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El acordeonista que convirtió en
internacional una música secreta

Raúl Barboza se fue a París
en 1987. En una nueva visita a Buenos Aires, tocará mañana y el 14, grabando un CD en vivo.

Raúl Barboza tocará en La Trastienda y grabará un CD.
“A lo mejor me pasa como a Piazzolla”, cuenta que pensaba.

Por Diego Fischerman

Dice que era difícil, hasta no hace mucho, imaginarse al chamamé como música internacional. Era difícil, seguro, pensar que un argentino, descendiente de correntinos y de guaraníes, pudiera abrir un festival musical en Japón, pero representando a Francia. Tanto, por lo menos, como entender por qué el nombre de Raúl Barboza es, en Argentina, casi un secreto pasado de boca en boca mientras en Europa es considerado uno de los músicos populares más importantes de los últimos años. Acordeonista desde que su padre le compró un instrumento y empezó “sin profesor ni nada, porque no había profesores de música popular”, ahora está de vuelta para tocar en Buenos Aires, para grabar en vivo su nuevo CD y para terminar con la filmación de un documental, dirigido por Silvia Di Florio, que lo tiene como protagonista. Mañana y el próximo viernes 14, a las 23, actuará en La Trastienda (Balcarce 460) junto a un pequeño equipo de los sueños: Amadeo Monges en arpa, Alfredo Remus en contrabajo, Rogelio Soria en guitarra y Facundo Guevara en percusión.
“Cuando era chico, mi padre me enseñaba algunas cosas importantes que yo ahora vuelvo a descubrir ahora. Todas las músicas del mundo tienen su acento, su respiración. Papá me decía: ‘Matizá, Raulito, no te apures, tocá los acordes simples, sencillitos’”, cuenta Barboza. El francés se le cuela en algunas “erres” y en una cierta manera de acentuar y articular, aunque él diga que nunca puso aprender bien el idioma de ese país en el que vive desde 1987, cuando Piazzolla lo recomendó para que empezara a tocar en el parisino Trottoirs de Buenos Aires. “El chamamé es una música que viene de una región en donde el propio idioma es proscripto. El guaraní era la lengua secreta y el chamamé era, también, una música secreta para el resto de la Argentina. Pero yo tuve en un momento una intuición. Podría haberme equivocado, por supuesto, pero, cuando tenía unos veinte años le dije a mi mamá que el chamamé iba a ser importante y que iba a tener una posibilidad importante cuando yo cumpliera cincuenta años. A lo mejor, pensaba, me va a pasar como le pasó a Piazzolla. No me comparo con él, porque Piazzolla tenía una capacidad técnica, de lectura y de escritura, que yo no tengo. Pero, en algún sentido que tiene que ver con el hecho de que estas músicas ahora se escuchen con atención y respeto, los caminos fueron similares”.
Ganador en varias oportunidades del prestigioso premio francés del disco (el Grand Prix que otorga la Academia Chales Cros), con una obra comentada admirativamente por las revistas de música más importantes de ese país (Diapason, Le Monde de la musique y Télérama), Caballero de las Artes y las Letras en Francia y objeto del rescate étnico de Peter Gabriel, que lo invitó para que participara en el Reading Womad Festival de Londres, Raúl Barboza volvió a tocar en Buenos Aires en 1999, después de doce años de ausencia. “No hay diferencia, para mí, entre un público y otro”, reflexiona el acordeonista. “Es claro que me pone contento actuar aquí, y, hace dos años, cuando estuvimos en el Festival Nacional del Chamamé, en Federal, Entre Ríos, fue una alegría inmensa. Pero la actitud al tocar tiene que ser siempre la misma. Si en vez de venir 1000 personas vienen veinte, esas veinte se merecen lo mejor porque claramente no tienen la culpa de que las otras novecientas ochenta hayan decidido hacer otra cosa. Y poco importa si esas personas son argentinas o de cualquier otra parte del mundo”.
Dos de sus acompañantes en esta nueva presentación de Barboza en Buenos Aires son viejos compañeros de ruta. El contrabajista Alfredo Remus, generalmente asociado al jazz –fue integrante del trío del Mono Villegas entre infinidad de otros grupos locales–, fue parte del grupo con el que Barboza registró su primer disco. Monges, aún cuando el arpa no es uno de los instrumentos tradicionales del chamamé, es uno de los cultores fundamentales del género y, curiosamente, también tuvo su paso por el jazz, cuando el Gato Barbieri lo llamó para su grupo, en el quedesarrollaba elementos del folklore sudamericano con un modelo de improvisación derivado del free jazz. “El también, además de ser un músico extraordinario, estuvo conmigo en los comienzos y me pareció que estaba bien llamarlo para que fuera parte de la aventura”.

 


 

LOS DISCOS CLASICOS PREMIADOS EN EUROPA
Nombres viejos y nuevos en armonía

La revista francesa Le Monde de la Musique se sumó a Diapason y a la inglesa Gramophone en la divulgación de los CDs clásicos elegidos como los mejores del año. Un año que por razones de mercado (en particular las compras navideñas) termina con la anticipación suficiente como para que los resultados (que inciden bastante en las ventas del rubro) sean dados a conocer entre noviembre y diciembre. La particularidad del galardón que confiere Le Monde de la Musique es que, además de los quince premios decididos por los críticos de la revista hay un “Choc des mélomanes”, elegido por votación por los lectores, entre todos los CDs que durante el año fueron calificados por la publicación con el Choc (la puntuación máxima).
A diferencia del premio Gramophone aquí no se juzgan categorías por separado. Así, en la edición 2001, aparecen dos discos consagrados a Bach y dos a Beethoven. La lectura de las Variaciones Goldberg por Céline Frisch –una clavecinista que actuó en Buenos Aires y que usualmente toca junto al violagambista argentino Juan Manuel Quintana– para el sello Alpha y la Pasión según San Mateo dirigida por Harnoncourt para el sello Teldec (con la argentina Bernarda Fink en el elenco, junto a Christoph Prégardien, Matthias Goerne y Christine Schäfer entre otros) son los dos de Bach. Los de Beethoven corresponden a las Variaciones Diabelli por Piotr Anderszewski (EMI) y la reedición de los Cuartetos completos por el Cuarteto Vegh (Music & Arts). La lista se completa con los Cuartetos Prusianos de Haydn, por el Quatour Festetics (Arcana), las Misas sobre “El hombre armado” de Josquin Desprez por A Sei Voci (Naïve), el primer volumen de la nueva serie consagrada a György Ligeti por Teldec, con las Melodien, el Concierto de Cámara y el Concierto para piano y orquesta, con Pierre-Laurent Aimard como solista y la dirección de Reibert de Leeuw, la lectura de Felicity Lott de La Voz Humana de Poulenc (Harmonia Mundi), El Canto de la Tierra de Mahler con la dirección de Pierre Boulez, el pianista novel Alexandre Tharaud en obras de Rameau (Harmonia Mundi), la reedición de los Conciertos para violín de Brahms y Beethoven por Nathan Milstein y la dirección de William Steinberg (EMI), y los últimos Conciertos para violín de Vivaldi por Giuliano Carmignola (Sony). Los premios en las tres categorías especiales fueron para la integral de la música para piano de Messiaen por Roger Muraro (“Homenaje”), música judía de Túnez (“Tradicional”) y Arias de Gluck por Cecilia Bartoli (Premio de los melómanos).

 

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