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SAQUEOS Y BARRICADAS EN EL ULTIMO BASTION TALIBAN
Cómo es Kandahar, ciudad abierta

Algunos talibanes huyeron de Kandahar, entre ellos su líder, el molá Mohammad Omar. Dos comandantes se reparten el control de la ciudad. La gente salió a las calles a festejar pero también a robar. Para algunos, la situación �es un caos�.

Un marine se viste ayer para el frío en
el nido de morteros de su base afgana.

Por Luke Harding y Nicholas Watt*
Desde Kabul

Cientos de personas con retratos del ex rey afgano Mohamed Zahir Shah recorrieron ayer las calles de Kandahar para celebrar la retirada del régimen talibán de lo que era su último bastión. En medio de confusos reportes sobre el paradero del líder talibán, el molá Mohammad Omar, los residentes de la ciudad arriaron la bandera blanca de los talibanes e izaron la bandera tradicional de Afganistán: roja, negra y verde. Las celebraciones en la segunda ciudad más grande de Afganistán marcaron el golpe de gracia para el régimen talibán y el fin del Emirato Islámico de Afganistán, un bizarro experimento utópico que se hundió. Aunque el paradero de Omar seguía siendo anoche incierto, el nuevo líder afgano, Hamid Karzai, estaba muy feliz de ver derrotados a los talibanes en su propio lugar de nacimiento. “Se acabó el régimen talibán”, declaró Karzai, que negoció la rendición talibana. “Hoy por hoy, los talibanes ya no son parte de Afganistán.” Karzai aclaró que le dio una oportunidad a Omar de entregarse. “Pero no la aprovechó. Desde hoy es un fugitivo y debe ser arrestado y llevado a juicio.”
De todos modos, la alegría estaba parcialmente estropeada por informes de que bandas armadas merodeaban en la mañana en las calles de Kandahar e instalaban barricadas después de que las tropas talibanas abandonaran la ciudad. “Esto es caótico”, dijo un habitante a la agencia Associated Press por teléfono satelital. “Tenemos miedo de que la situación esté fuera de control.” Khalid Pashtún, vocero del ex gobernador de Kandahar Gul Agha Sherzai, se hizo eco de los temores de los habitantes. Pashtún, que objetó el modo en que se negoció la rendición, dijo a la agencia Reuters, también por teléfono satelital, desde las cercanías al aeropuerto de Kandahar: “Ahora la ciudad es un caos, hay combates en las calles, hay saqueos. Todo esto fue causado por este caballero, el nuevo primer ministro afgano”.
A pesar de los reportes sobre episodios esporádicos de violencia, el traspaso de poder de la ciudad parece haber sido relativamente pacífico. Las tropas talibanas salieron de la ciudad con sus armas y en otros casos se rindieron a soldados leales al líder tribal, el molá Naqibullah, que decidió supervisar la rendición. Las fuerzas talibanas de origen afgano que cumplieron con su capitulación comenzaron a entregar sus Kalashnikovs con la primera luz del día a una comisión compuesta por ancianos, estudiantes islámicos y ex comandantes mujaidines. Los combatientes talibanes de las provincias que rodean Kandahar, Zabol y Helmand, también se rindieron. En una entrevista con la BBC, Karzai predijo que la rendición se completará en dos o tres días.
El molá Naqibullah demostró anoche su nueva autoridad cuando sus tropas se aseguraron los sitios estratégicos y los edificios más importantes de la ciudad. “El proceso de capitulación se ha completado y la ciudad ahora está en calma y en paz”, dijo Haji Bashar, un comandante que verifica la entrega de armas. El molá Naqibullah, que ahora controla la segunda ciudad de Afganistán, es un ex comandante mujaidín relativamente poco conocido que emergió recientemente luego de cumplir arresto domiciliario. Ex jefe militar, Naqibullah se negó a adherir a los talibanes cuando tomó control de Kandahar hace siete años. Fue arrestado por poco tiempo y después liberado. Es miembro del partido Jamiat-i-Islami, dominado por los tajikos, que ahora controla Kabul.
