�Con bandera de pendejo�
Navegar con bandera de pendejo quiere decir en México
algo así como ir por la vida con cara de yo no fui. Unos
de los grandes misterios con relación a algunas personas
es adivinar si son o se hacen y muchas veces la única forma
de resolver este dilema es ver cómo les va con esa forma
de ser o parecer.
Se sostiene en general que el gobierno radical de Fernando de la
Rúa mantuvo los mismos lineamientos socioeconómicos
que los de su antecesor justicialista Carlos Menem. Y que esa continuidad
estaba expresada por la presencia del ministro de Economía,
Domingo Cavallo. Pero es cierto que esa continuidad no estaba reflejada
en el terreno político. El vicepresidente electo, Chacho
Alvarez, provenía de una fuerza que había surgido
de la crítica a esa política. Pero no renunció
por la tendencia a continuar el camino de Menem sino por diferencias
en el tratamiento de la investigación de las presuntas coimas
en el Senado. Es decir, no fue por la ley de flexibilización
laboral que continuaba la línea de los diez años anteriores,
sino por la forma en que ésta se había aprobado. Alvarez
se retiró del gobierno, pero su fuerza no pasó a la
oposición. El PJ, en cambio, estaba en la oposición,
pero apoyaba las medidas del gobierno.
En esta comedia de equívocos, un gobierno al que muchos califican
de poco inteligente, fue lo suficientemente hábil como para
contar a lo largo de estos años con el apoyo de oficialistas
engañados y de radicales críticos
pero disciplinados al partido, además del respaldo
de una supuesta oposición el justicialismo y los partidos
provinciales guiada nada más que por la preservación
de sus administraciones locales. El Gobierno se manejó con
todos estos apoyos y la habilidad estuvo en que prácticamente
no debió compartir el poder con nadie en esta comedia donde
los que apoyaban preferían aparecer como críticos
u opositores para garantizar la alternancia
o no desgastarse.
Las sucesivas exhortaciones a la unidad nacional entendida
más como un acuerdo entre oficialistas y opositores
funcionaron en ese escenario más para tapar una realidad
de apoyos furtivos o vergonzantes que para realizar una convocatoria
efectiva sobre puntos concretos. A todos les convenía ese
funcionamiento que en medio de la crisis más profunda del
país en muchos años, garantizó al Gobierno
un gran respaldo político pese a los tironeos y la preservación
de roles formales. Hubiera resultado imposible, sin este respaldo,
que el Gobierno hubiera podido soportar esta crisis sin recomposición
formal de sus alianzas ni cambios de rumbo.
Cuando el justicialista Ramón Puerta asumió la Presidencia
del Senado, lo que apareció como rebelión de la oposición
fue, en realidad, un paso al frente de quienes acompañaron
en los hechos la política oficial, para asumir una porción
de responsabilidad en esa política. Ese paso se podría
haber entendido como una decisión para pasar a una oposición
confrontativa, o simplemente para garantizar que se cumplan los
acuerdos, sobre todo con relación a las provincias gobernadas
por el justicialismo. Confrontación no hubo ni nada anuncia
que la vaya a haber. O sea, que el Gobierno mantiene ese apoyo entre
travestido y enojado que le ha permitido sostenerse y llevar adelante
sus estrategias.
Pero el modelo pide socorro a gritos. El famoso corralito
a las cuentas bancarias y la negativa del FMI a desembolsar dinero
puso al Gobierno entre la espada y la pared. No hay crisis política,
pero hay crisis económica y en esta nueva convocatoria a
la unidad nacional se discutirán las alternativas a esa crisis.
El Gobierno se aferra a la convertibilidad, mientras los bancos
y las grandes empresas privatizadas presionan por la dolarización
que sería una forma de cerrar definitivamente cualquier posibilidad
de salida. Aunque estarían dispuestos a negociar con los
grandes exportadores una devaluación previa.
