Por Stuart Millar
*
Desde
Londres
Desencanto. Después
de meses de febriles especulaciones que generaron enormes expectativas
en Silicon Valley, un muy premiado inventor norteamericano dio a conocer
un instrumento que, se había dicho, revolucionaría el transporte
urbano y el diseño, reduciría la hiperdependencia de Occidente
en el petróleo de Medio Oriente y tendría un impacto sobre
la gente más profundo que el desarrollo de la computadora personal.
Y es un monopatín.
Parece una aspiradora moderna o una cortadora de césped. El aparato,
que funciona con dos ruedas y energía eléctrica, es capaz
de llevar un único usuario de pie y alcanza una velocidad de 19
kilómetros por hora, no tiene frenos y puede andar unas seis horas
por unos pocos centavos de electricidad. La novedad más impresionante
del Segway Human Transporter es su habilidad de entender a
dónde quiere ir el usuario y llevarlo, simplemente por la forma
en que balancea su cuerpo. Utilizando un sofisticado mecanismo de equilibrio
giroscópico, sensores ocultos en el chasis monitorean el centro
de gravedad del usuario más de cien veces por segundo, indicándole
a las ruedas y al motor hacia qué lado doblar y a qué velocidad
ir. Para bajarse, el usuario se inclina hacia adelante y el giróscopo
hace muy difícil que pueda caerse.
Desde que se supo que Dean Kamen un inventor que hizo millones de
dólares con instrumentos médicos estaba trabajando
en un nuevo proyecto, el mundo de la tecnología no dejó
de especular. Algunas de las más imaginativas predicciones hablaban
de una tabla anti-gravedad o una base de teletransportación.
Meses de bien alimentados rumores y osadas afirmaciones de algunas de
las más celebradas luminarias de la tecnología hicieron
crecer el rumor, haciendo que el Proyecto Ginger fuera el producto más
esperado desde el lanzamiento de la computadora Apple MacIntosh. Se cree
que Kamen obtuvo unos 90 millones de dólares para desarrollar la
máquina e instalar una fábrica en New Hampshire. La Universidad
de Harvard supuestamente firmó un contrato de 250.000 dólares
por los derechos del libro sobre cómo se desarrolló el Segway
sin siquiera saber qué era. Pero ayer, Kamen pareció admitir
que el producto final puede no haber justificado las infladas expectativas.
No te llevará a Marte ni convertirá el plomo en oro,
dijo a la revista Time.
Entre quienes siguieron de cerca el desarrollo de Ginger, la respuesta
fue el mutismo. Aunque muchos devotos de la tecnología sabían
que Ginger era un monopatín, habían esperado que al menos
tuviera una fuente de energía revolucionaria, con un motor Stirling
supereficiente, o tal vez propulsión a hidrógeno. Una batería
recargable no es lo mismo. También hay dudas sobre los aspectos
prácticos. El Segway costará al comprador final unos 3000
dólares, con lo que se elimina de los planes de casi todos, salvo
los obsesionados con la tecnología o los muy ricos. Además
lo hace muy atractivo para los ladrones. Con 29 kilos, subirlo a casa
parece una opción poco deseable.
En los foros de debate sobre tecnología de Internet, que habían
hervido de expectación en torno al IT como se lo denominó
la sensación fue de un masivo desencanto. Lo mismo sucedió
entre los expertos. En Register, el principal sitio británico de
tecnología en la Web, el corresponsal Thomas Greene consideró
el monopatín como una buena noticia sólo para los perros,
que lo perseguirán sin pausa. Para el resto de nosotros,
es una novedad divertida, tal vez una moda, pero no veo que como alguna
vez dijo Steve Jobs, alguien vaya a diseñar ciudades en torno a
él.
* De The Guardian, especial para Página/12.
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