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PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein

�Con bandera de pendejo�

“Navegar con bandera de pendejo” quiere decir en México algo así como ir por la vida con cara de yo no fui. Unos de los grandes misterios con relación a algunas personas es adivinar si son o se hacen y muchas veces la única forma de resolver este dilema es ver cómo les va con esa forma de ser o parecer.
Se sostiene en general que el gobierno radical de Fernando de la Rúa mantuvo los mismos lineamientos socioeconómicos que los de su antecesor justicialista Carlos Menem. Y que esa continuidad estaba expresada por la presencia del ministro de Economía, Domingo Cavallo. Pero es cierto que esa continuidad no estaba reflejada en el terreno político. El vicepresidente electo, Chacho Alvarez, provenía de una fuerza que había surgido de la crítica a esa política. Pero no renunció por la tendencia a continuar el camino de Menem sino por diferencias en el tratamiento de la investigación de las presuntas coimas en el Senado. Es decir, no fue por la ley de flexibilización laboral que continuaba la línea de los diez años anteriores, sino por la forma en que ésta se había aprobado. Alvarez se retiró del gobierno, pero su fuerza no pasó a la oposición. El PJ, en cambio, estaba en la oposición, pero apoyaba las medidas del gobierno.
En esta comedia de equívocos, un gobierno al que muchos califican de poco inteligente, fue lo suficientemente hábil como para contar a lo largo de estos años con el apoyo de oficialistas “engañados” y de radicales “críticos” pero “disciplinados” al partido, además del respaldo de una supuesta oposición –el justicialismo y los partidos provinciales– guiada nada más que por la preservación de sus administraciones locales. El Gobierno se manejó con todos estos apoyos y la habilidad estuvo en que prácticamente no debió compartir el poder con nadie en esta comedia donde los que apoyaban preferían aparecer como “críticos” u “opositores” para garantizar la “alternancia” o no desgastarse.
Las sucesivas exhortaciones a la “unidad nacional” –entendida más como un acuerdo entre oficialistas y opositores– funcionaron en ese escenario más para tapar una realidad de apoyos furtivos o vergonzantes que para realizar una convocatoria efectiva sobre puntos concretos. A todos les convenía ese funcionamiento que en medio de la crisis más profunda del país en muchos años, garantizó al Gobierno un gran respaldo político pese a los tironeos y la preservación de roles formales. Hubiera resultado imposible, sin este respaldo, que el Gobierno hubiera podido soportar esta crisis sin recomposición formal de sus alianzas ni cambios de rumbo.
Cuando el justicialista Ramón Puerta asumió la Presidencia del Senado, lo que apareció como rebelión de la oposición fue, en realidad, un paso al frente de quienes acompañaron en los hechos la política oficial, para asumir una porción de responsabilidad en esa política. Ese paso se podría haber entendido como una decisión para pasar a una oposición confrontativa, o simplemente para garantizar que se cumplan los acuerdos, sobre todo con relación a las provincias gobernadas por el justicialismo. Confrontación no hubo ni nada anuncia que la vaya a haber. O sea, que el Gobierno mantiene ese apoyo entre travestido y enojado que le ha permitido sostenerse y llevar adelante sus estrategias.
Pero el modelo pide socorro a gritos. El famoso “corralito” a las cuentas bancarias y la negativa del FMI a desembolsar dinero puso al Gobierno entre la espada y la pared. No hay crisis política, pero hay crisis económica y en esta nueva convocatoria a la unidad nacional se discutirán las alternativas a esa crisis. El Gobierno se aferra a la convertibilidad, mientras los bancos y las grandes empresas privatizadas presionan por la dolarización que sería una forma de cerrar definitivamente cualquier posibilidad de salida. Aunque estarían dispuestos a negociar con los grandes exportadores una devaluación previa.