Es una discusión entre los pocos que han ganado mucho para
seguir ganando mucho. Ya ni siquiera se escuchan aquellos argumentos
sobre lasupremacía de las ideas neoliberales o el intento
tímido de convencer de que se trata de un proyecto abarcador.
A esta altura solamente se habla de ganancias.
En esa discusión no interviene la inmensa mayoría
que fue despojada de trabajo, calidad de vida, de proyectos y esperanzas.
Los partidos grandes sólo atinan a elegir entre las opciones
que presentan los que se favorecieron todos estos años, como
si la única posibilidad fuera la de seguir favoreciéndolos
sobre la base de seguir despojando a la mayoría. Porque la
idea subyacente es que cualquier política debe estructurarse
en función de los mercados, debe tomar en cuenta su sensibilidad
y sus humores y acomodarse en ese hueco. Pero esta idea se convierte
en una trampa porque la sensibilidad y el humor de los mercados
dependen de quienes los controlan. Entonces las políticas
terminan favoreciendo y perjudicando siempre a los mismos.
No es casual en ese contexto que una propuesta cuyo eje no son los
mercados sino las necesidades de la gente, surja por fuera del escenario
político formal, el de los partidos, las legislaturas y la
administración pública. Casi al mismo tiempo que el
Gobierno inicia su ronda de consultas, el Frente Nacional contra
la Pobreza (Frenapo) realizará una consulta popular el viernes
14 y el sábado 15, para un seguro de empleo de 380 pesos
para cada jefe de familia sin trabajo más 60 pesos por cada
hijo menor de 18 años. La gente podrá votar por sí
o por no en urnas que se pondrán en las plazas, las escuelas,
en locales sindicales y en los Centros de Gestión y Participación
de la ciudad de Buenos Aires. Se trata también de superar
la actitud de resistir, para ofrecer otros caminos,
intervenir en esa polémica, romper los paradigmas de las
políticas pragmatistas y abrir un debate no solamente con
los representantes de la cultura política del modelo, sino
también entre los nuevos actores y entre la gente común
para instalar aunque sea una idea tan primaria como la de que promover
sus intereses en la política no es desmesurado sino lo normal,
lo único que le da sentido a la política.
La propuesta del Frenapo integrado por la CTA, agrupaciones
piqueteras, estudiantiles, campesinas, vecinales, de pequeños
empresarios, cooperativistas, organismos de derechos humanos y personas
individuales puede ser discutible, algunos la considerarán
imperfecta, tímida o exagerada, pero es la única que,
en este momento de confusión, cuando las instituciones políticas
deliberan y las grandes asociaciones de empresarios y banqueros
promueven activamente la defensa de sus intereses, introduce una
lógica distinta. Puede ser imperfecta, pero es la única
que parte de las necesidades de la gente, la lucha contra la pobreza,
y no del interés de quienes controlan los mercados.
Seguramente habrá quienes la critiquen también por
tímida porque, después de tantos años de injusticias
y arbitrariedades, no pide la cabeza de nadie, no plantea expropiaciones,
ni estatizaciones, ni siquiera que alguien deje de ganar dinero.
La idea es que ningún hogar argentino quede por debajo de
la línea de pobreza a través de un shock distributivo
que reactive el mercado interno y la producción y se generen
nuevas fuentes de trabajo. El capital que se requiere para el seguro
de empleo proviene de un reordenamiento de las partidas sociales
existentes, del combate al contrabando y la evasión impositiva
y de una política fiscal que apunte a las grandes ganancias
y prebendas de las empresas privatizadas y los bancos.
Probablemente otros critiquen el momento en que se realiza la consulta,
en medio de la desesperación de la gente en las colas de
los bancos, de la angustia de los que están sin trabajo o
los que no saben qué va a ser del suyo el año que
viene. Pero es el momento exacto, cuando se está discutiendo
el colapso del modelo, cuando las propuestas tienen que empezar
a jugar en la política y, sobre todo, cuando esa discusión
se sigue planteando en ese pequeñísimo agujerito que
deja el humor de losmercados y no en el escenario de
la política grande que es el de satisfacer las necesidades
de la gente.
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