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Una multitud reclamó justicia para
el chico asesinado por un policía

A Leandro Bazán lo mató un policía que lo creyó parte de la banda que le robó el auto. Tenía 13 años. Toda su escuela y el barrio marchó con su foto en carteles que pedían justicia.

Los patrulleros custodiaron la marcha que pidió justicia y también seguridad.
Los vecinos dicen que la policía nunca viene cuando hay problemas en el barrio.

Por Cristian Alarcón

El chico que aparece en los carteles es un niño de 13 años que viste el traje de boy scout y un rosario blanco, demasiado largo para su tamaño. A ese chico, Leandro Bazán, lo bajó de un tiro un policía bonaerense hace ya más de una semana, cuando eran las tres de la tarde y caminaba con una mochila al hombro hacia su clase de computación por una tranquila calle de su barrio. Por ese chico se movilizan las casi mil personas que forman una ordenada fila con carteles en los que se alternan, con sumo cuidado, las consignas que piden justicia por un lado, seguridad por el otro. Organizada por el propio colegio católico donde cursaba el octavo año –la Escuela de la Asunción– la manifestación es una romería de dolor por el niño muerto al que la policía señaló como “ladrón” durante las primeras horas después de los tiros. Y de quejas por lo peligrosas que son las calles de Gerli sobre todo a esa hora de la tarde que es ámbar, cuando la noche apenas se insinúa. No hay gritos, ni denuncias contra el policía asesino. Por el momento se limitan a señalar que siempre que la pidieron, la protección terrenal jamás llegó.
La voz de la mujer que ha escuchado y visto parte del crimen es tan fuerte como para dejar claro de qué se trata la inseguridad de algunos puntos del conurbano. Eran casi las tres de la tarde, según le contó ayer a Página/12 –aunque aún no declaró ante el fiscal Domingo Ferrari– cuando sintió tres disparos. Estaba junto uno de sus hijos trabajando en el garage de la casa, apenas a unos metros del lugar donde el policía, Néstor Daniel Moroño, estacionaba su auto. Pensaron durante segundos que podían ser pirotecnia de fin de año. Pero el sonido, nada raro en la zona, era fuerte. “No salgas, mamá, que son tiros”, le dijo uno de sus hijos. Ella se quedó. Los más chicos corrieron a la terraza. Ella entreabrió la puerta. Vio entonces que pasaron dos muchachos corriendo. No alcanzó a saber si llevaban armas. Otra vecina dice que uno llevaba una pistola.
Desde arriba uno de los chicos le gritó: “mamá, piden auxilio, parece que son los chorros”. Ella escuchó: “ayúdenme”. Era Leandro, herido. Caminaba hacia el auto defendido tan tenazmente por el policía. Volvió a pedir ayuda. “Socorro”, dijo, como se escucha pedir ayuda a los dibujos animados. La familia testigo creyó también que el chico podía ser uno de los ladrones. La mujer se decidió. Abrió la puerta, caminó y se asomó desde la entrada a su garage. “El nene estaba tirado justo delante de las luces del coche. El policía todavía llevaba el arma en la mano. Se acercó, le levantó la remera, lo revisó en la cintura, y se la volvió a acomodar. Se retiró para atrás, y por un celular dijo: `bajé a un caco`.” La vecina cuenta que el policía hablaba con otros dos hombres de civil, y luego con un ciclista que pasaba y que fue testigo director de un tiroteo, que aparentemente no existió. “Lo claro –dice– es que hubo tres disparos, y después otros cuatro, pero eran todos iguales, tiroteo no hubo.”
Ayer en la marcha los pasos fueron dados en silencio desde la escuela en la esquina de Sarmiento y Burelas, y hacia la municipalidad de Avellaneda. ¿Por qué no se marchó hacia la comisaría? ¿Por qué no se pasó por la esquina del asesinato, tan cercana? ¿Por qué la consigna de la seguridad, superpuesta a la de la justicia? “Acá roban a lo loco, a la tarde sobre todo, cuando ya circula menos gente, es muy común y hace mucho tiempo”, dice María Elisa Basso, profesora de Ciencias Sociales de Leandro, a paso lento y seguro, entre la muchedumbre. “Vivimos en una especie de guerra civil. Permanentemente los chicos son despojados de sus bicicletas, camperas o zapatillas. Por eso piden justicia para Leandro y seguridad para todos”, explica Fedora Fernández y Mayán, profesora de Plástica, mientras reclama a los manifestantes que firmen el petitorio de “seguridad” para el intendente Oscar Laborde. La directora de la Escuela de la Asunción, Mercedes Salgado, cree que la inseguridad es desprotección.
Mercedes, que camina frenando el paso del millar de alumnos y vecinos, cuenta que el colmo ha sido que cuando un grupo de ladrones quisieronentrar a la escuela, desde la comisaría 6ª se le respondió que no contaban con un patrullero. De profunda convicción cristiana, la directora ha tratado de hacer entender a los angustiados compañeros de Leandro que no hay que dejar de “pretender una patria más solidaria donde el valor sea el de las personas y no el de las cosas”. Sus alumnos participan de catecismos y trabajos comunitarios en las villas de la zona. “Los que roban a veces también llevan traje”, dice. Los padres de Leandro, Julio y Ramona, avanzan entre la multitud. Dejan que encabecen la marcha los compañeros de su hijo, niños como él. Saben que a Leandro le habían robado su bicicleta quince días antes de que lo confundieran con un ladrón. Saben que el asesino está preso y quieren que lo siga estando. Buscan testigos. “Somos respetuosos del espíritu de esta primer manifestación. Puede que tengamos que hacer muchas más. Es un puntapié de lucha. Es cierto que la gente quiere justicia para nuestro hijo y seguridad para todos, por eso su foto encabeza la marcha. Hoy él, que ya no está, pide por todos”.
La marcha es custodiada por tres patrulleros, de policías que exigieron la autorización para cortar calles. “Habría que preguntarles a ellos por qué son tantos acá, y tan pocos cuando les roban a los chicos”, dicen los padres del niño muerto.

