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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

Otro verano loco

¿Quién será el sucesor de Domingo Cavallo, después de su derrocamiento por el Fondo Monetario Internacional? Una posibilidad cierta es que, para un borrascoso interregno, sea el propio Cavallo, que a esta altura ya se ha convertido en un ministro pro tempore, que rema contra una crisis que lo desborda, asumiéndose como una mezcla de Celestino Rodrigo, Lorenzo Sigaut y Jesús Rodríguez. El paquete del sábado pasado, que en la práctica abolió la convertibilidad, sin necesidad de Congreso ni de nada, y el niet con que el Fondo condenó a la Argentina el miércoles, marcaron el cruce de la línea del no retorno. El hecho cierto es que, en estas condiciones, la economía nacional ya no puede recuperar la normalidad, y mucho menos el crecimiento. Ni siquiera es posible quitarle el cepo a los bancos, que serían arrasados por los depositantes, y lo único esperable es que las restricciones se endurezcan, reciclándose en más depresión para los sectores reales. La única forma de reabrir los bancos, dejando de pisar los depósitos, consistiría en desdolarizar las cuentas y entregar al público todos los pesos que reclame, provistos por el BCRA mediante la emisión. Quienes quisieran dólares deberían comprarlos en las casas de cambio, al precio que sea. Si no se desea esta salida, los depósitos deben seguir emparedados.
Las condiciones para que la economía vuelva a respirar son como mínimo tres. En primer lugar, que se complete la destrucción del viejo orden, inaugurado en 1991, al calor del Consenso de Washington. La oportunidad de salir ordenadamente de la convertibilidad se perdió, si es que existió alguna vez. De modo que el caos de las últimas jornadas continuará, aunque tal vez con intervalos de engañosa calma. Ya mismo se está viendo cómo el mercado se adueña de la situación: devalúa el peso y fuga depósitos (a través de compraventas accionarias), sin que el Gobierno controle lo que sucede.
La segunda condición para la normalización es el reseteo de Economía. Sin suscitar confianza, o al menos alguna expectativa, ninguna estrategia podrá funcionar. Cavallo está absolutamente desgastado y, aunque sólo sea por eso, carece de toda chance. Como le cuesta admitirlo, permanece en un cargo que debió haber abandonado tiempo atrás. Pero quizá se aferre al cargo por comprender que ya no tiene nada que perder: ha destruido su capital político y académico, y resentido seriamente su posibilidad de reprocesarse como tecnócrata internacional, salida normal para los obedientes ministros económicos latinoamericanos. ¿Por qué no jugar sus últimas cartas?
Para el día que quede completado el trabajo sucio habrá que contar con una nueva figura que reconstruya la economía, o al menos cierta ilusión en su restablecimiento. Ese personaje provendrá, o bien del establishment, a través de un acuerdo entre el delarruismo y el conservadurismo empresario, o bien del Justicialismo, en la hipótesis de un replanteo del poder político. El plan –la tercera condición– será el burro de arranque, y su diseño dependerá de cómo haya quedado la Argentina después de la cesación de pagos, la devaluación y la violenta redistribución de ingresos que acompaña el desmadre final del régimen.
La catástrofe reinstaló en el país esa clase de escenario que se repite periódicamente. Los argentinos dejan sus ocupaciones para agolparse en los bancos, abrir múltiples cuentas que pronto olvidarán, obtener numerosas tarjetas de débito que se perderán un día de éstos en algún armario y chequeras que van a servir eventualmente para anotar números de teléfono y compras de supermercado. Las devotas familias de la burguesía, tan prolíficas, corren con la ventaja de poder abrir muchas cuentas, porque ahora los hijos no vienen con un pan bajo el brazo sino con un depósito dolarizado. En cualquier caso, se inicia uno de esos veranos locos en los que el dinero trabaja por su cuenta, mientras sus dueños se tuestan en las playas esteñas o retozan en los cruceros. Un estío para hacer grandesdiferencias, como aquél de 1989, incluso con la riqueza fantasmagórica que muestran los saldos bancarios.
Porque esos dólares, por supuesto, no existen. Son simples registros contables, que no resistirían la pretensión de convertirlos en billetes concretos. Por ahora la manera de sostener esta ficticia dolarización, unilateral y financiera, impuesta por Cavallo y acatada con sumisión por Roque Maccarone, reposa en la restricción de los retiros (que muchos bancos convirtieron en lisa y llana negativa a entregar un solo dólar por ventanilla o cajero). Sin la liberación del tipo de cambio y la reconstitución de la confianza es imposible quitarles el candado a los bancos. Esto recién podría intentarse cuando quede terminado el canje global de la deuda, lo cual insumiría varios meses. Ahora, si la Argentina no consigue revertir el rechazo del FMI, que hace caer no menos de 5000 millones de dólares de financiación esperada, la renegociación será precedida por una formal cesación de pagos.
En la barrida, las leyes caen como fichas de dominó, sin ruido ni escándalo. Algunas parecen haber sido sancionadas precisamente porque eran de cumplimiento imposible: ésa fue la razón de su nacimiento. Un ejemplo reciente es la que consagró la intangibilidad de los depósitos, que los parlamentarios promovieron para mostrar su empeño en proteger a los ahorristas. Pero Cavallo arrasó con ella sin problema alguno: el Congreso Nacional, que acababa de entrar en receso, ni siquiera amagó con autoconvocarse para resistir institucionalmente el atropello.
También fue demolida la convertibilidad, que durante años fue presentada como inexpugnable. Un simple decreto bastó para deshacerla. Tampoco valdrá más la garantía de la deuda con la recaudación, que por otra parte “garantiza” demasiadas cosas y en realidad ninguna, por la velocidad con que viene cayendo. El descontrol ha comenzado, y ésta será la única ley mientras perdure la actual ausencia de programa económico. El que había se cayó, y por ahora no hay condiciones para colocar otro en su lugar. Ante lo cual sólo caben las actitudes defensivas, que son más eficaces para los fuertes que para los débiles.


 

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