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República

Por Antonio Dal Masetto

Recibo una tarjeta con un lindo escudo en la parte superior izquierda y una bandera en la derecha. En el centro, con letras doradas: República de Barloventia, calle Barlovento al 2300, entre Gerundio y Mazapan. Y abajo: Déle un golpe de timón a su existencia –la utopía del mundo mejor que siempre soñó al alcance de su mano–, cásese con una de nuestras ciudadanas, lindas, honestas, sanas de espíritu, trabajadoras.
Me tomo un taxi y me voy a la calle Barlovento al 2300 a ver de qué se trata. Llego y le pregunto a un vecino:
–¿Estoy en la República de Barloventia?
–Efectivamente, esta vereda y la de enfrente.
–Recibí la tarjeta y estoy interesado en la propuesta. ¿Con quién tengo que hablar?
–Puede hablar con cualquiera, ésta es una república horizontal, no hay autoridades.
–Si no hay autoridades me interesa más todavía. ¿Cómo se originó la República de Barloventia?
–Un día nos cansamos de que nos robaran con los impuestos, con el gas, la electricidad, la sanguijuela de los bancos, la educación deficiente y la pesadilla de la atención sanitaria, para no hablar de la otra peste que son los representantes políticos. Así que nos reunimos los vecinos de la cuadra y dijimos: Basta de soportar tantas calamidades. Y sin dar muchas vueltas decidimos constituir una república independiente.
–¿Y cómo hicieron para cortar con todo?
–Empezamos por dar de baja los medidores de luz, de gas y dejamos de pagar todos los impuestos. Instalamos pantallas solares, molinos y las viejas cocinas económicas a leña. Cada casa tiene su huerta y su gallinero. Se cultiva inclusive en las macetas. Todas las compras se hacen dentro de la República; el trueque es un recurso que adoptamos a menudo. Se negocia afuera sólo cuando es imprescindible. Ahí enfrente, en la casa amarilla, el médico de la cuadra instaló una unidad sanitaria. Recurrimos al exterior exclusivamente en casos de alta complejidad. En la esquina, la señorita Beatriz, nuestra maestra jubilada, acondicionó su casa para que funcione como escuela. En el programa de enseñanza hay una nueva materia, la historia de nuestra joven república. Para prever apuros económicos de los ciudadanos fundamos una mutual. Antes de la gran raviolada dominguera, se discuten entre todos las decisiones importantes.
–Veo que en la puerta de cada casa hay fotos de ancianos, ¿quiénes son?
–Nuestros ancestros. Nuestros próceres. Los viejos se preocupaban para que no se perdiera lo que sabían sobre las calamidades, se lo pasaban a su hijos para que éstos a su vez continuaran la cadena. Retomamos sus tradiciones que estaban un poco olvidadas; cada uno de nosotros concurre a la escuela de la señorita Beatriz y dedica unas horas de su día a transmitirles a los jóvenes lo que aprendió sobre el tema.
–Me llena de entusiasmo lo que me está contando. Un solo detalle no me queda claro. En la tarjeta que me mandaron hay una muy interesante oferta de casamiento con chicas lindas, honestas, sanas de espíritu y trabajadoras. No alcanzo a entender cuál es la relación entre el casamiento y los principios de la República.
–Me extraña que no se haya dado cuenta, se cae de maduro, aquel que se lleve a una de nuestras chicas se lleva a una pionera, y los muchos hijos que sin duda tendrán, vayan donde vayan, difundirán el espíritu de Barloventia y su lucha contra las calamidades.
–Dígame dónde tengo que firmar y cuándo puedo conocer a mi futura esposa.

 

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