Por Michiel Baud
Zorreguieta acababa de ser
ascendido a secretario-director de la Sociedad Rural Argentina, un cargo
ejecutivo pero influyente, en el momento en que fue nombrado subsecretario
en el gobierno militar. Junto con el presidente, que tradicionalmente
solía proceder de las clásicas familias de terratenientes,
definió la imagen de la SRA en 1976. No es creíble que la
SRA nombrara un director que hubiera tenido ideas políticas muy
disidentes. Por lo tanto, incluso si tenemos en cuenta la flexibilidad
ideológica de Zorreguieta, debemos aceptar que sus ideas coincidían
en líneas generales con las de la SRA. Lo más importante
era la SRA como una organización de intereses que siempre se había
enfocado en defender lo mejor posible los intereses de sus miembros. Sus
ideas políticas conservadoras formaban parte de sus esfuerzos incesantes
por defender los intereses del sector agropecuario.
Debemos suponer también que Zorreguieta se dedicó sobre
todo a la defensa de los intereses agrícolas y que ésta
fue también su gran pasión. Sabemos poco de sus declaraciones
anteriores a 1976, pero es probable que en ese período fuera un
exponente de la frustración del sector agropecuario con respecto
a lo que este sector consideraba como una política peronista desastrosa
y hostil. Su declaración de principios de 1976 en la que echaba
la culpa del caos económico y del estancamiento agrícola
a las comisiones internas y elementos subversivos se puede
considerar como indicativa en este contexto. Una vez que se asentó
en el centro del poder, hizo todo lo posible para conseguir que la situación
para la agricultura argentina fuera lo más beneficiosa posible.
Sus discursos están formados por una larga serie de alegatos en
favor de la protección y de la modernización de la agricultura
y la ganadería argentinas.
De lo anterior podemos concluir que Jorge Zorreguieta vivía en
un mundo en el que las ideas ultraconservadoras iban acompañadas
de una aversión a la oposición política, sobre todo
al peronismo. Además, en ese mundo se respetaban poco las reglas
de juego democrático que se consideraban como la causa del caos
político en el país y como un obstáculo para la modernización.
Tal y como afirmó Cadenas Madariaga, jefe directo de Zorreguieta
en 1978: Construiremos una gran nación, incluso si tenemos
que oponernos a la gran mayoría de los argentinos. En este
contexto existía una tendencia incuestionable a buscar soluciones
autoritarias a los problemas de la sociedad argentina.
Zorreguieta y el gobierno
militar, 1976-81
Cuando Jorge Zorreguieta entró a formar parte del gobierno de
Videla era un funcionario bastante desconocido. Esta situación
no cambió mucho cuando en 1981 dimitió junto con Videla.
A pesar de su cargo como secretario de Estado de un departamento muy importante,
hay poca gente que le recuerda y su nombre no figura en varias listas
de miembros gubernamentales confeccionadas posteriormente. Otros secretarios
de Estado del mismo período, como por ejemplo Guillermo Klein,
Juan Alemann y su sucesor Jorge Aguado, fueron conocidos personajes públicos.
El tecnócrata Zorreguieta se mantuvo normalmente a la sombra y
cuando habló en público fue sobre granos y carnes
y no sobre asuntos políticos más generales, lo cual, sin
lugar a dudas, se debe a sus antecedentes. No procedía de una gran
familia y no podía preciarse de una formación amplia. Era
un tecnócrata ejecutivo y no un político.
¿Cuál fue su posición en los dos gobiernos de Videla?
Los (sub) secretarios de Estado del Ministerio de Economía tenían
poco contacto directo con los militares debido a la estructura específica
del gobierno militar. En realidad, su ministro Martínez de Hoz
era la persona con quien los militares hablaban sobre sus decisiones políticas
y el ministro consultaba, de ser necesario, con Videla o con la junta
militar. En principio, Martínez de Hoz era el único que
asistía a las sesiones del gabinete. Sólo en asuntos específicos
que fueran de la incumbencia de un secretario de Estado se organizaba
una consulta directa entre Videla y el secretario de Estado en cuestión.
