Por Horacio Verbitsky
Como en 1982 y 1991, el ministro
de Economía Domingo Cavallo vuelve a aprovechar el corte del financiamiento
externo para proponer una salida que reconcilie los intereses del capital
transnacional y los de los grupos económicos con alguna base en
el país. Como entonces, vuelve a contar con que el miedo al apocalipsis
paralice a los sectores populares, sobre cuyas espaldas se celebraron
aquellos y se celebran estos acuerdos. Mientras a unos se les promete
que no habrá devaluación, a los otros se les licuan las
deudas, de modo que las absorba el resto de la sociedad. Los decretos
de emergencia que Cavallo hizo firmar al estupefacto presidente Fernando
de la Rúa propician una transferencia de ingresos de miles de millones
de dólares a las empresas de capital más concentrado, en
distintos sectores de la economía. De los primeros 50 deudores
sólo seis tenían problemas de solvencia. Los restantes 44
son empresas con alta capacidad de pago, que tenían sus créditos
al día. La licuación de esas deudas dispuesta por el gobierno
nacional hace una semana implicará un subsidio a esas empresas
próximo a los 5.000 millones de pesos, más de lo que el
Estado calcula ahorrar con la reducción de intereses de la deuda
pública y tanto como el superávit comercial que se obtiene
a costa de una recesión sin precedentes en su duración y
profundidad. En realidad el subsidio podrá ser hasta diez veces
mayor, porque se extiende a la totalidad de los 70.000 millones de pesos
en deudas bancarias, que se saldarán con un tercio. Claro, siempre
que cada acreedor lo acepte, cosa que no será tan simple en el
caso de los menos pesados. Esta prodigalidad explica el portazo en la
cara del Fondo Monetario Internacional, cuando todavía no se ha
acordado el canje de deuda pública con los prestamistas externos.
Los miedos
En 1982, al terror por las desapariciones, las torturas y los asesinatos
clandestinos se sumó el efecto deprimente de la guerra perdida
contra Gran Bretaña. La consecuencia de la Primera Aparición
de Cavallo, como fugaz presidente del Banco Central en el último
tramo de la dictadura militar, fue la estatización de la deuda
privada, que pesa como rueda de molino colgada al cuello de toda la sociedad.
En 1991, al terror residual por las atrocidades de la dictadura se agregó
el más fresco miedo a la hiperinflación, en cuyo desencadenamiento
el propio Cavallo actuó como gatillo. Con el desguace del Estado
resultante de su Segunda Aparición, como ministro de Economía
de Carlos Menem, se consolidaron las asociaciones entre bancos acreedores,
empresas transnacionales y grupos locales, que hicieron superganancias
en pocos años. La crisis actual se debe, precisamente, a la ruptura
de esa coalición y los mayores esfuerzos oficiales procuran recauchutarla.
Las transnacionales que adquirieron las empresas prestadoras de servicios
públicos pugnan por la dolarización que las aseguraría
contra cualquier depreciación de sus activos. Los grupos económicos,
que a partir de 1995 vendieron sus participaciones en esas empresas, presionan
por una devaluación que valorice sus activos financieros colocados
en el exterior y mejore la rentabilidad de las exportaciones primarias
de los establecimientos en que invirtieron la parte no fugada de sus ganancias.
Las marchas y contramarchas oficiales, con cambios diarios de orientación,
responden a la dificultad para encontrar una fórmula que contemple
ambos intereses contradictorios. En la pintoresca entrevista concedida
el jueves al corresponsal del New York Times, Clifford Krauss, Cavallo
dijo que la dolarización ya estaba en marcha y que los argentinos
evitarían la devaluación eligiendo usar y gastar dólares
en vez de pesos. Si los argentinos lo deciden, se llegará
virtualmente al uso de un 100 por ciento de dólares, dijo.