La rendición de Kandahar fue duplicada en la localidad fronteriza de Spin Boldak, donde los talibanes controlaban a los líderes tribales pashtunes. De todos modos, los talibanes conservan un puesto de control dentro de la ciudad. Armados con lanzacohetes, los talibanes vigilan el puesto desde sus techos. Fuerzas rivales pashtunes, también equipadas con armas pesadas y vestidas de rojo, tomaron posiciones en los alrededores de la ciudad. Fuerzas de ambos bandos dispersaban a los residentes que salían a ver. Las fuerzas pashtunes dispararon varias veces al aire para dispersar a la multitud. En medio del clima tenso, los habitantes de SpinBoldak mantenían las cabezas bajas. Las tiendas seguían cerradas por el temor de los comerciantes al saqueo.
La situación en Spin Boldak demostró la capacidad afgana para adaptarse a la miríada de regímenes que se instalan en el país. Se podía ver en algunas áreas as banderas negras, rojas y verdes de la era del rey Shah, cuando antes se veían las blancas de los talibanes. “No tenemos afiliación con ningún grupo”, dijo un comerciante a la agencia Reuters. “Sólo queremos paz.” Semejante pragmatismo será necesario en Kandahar cuando Karzai tome en unos días el control de la ciudad junto a una comisión tribal presidida por él mismo. Esto marcará la extinción formal de los talibanes de Kandahar, el lugar de nacimiento de un extraordinario experimento dentro del fundamentalismo islámico que llevó a Afganistán al borde de la destrucción.
Hace apenas una semana, el molá Omar llamó a pelear hasta la muerte. “Ahora comenzó la lucha”, dijo a sus comandantes en un mensaje desafiante. “Es la mejor oportunidad para alcanzar el martirio.” Una semana después, presionado por sus colegas, el molá tiró la toalla después de que los talibanes se encontraran rodeados por las fuerzas de la oposición y en peligro de aniquilación total bajo las bombas norteamericanas. Las tropas leales a Karzai ya controlan las áreas del norte y oeste de la ciudad. El ex gobernador de Kandahar, Gul Agha, controla el aeropuerto y el este. En el sur, los norteamericanos instalaron un campamento militar.
La huida de los combatientes talibanes árabes alimentó los temores de que el movimiento se reagrupara como una fuerza guerrillera, quizás operando con un nuevo nombre. Quizás traten de repetir las tácticas de los talibanes en 1994, cuando un grupo de ex estudiantes religiosos, bajo el liderazgo del elusivo molá Omar, fundó el movimiento en Kandahar. En apenas dos años, los talibanes controlaban la mayoría del país con el apoyo crucial de Pakistán. Una proporción significativa de afganos, exhaustos luego de años de guerra civil, también se alinearon detrás del régimen que inicialmente ofrecía estabilidad al país. Sin embargo, una vez que tomaron el poder, los talibanes impusieron una brutal combinación de interpretaciones estrictas del Corán y costumbres tribales, extrañas para muchos afganos que comenzaron a horrorizarse con el nuevo régimen.
El molá Mohammad Khaksar, el más alto funcionario talibán en pasarse a la Alianza del Norte, buscó ser generoso con quienes eran sus compañeros, “La gente debería ver las cosas buenas y malas de los talibanes”, declaró ayer. “Trajeron seguridad y paz, pero impusieron demasiadas restricciones y presiones sobre el pueblo, y permitieron que los extranjeros tomaran el control del país.” De todos modos, su magnanimidad no se extiende a Osama bin Laden. “Si supiera dónde está, yo mismo iría a matarlo, porque arruinó nuestro país”, dijo. “El puso al mundo en nuestra contra.”

*De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

 

Claves

Las tropas antitalibanes tomaron el control de Kandahar, la zona fronteriza de Spin Boldak y ya lo están haciendo en las provincias de Sabot y Helmand, que rodean a la de Kandahar.
Sin embargo, no tomaron el control del todo: hay enfrentamientos entre bandas armadas y saqueos. La ciudad está repartida en dos áreas de influencia: la del comandante Gul Agha
(aeropuerto y en el este) y la de Hamid Karzai (norte y oeste), futuro premier afgano. Ambos están enfrentados.
En cuanto a Osama bin Laden, las fuerzas que resisten con él en Tora Bora repelieron los ataques de los antitalibanes.