Esta situación, por ejemplo, se dio en el caso del embargo de cereales
norteamericano, cuando Zorreguieta participó en la toma de la decisión
sobre la posición argentina. Pero incluso en este caso, fue como
de costumbre Martínez de Hoz quien transmitió los resultados
de la consulta ministerial a los militares.
Por lo demás, los altos funcionarios como Zorreguieta sólo
tenían contacto con los militares en fechas señaladas, como
el día de la independencia que en principio se esperaba que los
civiles que integraban como dirigentes el gobierno militar apoyasen los
puntos de partida del gobierno. Cuando (ya) no podían, dimitían.
Algunos funcionarios tomaron esta decisión el primer año
después del golpe de Estado. En algunos casos dicha decisión
se debió a que también ciertos miembros del gobierno se
vieron confrontados con desapariciones de amigos o familiares. Esas dimisiones
anticipadas de cargos gubernamentales pasaron casi inadvertidas. En otros
casos, la dimisión no se debía a dudas morales o emocionales,
sino al descontento por ciertas decisiones políticas. Este fue
el caso del secretario de Estado y de los subsecretarios de Agricultura
que salieron del gobierno a finales de 1978 y a principios de 1979. Como
ya hemos visto, el hecho de que fue el único representante del
bastión de la SRA que se quedó en el gobierno a principios
de 1979 e incluso fue ascendido a secretario de Estado es una parte interesante
de la carrera de Zorreguieta que aún no se ha podido aclarar del
todo. Es difícil indagar a fondo en este episodio, pero parece
ser que su ascenso fue a consecuencia de una combinación de la
ambición personal y de la flexibilidad ejecutiva, que eran tan
características de su conducta.
¿Hasta qué punto estuvieron involucrados civiles como Zorreguieta
en la represión militar? Es muy improbable que hubiera cierta participación
directa de los civiles que formaron parte del gobierno militar en la represión
de la sociedad argentina. Todas las fuentes que están a nuestra
disposición y todas las investigaciones llevadas a cabo apuntan
a que la represión fue del dominio exclusivo de las Fuerzas Armadas,
de la policía y de las fuerzas de seguridad. No se toleró
la influencia de los civiles en la represión. Existen muchas historias
de altos funcionarios que intentaron en vano conseguir información
sobre un conocido o un familiar o que intentaron intervenir a favor de
una víctima de la represión. Los militares consideraron
la Guerra Sucia como un terreno que no era para nada de la incumbencia
de los civiles. Sin embargo, ocurría con frecuencia que los civiles
pedían la ayuda de los militares para eliminar o intimidar a personas
que les resultaban ingratas. Existen varias historias de esta índole
sobre Martínez de Hoz, pero también se sabe por otras fuentes
que la represión militar se utilizó para ciertos ajustes
de cuenta.
Por lo tanto, es casi seguro que funcionarios como Zorreguieta no estuvieron
involucrados personalmente en la represión. Por otra parte, no
se puede negar que una gran parte de su política estaba estructurada
en torno a las medidas duras que se adoptaron bajo el régimen militar.
Como ha hemos visto, la política económica de Martínez
de Hoz dependió en gran medida de la disolución de los sindicatos
y del acallamiento de la oposición, lo cual permitió congelar
los salarios y hacer inaudibles las críticas a su política.
Al igual que en el caso de Chile, la represión y la organización
social y económica de la sociedad en la política neoliberal
autoritaria del gobierno militar argentino se deben considerar como un
paquete indivisible. La pasión tecnocrática de funcionarios
como Zorreguieta estaba vinculada inseparablemente con la suspensión
de los derechos fundamentales democráticos de la población
argentina.