 

Víctima de un justiciero

Otra vez un inocente murió al quedar en medio de un tiroteo en el que nada tenía que ver. Los protagonistas fueron dos ladrones y un policía federal retirado, que había sido asaltado. La víctima, un joven de 23 años que estaba parado en la puerta de la remisería donde trabajaba. Ocurrió en los Altos de Laferrère, partido de La Matanza, y por ahora no hay detenidos.
En la noche del miércoles, dos ladrones armados ingresaron al maxikiosco ubicado en Santa Rosa 6324 de Altos de Laferrère. Tras amenazar al dueño, Luis Bonzi, le exigieron la recaudación, cercana a los 60 pesos. Además, le robaron una pistola 9 milímetros que se encontraba en una estantería del local y huyeron en un ciclomotor.
Entonces, Bonzi –retirado de la Policía Federal– subió hasta su casa en busca de un revólver calibre 22 y comenzó a perseguirlos en una moto tipo chopera. La persecución fue a los tiros y duró 400 metros. En Carlos Casares y Mañasco, estaba Adrián Barrientos conversando con un compañero de trabajo. Recibió un balazo en la zona cervical, sin orificio de salida, que lo hirió gravemente. Sus amigos lo trasladaron al hospital Paroissien, donde murió.
Luego del episodio, los asaltantes pudieron fugarse y Bonzi se presentó en la comisaría de Laferrère para entregar el arma con que había disparado. Los investigadores realizan peritajes para constatar de dónde salió el proyectil que impactó en Barrientos y aseguraron que “todo indica que el policía retirado efectuó dos disparos pero hay que determinar si los ladrones tiraron y cuántas veces lo hicieron”. La causa quedó a cargo del fiscal de La Matanza Sergio Carrera Fernández.

 

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