 

CACERIA DE LA PRENSA A LOS CAZADORES DE OSAMA
“¿No ven que caen morteros? ¡Váyanse!”

Por William Myers
Desde las montañas de Malawa, Afganistán

El comandante afgano de las fuerzas que buscan a Osama bin Laden no daba crédito cuando se vio convertido, ayer, de cazador en presa de la prensa. “Pero, ¿qué hacen?”, espetó en inglés a los cinco periodistas que lograron llegar hasta su posición en el frente, en una loma con buenas vistas de las cercanas posiciones de los militantes de la red terrorista Al-Qaida, que lidera Bin Laden. “¿No ven que aquí caen morteros? ¿Qué creen que es esto? ¡Larguémonos de aquí!”, gritó el comandante Haji Zaman, iniciando el camino cuesta abajo, agachado y manteniéndose siempre por debajo de la cima de la loma.
A los pocos metros se detuvo. “¿Oyen? ¿Oyen el ‘uuuch’? ¡Al suelo!” No se trataba de ninguna broma ni le había engañado su oído afinado tras muchos años de guerra: a los treinta segundos se oyó la explosión de un mortero, aunque era imposible decir dónde había caído el proyectil, al menos para los civiles. Continuando cuesta abajo, Zaman y los militares que le acompañaban volvieron a detectar cuatro nuevos lanzamientos con morteros y dieron la señal de tirarse al suelo. Mientras bajaba, la indignación del comandante iba en aumento al ver que los cuatro reporteros y un fotógrafo a los que había regañado no eran más que la avanzada de toda una compañía de periodistas cuyo asalto sus hombres no habían conseguido repeler.
Después de haber bajado más de medio kilómetro, se lanzó un quinto proyectil de mortero y esta vez quedó muy claro donde cayó: 150 metros detrás del grupo y justo en el trayecto recorrido por Zaman, los otros militares y el cada vez más nutrido grupo de periodistas. “Vine aquí en secreto, con cinco o seis personas, para hacer un reconocimiento y ahora tenemos aquí a toda una muchedumbre”, se quejó, aunque, ante las presiones de los periodistas que le rodeaban, aceptó hacer declaraciones “una vez que estemos más abajo”. Tras recorrer algo más de un kilómetro cuesta abajo, el comandante pudo descargar algo de su mal humor en algunos de sus hombres que habían subido en un carro de combate sin esperar su orden.
Después, con la paciencia recuperada, hizo que los periodistas se sentasen para explicarles que hacía un reconocimiento “para ver cuáles son las necesidades en la zona, en cuanto a efectivos y material”. “Ustedes no nos dejan hacer nuestro trabajo”, afirmó. Señaló que había tenido que dar la orden de no replicar a los disparos con mortero de Al Qaida, “debido a la presencia de muchos periodistas”. El trabajo de Zaman y sus hombres consiste en cazar, en las montañas del este de Afganistán, a Bin Laden y su número dos, Aiman Al Zawahri, por cuya captura Estados Unidos ha ofrecido una recompensa de 25 millones de dólares por cabeza. Los periodistas, en cambio, cazaban al propio Zaman, en busca de una exclusiva o, al menos, para evitar que algún colega de la competencia la obtuviera.
Aunque Zaman dijo que su visita al frente era “secreta”, todo el mundo lo sabía y hasta los reporteros que en un principio se habían mostrado reacios a acercarse demasiado se fueron atreviendo cada vez más, sin hacer caso de las advertencias de los soldados. Tras el acuerdo para la rendición del último baluarte de los talibanes, la ciudad de Kandahar, la atención de la prensa se centra cada vez más en las operaciones contra Al- Qaida. La sensación de que la captura o muerte de Bin Laden está cerca parece producir en los periodistas el mismo efecto que el olor a sangre produce en los tiburones: frenesí.
De la agencia EFE.

 

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