Por Diego Fischerman
Dice que era difícil,
hasta no hace mucho, imaginarse al chamamé como música internacional.
Era difícil, seguro, pensar que un argentino, descendiente de correntinos
y de guaraníes, pudiera abrir un festival musical en Japón,
pero representando a Francia. Tanto, por lo menos, como entender por qué
el nombre de Raúl Barboza es, en Argentina, casi un secreto pasado
de boca en boca mientras en Europa es considerado uno de los músicos
populares más importantes de los últimos años. Acordeonista
desde que su padre le compró un instrumento y empezó sin
profesor ni nada, porque no había profesores de música popular,
ahora está de vuelta para tocar en Buenos Aires, para grabar en
vivo su nuevo CD y para terminar con la filmación de un documental,
dirigido por Silvia Di Florio, que lo tiene como protagonista. Mañana
y el próximo viernes 14, a las 23, actuará en La Trastienda
(Balcarce 460) junto a un pequeño equipo de los sueños:
Amadeo Monges en arpa, Alfredo Remus en contrabajo, Rogelio Soria en guitarra
y Facundo Guevara en percusión.
Cuando era chico, mi padre me enseñaba algunas cosas importantes
que yo ahora vuelvo a descubrir ahora. Todas las músicas del mundo
tienen su acento, su respiración. Papá me decía:
Matizá, Raulito, no te apures, tocá los acordes simples,
sencillitos, cuenta Barboza. El francés se le cuela
en algunas erres y en una cierta manera de acentuar y articular,
aunque él diga que nunca puso aprender bien el idioma de ese país
en el que vive desde 1987, cuando Piazzolla lo recomendó para que
empezara a tocar en el parisino Trottoirs de Buenos Aires. El chamamé
es una música que viene de una región en donde el propio
idioma es proscripto. El guaraní era la lengua secreta y el chamamé
era, también, una música secreta para el resto de la Argentina.
Pero yo tuve en un momento una intuición. Podría haberme
equivocado, por supuesto, pero, cuando tenía unos veinte años
le dije a mi mamá que el chamamé iba a ser importante y
que iba a tener una posibilidad importante cuando yo cumpliera cincuenta
años. A lo mejor, pensaba, me va a pasar como le pasó a
Piazzolla. No me comparo con él, porque Piazzolla tenía
una capacidad técnica, de lectura y de escritura, que yo no tengo.
Pero, en algún sentido que tiene que ver con el hecho de que estas
músicas ahora se escuchen con atención y respeto, los caminos
fueron similares.
Ganador en varias oportunidades del prestigioso premio francés
del disco (el Grand Prix que otorga la Academia Chales Cros), con una
obra comentada admirativamente por las revistas de música más
importantes de ese país (Diapason, Le Monde de la musique y Télérama),
Caballero de las Artes y las Letras en Francia y objeto del rescate étnico
de Peter Gabriel, que lo invitó para que participara en el Reading
Womad Festival de Londres, Raúl Barboza volvió a tocar en
Buenos Aires en 1999, después de doce años de ausencia.
No hay diferencia, para mí, entre un público y otro,
reflexiona el acordeonista. Es claro que me pone contento actuar
aquí, y, hace dos años, cuando estuvimos en el Festival
Nacional del Chamamé, en Federal, Entre Ríos, fue una alegría
inmensa. Pero la actitud al tocar tiene que ser siempre la misma. Si en
vez de venir 1000 personas vienen veinte, esas veinte se merecen lo mejor
porque claramente no tienen la culpa de que las otras novecientas ochenta
hayan decidido hacer otra cosa. Y poco importa si esas personas son argentinas
o de cualquier otra parte del mundo.
Dos de sus acompañantes en esta nueva presentación de Barboza
en Buenos Aires son viejos compañeros de ruta. El contrabajista
Alfredo Remus, generalmente asociado al jazz fue integrante del
trío del Mono Villegas entre infinidad de otros grupos locales,
fue parte del grupo con el que Barboza registró su primer disco.
Monges, aún cuando el arpa no es uno de los instrumentos tradicionales
del chamamé, es uno de los cultores fundamentales del género
y, curiosamente, también tuvo su paso por el jazz, cuando el Gato
Barbieri lo llamó para su grupo, en el quedesarrollaba elementos
del folklore sudamericano con un modelo de improvisación derivado
del free jazz. El también, además de ser un músico
extraordinario, estuvo conmigo en los comienzos y me pareció que
estaba bien llamarlo para que fuera parte de la aventura.
LOS
DISCOS CLASICOS PREMIADOS EN EUROPA
Nombres viejos y nuevos en armonía
La revista francesa Le Monde
de la Musique se sumó a Diapason y a la inglesa Gramophone en la
divulgación de los CDs clásicos elegidos como los mejores
del año. Un año que por razones de mercado (en particular
las compras navideñas) termina con la anticipación suficiente
como para que los resultados (que inciden bastante en las ventas del rubro)
sean dados a conocer entre noviembre y diciembre. La particularidad del
galardón que confiere Le Monde de la Musique es que, además
de los quince premios decididos por los críticos de la revista
hay un Choc des mélomanes, elegido por votación
por los lectores, entre todos los CDs que durante el año fueron
calificados por la publicación con el Choc (la puntuación
máxima).
A diferencia del premio Gramophone aquí no se juzgan categorías
por separado. Así, en la edición 2001, aparecen dos discos
consagrados a Bach y dos a Beethoven. La lectura de las Variaciones Goldberg
por Céline Frisch una clavecinista que actuó en Buenos
Aires y que usualmente toca junto al violagambista argentino Juan Manuel
Quintana para el sello Alpha y la Pasión según San
Mateo dirigida por Harnoncourt para el sello Teldec (con la argentina
Bernarda Fink en el elenco, junto a Christoph Prégardien, Matthias
Goerne y Christine Schäfer entre otros) son los dos de Bach. Los
de Beethoven corresponden a las Variaciones Diabelli por Piotr Anderszewski
(EMI) y la reedición de los Cuartetos completos por el Cuarteto
Vegh (Music & Arts). La lista se completa con los Cuartetos Prusianos
de Haydn, por el Quatour Festetics (Arcana), las Misas sobre El
hombre armado de Josquin Desprez por A Sei Voci (Naïve), el
primer volumen de la nueva serie consagrada a György Ligeti por Teldec,
con las Melodien, el Concierto de Cámara y el Concierto para piano
y orquesta, con Pierre-Laurent Aimard como solista y la dirección
de Reibert de Leeuw, la lectura de Felicity Lott de La Voz Humana de Poulenc
(Harmonia Mundi), El Canto de la Tierra de Mahler con la dirección
de Pierre Boulez, el pianista novel Alexandre Tharaud en obras de Rameau
(Harmonia Mundi), la reedición de los Conciertos para violín
de Brahms y Beethoven por Nathan Milstein y la dirección de William
Steinberg (EMI), y los últimos Conciertos para violín de
Vivaldi por Giuliano Carmignola (Sony). Los premios en las tres categorías
especiales fueron para la integral de la música para piano de Messiaen
por Roger Muraro (Homenaje), música judía de
Túnez (Tradicional) y Arias de Gluck por Cecilia Bartoli
(Premio de los melómanos).
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