Finalmente, todavía nos queda por formular la pregunta de hasta
qué punto gente como Jorge Zorreguieta estaba informada de las
violaciones de los derechos humanos, de las desapariciones y de las torturas
atroces que se practicaron durante el régimen militar. Naturalmente,
es una pregunta importante cuando se exige un juicio moral sobre su actuación.
En principio, ya se ha respondido a una parte importante de la pregunta.
Era prácticamente imposible en Argentina cerrar los ojos ante la
dura represión que se apoderó de la sociedad tras el golpe
militar. Los arrestos públicos, la presencia militar en las calles,
los cadáveres arrastrados por el mar, los desaparecidos, las declaraciones
de los militares, todo ello dejaba claro que la sociedad argentina estaba
siendo sometida a una purga drástica. Tampoco podía
quedar lugar a duda sobre la suspensión de los derechos fundamentales
democráticos. Las medidas se publicaron abiertamente en la prensa.
Por otro lado, no hay que olvidar que la sociedad argentina estaba pasando
grandes apuros antes del golpe de Estado. La violencia de la derecha y
de la izquierda había convencido a muchos argentinos de que eran
necesarias una intervención militar y una suspensión temporal
de las relaciones democráticas. Muchos argentinos consideraban
la represión como un mal necesario para volver a poner orden en
la sociedad. Sólo con el paso del tiempo se dieron cuenta de que
la represión era más fuerte y cruenta que nunca. Se podría
considerar el momento en que empezaron a manifestarse las Madres de Plaza
de Mayo en 1977 como el inicio del cambio. Hacia esa época muchos
argentinos empezaron a darse cuenta de que algo fundamental no iba bien
y que una angustia contenida se había apoderado de la sociedad.
Por supuesto, en ese período había aún muchos argentinos,
como por ejemplo la escritora Gabriela Cerutti, que creían en la
propaganda oficial, que estaban muertos de miedo por la subversión
y apenas eran conscientes de la represión, pero a partir de ese
momento el apoyo activo al régimen militar ya no se podía
considerar algo ingenuo. Incluso si aceptamos que después
tampoco se conocían de forma generalizada los detalles de la represión
y que algunas prácticas sólo se dieron a conocer cuando
algunos militares dejaron el poder, el clima general era tal que todo
el mundo con un poco de cabeza podía sospechar que los derechos
humanos se violaban a gran escala bajo el régimen militar.
A lo anterior hay que añadir que la posición de Zorreguieta
no era la de un argentino normal y corriente. Era un miembro importante
de la organización de intereses agrícola más prestigiosa.
Durante el régimen militar, ejerció dos altos cargos gubernamentales,
que le permitieron estar bien informado de lo que estaba ocurriendo en
Argentina. Hizo muchos viajes a Estados Unidos y a Europa. Aunque trabajaba
en un ministerio en el que no se cuestionaban diariamente los derechos
humanos, formaba parte del gobierno que intentaba convertir el campeonato
mundial de fútbol de 1978 en propaganda política. Era un
secretario de Estado importante cuando la comisión de derechos
humanos de la OEA visitó Argentina en setiembre de 1979. En 1980
fue un personaje central en las deliberaciones sobre el embargo de cereales
contra la Unión Soviética que giraron en torno a las violaciones
de los derechos humanos en la Argentina. Pero si fuera poco, al igual
que todos los altos funcionarios, debió recibir cartas de familiares
desesperados, llamándole la atención de que algo sospechoso
estaba ocurriendo en materia de derechos humanos. Sin embargo, al igual
que tantos argentinos, debió pensar que las cosas no estaban tan
mal. O que era necesario un poco de represión para solucionar el
problema del caos y del orden. O quizás estaba de acuerdo con los
militares en que se trataba de una guerra, una guerra que conllevaba excesos
inevitables. De todos modos, no se puede pasar por alto el hecho de que
no sólo permaneció en el gobierno durante el período
de los dos mandatos de Videla sino que además fue ascendido y nombrado
jefe de un departamento crucial dentro del contexto argentino.
