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Argentine dream
Por David Viñas

Cruzar el Rubicón: tradicionalmente aludía a una figura enérgica cargada de transgresiones. No tan wagneriana como quemar las propias naves y regocijarse contemplando, desde lejos, el humo que soltaban. Sin duda. Pero que alteraba una frontera trazada por la legalidad, y en desdén por el código predominante, se decidía sin miramientos hacia atrás con una avidez sin escrúpulos por reconocer lo diferente para anexarlo y convivir entre los otros.
Pasar por las aguas del Jordán era el segundo gesto –inverso y complementario del anterior– que con menos ímpetu insinuaba el regreso, limpio, de alguien experimentado. Lógicamente adulto porque prefería traducir su experiencia en consignas en lugar de comentar largamente sus heridas. Considerando que sus contratiempos borraban cualquier derrota al trocarlo en un invicto que no requería subrayados ni exaltaciones. Y, sobre todo, purificado por sus desdichas (rústico del interior, al fin, “pura alma” en oposición a la materia locuaz y corrupta del puerto), optaba por la magnanimidad del olvido presintiendo que el lugar más privilegiado era su escenario propio y su destino.
Semejante vaivén hidrográfico, en lo fundamental, parece un símbolo del recorrido político del doctor Menem. Desde ya que las eventuales reminiscencias clásicas se fueron deslizando al grotesco; y si hubiera saltado sangre, se habría convertido en gran guiñol. Capilarmente Facundo se rasuró en Rivadavia, pero al palpar el granulado de esa piel se advierten paspados, verrugas, repulgues e, incluso, narizonas y juanetes. La propuesta de menemato pretendía, entonces, destacar maliciosamente lo sobresaturado de esa inflexión que se prolongó a lo largo de una década. Acumulación proliferante en contorsiones, extorsiones, flatulencias, mohines en colección de abyectos sonrientes tan impunes como celebrados por el elenco estable de yesmen, modistos a renglón seguido, edecanes me ne frego y sicofantes a la bartola.
Me enjuago la boca. Como el fracaso de una virtud de la izquierda, la Alianza (zurcida entre conciencias aterciopeladas, algunas, pocas, realmente desinteresadas y punteros suburbanos) creyó que mediante conjuros vetustos culminados entre abrazos, perfiles severos y esdrújulas, iba a superar el corso a contramano ejecutado por el menemato. Pero no era una circunstancia de programas sino de encuestas y de jarabes livianos. Entre otros, por nuestro lado, sacamos chapa de profetas de saldos y retazos apostando a eso que solía llamarse verdad; esto es: sin esperanza. “La Alianza no representa una alternativa” –se escribió en Página/12– “apenas alternancia; tampoco implica oposición, apenas si es gestionaria”.
Desoladas, desabridas profecías de los juncos pensantes. De la Rúa, desde el comienzo, confundió laconismo –indispensable para gobernar– con la perplejidad permanente. En cuanto a los aliancistas más aseados que pretendían soñar: bien. O mal. O qué pena. Nefelibatas. Globos inflados, soñaron, soñadores, se pincharon. Dos palabras en desuso: tragedia/carnestolenda. Como suelen decir los comentaristas más despiadados: “La política, señores, no es religión sino negocio”.
Y avanzando día a noche, hasta echarnos el aliento, la reaparición, purificada, del doctor Menem. Breve: el Jordán será tan extenso como las inundaciones provinciales. Los sueños desinflados van siendo reemplazados por langostas voraces. Debajo de cada cama argentina resuena un gruñido presumiblemente oxidado. En las catreras oníricas pululan las vinchucas.
El doctor Menem, lavado, se va recomponiendo entre tapas rutilantes y prólogos administrados. Gran conductor de pequeñeces, fue el primero que -astuto, infidente– y zurciendo un giro copernicano, puso su relojeo al ritmo del meridiano de Greenwich a la moda. Ahora alza el brazo, saluda, sonríe, labios jugosos, se apoya en su rubia esposa (que siempre fue una muchacha con inquietudes y a la que nadie puede negarle que tenga el norte en su vida). Pareja con sueños blindados: tercera presidencia. El de Menemrecortado sobre el para digma del teniente general finado; y como nunca fue un oportunista por método, apela a sus furcios morales. Y el sueño de ella, en paralelo, también se va recortando sobre su modelo: rodete, tailleur, discreta, con episódicas distribuciones. Triunfos de ensayo por ahora. Pero el futuro es nuestro por prepotencia mediática.
“Va a ganar”. Ya se hacen apuestas. “Pero los adversarios internos”. Qué. En un mundo de padrinos –o alrededor de una mesa de pequeros–, Menem es el que miente mejor sin ningún remordimiento. Y no sólo apuntando hacia el s egundo Centenario, sino más: “Mi señora de vicepresidenta. Por qué no. También hay quinielas, el turf y los baleros. Qué chilena ni cordillera. Compatriota por casamiento. O con un timbrazo a los serviciales emisores del DNI.
–¿Más? Y, sí, mis queridos compatriotas. Los sueños-pesadilla ruedan, se dilatan, plurales, en piaras o en mugidos. “Alegría, potencia de vivir”: éxito, éxitos, rating y aleluya. Y al comienzo del renovado menemato, nuevas privatizaciones. Ya va aturdiendo un murmullo a lo largo de zócalos, vecinos bondadosos, ochavas y paredones. Cuáles. Lo que queda. “Teatros, por ejemplo”. Colón, San Martín, Cervantes. Una cultura de citas y de cumplidos. “Y para repechar”: los bancos, fíjese usted. El Nación y el Provincia. Y siga el danzón. Por qué no aceitar la cadena de Hiltons en Iguazú, Huapi, Ushuaia y Península Valdés. Y en refuerzo: “Bases”, Puerto Belgrano, así tenemos los boys a la vuelta de la mano.
Cierto caribeño epigramático y veterano convocó a una reunión de prensa de periodistas argentinos: “¿Ustedes todavía creen que son independientes?”, y recorrió con la mirada ese semicírculo en silencio. Después se acarició su barba talmúdica, pausadamente, como si deshilvanase un razonamiento intrincado:
–Frente al tráfico de sueños –calculó–, no es posible gritar ¡Al ladrón!

 

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