Por Cristian Alarcón
De qué sirve correr,
se pregunta el señor Nishei parado en la puerta de su tintorería
sobre la calle Independencia, aquel local elegante que su padre, el señor
Torao Yoshitsuru, fundó cuando la Segunda Guerra todavía
no barría Hiroshima. De qué sirve esa maldita máquina
de la que hablan. El señor Nishei no alcanza a comprender para
qué tiene hacerse de una. Si tal como van las cosas, dice Nishei
abrazando a su nieto Shinshei, tercera generación de argentinos
en su familia, su negocio no tiene salvación ni siquiera integrado
al nuevo orden bancario. La tintorería Gran Tokio se resiste, entonces,
a ingresar en la tarjetización. Es difícil, hay que
aplendel, de tun tun, así nomás no va, necesito tiempo,
objeta Nishei. Mientras tanto, en diferentes puntos de la ciudad, otros
porteños como Nishei, que en criollo se llama Arturo, se posicionan
ante la maquinita de débito automático, o Point of Sale,
POS. Lo particular del caso no es sólo que muchos ni siquiera pretenden
tenerla, sino que de los muchísimos que quieren inaugurarla, para
no perder la clientela o el comercio del que viven, no la consiguen. Y
si la consiguen, no es fácil que funcione. No es fácil,
dice Nishei, como un sabio oriental que predica la espera.
No es fácil, es cierto, pero menos fácil es para los que
ya la tenían difícil. Es decir: si se recorre Independencia,
o San Juan, o la propia Boedo, en ese rincón tan caro al sentimiento
ciudadano, las medidas del viernes han golpeado allí donde ya había
moretones. Ejemplos: el local de cotillón para fiestas que languidece
pegado al café Homero Manzi, lleno de souvenirs con dorado y tul,
de máscaras de la muerte, de sombreros para tirar al aire. ¿Pero
quién va a planificar una fiesta?, se pregunta, en vano,
Mirta, junto a su socia, Liliana. Han pasado gran parte del día
tratando de conseguir una maquinita. Pero se rindieron ante
las colas de los bancos, y el sonido enfermante de ocupado. Al fin y al
cabo, han pensado, otra vez, quién va a hacer una fiesta esta semana.
Y ni siquiera es que un desesperado pueda ahora quemar las naves, y pedir,
no ya un préstamo a un banco, sino a una de esas financieras de
barrio que entregan entre 200 y mil pesos, como la de Gabino Martínez,
en la galería que da al otro lado del Homero, local 20, simplemente
para reventarlos en una fiesta. Sobre una columna se apoya un muchacho
ajustado, y casi desocupado y explica. El sistema consiste en que la persona
que busca billetes frescos debe comprar a crédito un electrodoméstico
en una de las cadenas conocidas. Martínez le entrega un poco menos
que el valor del producto, y luego lo vende para que vuelva a ser vendido,
y así la bicicleta. Claro que funcionaba. Hasta el viernes. El
lunes hubo seis desesperados en busca del préstamo mágico.
Pero solo uno disponía de cuenta bancaria. Si este infierno
sigue así cerramos.
La desesperanza tiene todos los colores. El de las flores de Manuel, de
25, y 10 de florista, es el que más impacienta, quizás.
Es que sus claveles, rosas y jazmines se van poniendo mustios al calor
del martes. Llevan dos días sin venderse, y mañana vencen.
Como las cuentas, como el alquiler, como los plazos con la banca internacional.
El viernes salieron 30 ramos, el viejo promedio. En lo que va del martes
(el sol ya es pura sombra en la vereda de Manuel) solo salieron tres.
Igual, mas que los pares de zapatos que su vecino de la galería
vendió. Porque él tampoco obtuvo la maquinita. Es
que por ahora no voy a meterme a pagar 70 pesos por mes, más las
comisiones, más el gasto de teléfono, si igual no entra
nadie a comprarme ni ojotas, dice el zapatero.
Pasemos a otro extremo de la ciudad, de las clases sociales, de la vida
cotidiana. Palermo Soho a las seis de la tarde es tan apacible como siempre
a esa hora, y hasta se escuchan risas saliendo de las mesas más
concurridas. Palermo no descansa ni de estos vaivenes entre el metálico
y la tarjeta. Calma Chicha, sobre Honduras, a esta altura de la moda es
un clásico del menaje moderno. Su dueño, Diego Olinik, 34,
habla de los cambios haciendo gala del nombre de su negocio. Para
mi el que estáperdido es el que está fuera del sistema,
sentencia. Porque ha comprobado, Olinik, que más allá
de las histeria tras los anuncios, para el y sus clientes no cambió
nada. Calma.. ya tenía todas las tarjetas en circulación,
y él mismo hace mucho tiempo que lleva solo diez pesos en el bolsillo,
paga sus cigarrillos con Banelco en estaciones de servicio. Solo le ha
advertido al verdulero de su cuadra, en Colegiales, que ponga la maquinita
si quiere conservarlo, cosa que al hombre no le hizo gracia.
