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ENTREVISTA CON OLIVIER ROY, ESPECIALISTA EN AFGANISTAN
“Este es el fin de los talibanes”

Olivier Roy, autor de �El fracaso del Islam político�, es optimista respecto del futuro de Afganistán. Para él, los talibanes nunca fueron todo lo fuertes que se supuso y ello explica su caída. Y a la vez, señala que a pesar de sus divisiones internas, la Alianza del Norte tiene la capacidad para liderar la transición hacia otro tipo de país.

Un diario argelino muestra la
imagen del molá Mohammad Omar.
Para Roy, los talibanes fuera de las ciudades no sobrevivirán.

Por Manuel Cemois
Desde París

Afganistán: ¿qué futuro, qué gobierno, qué tipo de paz? Estas preguntas aún sin respuestas movilizan a la comunidad internacional desde que el sistema talibán se hundió como un castillo de cartas soplado por el viento tras la caída de la ciudad de Mazar-i-Sharif. En menos de siete días, el temible poder talibán fue borrado del mapa afgano. Fuera de las ciudades como Kunduz, en el norte, y Kandahar, en el sur, “los estudiantes de teología” no ofrecieron resistencia al avance de las tropas de la Alianza del Norte. Pero la victoria de la Alianza no resolvió todos los problemas y hoy persiste la duda de qué rostro tendrá el país al cabo de tantos años de conflicto. Poner a tantas etnias de acuerdo parece imposible. Sin embargo, para Olivier Roy, el especialista europeo de Afganistán con más renombre internacional, el ajedrez político no resulta tan inextricable. Autor de numerosos libros, entre los que se destaca El fracaso del Islam político, Roy detalla a Página/12 los caminos de un futuro donde el peso de las etnias aparece como menos determinante de lo que se creía.
–¿Cómo explica usted la rapidez con la que se llegó al desenlace de la guerra, es decir, que los talibanes hayan cedido tan rápidamente a las ofensivas conjuntas de Estados Unidos y de la Alianza del Norte?
–El rápido ocaso de los talibanes muestra que, fuera del sector más duro de ellos, es decir los que siguieron resistiendo en Kandahar tras la caída de Kabul y las otras grandes ciudades de Afganistán, los otros carecían de motivaciones ideológicas. De alguna manera, se volvieron ciudadanos triviales, si usted quiere se portaron como afganos normales.
–Esto equivale a decir que su sistema no era ni tan duro, ni tan organizado, ni tan sólido ni coordinado como se supuso en un momento.
–Efectivamente, se exageró muchísimo con respecto a la organización de los talibán. Su sistema de mando y de control, su capacidad para construir un Estado, en fin, en torno a todas estas cuestiones fundamentales como la del poder real de los talibanes hubo una inmensa exageración. Muchos observadores y periodistas agrandaron la cosa. Los talibán no eran un régimen monolítico como se dijo.
–¿Acaso la etnia pashtún conservó un potencial de acción y de influencia de cara al futuro o salió tan derrotada como los talibanes?
–El problema de los pashtunes radica en que carecen de representación política y militar. Los pashtunes constituyen una etnia que cuenta con muchos comandantes locales de origen pashtún, pero con el hundimiento de los talibanes no existe ningún movimiento político o militar que represente a los pashtunes que no son talibanes.
–Si nos atenemos a la verdadera razón de este conflicto, o sea la búsqueda de Bin Laden y la destrucción de Al-Qaida, ¿no se cometió una exageración similar a la de la potencia de los talibanes?
–No, acá no hubo exageración. Todos los indicadores muestran que desde hace aproximadamente un año los líderes talibanes estaban bajo la influencia de Bin Laden. No hablo de los talibanes de la base sino de los jefes. Una prueba de esta influencia creciente es la resistencia que ofrecieron los llamados combatientes árabes que estaban en Afganistán. Fueron ellos y los miembros de Al-Qaida los que se rindieron a último momento constituyendo tropas de elite que fueron la mejor fuerza con la que los talibanes pudieron contar. Los árabes, los chechenios y los paquistaníes lucharon como nadie para defender el régimen talibán.
–Precisamente, de cara el futuro, ¿qué autoridad es capaz de reemplazar las Kalashnikov de los comandantes tribales por reglas institucionales? Tras tantos años de conflictos en Afganistán persiste una marcada cultura de la Kalashnikov como instrumento de la ley y el orden.
–Hay como dos maneras. La primera consistiría en jugar la carta del refuerzo de un Estado central, capaz de desarmar a los comandantes. La segunda, que es tal vez la más verosímil, basarse en los poderes regionales cuyo interés reside en el desarme de los comandantes locales.
–En el seno mismo de la Alianza del Norte las divisiones son visibles.
