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Las dos posiciones que analiza De
la Rúa para cambiar su gabinete

El Presidente recibió consejos opuestos. Colombo sostiene que primero hay que resolver la crisis y acordar con el PJ. Antonio, que hay que hacerlo ya.

Colombo y Rafael Pascual. Este último desembarcará seguramente en el Ministerio del Interior.

Por J.N.

Fernando de la Rúa duda. Y es lógico: las dos personas a las que escucha con más atención tienen ideas opuestas sobre el recambio del Gabinete. Chrystian Colombo, uno de los hombres con más poder del Gobierno, defiende la hipótesis que, por ahora, tiene más chances de imponerse: sostiene que primero hay que definir la política económica, a continuación cerrar un acuerdo con el peronismo y recién después cambiar el Gabinete. Sin embargo, De la Rúa también ha escuchado a su hijo: de paso por Buenos Aires, Antonio sugirió apurar la definición para llenar el vacío político y despejar la incertidumbre.
Los cambios parecen más o menos previsibles. El más importante es la designación de Rafael Pascual en el Ministerio del Interior. El legislador delarruista ya no niega su posible desembarco. Y, aunque no dialogó del tema con De la Rúa, tiene planes en mente. Como anticipó Página/12, tanteó a Alfredo Castañón como posible reemplazante de Enrique Mathov en la Secretaría de Seguridad: abogado y ex diputado, Castañón es el principal asesor de Cavallo en temas de seguridad e inteligencia y fue quien diseñó una estructura de protección cuando el mediterráneo creía que Alfredo Yabrán podía atentar contra su vida. La presencia de Castañón en un lugar estratégico de la cartera le daría a Pascual un flujo de caja garantizado.
Pero, además, el diputado piensa en la posibilidad de designar a Mario Negri como viceministro. Una decisión curiosa, sobre todo porque Negri está lejos de ser un delarruista, y que algunos explican con razonamiento sencillo. “Negri es un referente importante del radicalismo de Córdoba y Pascual ya está pensando en el día después de De la Rúa”, sospecha un funcionario con despacho en la Rosada.
Claro que la designación de Negri implicaría el desplazamiento de Lautaro García Batallán, un joven delarruista con el que Pascual tiene una relación tormentosa. En caso de que asuma Negri, García Batallán, a quien De la Rúa aprecia y quiere conservar en el Gabinete, podría pasar a un cargo clave: la secretaria de Provincias. Además, Ramón Mestre le ha ofrecido acompañarlo si es transferido a otra cartera.
Si Pascual finalmente desembarca en Interior, Mestre podría asumir en el Ministerio de Salud, de donde sería eyectado Héctor Lombardo. Pero el cordobés ha dicho en privado que no está dispuesto a asumir en la cartera y que –para aceptar un enroque– deberán dejarlo a cargo de un organismo más seductor. Por ejemplo, un ministerio que concentre la ayuda social.
El otro que tiene intenciones de gestionar la cotizada área social es el titular de Educación, Andrés Delich. El martes, el funcionario fue convocado de improviso a Olivos. Llegó contento, pensando que el Presidente podía plantearle una nueva función. Sin embargo, De la Rúa sólo habló de educación y, al final, Delich se fue tarde y desconcertado.
Sea cual fuere el resultado, De la Rúa no ha definido aún la cuestión central de los tiempos, tironeado por consejos opuestos.
Colombo plantea una mirada más estratégica. La idea es que primero es necesario definir la política económica: si incluye un volantazo monetario –devaluación, dolarización o una combinación de ambas– y/o un ajuste del sector público. La decisión debería acompañarse con un consenso con el PJ que incluya el Presupuesto y la Coparticipación. El jefe de Gabinete cree que recién después de que estos delicados temas –de los cuales depende, también, el futuro de Cavallo– estén definidos tiene sentido cambiar el Gabinete. “Si no, el efecto de cualquier modificación se licuará en cuestión de días”, recomienda Colombo.
La otra teoría es la de Antonio. Esta semana, el joven De la Rúa pasó un par de días en Buenos Aires: vino a ocuparse de su consultora “Justamente”, a charlar con sus amigos y con su familia. Además, su novia, la cantante pop Shakira, está bastante ocupada con las giras, entrevistas y recitales de presentación de su último disco, “Laundry service”.
En su breve paso por la Argentina, Antonio se hizo un rato para conversar con su padre. El joven suele funcionar como una especie decatalizador y a menudo acelera los increíbles tiempos presidenciales. Esta vez, el consejo fue despejar la incertidumbre con un recambio ministerial: mientras se defina la cuestión económica, al menos serviría –cree Antonio– para inyectarle energía a un gobierno que siempre da la sensación de que está un poco moribundo.

