dejaron sus investigaciones habituales en busca del (inexistente) Bacillus anthracis. Y están hartos de buscar lo imposible, aunque prefieren no decirlo en voz alta. En los seis laboratorios de bioseguridad abocados al operativo han tenido que testear los objetos más diversos. “Un día llegó un pedazo de carne podrida, con gusanos y todo. Como no entendíamos cuál podía ser la relación con el Bacillo anthracis, yo mismo me comuniqué con la persona que lo había mandado para ver si era por mala onda contra nosotros que lo hizo llegar. Me dijo que no, que había tirado el sobre sospechoso a la basura y después de ver un noticiero donde se hablaba del ántrax le dio miedo y entonces nos mandó el sobre y todo lo que tenía en el tacho, donde estaba la carne”, cuenta el bioquímico Daniel Albano, jefe del Servicio Toxinas y Toxoides del Malbrán.
Hasta el momento, los microbiólogos testearon alrededor de 8000 envíos y tienen pendientes más de 3000. Los sobres, cartas y objetos examinados están almacenados y numerados en más de 30 cajas plásticas. La copia de los resultados de los cultivos ya ocupan 23 biblioratos. Los análisis están poniendo en jaque el ya jaqueado presupuesto del Malbrán.
Al costo de los estudios en laboratorio y las horas-hombre dedicadas a los cultivos hay que agregar el de las miles de llamadas telefónicas que tienen que hacer para informar a cada juzgado y a cada comisaría que les mandó material cuál fue el resultado del cultivo. “Por supuesto, la respuesta siempre es la misma: negativo, pero las llamadas hay que hacerlas igual”, explica Albano. “Pedimos un fondo de contingencia de 150.000 pesos al Ministerio de Salud, pero todavía no nos contestaron”, contó a Página/12 el director del Malbrán.
Los investigadores del instituto no pueden creer las historias que generó la (falsa) alarma por el ántrax que dio el ministro Héctor Lombardo. Una mujer mandó un sobre cerrado con remitente de los Estados Unidos. Días después, el marido le preguntó si no había recibido una carta de aquel país y cuando se enteró de que ella había dado aviso a la comisaría más cercana temiendo por un ataque bacteriológico, el hombre puso el grito en el cielo. Su esposa había entregado al policía un cheque con varios ceros. Y ése no fue el único cheque que llegó al instituto. Los microbiólogos encontraron varios más dentro del triple embalaje de seguridad sugerido por las autoridades sanitarias. En la mayoría de los casos, los destinatarios desconocían su existencia dentro de los sobres. “Ahora estamos tratando de devolver uno de 800 pesos a su dueña”, comenta Ruiz.
En el momento de mayor alarma, el Malbrán recibía diariamente una catarata de 600 a 700 cartas. Con el correr de los días el volumen de correspondencia fue disminuyendo, pero los sobres siguen llegando a razón de más de un centenar por día. Y llegan desde todo el país. El martes, un camión de OCA dejó varias cajas con cartas de San Carlos de Bariloche y la respectiva orden judicial para que su contenido fuera analizado. Ruiz calcula que ya tienen acumuladas más de once mil cartas. Las que ya han sido testeadas están numeradas y guardadas. Doce de las 30 cajas de plástico en las que están almacenadas llevan la leyenda “especial”. “Ahí están las perlitas”, se ríe Albano. Cada recipiente es una verdadera caja de sorpresas. Como si se tratara de una galera de un mago, Albano va sacando de una de esas cajas distintos objetos que tuvieron que analizar en busca del Bacillus anthracis. El primero es una canastita tipo panera de esas que suelen encontrarse en las cocinas y en las que se deja todo lo que no tiene un lugar fijo en una casa. Esta tiene un destornillador, un par de broches, un peine para piojos, comprobantes de compras con tarjeta de crédito, tickets de supermercados y un frasco de perfume casi vacío. “Todo esto hay que hisoparlo”, menciona el jefe del Servicio de Toxinas y Toxoides en relación con cada uno de los objetos que contiene la canastita.
Entre los objetos “especiales” también hay un cajón de mesita de luz con monedas, lapiceras y todo lo que contenía en el momento en que a su propietario se le ocurrió guardar allí la carta bajo sospecha. Además, una maraca naranja de cotillón, un teclado de computadora, un tupperware con una treintena de disketes y hasta un uniforme completo de un policía que después de ir a una casa a retirar un sobre sospechoso se “asustó tanto que nos mandó todo, todo, desde el calzoncillo, el pantalón y la camisa hasta la gorra”, enumera Albano. El uniforme policial pelea el primer lugar del ranking de excentricidades con una factura de teléfonos que llegó adentro del buzón y con un pote con helado que llegó derretido y con hongos.
En el Malbrán ya no saben qué hacer con las cartas. Como tienen la orden judicial de analizarlas, optaron por descentralizar la tarea y a partir de esta semana otros institutos de distintos puntos del país se encargarán de recibir la correspondencia sospechosa. “No se puede bajar la guardia porque puede ocurrir un ataque bioterrorista –se ataja Ruiz–. Pero el Gobierno debería volver a dar un mensaje de calma y redefinir la noción de sobre sospechoso para que la gente no mande cualquier cosa. Si uno tiene una cuenta bancaria en el exterior y recibe una carta del banco, o tiene una tarjeta de crédito y le mandan publicidad de esa tarjeta no tendría por qué sospechar”.

 

Las escalas de los sobres
Por M.C.

El circuito que siguen los sobres dentro del Instituto Malbrán está perfectamente aceitado. Incluye varias escalas. La primera, un mostrador donde son recibidos y colocados dentro de una bolsas rojas –como las de consorcio–, pero de bioseguridad. Todas las cartas llegan con la triple protección sugerida por las autoridades sanitarias: adentro de una bolsa plástica, que a su vez está adentro de un envase de cierre hermético (frasco de vidrio o de plástico), que a su vez está adentro de una caja sellada con cinta de embalar.
La segunda posta es un galpón desde donde se distribuye la correspondencia a otros dos destinos en los que les sacan los embalajes hasta que la carta queda solo dentro de la bolsa plástica. Todos los desechos se incineran y los vidrios se descartan. De ahí las cartas siguen su ruta hacia los laboratorios de bioseguridad –tercera posta– donde se realizan los cultivos. Los primeros días luego del alerta dado por el ministro Lombardo el 9 de octubre, en el Malbrán trabajaron sin descanso las 24 horas del día. Como se trataba de material con sospechas de estar contaminado, los traslados de una posta a otra corrieron por cuenta de los jefes de servicios del Instituto. “Parecíamos cartoneros”, recordó Daniel Albano, a cargo del servicio de Toxinas y Toxoides. La movida de bolsas los dejó tan agotados que decidieron pedir a un supermercado la donación de un par de carritos, donde ahora viaja la correspondencia.
Los cultivos demoran entre siete y quince días. Mientras se esperan los resultados el material analizado queda en lo que han bautizado como “cuarentena”, cuarta etapa del circuito. Una vez que están los resultados se les da un número de orden. Una copia queda archivada en la quinta escala, donde también se almacenan las cartas y el original pasa a la oficina del director del Instituto, donde se entrega a los enviados de juzgados y comisarías que los van a buscar. Pero los cultivos a los sobres no son el único problema. Después de analizarlos no los pueden quemar. “Como se trata de correspondencia privada hay que devolverla al juez y a su dueño”, explicó Albano.

 

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