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El drama de un sin techo, en vivo desde el despacho del intendente

Un joven llamó a la prensa de Tandil para dar a conocer sus penurias. Frente a las cámaras se pegó un tiro en la intendencia.

“Aguanté hasta donde pude”, anunció, apuntádose el mentón con una escopeta de caño recortado, sentado en el sillón giratorio del intendente de Tandil. Minutos después, Matías Bello, un empleado municipal de 26 años, se disparaba un tiro en la boca ante las cámaras de televisión y media docena de periodistas locales. Atrincherado en el despacho del jefe comunal, el joven –separado, padre de dos niños, ex convicto–, no reclamaba “ni trabajo, ni comida, ni plata”, según sus propias palabras: lo único que pretendía era “un techo”.
Las últimas palabras las intercambió con el secretario privado del intendente, Carlos Capodicci, quien intentó persuadirlo para que no se matara. Pero Bello tenía su suicidio decidido. A las 8.50 se había presentado en la oficina de prensa del municipio, donde se reúnen cada día los representantes de los medios locales que cubren la información comunal, y se desilusionó cuando encontró que a esa hora sólo había dos periodistas. “Pensé que iba a haber más medios. Quería hablar con todos. Voy a hacer una denuncia que a lo mejor es la noticia del año”, les adelantó. Tenía el cabello cortado al ras y la barba crecida de un par de días. Vestía un jean, una camisa clara y campera oscura.
Bello se retiró de la sala de prensa y volvió en busca de los periodistas una hora y media después. Encontró cronistas de tres diarios, un canal y una radio de Tandil y les contó el drama que estaba viviendo. Una deuda de 4000 pesos por compra de electrodomésticos se le había convertido en un agujero negro de 20.000 por los intereses. Por esa deuda le embargaban todos los meses 110 pesos de su sueldo de 330. Se desempeñaba en la dirección de Vialidad del municipio. El mes pasado –relató– la Secretaría de Desarrollo Social le había asignado un subsidio de 180 pesos a cambio de cumplir tareas comunitarias, pero como no había podido realizarlas por falta de tiempo se lo habían quitado. Sin ese dinero, no podía mantener a sus hijos y pagar el alquiler, de modo que se quedaba sin vivienda. Había reclamado un techo al municipio, pero no había obtenido una respuesta favorable.
“Si quieren seguirme ahora, vengan porque voy a hacer un desastre”, les comunicó a los periodistas. Acto seguido, Bello cruzó el hall central del edificio municipal, entró –sin golpear– a la secretaría privada del intendente y sin detenerse se metió en el despacho del jefe comunal, Julio José Zanatelli. Y se sentó en su sillón. Se cruzó de piernas, se abrió la campera y la camisa y sacó una escopeta de caño recortado. Desde ese momento, apuntó el arma a su mentón mientras hablaba y se la colocó adentro de la boca, mientras escuchaba.
Ante la ausencia del intendente, el interlocutor de Bello fue su secretario privado, quien intentó infructuosamente convencerlo de que desistiera en su decisión de matarse. “Yo trabajo tengo, pero no me alcanza. (No pido) ni trabajo, ni comida, ni plata. (Lo que necesito es) un techo”, le dijo Bello. “Aguanté hasta dónde pude”, le anunció. Y aclaró que si ahora le ofrecía para vivir “un edificio ahí enfrente, no voy”. Bello le recordó a los presentes que había cumplido una condena por robo. “Conseguí trabajo, me convertí en una persona normal... después te encontrás que eso no sirve”, se quejó. El director de Vialidad, Mauricio Cabrera –su jefe directo– le alcanzó un cigarrillo encendido. Pero Bello solo le dio dos pitadas. Segundos después, se disparó. Murió instantáneamente.
“En los 23 minutos que los funcionarios municipales trataron de persuadirlo, no se presentó ningún psicólogo ni psiquiatra de la Policía para contenerlo”, cuestionó el periodista Eugenio Martínez del diario El Eco de Tandil, uno de los testigos del suicidio, todavía shockeado por el hecho. Según pudo saber más tarde la prensa local, Bello sería portador de VIH, estaba separado de su mujer y era padre de un nene de 5 años y una nena de 4.

 

 

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