–Sí, es cierto. Pero yo diría que todo depende de la relación de fuerzas entre los grupos. Es posible que emerja un polo fuerte dentro de la Alianza en torno a la troika que la dirige desde el asesinato del comandante Massud. Pero yo diría que no es porque hay desacuerdos que las cosas no van a funcionar. Es posible que haya gente que no quiera jugar el juego, pero no es imposible que veamos la creación de un gobierno. Sin embargo, no es el próximo gobierno el que va a desarmar a los comandantes. Esa tarea estará en manos de los poderes regionales. Nos dirigimos hacia un Afganistán donde los poderes regionales jugarán un gran papel.
–¿Poder regional quiere decir poder étnico?
–No. Digamos que hay un fuerte color étnico en cada región, pero no son gobiernos monoétnicos. En Mazar-i-Sharif, el general uzbeko Rashid Dostum no gobierna solo. En torno de él hay también tayikos. Lo mismo ocurre en Herat con Ismael Khan, donde hay tayikos y pashtunes. Afganistán no es la ex Yugoslavia. Aún persiste en el país una dimensión multiétnica.
–¿Qué futuro les queda a los talibanes?
–En mi opinión van a desaparecer. Desde luego, los más duros seguirán resistiendo mientras que los líderes se refugiarán en Pakistán. Pero creo que la derrota de Kandahar equivale al fin del sistema talibán.
–¿No les queda ni siquiera la posibilidad de desestabilizar al nuevo poder con, por ejemplo, acciones de guerrilla?
–No creo que sean capaces de llevar a cabo acciones guerrilleras. Los talibanes no son un movimiento de guerrilla, nunca lo fueron. Los talibanes llegaron al poder a través de las ciudades. Si los talibanes se van al campo se van a encontrar totalmente prisioneros de las lógicas tribales tradicionales. Los talibanes representan un movimiento ideológico y no un movimiento tradicionalista. Un talibán refugiado en su tribu deja de ser un talibán. Está condenado a actuar como un hombre de su tribu y no como un talibán. Paradójicamente, los talibanes son oriundos del campo pero su movimiento existe gracias a las ciudades. En el campo, los talibanes, que jamás instauraron una administración, carecen de especificidad. Sin la ciudad, los talibanes no existen más en tanto que movimiento. Existen como individuos pero no como grupo.
–¿Eso explica su veloz ocaso tras la caída de Mazar-i-Sharif?
–Efectivamente. Sin las ciudades los talibanes están perdidos.
–Usted evocó recién el nombre del general uzbeko Dostum que dirige Mazar-i-Sharif. Se trata de un personaje emblemático al que muchos describen como un auténtico déspota caprichoso.
–Mire, a mí me parece que se hizo una caricatura del personaje. La prensa lo trató mal. Se le atribuyen cosas que no hizo. Por ejemplo, no fue él quien masacró a los talibanes entre 1997 y 1998. Obviamente, Dostum no es un demócrata. Sin embargo, siempre jugó la carta multiétnica y le dio un lugar muy destacado a las mujeres, mucho más que los demás líderes. Cuando dirigía Mazar-i-Sharif entre el ‘94 y el ‘95 la ciudad contó incluso con mujeres policías. Es un personaje complejo. Es un pastor, un soldado y un mercenario. Pero también es un hábil negociador que administró la ciudad con mucho acierto. Creo que se le fabricó una mala reputación.
–Usted manifiesta cierta confianza en la Alianza del Norte, incluso más allá de sus divisiones.
–Es evidente que le falta un líder carismático como el comandante Massud capaz de federar a todos los grupos que la componen. Sin embargo, la troika que reemplazó a Massud funciona bien. Creo que acá también se exageraron mucho las divisiones. Mi punto de vista es de un moderado optimismo. Reconozco que existe el riesgo de una anarquía, eso es seguro. El riesgo es que Kabul quede en manos de la Alianza del Norte y que cada comandante loca imponga su ley. Pero, con todo, pienso que existen posibilidades razonables de instalar en Kabul un gobierno aceptable y de restaurar el orden a partir de esos comandantes locales. Se puede esperar un mínimo de estabilidad.
–¿Y el rey Shah es acaso una figura que cuenta o sólo fue resucitado durante la guerra?
–No, el rey tiene un papel importante limitado a lo simbólico. Esto ya es mucho. El rey no va a gobernar, pero por ejemplo si se lo nombra presidente del Consejo de Transición eso permite que se elimine al actual presidente Rabbani, que constituye un factor de inestabilidad y de división. Poner al rey en Kabul permite silenciar las rivalidades. En el plano internacional, es obvio que Rusia aumentará su influencia mientras que Pakistán perderá la suya.
–¿Con qué mirada histórica puede explicarse la emergencia de un sistema como el de los talibanes?
–Los talibanes son la consecuencia de un movimiento de predicación muy anterior a la guerra caracterizado por la creación de escuelas coránicas rurales. Son también una consecuencia de la guerra contra los soviéticos. Muchos jóvenes se refugiaron en Pakistán y allí estudiaron en las escuelas coránicas pakistaníes. Los talibanes son igualmente el resultado del tribalismo pashtún. Existen muchas explicaciones al fenómeno talibán. Se trata de un fenómeno cuyo crecimiento está condicionado por las guerras.

 

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