Es una discusión entre los pocos que han ganado mucho para seguir ganando mucho. Ya ni siquiera se escuchan aquellos argumentos sobre lasupremacía de las ideas neoliberales o el intento tímido de convencer de que se trata de un proyecto abarcador. A esta altura solamente se habla de ganancias.
En esa discusión no interviene la inmensa mayoría que fue despojada de trabajo, calidad de vida, de proyectos y esperanzas. Los partidos grandes sólo atinan a elegir entre las opciones que presentan los que se favorecieron todos estos años, como si la única posibilidad fuera la de seguir favoreciéndolos sobre la base de seguir despojando a la mayoría. Porque la idea subyacente es que cualquier política debe estructurarse en función de los mercados, debe tomar en cuenta su sensibilidad y sus humores y acomodarse en ese hueco. Pero esta idea se convierte en una trampa porque la sensibilidad y el humor de los mercados dependen de quienes los controlan. Entonces las políticas terminan favoreciendo y perjudicando siempre a los mismos.
No es casual en ese contexto que una propuesta cuyo eje no son los mercados sino las necesidades de la gente, surja por fuera del escenario político formal, el de los partidos, las legislaturas y la administración pública. Casi al mismo tiempo que el Gobierno inicia su ronda de consultas, el Frente Nacional contra la Pobreza (Frenapo) realizará una consulta popular el viernes 14 y el sábado 15, para un seguro de empleo de 380 pesos para cada jefe de familia sin trabajo más 60 pesos por cada hijo menor de 18 años. La gente podrá votar por sí o por no en urnas que se pondrán en las plazas, las escuelas, en locales sindicales y en los Centros de Gestión y Participación de la ciudad de Buenos Aires. Se trata también de superar la actitud de “resistir”, para ofrecer otros caminos, intervenir en esa polémica, romper los paradigmas de las políticas pragmatistas y abrir un debate no solamente con los representantes de la cultura política del modelo, sino también entre los nuevos actores y entre la gente común para instalar aunque sea una idea tan primaria como la de que promover sus intereses en la política no es desmesurado sino lo normal, lo único que le da sentido a la política.
La propuesta del Frenapo –integrado por la CTA, agrupaciones piqueteras, estudiantiles, campesinas, vecinales, de pequeños empresarios, cooperativistas, organismos de derechos humanos y personas individuales– puede ser discutible, algunos la considerarán imperfecta, tímida o exagerada, pero es la única que, en este momento de confusión, cuando las instituciones políticas deliberan y las grandes asociaciones de empresarios y banqueros promueven activamente la defensa de sus intereses, introduce una lógica distinta. Puede ser imperfecta, pero es la única que parte de las necesidades de la gente, la lucha contra la pobreza, y no del interés de quienes controlan los mercados.
Seguramente habrá quienes la critiquen también por tímida porque, después de tantos años de injusticias y arbitrariedades, no pide la cabeza de nadie, no plantea expropiaciones, ni estatizaciones, ni siquiera que alguien deje de ganar dinero. La idea es que ningún hogar argentino quede por debajo de la línea de pobreza a través de un shock distributivo que reactive el mercado interno y la producción y se generen nuevas fuentes de trabajo. El capital que se requiere para el seguro de empleo proviene de un reordenamiento de las partidas sociales existentes, del combate al contrabando y la evasión impositiva y de una política fiscal que apunte a las grandes ganancias y prebendas de las empresas privatizadas y los bancos.
Probablemente otros critiquen el momento en que se realiza la consulta, en medio de la desesperación de la gente en las colas de los bancos, de la angustia de los que están sin trabajo o los que no saben qué va a ser del suyo el año que viene. Pero es el momento exacto, cuando se está discutiendo el colapso del modelo, cuando las propuestas tienen que empezar a jugar en la política y, sobre todo, cuando esa discusión se sigue planteando en ese pequeñísimo agujerito que deja el “humor de losmercados” y no en el escenario de la política grande que es el de satisfacer las necesidades de la gente.


 

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