Como acto fallido, vale: cada día más el dólar es
una moneda virtual en la Argentina. Pero la afirmación del ministro
no puedetomarse en serio. Uno de los principales problemas de la economía
argentina bajo su conducción es que no genera la cantidad suficiente
de dólares genuinos para sostener el modelo de acumulación
basado en la valorización financiera y la fuga de capitales. Por
eso, aun cuando un acto de magia borrara el stock acumulado de deuda,
no podría funcionar sin nuevos préstamos del exterior o
(como hoy ocurre) mediante una contracción brutal de la actividad
que reduce esa demanda de divisas. Este año, por ejemplo, el comercio
exterior arrojará un superávit próximo a los 5.000
millones de dólares, un saldo tan atractivo como incompatible con
la reactivación que muchos dicen ansiar pero que las políticas
oficiales no inducen.
En 2001, sobre el miedo a la represión y a la hiperinflación
sedimenta otra capa geológica, el pánico al desempleo masivo
y la indigencia irreparable. En los tres casos los miedos fueron racionales,
basados en hechos tangibles, como las decenas de miles de detenidos-desaparecidos
por la dictadura militar, los miles por ciento de inflación con
que concluyó el anterior gobierno radical y los más de cinco
millones de desocupados, subocupados y sobreocupados actuales. No puede
decirse lo mismo de las salidas propuestas, que desde el punto de vista
del interés colectivo de la sociedad son por completo irracionales.
Menú de conveniencias
Como en 1982 y 1991, Cavallo imaginó ahora un menú de conveniencias
para los dos sectores hegemónicos, una vez más a expensas
de los trabajadores y del resto de la sociedad. Cada sector busca maximizar
su propio beneficio, sin haber logrado una síntesis política,
de modo que el jefe de gabinete Chrystian Colombo se introduce en el laberinto
de la denominada concertación (bendecida por la Iglesia y asistida
por el delegado de las Naciones Unidas), sin haber alcanzado acuerdo alguno
entre los actores reales. El Fondo Monetario Internacional, según
revelación del ministro del Interior Ramón Mestre reclama
para aflojar algún desembolso la aprobación del presupuesto
2002 (que el gobierno ni siquiera pudo enviar al Congreso con sus números
reales dada la magnitud descomunal del ajuste que propicia) y la sanción
de una nueva ley de coparticipación federal, que consagrará
una reducción de casi 10 millones de pesos por día en los
ingresos de las provincias.
Bajo el asombroso nombre de Ley de Competitividad, Cavallo ya había
ofrecido al sector financiero una suculenta expansión de sus negocios,
con el uso obligatorio de cheques en todas las transacciones superiores
a mil pesos. La otra ley que impuso como condición para sacrificarse
por la Patria autorizó al Ejecutivo a modificar leyes por decreto.
Hace poco más de un mes, el decreto 1387 invocó esas facultades
para fijar las condiciones en las que se realizaría la denominada
reducción voluntaria del costo de la deuda pública.
Mientras se sigue negociando cuáles serán el mix entre devaluación
y dolarización y la forma de imponerlo, la licuación de
deudas privadas se derrama como un bálsamo sedante sobre los nervios
de los grandes grupos económicos locales y las transnacionales
productoras de bienes y servicios, entre ellas las privatizadas en la
década anterior.
Licuación de deudas
La licuación había sido pedida en alta voz por el prohombre
de la Patria Contratista Franco Macri, cuya seducción personal
produce efectos tan notables con los ministros de economía como
con las mujeres jóvenes. El artículo 1º del decreto
1387 modificó el Código Civil, de modo de favorecer la compensación
de deudas entre las empresas y el Estado, un viejo reclamo del Correo
Argentino, de Aeropuertos 2000 y de otras empresas privatizadas. El artículo
27 permitió a toda sociedad anónima capitalizar sus deudas
con el fisco, entregando acciones en pago de impuestos. Esto implica al
menos una postergación en el cobro de deudas por unos 15.000 millones.
Los artículos 30 y 39 dispusieron que esas sociedades anónimas
y todas aquellas que no adeuden impuestos a la AFIP podrán pagar
sus deudas a todos los bancos con títulos públicos a valor
técnico. A su vez, los bancos podrán convertir esos títulos
en préstamos o bonos garantizados con recursos públicos,
incluyendo todo tipo de tributos por su valor nominal. Es decir, se les
permite comprar títulos a precios de mercado, que hoy ronda en
el 35 por ciento de su valor, y descargarlos al cien por ciento al Estado.
