Por M. J.
Desde
Londres
Director del Centro de Medio
Oriente de la Facultad de St. Anthony en la Universidad de Oxford, el
estadounidense Eugen Rogan dialogó con Página/12 sobre las
opciones que se abren al conflicto palestino israelí. No
se puede imaginar un proceso de paz entre las partes en el próximo
año. A lo máximo que podemos aspirar es a un cese del fuego,
señaló.
Usted habla de un cese del fuego. ¿No nos estamos encaminando
en realidad hacia una resolución puramente militar del conflicto?
Es muy factible que sea así. Estamos en una situación
en la que es extremadamente difícil hacer predicciones y debemos
contentarnos con analizar los escenarios posibles. Un escenario posible
es que tras los ataques de represalia israelíes, el gobierno de
Sharon ceda a la presión internacional y le dé tiempo a
Yasser Arafat para que reprima a sus enemigos. El peligro para Arafat
es que su propia población lo perciba como un títere israelí,
encargado de hacerles el trabajo sucio. El lado positivo es que Arafat
estaría satisfaciendo las exigencias estadounidenses y aliviando
la presión israelí. Si todo esto se cumpliera sin mayores
tropiezos, EE.UU. podría reiniciar su esfuerzo diplomático.
Otro escenario posible es que Ariel Sharon intente derrocar a Arafat
para provocar un enfrentamiento total con quien quede en su lugar.
En estos momentos no se está ejerciendo ningún tipo
de presión sobre Ariel Sharon. Ni externa, ni interna. La opinión
pública israelí quiere que Sharon responda con todo el poderío
militar israelí. Estados Unidos le ha dado la luz verde diciendo
que Israel tiene derecho a defenderse a sí mismo. De modo que Sharon
está actuando sin ningún tipo de limitaciones y la realidad
es que no sabemos hasta dónde está dispuesto a ir. Sharon
nunca aceptó la idea de tierra por paz. Nunca aceptó
el acuerdo de Oslo. No creo que su ideología haya cambiado. El
ve Cisjordania como Judea y Somaria: partes indivisibles de Israel. Por
lo tanto, es perfectamente concebible que intente empujar al exilio a
Yasser Arafat y a todo el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina.
Hamas y la Jihad islámica no son un problema para él porque
le permiten legitimizar su ataque a los palestinos. Este es el peor escenario
posible, aunque es perfectamente imaginable. Una de sus consecuencias
sería una ola de refugiados palestinos sin paralelo desde 1967.
La idea sería entonces reocupar Cisjordania y la Franja de
Gaza.
Reocupándola pero ahora con la intención de que nunca
más vuelva a existir un Estado palestino. Si se sigue este razonamiento
hasta las últimas consecuencias, los asentamientos dejarían
de ser un obstáculo al proceso de paz para pasar a ser el embrión
del nuevo Israel con Judea y Somaria. Continuaría un éxodo
masivo de refugiados palestinos y los que quedasen en los territorios
serían tan pocos, tan derrotados, acobardados y apaleados que se
convertirían en lo que son los árabes israelíes que
se quedaron en 1948. Estamos hablando de una anexión de esos territorios.
No sería impopular en Israel y es parte de la ideología
de Sharon. Es un gran peligro que la comunidad internacional debería
evitar.
Por el momento, como usted dijo, no parece haber mucha presión
internacional sobre Sharon.
Esta presión toma diferentes formas. La crítica pública
es una. Si en este proceso, los israelíes cometen atrocidades intolerables
para la opinión pública internacional, entonces podría
haber un apoyo a la posición árabe que solicita la presencia
de una fuerza internacional quesepare a las partes. Israel se niega a
esta posibilidad. Por el momento, la comunidad internacional ha respetado
la posición israelí.
A corto plazo no se ve nada de eso. Estados Unidos pareció
dispuesto a revivir el proceso de paz, pero ahora se ha retirado nuevamente.
