Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12

OPINION

El ascenso a los extremos

Por Claudio Uriarte

El cuádruple atentado de ayer y anteayer en Jerusalén Occidental y Haifa sitúa una retaguardia estratégica de la lucha antiterrorista en el centro de la escena. Vale decir: los 31 muertos registrados en sólo 13 horas de carnicería, que serían el microequivalente de los miles registrados en los ataques contra el World Trade Center y el Pentágono, hacen coherentes los hechos de Medio Oriente con la operación mundial que Estados Unidos parece estar completando en Afganistán, para luego lanzarse a continuarla en algún otro lado del planeta. Que no será, desde luego, Israel ni las zonas palestinas, porque de eso se ocupará Israel: no tuvo otro sentido la declaración, ayer, del primer ministro Ariel Sharon en el sentido de que “no esperaremos que la Autoridad Palestina destruya la infraestructura terrorista; la destruiremos nosotros”.
La escalada está a la orden del día, confirmando la devaluación del rol de Arafat proclamada tanto por Sharon como por su predecesor, el laborista Ehud Barak: si Arafat es el que impulsa la violencia, toda negociación con él será vana; si no puede controlarla, también lo será. El corolario práctico se verificará dentro de muy poco en la escena de los hechos, y es altamente posible que tome la forma de operaciones implacables de búsqueda y destrucción de las infraestructuras de Hamas y Jihad Islámica en Cisjordania y Gaza, le guste a Yasser Arafat o no, le guste al arabista Departamento de Estado del general retirado Colin Powell o no. La polarización beneficia al ala dura del gobierno norteamericano, que dirige el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, y hace bajar la importancia de los sectores más vinculados al petróleo, y por lo tanto a políticas de apaciguamiento respecto del mundo árabe. Y este desenlace viene de un proceso en que se combinaron volátiles dinámicas de “revolución permanente” con inexorables leyes de tragedia: Arafat, por evitar en la segunda mitad de 2000 un acuerdo de paz que era lo máximo que Israel podía dar pero lo ponía en contradicción con las facciones más radicales de su movimiento, fugó hacia adelante y compró tiempo apostando a una violencia en que podía aún seguir brillando como líder indiscutido; sin embargo, y por la misma lógica de retroalimentación de toda violencia, permitió una escalada donde sólo podían beneficiarse los extremos, cuyo objetivo era y sigue siendo aniquilarlo. El destino de Arafat es hoy más incierto que nunca, y la paz parece condenada a esperar varias condiciones hasta que vuelva a estar tan cerca como lo estuvo en diciembre de 2000.


 

PRINCIPAL