La licuación asciende así a dos tercios de las deudas bancarias,
que es la diferencia entre el valor nominal y el de mercado de los títulos
públicos. Este beneficio sólo se acordó a aquellas
deudas bancarias que se encuentren en situación 3,4,5 ó
6, lo cual en septiembre de este año implicaba sólo
al 11,3 por ciento de lo adeudado. Grandes estudios contables recibieron
urgentes pedidos de algunos clientes de maquillar su contabilidad con
fuertes pinceladas de colorete rojo, que les permitiera acogerse al nuevo
régimen.
Las categorías 5 y 6 corresponden a Carteras Irrecuperables. Si
se trata de créditos comerciales, los pagos han sido suspendidos
luego de reiteradas refinanciaciones de capital e intereses, se ha decretado
la quiebra o ésta ha sido solicitada por el propio cliente. En
el caso de carteras hipotecarias de vivienda o consumo son aquellas en
las que el atraso en los pagos supera el año. En la situación
6, además, el deudor tiene atrasos de más de 180 días
en sus pagos a ex entidades financieras. La situación 4 se denomina
también con Alto Riesgo de Insolvencia en la cartera comercial
y de Difícil Recuperación en la hipotecaria. Se aplica al
cliente con alto nivel de endeudamiento al que se ha solicitado la quiebra
o la convocatoria de acreedores por obligaciones de al menos el 5 por
ciento de su patrimonio. Ya ha refinanciado capital e intereses y el banco
ha debido hacerle quitas de capital y aceptar bienes en parte de pago.
En cartera hipotecaria, los atrasos del cliente van de los seis meses
al año. La situación 3 también se llama Con Problemas,
para la cartera comercial, y de Cumplimiento Deficiente, para la hipotecaria.
Con un progresivo deterioro en su flujo de fondos, el cliente tiene problemas
para atender normalmente sus compromisos. Paga los intereses pero refinancia
una y otra vez el capital. Mantiene convenios judiciales y extrajudiciales
homologados a vencer, de los cuales ha cancelado menos del 30 por ciento.
En cartera hipotecaria, tiene atraso en sus pagos de entre tres y seis
meses.
Hasta ahí, la disposición podía entenderse como un
rescate de empresas en dificultades, de moderadas a gravísimas,
y que sólo implicaba subsidiar con una quita del 66 por ciento
uno de cada diez pesos adeudados. Pero hace una semana el decreto 1570
firmado el 1º de diciembre con el alegado propósito de frenar
la corrida bancaria y encerrar todos los depósitos en un corralito
que sirva como antesala del matadero, incluyó un artículo
6º, por completo ajeno al tema, que extiende el beneficio del decreto
anterior a la totalidad de las deudas empresarias con el sistema financiero.
Ese artículo excluye a los deudores en situación 3 de la
automaticidad del beneficio, es decir que para licuar su deuda deberán
requerir la previa conformidad de la entidad acreedora, lo cual
devuelve a los bancos parte del arbitrio confiscado por la redacción
anterior. Pero además extiende la misma posibilidad de socialización
de pasivos a los deudores en situación 1 y 2, es decir a aquellos
al día o con mínimos atrasos en el cumplimiento de sus obligaciones.
La situación 1 o Normal, corresponde a los clientes que atienden
en forma puntual sus compromisos y tienen alta capacidad de pago. Para
la cartera hipotecaria, sus atrasos no superan el mes. La situación
2 también se denomina Con Riesgo Potencial en la cartera comercial
o de Cumplimiento Inadecuado, en la hipotecaria. El cliente en esa categoría
puede atender sus compromisos, pero su flujo de fondos tiende a deteriorarse.
Presenta atrasos reducidos y ocasionales y cancela por lo menos el 30
por ciento de sus convenios judiciales y extrajudiciales. Si se trata
de cartera de consumo y vivienda, sus atrasos oscilan entre el mes y los
tres meses.