Lo de la maquinita es una especie de entelequia para los que quieren hacerse
de una. Falta información, se quejan Oscar Groba y
Román Coego, socios de un lavadero de Oruro y Carlos Calvo. Groba
tiene también un alamacén en Viamonte y Callao. Para los
dos comercios necesitan con urgencia un POS. Pero es mucho pedir. Hoy
hicieron una hora de cola en el Banco Río. Hartos, prefirieron
llamar por teléfono. Los atendieron para pedirles que volvieran
a llamar a los diez minutos. Desde entonces discaron en vano. El mismo
relato hicieron ayer media docena de comerciantes. Sólo una mujer,
de Colegiales, cuenta que consiguió la máquina. Pero no
pudo hacerla funcionar. Me dieron un disquete con el sistema DOS
y llamo y llamo ¡y no pasa nada!.
Entrar al sistema, salir del sistema: el juego se ha largado. En la obra
en construcción de Oruro y Carlos Calvo, Pablo Lionel Rocha cuenta
que él y sus compañeros de la obra salieron a abrirse una
cuenta bancaria. Pero que después de dos horas de cola resulta
que son muchos papeles los que necesita, entre ellos un certificado de
domicilio que le sale diez pesos, para cobrar 106 pesos por quincena.
Eso que él es un privilegiado, siendo que el lunes mismo el capataz
echó a veinte porque estaban en negro. En la otra esquina funciona
el albergue transitorio Bariloche. Allí también se nota.
Marcha una cerveza para la 302, y marcha una pareja de amantes de cuarenta,
hacia la 308 a las seis de la tarde, tras la oficina. Tomaron la más
barata. Y estos siguen viniendo, porque la medida ha bajado de tres
por semana a una sola, es algo imparable, dice desde el mostrador
el hombre que cobra la entrada. Y la pareja en su cuarto, ajena al infierno,
da una leve, levísima esperanza.
Hasta irse es complicado
El aeropuerto de Ezeiza fue escenario de diversas complicaciones
en el segundo día de puesta en práctica de las medidas
económicas. Un pasajero perdió su vuelo por estar
realizando un trámite bancario y otros tuvieron problemas
para pagar la tasa de embarque o la consumición en la confitería
de la aeroestación.
Un ciudadano peruano, cuya identidad no trascendió, perdió
su vuelo a Brasil porque las autoridades aduaneras lo obligaron
a cambiar los 3.000 dólares que llevaba por cheques del viajero.
Demasiado tarde, en el banco donde realizaba el trámite correspondiente,
se enteró de que su avión ya había despegado.
Por otra parte, aquellos pasajeros que quisieron tomar una bebida
o comer un sandwich mientras esperaban el momento de volar tuvieron
que ingeniárselas para pagar como pudieran. La mayoría
de los locales gastronómicos no tenían todavía
el denominado POS, la terminal que permite el pago con tarjeta de
débito.
En tanto, fuentes de Aeropuertos Argentina 2000 explicaron que la
empresa no factura a la gente directamente, por lo que
los inconvenientes con las tasas de embarques se dan en las cajas
de las aerolíneas. Aerolíneas Argentinas, a través
de un comunicado, reconoció la existencia de algunos conflictos
ayer por la falta de terminales para pago con tarjeta. Además,
la compañía agregó que se está negociando
con el área tributaria del gobierno para que a partir
de la semana que viene las tasas impositivas de aeropuertos puedan
abonarse con tarjetas de débito y de crédito.
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La timba, sin efectivo
Hagan juego, señores, pero asegúrense de poder cobrar
su premio. Este parece ser el nuevo lema de las agencias de juego
oficial, que se ven en serios problemas para desarrollar su trabajo
normalmente a partir de la implementación de las nuevas medidas
económicas. En la tarde de ayer, representantes de las loterías
Nacional y provinciales se reunieron para analizar la situación
y pedir al Ejecutivo que tenga en cuenta ese caso particular.
El presidente de la Cámara de Agencias Oficiales de Lotería
Nacional, José María Arias, explicó a Página/12
que se perjudica mucho al juego oficial con estas iniciativas
y agregó que la gente tal vez no deje de jugar pero
esto favorecerá al juego clandestino, porque los que levantan
apuestas trabajan con dinero negro y no tendrán problemas.
Un vocero de Lotería Nacional advirtió que el
agenciero va a pagar en la medida en que tenga dinero, los premios
chicos en efectivo y los grandes con cheques.
En este sentido, Arias dijo que el dueño de una agencia debe
dar un cheque si el premio es mayor a 1000 pesos, pero esto complica
al ganador que cuando lo deposite en su caja de ahorro lo
podrá retirar por partes. También añadió
que si el apostador tiene la seguridad de que puede cobrar,
no habrá alteraciones y aseguró que si no hay
una medida positiva que reconsidere la situación
del juego probablemente la Cámara realice una presentación.
Según la Lotería, los propietarios de agencias instalarán
máquinas para el cobro de apuestas con tarjeta de débito.
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