La historia secreta del informe
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Por Miguel Bonasso
Nadie lo admitirá nunca y mucho menos cuando Máxima
Zorreguieta se convierta en princesa de la Casa de Orange y, muy
posiblemente, en reina de Holanda. Pero muchos de sus futuros súbditos
saben que en la espontánea decisión de
Jorge Zorreguieta de no asistir a la boda de su hija con el príncipe
Guillermo medió una discreta gestión del gobierno
holandés para que el ex secretario de Agricultura y Ganadería
de la dictadura militar argentina no se hiciera ver por la bella
catedral de Amsterdam donde, en febrero próximo, se celebrarán
los regios esponsales. Será para no alimentar las críticas
que estallaron en los medios políticos progresistas, tan
pronto se supo quién era y de dónde procedía
el padre de la novia que se había buscado Guillermito en
la Feria de Sevilla. Los bien informados también saben que
esa discretísima seña del gobierno que conduce el
astuto socialdemócrata Wim Cok se produjo tras el decisivo
Informe Baud, del que aquí se adelantan en exclusiva
algunos fragmentos. El informe, debido al riguroso latinoamericanista
holandés Michiel Baud, estará próximamente
en las librerías argentinas en una edición del Fondo
de Cultura Económica que lleva por título, precisamente,
El padre de la novia.
A principios de setiembre del año pasado el ministerio holandés
de Asuntos Generales (Interior) se dirigió al profesor Baud
para pedirle, con gran reserva, que redactara un informe sobre Jorge
Zorreguieta, el alto ejecutivo de la Sociedad Rural que acompañó
a José Alfredo Martínez de Hoz en la decisiva cartera
agropecuaria. El ministro del Interior había elegido bien:
Baud, de 49 años, es profesor de estudios latinoamericanos
de la Universidad de Amsterdam y desde abril del año pasado
conduce el CEDLA, el más importante centro de estudios sobre
nuestra región que existe en los Países Bajos. Además
es autor de diversos trabajos sobre República Dominicana,
el Caribe y la propia Argentina.
El latinoamericanista a quien el gobierno de su país
le garantizó una total libertad científica
debía facilitar información sobre los siguientes temas:
1. La vida en la sociedad argentina en el período comprendido
entre 1976 y 1983. 2. La organización y los objetivos del
gobierno militar argentino en ese período y 3. Los cargos
políticos ejercidos por el señor Zorreguieta en el
período comprendido entre 1976 y 1983.
Me pidieron revela el prestigioso académico
que prestara especial atención a la pregunta de hasta qué
punto dentro de la sociedad argentina y más concretamente
dentro del gobierno de la época se tenía conocimiento
de la envergadura y de la índole represiva de las autoridades
militares. La investigación, confiesa, tuvo que
llevarse a cabo dentro de la mayor confidencialidad posible,
lo que llevó al profesor Baud a tener que desinformar a su
propia familia, amigos y colegas, con pequeñas mentiras
sobre el trabajo que estaba realizando. Trabajo para el cual
se sirvió, según él mismo reconoce en los agradecimientos,
de una vasta bibliografía argentina, de la bien nutrida biblioteca
del CEDLA y del aporte de numerosos colegas.
Aunque la investigación tuvo que hacerse a todo vapor, entre
setiembre de 2000 y enero de 2001, el trabajo de Baud que
abarca tanto el contexto histórico y social como el papel
específico que jugó Zorreguieta en tiempos del dictador
Jorge Rafael Videla es serio y aporta datos elocuentes que
condenan al padre de la novia, pero van más allá
al confirmar una tesis en la que hemos trabajado algunos analistas
de la dictadura militar: el papel central y decisivo que le tocó
a la Sociedad Rural y otras instituciones de la oligarquía
terrateniente (como la Carbap) en la preparación, sostenimiento
y desarrollo del golpe militar más sangriento de nuestra
historia.
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