Hace un par de meses, los deudores comerciales en esta categoría
fueron divididos en dos subsectores, como parte de un intento oficial
por impedir el desplome de un gran número de ellos a la Situación
3, de la que la experiencia indica que muy pocos vuelven. El presidente
del Banco Central, Roque Maccarrone, aceptó flexibilizar los requisitos,
considerando que se trataba de créditos otorgados después
del tequila, de acuerdo con las estrictas reglas Basilea y luego de considerar
el análisis de dos calificadoras de riesgo distintas. La primera
subcategoría es En Observación, es decir con atrasos de
hasta 90 días. El banco debe previsionar el 3 o el 5 por ciento
del crédito, según cuente o no con garantías preferidas.
La segunda subcategoría es En Negociación o Con Acuerdos
de Refinanciación. Comprende a los deudores que están negociando
o ya alcanzaron acuerdos de refinanciación y a aquellos que antes
de los dos meses de mora comunican su intención de refinanciar
sus deudas.
Iguales sólo ante
la ley
De este modo la posible licuación se extiende a la totalidad de
los 71,8 mil millones de pesos en deudas bancarias, de los cuales dos
terceras partes en cartera comercial y un tercio en hipotecaria. La extensión
del beneficio a todas las deudas se obtuvo invocando por cierto la sacrosanta
igualdad ante la ley. La nómina de los primeros cincuenta deudores
privados no financieros, tal como la registró el Banco Central
en septiembre, es impresionante. Sólo cinco de ellos tenían
deudas en categoría 4, o Alto Riesgo de Insolvencia (Correo Argentino,
Compañía General de Combustibles [Soldati], Yoma, Victorio
Gualtieri y Productos Sudamericanos SA). Uno tenía créditos
en situación 2, o Riesgo Potencial (Hidroeléctrica Piedra
del Aguila SA). Los créditos de los 44 restantes estaban en Situación
1, es decir alta capacidad de pago y cumplimiento puntual. En la lista
de quienes podían pagar pero recibieron el favor oficial figuran
todos los nombres imaginables: Pérez Companc, Repsol, Telecom,
Telefónica, Socma, Arcor, Coto, Aguas Argentinas, Siderar y Tecpetrol
(de Techint), Pescarmona, Sideco, Acindar, CTI, las empresas editoras
de los amistosos matutinos Clarín y La Nación, CTI, American
Express, Iveco, Roche, AEC, Metrogas, Irsa, varias concesionarias de rutas
y transportadoras de gas (ver aparte nómina completa). Sus principales
acreedores eran los bancos de la Nación de la provincia de Buenos
Aires, y los privados Río, Galicia, Francés, del Lavoro,
HSBC, Citi, Boston, ING, todos de capitales estadounidenses y europeos,
salvo el Galicia. Tampoco es de extrañar que la simultaneidad del
default externo y la garantía estatal para la licuación
de deudas privadas con el sistema bancario haya provocado la seca respuesta
del Fondo Monetario Internacional. Los acreedores externos no constituyen
un sector al que pueda hacerse a un lado sin dificultad.
Caso por caso
La conformidad del banco acreedor requerida por el decreto, abre la vía
a la negociación caso por caso e incluye en el jubileo al sector
financiero. El poder de veto conferido al banco en el caso de los créditos
en mejor situación insta a los acuerdos privados entre deudores
y acreedores, según la ley de la calle: Te acepto los títulos
si me das un porcentaje de tu ganancia. La relación de fuerzas
en cada caso determinará qué parte del 70 por ciento licuado
mejorará la rentabilidad de la empresa o la del banco. Un límite
claro para este mecanismo es la necesidad de los bancos de conservar liquidez,
por lo que no les conviene resignar el dinero líquido que pueden
recibir de sus mejores deudores, a cambio de préstamos o bonos
garantizados. Pero un ingrediente adicional a la negociación es
que los grandes deudores del sistema financiero son al mismo tiempo sus
mayores depositantes, de modo que podrán mantener sus depósitos
a cambio de un mayor puntaje en la licuación de sus deudas. Lo
único seguro es que así como la socialización de
la deuda externa hace dos décadas y el remate a precio vil del
capital acumulado por generaciones de argentinos en las empresas públicas
hace una, este clavo vuelve a hundirse en la sufrida carne del pueblo
argentino. Y una triste constatación: aunque lo estábamos
mirando, el muy canalla lo hizo de nuevo.
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