 

OPINION
Por Miguel Bonasso

La temerosa vigilia

Hace dos meses, Fidel Castro auguró en La Habana que la situación económica, social y política de la Argentina estaba al borde de un estallido fenomenal. El Gobierno se enojó, los comentaristas “serios” sonrieron con benevolencia ante lo que les parecía un desplante catastrofista del viejo comandante. Anteayer, Fidel, con su gran capacidad de síntesis, acertó de nuevo: “El que quiera ser presidente de la Argentina está loco”. Le faltó agregar que en la principal fuerza de oposición que es el Partido Justicialista sobran los pícaros pero no abundan los locos, al menos en el sentido suicida que tenía su expresión. Un discreto sondeo realizado por esta columna entre algunos caracterizados dirigentes justicialistas de distintos sectores arrojó –más allá de pujas internas– algunas coincidencias inquietantes: primero, nadie sabe qué puede ocurrir en este país si mañana lunes Domingo Cavallo regresa de Washington anunciando, por ejemplo, una rebaja de los sueldos del 20 por ciento. La mayoría de los dirigentes consultados piensa que el ministro duraría horas y no tardaría en arrastrar a Fernando de la Rúa en su inevitable caída. Segundo: en general hay temor y no deseo frente al escenario del derrumbe. La casi totalidad de los justicialistas presidenciables sabe que necesita tiempo para llegar al gobierno con algo que se parezca a un programa a fin de no ser devorado a su turno por el apetito insaciable de la crisis. Hoy nadie sabe muy bien qué hacer con el monstruo que sepultó la convertibilidad, devoró las reservas y llevó al sistema financiero a la sala de terapia intensiva. En el caso de Carlos Menem hay, además, un límite constitucional infranqueable: no puede candidatearse antes del 2003. Esto, además de ciertas transas con el oficialismo, explica su buena letra frente al gobierno de Don Fernando. Pero no es el único: a pesar de lo que informa la SIDE, hasta Carlos Ruckauf tiene sincero temor de que el gobierno nacional le caiga en las manos como una breva verde, apresurada e indigesta, si antes De la Rúa no toma las medidas antipáticas, como la cada vez más inevitable devaluación. Tampoco Carlos Reutemann está impaciente por llegar a la Rosada para hacerse cargo de los costos. Sólo José Manuel de la Sota es visualizado por varios de los consultados (y especialmente por uno que se las gasta en materia de ironías) como “el que ya siente el frío del bronce en los tobillos y está obligado a ser presidente”. El trampolín para acelerar las internas sería la ley de lemas, que el “Gallego” propone y Ruckauf teme, porque sabe que equivale a una segura derrota. Eduardo Duhalde, por su parte, aparece atascado en sus renovadas aspiraciones al sillón de Rivadavia, por la bronca eterna con su rival Menem y por la devaluación a que fue sometido por los gobernadores “chicos” del Frente Federal en las recientes peleas por las distintas posiciones del Senado. Entre los “federales” viene avanzando por líneas interiores el santacruceño Néstor Kirchner, que ha confesado su vocación presidencial. Aunque Kirchner propone un programa alternativo para acabar con la hegemonía del sector financiero, ha ganado poder de negociación con el Frente Federal y cuenta con crecientes simpatías entre aquella militancia que quiere recuperar las banderas históricas del peronismo, también necesita tiempo para que su imagen se expanda a nivel nacional. Tercero: ningún ala del justicialismo quiere cogobernar. La mayoría para no compartir la pesada factura; los más lúcidos porque se dan cuenta de que en esta coyuntura, signada por el descrédito generalizado de la clase política, la dilución de la oposición en el gobierno atenta contra el sistema democrático. En medio de una ola de rumores, los dirigentes justicialistas se reúnen con los economistas que han empleado hasta ahora –desde Roque Fernández y el CEMA hasta Jorge Remes Lenicov– y advierten que ninguno sabe qué hacer. Tampoco han sacado mucho en limpio de sus reuniones con dirigentes empresarios; más que la desconsoladora evidencia de que Argentina, a diferencia de Brasil, carece de una verdadera burguesía nacional. Todavía a media voz, los más lúcidos intuyen que el proyecto neoliberal está llegando a su fin, que el peronismo debe hacer una profunda autocrítica por haber desmantelado el Estado y que, a pesar de la globalización, tal vez es posible imaginar un proyecto autárquico. Es decir, empezar a producir en vez de especular y pedir prestado.

 

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