Estados Unidos se ha comportado muy erráticamente desde el
11 de setiembre. Al principio creyeron que necesitaban la buena voluntad
del mundo árabe para poder armar la coalición porque calculaban
que la campaña contra los talibanes y Al-Qaida sería muy
larga y difícil. En los hechos las cosas salieron mucho mejor de
lo que pensaban. Están ganando y muy rápidamente. De modo
que se han dado cuenta que ya no necesitan la buena voluntad árabe
para conseguir sus objetivos. Los halcones parecen haber ganado el debate
interno. Por eso estamos viendo un regreso al unilateralismo de la política
estadounidense, existente antes del 11 de septiembre. Esto es muy peligroso
para los palestinos y el mundo árabe en general, porque Estados
Unidos está haciendo lo que le es más fácil y natural,
que es apoyar a su viejo aliado Israel. Esto es muy preocupante porque
si se le da luz verde, Israel es capaz de desestabilizar toda la región.
No debemos subestimar la presión de la opinión pública
interna sobre los gobiernos árabes. Esta situación puede
desestabilizar a países clave como Egipto, Jordania y Arabia Saudita.
OPINION
Por Marcelo Justo
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Disparen sobre Arafat
El premier Ariel Sharon quiere sacarlo del medio. Los grupos fundamentalistas
palestinos también. Cada atentado de Hamas o Jihad islámica
lo debilita. Cada desmesurada represalia israelí erosiona
más el alicaído prestigio de su figura y su gobierno.
Ambas partes tienen intereses inmediatos convergentes y una difusa
estrategia a largo plazo.
La esperanza de Sharon y la derecha israelí es que la caída
de Arafat produzca un estado de anarquía interno o un gobierno
fundamentalista que descalifique por completo la causa palestina,
convirtiéndola en el blanco post-talibán de la estrategia
antiterrorista mundial de Estados Unidos. La esperanza de Hamas
y Jihad es derrocar al representante del secularismo palestino para
acercar más su objetivo de formar un gobierno fundamentalista.
A largo plazo, la estrategia de ambos es borrosa. Ariel Sharon apuesta
a la aniquilación de un eventual gobierno fundamentalista
palestino y su sustitución por una administración
títere, dada la imposibilidad de practicar la limpieza étnica
que pregonaba el asesinado ministro de Turismo, Rahavam Zeevi (en
su florido lenguaje: empujar los árabes al mar).
En el caso de Hamas y Jihad, la apuesta parece ser a un nihilista
todo o nada. Conscientes de la superioridad militar israelí,
los fundamentalistas están dispuestos a causar todo el daño
posible con sus mortíferos ataques suicidas (aun a costa
de la inmolación de la causa palestina), mientras sueñan
con un improbabilísimo efecto dominó en el mundo árabe
e islámico, que precipite una ola de gobiernos fundamentalistas,
capaces de unirse para la destrucción de Israel y la recuperación
de Palestina.
Ambas estrategias se parecen mucho al intento de apagar un incendio
echando toda la nafta que haya a mano, pero se basan en una premisa
aún no corroborada por la realidad. No es la primera vez
que se planea el futuro de la zona sobre la base de la muerte física
o política de Yasser Arafat. Quizás la más
dramática de todas sus derrotas ocurrió en 1982 cuando
el líder palestino fue forzado a una humillante retirada
de Beirut por mar, protegido por una fuerza multinacional, tras
aceptar las condiciones impuestas por Israel y su entonces ministro
de Defensa y artífice de la invasión del Líbano,
Ariel Sharon. La invasión israelí continuó
con la masacre de refugiados palestinos en Sabra y Chatila y un
conflicto que no consiguió ninguno de los dos propósitos
que Sharon se planteaba: la seguridad de Israel y el silenciamiento
de los reclamos palestinos. Dos décadas más tarde,
los dos viejos enemigos vuelven a encontrarse y bastante poco parece
haber cambiado.
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