Por Esteban Pintos
Desde
La Habana
La película argentina
El hijo de la novia se convirtió en una de las vedettes de la vigésima
tercera edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano
de La Habana, que hasta el próximo jueves 13 ofrece al ávido
y entusiasta público cubano una catarata de proyecciones, actores,
directores y productores locales y extranjeros. Cientos de cubanos, cada
día y en cada cine donde haya una película por ver, hacen
cola para cada función en los cines de toda la capital. Así
funciona aquí: puede que todo comience con un cierto retraso, que
la calidad de proyección y el sonido no sean óptimos, que
los contratiempos aparezcan y desaparezcan como las nubes que cubren la
ciudad en esta época del año (y al rato, aparezca el sol
de nuevo), pero el entusiasmo de todos, organizadores, participantes y
espectadores todo lo puede. Entonces, La Habana respira cine por estos
días y ocupa el comentario de un pueblo culto, educado y amable
por naturaleza. La inauguración del festival, en el mismo teatro
Karl Marx de los congresos del Partido Comunista o el show de los galeses
Manic Street Preachers, tuvo todo aquello que define a este encuentro
de cine mundial: una multitud, problemas técnicos (la copia de
la película chilena La fiebre del loco llegó apenas diez
minutos antes de proyección), los inevitables discursos y un ambiente
de calidez generalizada. Así es el festival. Todo se puede solucionar
con una sonrisa.
En este contexto, la presencia argentina en el festival es fuerte y masiva.
Películas de gran producción (como la notable Nueve reinas
y El hijo de la novia, precandidata al Oscar), emprendimientos independientes
(los documentales Rerum novarum y Evita capitana, por ejemplo) y también
buena parte de la nueva camada de realizaciones argentinas (El descanso
y La libertad entre otras), ocupan la atención del encuentro. El
Festival que presenta al músico italiano Nicola Piovani -.compositor
de las bandas de sonido de Las voces de la luna y La vida es bella, entre
otras, al cineasta francés Alain Corneau y al actor argentino
Ricardo Darín entre sus máximas atracciones. Darín
llegó el miércoles a La Habana con Nueve reinas y El hijo
de la novia ya proyectadas y ovacionadas en cada función, así
que bien puede aspirar al título de el hombre de la semana
en La Habana. En efecto, sus actuaciones en ambos filmes merecieron elogios
casi unánimes.
Este enviado, por caso, presenció una función de El hijo
de la novia en el cine Payret, justo enfrente del imponente Capitolio
que preside la zona de La Habana Vieja. El Payret es un cine coqueto y
longevo, bien grande y cómodo para unas 1200 personas. Así
estaba en el mediodía del martes, cuando se vio El hijo... De las
bromas a la emoción, la película de Juan José Campanella
provocó risas, murmullos de admiración, lágrimas
y un gran aplauso al final. Luisa, una cubana de 67 años, con su
bolsa de mandados a cuesta, no lo ocultaba. Me gustó como
pocas películas en este último tiempo. Tiene ternura, emoción,
respeto para con los ancianos y es graciosa también. Siempre me
gustó el cine argentino y así puedo afirmarlo después
de ver esta película, decía mientras abandonaba la
sala. Afuera, otra pequeña multitud esperaba por otra función,
haciendo cola bajo el sol del Caribe que baña esta ciudad cada
día.
Si algo caracteriza a este festival, además de los inconvenientes
solucionados con buena onda, es la cantidad de películas en secciones,
muestras y retrospectivas. Aquí puede verse la versión corregida
y aumentada de Apocalipse Now!, la nueva de David Lynch (Mulholland Drive),
todo el cine cubano en 35 mm y video posible, mucho cine español,
un homenaje a Gian María Volonté y el elogiado filme sueco
Descubriendo alamor de Lukas Moodysson. También una avanzada del
nuevo cine mexicano, de cuya evolución y estado de gracia da cuenta
De la calle, una realización de Gerardo Tort inscripta en el mundo
que parece abrió Amores perros. Marginalidad, personajes sin destino,
violencia urbana, un DF inhóspito y habitado por marginales de
toda calaña, con policías corruptos y una clase alta indiferente
tras los vidrios polarizados de sus camionetas y autos importados. Ese
mundo opresivo y por cierto nada agradable contextualiza la vida un par
de pibes que viven como pueden en las calles, robando, fumando pasta base
o vendiendo chucherías en cada esquina donde el semáforo
imponga una pausa al tránsito. Aunque peca de realismo
e insiste en el regodeo con la desgracia de los personajes, la película
tiene lo suyo: buena fotografía, intensidad y una cierta ternura,
la de las flores creciendo entre la basura.
Vista en La Habana, una ciudad que conoce de carencias y tiene poco qué
ostentar según los parámetros del desarrollo
propio de sus ciudades pares de Latinoamérica el desarrollo
es para unos pocos, se sabe, una película como De la calle
parece más ficción que otra cosa. Saliendo de un cine humilde
y con problemas de sonido, en plena noche, por oscuras calles con mucha
gente caminando, bien puede pensarse que el peligro y la inseguridad quedaron
dentro de una cinta de celuloide. Aquí, con todo lo que falta,
todavía puede pensarse el futuro con optimismo y esperanza.
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