Por
Suzanne Goldenberg *
Desde Haifa
Los
atacantes suicidas de Hamas dirigieron un desafío sangriento a
Washington y a Yasser Arafat ayer en 13 horas de carnicería que
perforaron el corazón del Estado judío. Una nación
estupefacta y en estado de luto todavía tenía que enterrar
a sus muertos de un doble ataque suicida y un coche bomba en Jerusalén
Occidental judía que mató a 10 jóvenes el sábado
por la noche, cuando Hamas golpeó de nuevo, esta vez lanzando un
atacante suicida contra la ciudad portuaria de Haifa que mató a
16 israelíes.
Vi una bola de fuego. Todo se puso negro. Hubo un ruido terrorífico,
dijo Doron Shek, un chofer de ómnibus que estaba estacionando justo
detrás del fatídico ómnibus número 16 cuando
estalló la bomba. Un segundo después, cuando abrí
los ojos, el ómnibus delante mío había desaparecido,
había sido volado a unos 100 metros más adelante del camino
y todo lo que podía ver enfrente mío eran las ruedas, unos
pocos asientos y carne humana. Cerca de 40 personas también
resultaron heridas en el atentado de Haifa árabes así
como israelíes en un ataque tan implacable e indiscriminado
como el que desencadenó una carga de explosivos saturada de clavos
una noche de flirteo y bebida de adolescentes el sábado por la
noche. La víctima de mayor edad en el ataque contra la calle peatonal
en el corazón de la Jersualén Occidental judía tenía
20 años; la más joven, 14. Más de 80 estaban en el
hospital anoche.
Los dos ataques estuvieron apuntados no sólo contra el Estado judío
sino también contra la iniciativa de Washington de imponer un cese
del fuego. Yasser Arafat está enfrentando una máxima presión
de la comunidad internacional para reprimir a los atacantes al mismo tiempo
que está combatiendo un brote de apoyo popular para los islamistas
radicalizados como los de Hamas, que han jurado no rendirse en la revuelta
palestina de 14 meses de duración.
El impacto
político fue electrificante e inmediato, intensificando las demandas
norteamericanas de que Arafat suprima a los atacantes y tiradores suicidas
que operan libremente en territorio que se supone que está bajo
su control. Arafat, golpeado por los múltiples desafíos
sangrientos a su cese del fuego y potencialmente a su supervivencia
política y la de su Autoridad Palestina de siete años de
existencia se movió rápidamente, declarando un estado
de emergencia en Cisjordania y Gaza y anunciando una prohibición
de los grupos radicalizados que han desafiado su orden de deponer sus
armas. Cualquier grupo u organización que no adhiera a esta
decisión, especialmente a aquellos que sirven a los fines de las
fuerzas extremistas en Israel, son ilegales, particularmente aquellos
que asumen la responsabilidad por estos ataques y explosiones contra civiles
en Israel, dijo un comunicado proveniente de su Autoridad Palestina.
Pero era claro que Arafat iba a tener que hacer mucho más que emitir
declaraciones fuertes. Funcionarios estadounidenses incluyendo al presidente
George W. Bush, el secretario de Estado norteamericano Colin Powell y
el enviado de Washington a la región, el retirado comandante de
marines general Anthony Zinni, expresaron una frustración uniforme
con el fracaso de Arafat en mantener a raya a los militantes palestinos.
Dijeron que su paciencia estaba agotada, y que Arafat debe actuar ahora.
El presidente Arafat y la Autoridad Palestina deben inmediatamente encontrar
y arrestar a los culpables de estos repugnantes asesinatos. También
deben actuar rápida y decisivamente contra las organizaciones que
los apoyan dijo el presidente Bush camino de reunirse con el primer
ministro israelí Ariel Sharon, de visita en Washington. Ahora
más que nunca, el presidente Arafat y la Autoridad Palestina deben
demostrar a través de sus acciones y no meramente de sus palabras
su compromiso a combatir el terrorismo, subrayó Bush.
Anoche no era claro de que modo una Israel furiosa respondería
a las múltiples infamias. Pero con Sharon resuelto a permanecer
en Washingtonpara su entrevista con el presidente Bush, parecía
evidente que lograría la bendición de Washington para una
retribución que se espera que será feroz. El primer ministro,
luego de su entrevista con Bush, fue contundente: No esperaremos
a que la Autoridad Palestina destruya la infraestructura terrorista. La
destruiremos nosotros. Ayer, a manera de preludio, el Ejército
israelí prohibió cualquier vehículo palestino en
las carreteras de Cisjordania excepto ambulancias y camiones de
comida y desplazó sus tanques tropas hacia el corazón
de las ciudades palestinas.
La carnicería desatada contra un barrio residencial de clase trabajadora
ayer por la tarde en Haifa no tuvo límites, englobando a israelíes
nativos, inmigrantes rusos y ciudadanos árabes del Estado judío.
Un solitario atacante suicida abordó un ómnibus de pasajeros
menos de 13 horas después del ataque de Jerusalén y desató
su carga letal contra gente que estaba en la más mundana de las
actividades: ir a casa a almorzar. No hubo informes sobre su identidad
anoche pero Shimon Kabsa, el chofer del ómnibus destruido, sobrevivió,
aunque con heridas serias, y dijo que había detectado al atacante
suicida cuando se dirigió a la parte trasera del ómnibus
sin esperar su cambio.
Horas después, luego de que socorristas ultraortodoxos recogieran
con pañuelos de papel los trozos de carne humana en el pavimento,
las luces callejeras hicieron brillar al vidrio pulverizado y el metal
desgarrado que permanecía en el lugar. Vicki Lipson, de 16 años,
todavía estaba atrapada por el horror del momento. Había
salido de su escuela secundaria y se había subido al ómnibus
adyacente cuando golpeó la explosión. Vi el techo
del ómnibus volando por los aires y el cuerpo de un hombre también
volando por el aire y después cayendo colina abajo dijo la
chica, apoyándose en sus amigos, que eran árabe-israelíes,
en busca de consuelo-. Había gente aullando y llorando; otros estaban
caídos en el suelo y estaban muy, muy silenciosos. Yo no sabía
qué hacer; todavía no estoy segura de qué ocurrió
hoy.
En Jerusalén, mientras tanto, la totalidad de la agonía
recién empezaba a vislumbrarse en una ciudad de funerales sucesivos.
En el cementerio a la entrada de la ciudad 10 jóvenes fueron enterrados,
cada uno rodeado de sus desheredadas familias.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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